Capítulo 53

Chris se metió en el agua, que le llegaba ya por la cintura, y el frío le golpeó como un millar de agujas. La corriente era muy violenta y amenazaba con hacerle perder pie, aunque se percató de que el peor peligro resultaba invisible y estaba oculto bajo la superficie. Ramas, cristales y piedras le golpearon y le rasgaron la piel mientras se debatían bajo el agua, veloces y cortantes como cuchillos. Olivia no estaba lejos, pero la distancia parecía insalvable y su mayor preocupación era que los remolinos lo arrastraran y no fuera capaz de abrirse paso corriente arriba.

Contempló el curso del agua. Dos ramas del río se habían entrelazado en aquel punto, moviéndose en diferentes direcciones. Entre los residuos flotantes que se desplazaban a toda velocidad, distinguió la tapa de un cubo de basura que daba vueltas en dirección a él, la sacó del agua y la lanzó como si fuera un disco hacia el tronco del enorme roble que había frente a la iglesia; al caer, la tapa dibujó un arco gigantesco que la dejó a un metro y medio de la señal donde Olivia estaba atrapada. Ésa era la ruta que debía seguir. Ése era el modo de acercarse a ella.

No podía caminar, de modo que nadó. En la superficie, podía ver y evitar la mayoría de los escombros que flotaban hacia él. El río desprendía un olor tan fétido y ponzoñoso como un vertedero pero, mientras se abría paso contra la corriente, no pudo evitar aspirar bocanadas de aire tóxico. Se sentía como si nadara sin moverse del sitio, dando brazadas que no le llevaban a ninguna parte. Cuando se detuvo, la corriente lo alejó aún más y tuvo que redoblar sus esfuerzos para recuperar el espacio perdido. Su corazón latía desbocado debido al esfuerzo, y sus músculos chillaban en protesta. Una vez llegado al roble, tuvo que colgarse de las ramas bajas para recuperar el aliento. Se sentía como si llevara horas en el agua.

—Olivia, ¿estás herida? —le preguntó.

El rugido del agua lo obligaba a gritar, como si intentara ahogar el estruendo de las cataratas del Niágara. Se atragantó y empezó a toser.

Su hija le contestó también a gritos.

—Creo que me he fracturado el tobillo. Lo siento, papá. Pensaba que, si llegaba a la iglesia, podría ayudarte.

—Aguanta un poco más.

Olivia rodeaba la tambaleante señal de STOP con los brazos y Chris supo que sus fuerzas se estaban agotando. Observó el agua y descubrió que se hallaba en un lugar donde la corriente era especialmente poderosa. No había tiempo que perder. Apuntaló los pies sobre el tronco del árbol y se lanzó a los rápidos. Esta vez, gracias a la corriente que lo propulsaba, se deslizó a una velocidad asombrosa y, antes de que le diera tiempo a reaccionar, estaba prácticamente encima de Olivia. Se apresuró hacia la señal, temeroso de pasarla de largo, se impulsó hacia la derecha y alargó el brazo tanto como pudo. El poste metálico le golpeó la mano y él se agarró rodeándolo con sólo tres dedos. Su cuerpo siguió desplazándose y, mientras se deslizaba corriente abajo, sintió que perdía agarre. Entonces Olivia lo cogió de la camisa y su cuerpo giró. Rodeó el poste con el codo, metió dos dedos en una de las trabillas del pantalón de Olivia y la atrajo hacia su pecho. Ella soltó la señal y se aferró a él.

—Bonito día para nadar —le murmuró Chris al oído.

No quería que se asustara.

Olivia se rió y se colgó del cuello de Chris. Su pelo mojado se le pegó a cara.

Chris no sabía qué hacer a continuación, y sólo pensaba en resistir allí para salvar la vida de ambos. En ese momento oyó gritar a Hannah y la vio en la ventana de la planta baja de su casa, a menos de quince metros de distancia. El río alcanzaba ya la altura del marco; dentro de la casa, el agua debía de llegarle a las rodillas. Sujetaba entre las manos un pesado rollo de cuerda hecha con trapos anudados; se la lanzó a través de la ventana mientras sujetaba un extremo, pero ni siquiera se les acercó. La cuerda cayó en el agua y se deslizó corriente abajo. Hannah la recogió con rapidez, antes de que los escombros se adueñaran de ella y se la arrancaran de las manos.

—¿Te duele mucho? —le preguntó Chris a Olivia.

—Es como si tuviera un elefante tumbado encima del tobillo izquierdo.

—¿Puedes apoyarlo en el suelo?

—Imposible, papá; lo siento.

—No te preocupes.

—He sido una idiota. Sabía que era Lenny; pensaba que podía convencerle de que parara.

—Ha llegado demasiado lejos. ¿Cómo está Johan?

—No muy bien, papá.

Chris volvió a ver a Hannah en la ventana. Esta vez había atado el extremo de la cuerda al asa de una pesada taza blanca. Enrolló la cuerda desde dentro de la casa y lanzó la taza hacia Chris. Él alargó el brazo y estuvo a punto de atraparla, pero cayó a unos quince centímetros de su mano y Hannah tuvo que recogerla de nuevo y sacarla del agua.

La señal metálica se tambaleó. No resistiría el envite del agua y los escombros.

Hannah volvió a lanzar la cuerda como un jugador de béisbol, como un quarterback en la Super Bowl. La taza salió volando con fuerza por la ventana y desenrolló la cuerda como el hilo de una caña de pescar. Pasó por encima de la cabeza de Chris y aterrizó en el agua, dándole tiempo para pasar la cuerda alrededor de la señal y atarla. Hannah aseguró el otro extremo de la cuerda en el interior de la casa y la tensó tanto como pudo, aunque quedó combada y rozando el agua.

—Es hora de irnos —le dijo Chris a Olivia—. ¿Puedes desplazarte sólo con los brazos?

—Creo que sí.

—Me aseguraré de que el nudo resista. Ve tan rápido como puedas.

Olivia colocó el brazo izquierdo por encima de la cuerda y usó la otra mano para arrastrarse hacia delante. Sus piernas flotaban por debajo del agua. Él la sujetó todo el tiempo que pudo, pero luego su hija quedó a merced de sus propias fuerzas mientras trataba de acercarse con dificultad a la ventana. Marchaba centímetro a centímetro. Chris vio cómo contenía el aliento, cómo su cuerpo flotaba como un corcho, permitiéndole avanzar más deprisa; ya había recorrido la mitad de la distancia que la separaba de la casa.

Su hija miró hacia atrás por encima del hombro y le dirigió una sonrisa de aliento.

Entonces Olivia soltó un grito que se convirtió en un gorjeo, y las aguas la engulleron.

—¡Olivia! —gritaron Hannah y él al unísono.

Ella se aferró a la cuerda con una mano, con la cara hundida bajo el agua. Algo la estaba arrastrando, intentando llevársela corriente abajo. Chris vio la gruesa rama de un árbol que asomaba en el agua y resistía la corriente como una ballena, mientras una sábana blanca rasgada se agitaba detrás de ella, enrollada alrededor de la madera como una cola. Cuando Olivia sacó una pierna por encima del agua, Chris vio el otro extremo de la sábana envuelto en su tobillo roto, tirando de ella. Su hija asomó el rostro por encima de la superficie, jadeó en busca de aire y emitió un gritó agónico; después, volvió a hundirse y desaparecer de su vista, con sólo tres dedos aferrados a su salvavidas. Chris vio la sangre que manaba cuando la cuerda se le clavó en la piel.

Chris avanzó con dificultad colocando una mano sobre otra para acercarse a su hija. Detrás de él, la señal de STOP chirrió a medida que el metal se debilitaba y se doblaba. Al cabo de seis metros, la alcanzó y la agarró por el cuello de la camiseta para sacarle la cabeza del agua. Ella escupió y resolló mientras trataba de llenarse los pulmones de aire. Su boca dibujó una gran «o» y sus ojos se abrieron de par en par con terror y alivio. Mechones de pelo castaño se le pegaban a la cara. Chris sólo podía emplear una mano para sujetarla; la otra estaba cerrada sobre la cuerda para evitar que el río los arrastrara.

No podía avanzar ni retroceder, de modo que se limitó a mantenerse sujeto.

—Señor Hawk.

Chris volvió la cabeza al oír que alguien le llamaba. No estaban solos en mitad del naufragio, atrapados en la crecida del río. Lenny estaba aferrado a la señal de STOP. El agua le llegaba al cuello.

—Señor Hawk, dígame qué tengo que hacer.

—El tobillo de Olivia ha quedado atrapado —contestó Chris de inmediato—. Tienes que liberarlo.

Lenny asintió.

—Vale.

El hermano de Kirk soltó el poste y avanzó lentamente sujetándose de la cuerda, que colgaba como una serpiente sobre el agua. El nudo resistió, pero parecía precario. Lenny se deslizó braceando y arrastrándose hasta la mitad de la cuerda; al llegar junto a ellos, cruzó su mirada con la de Olivia. Ella no podía ocultar su odio, pero en ese momento no importaba. Su vida estaba en sus manos.

—¿Puede sujetarnos a los dos? —preguntó Lenny.

Chris asintió.

—Hazlo. Rápido.

Lenny se aferró a la ropa de Olivia y flotó corriente abajo a lo largo del cuerpo de ella. La cogió de las piernas luchando contra el agua que trataba de llevárselo, y Chris vio como el rostro de Olivia se retorcía de dolor al flexionar el tobillo. Lenny le rodeó la rodilla con un brazo y, con la otra mano, le dobló la pierna izquierda para que el pie quedara por encima del agua. La sábana estaba enroscada alrededor de su tobillo. El chico trató de soltarla, pero la tensión de la rama que pugnaba contra la velocidad del río mantenía el nudo empapado de la sábana tan tenso como la cuerda de un funámbulo.

Lenny la arañó y mordió la tela con los dientes, pero no pudo rasgarlo. Chris notó como se le entumecían los brazos mientras trataba de sujetar a los dos adolescentes contra la fuerza de la corriente.

Lenny se metió la mano en el bolsillo trasero y consiguió sacar algo sin que se le escapara. Era una navaja. Pulsó el botón y una hoja afilada y virulenta se desdobló del mango. Con movimientos incómodos de una mano, empezó a cortar la sábana. Olivia apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza: cada corte de la navaja le desgarraba el tobillo roto. Lenny se mordió el labio mientras trabajaba, cortando los hilos mojados. La sábana empapada opuso resistencia, de modo que optó por clavar la punta del cuchillo. El tejido se deshilachó, se abrió y, al final se rompió. El tobillo de Olivia estaba libre.

—¡Sí!

La rama del árbol salió despedida corriente abajo, como un disparo. Chris arrastró a su hija hacia él, y ella rodeó la cuerda con los brazos y respiró pesadamente. Tenía los ojos cerrados. Lenny se agarró al bolsillo de los vaqueros de Olivia y luego a su camiseta mojada para trepar de nuevo a la cuerda. Luego cerró la navaja y la lanzó al agua. Chris utilizó la mano libre para darle un apretón en el hombro en señal de agradecimiento.

—Ve —le dijo luego a su hija—. Deprisa, entra en casa.

Chris vio cómo su hija avanzaba a nado hacia la ventana. Hannah la esperaba. El agua casi había superado la base del marco de la ventana. Cuando Olivia estuvo cerca de la casa, Hannah sacó los brazos, agarró a su hija por las axilas y tiró de ella a través del marco. Chris volvió a respirar al ver a su hija a salvo, fuera del río.

—Vamos, Lenny —dijo.

Se dirigió hacia la casa y, al volver la vista, vio que Lenny no se había movido. El chico seguía aferrado al centro de la cuerda, mientras las olas y la espuma blanca del agua se arremolinaban a su alrededor. Se le veía pequeño, y en medio de las calles inundadas, podría muy bien haber sido la única persona que quedaba con vida.

—Tenemos que irnos —le gritó Chris.

Lenny le miró desde tres metros de distancia.

—Lo he hecho, ¿eh?

—Sí, lo has hecho.

El rostro del chico se iluminó con una sonrisa que quedó congelada. Fue su último gesto.

El poste de acero de una valla emergió de entre las olas, desde las profundidades del agua, y el río lo arrastró hacia la cabeza de Lenny. Avanzaba a la velocidad de una jabalina y, al chocar contra su cráneo, le fracturó el hueso. El cuello del chico se torció con un chasquido y la sangre empezó a manarle entre el pelo. Los ojos se le cerraron y sus manos se soltaron de la cuerda. El agua le cubrió la cabeza y lo hundió bajo la superficie embarrada.

Chris alargó la mano, pero el muchacho estaba demasiado lejos para alcanzarlo. Contempló cómo la corriente lo arrastraba. Cuando volvió a verlo, su cuerpo avanzaba con los miembros extendidos formando una cruz, cincuenta metros río abajo. Se mantuvo a flote durante unos pocos segundos, inmóvil. Después, la corriente subacuática lo atrapó y Lenny desapareció.