Chris contempló a Olivia desde el quicio de la puerta del dormitorio de Hannah. Su hija sujetaba un lápiz entre los dientes y sus ojos, castaños y profundos, reflejaban una mirada de concentración mientras tecleaba en el ordenador. Un largo mechón de pelo le caía sobre la mejilla y se lo recogió detrás de la oreja. Llevaba una holgada camiseta rosa sobre su escuálido torso, unos pantalones de algodón e iba descalza. Al mirarla, pensó lo que cualquier padre pensaría: que era la chica más bonita del mundo.
Olivia notó su silenciosa presencia, dejó caer el lápiz de la boca y le dedicó una sonrisa.
—Eh, hola, papá —lo saludó y, a continuación, retomó su trabajo.
Era un momento intrascendente y, sin embargo, lo significaba todo para Chris. Si uno no prestaba atención a momentos como aquél, se desvanecían. Chris no podía creer que se hubiera perdido tres años de sonrisas y allí, de pie, se juró a sí mismo que no volvería a dejar escapar ninguno. No pasaría un solo día sin que le dijera a su hija lo que sentía.
Se acercó a ella y la besó en la coronilla.
—Te quiero, cariño.
Olivia dejó de teclear y le dirigió una mirada de extrañeza.
—¿Estás bien?
—Sí.
Chris se sentó en el suelo, junto a la cama, y tomó una fotografía mental de Olivia, la clase de imagen que uno trata de recordar durante años.
—¿Qué haces?
—Buscar información.
—¿Sobre qué?
—Cáncer.
Chris frunció el ceño.
—Ah.
—No me gusta estar sin hacer nada. Me gusta luchar.
—A mí también.
—Estoy tratando de encontrar la mejor manera de darle una patada en el culo al cáncer. ¿Estudio medicina? ¿Me convierto en rata de laboratorio para tratar de encontrar una cura? ¿O simplemente me hago muy rica para poder donar montones de dinero?
Chris se rió.
—Creo que, hagas lo que hagas, le patearás el culo.
—A menos que me metan en la cárcel, ¿no?
—Eso no va a pasar. Ni siquiera lo pienses.
Olivia se levantó de la silla y se sentó en el suelo, junto a él.
—¿Puedo contarte algo? No le he dicho nada a mamá, pero he estado pensando en ello.
—Claro.
—Tengo miedo —declaró ella.
Chris la rodeó por los hombros y la atrajo hacia sí.
—Lo sé. Es normal. Pero recuerda que mamá es también una luchadora.
—Aun así, es muy grave, ¿verdad? Ella no habla del tema, así que supongo que trata de protegerme. Ojalá fuera franca conmigo. Sé lo horrible que puede llegar a ser; lo vi con Kimberly.
—El cáncer es siempre una enfermedad grave, pero tu madre es la persona más fuerte que he conocido en la vida. Excepto tú, quizá.
Su hija habló en voz baja, con la cabeza hundida en el hueco del cuello de Chris, mientras su larga melena le hacía cosquillas en el hombro.
—Todavía la quieres, ¿verdad?
—Olivia… —murmuró él.
—No eres muy buen actor, papá, lo veo en tu cara. ¿Cómo pudiste dejarla marchar si estabas enamorado de ella?
No era una acusación, ni estaba enfadada. Lo dijo con curiosidad, aunque su voz escondía otra pregunta. Estaba oculta detrás de un muro, como un secreto: «¿Cómo pudiste dejarme marchar a mí?». Le estaba pidiendo que fuera sincero con ella, y él le debía ser sincero consigo mismo.
Pensó en un millón de excusas distintas. Un millón de maneras distintas de racionalizar los errores que habían cometido. Todas confluían en una sola cosa.
—Siempre pensé que ella volvería —confesó.
Olivia se quedó un largo rato en silencio.
—Es curioso —dijo al final.
—¿El qué?
—Creo que mamá siempre pensó que tú vendrías a buscarla.
Chris echó la cabeza hacia atrás, la apoyó sobre el mullido edredón y se esforzó por no dejar que las emociones afloraran a los ojos.
—Supongo que todos somos bastante testarudos —comentó ella.
—Supongo que sí.
—Imagino que, cuando todo esto acabe, volverás a tu casa, ¿verdad?
Olivia hablaba con un hilo de voz; su temor era real. Chris le apartó la cabeza de su hombro y le acarició una mejilla.
—Pase lo que pase, Olivia, te prometo que siempre voy a estar a tu lado cuando me necesites.
—Me parece bien.
Olivia se puso en pie de nuevo y se desperezó.
—Debió de ser una putada para Ashlynn —dijo con rostro sombrío.
—¿El qué?
—Descubrir qué clase de hombre era su padre. Descubrir lo que había hecho.
—No sabemos con exactitud lo que Florian hizo o dejó de hacer, Olivia, pero estoy seguro de que quería a su hija.
—Sí, pero ella encontró algo, ¿no? Eso es lo que la llevó a la muerte.
—Tal vez. Creo que descubrió algo sobre el hombre que se hace llamar Aquarius, pero no soy capaz de explicarme cómo lo hizo. Estaba buscando a Vernon Clay pero, según parece, lleva algunos años muerto. Buscaba a Lucia Causey, y ella también está muerta. Si Ashlynn encontró algo, era más lista que todos nosotros.
Olivia se sentó de nuevo ante el ordenador y calentó los dedos como un pianista.
—Bueno, vamos a ver si puedo volver sobre sus pasos.
—Yo también lo he intentado —observó Chris—, pero sin su portátil ni sus notas, soy incapaz de averiguar qué encontró. Escribió un post sobre la muerte de Lucia, aunque no dejó muchas más huellas.
Olivia sonrió.
—No te ofendas, papá, pero esto es trabajo para una hija empollona, no para un picapleitos. ¿Qué hiciste, buscar en Google?
—Pues sí.
—¿Qué más?
—Bueno, supongo que eso fue todo.
Ella alzó los ojos al cielo.
—Vale. Lucia Causey.
Abrió una nueva pestaña y, diez segundos después, anunció:
—Para la edad que tiene, es bastante guapa.
—¿Tienes una foto suya?
—Claro. Está en Facebook.
—Está muerta —objetó Chris.
—Sí, ya, pero en Facebook no se dedican a eliminar las páginas.
Chris contempló una foto de Lucia Causey por encima del hombro de Olivia. Su hija tenía razón. Lucia era una mujer guapa, y no sólo para su edad. En el momento en que se tomó la fotografía debía de tener cuarenta y tantos años. Tenía el pelo negro azabache, nariz aguileña y una sonrisa amplia y seductora. Sus rasgos eran finos y elegantes.
—Me recuerda a Sophia Loren —comentó.
—¿A quién?
—No importa. Creía que tenías que ser amiga suya para poder ver esas cosas.
—Todo depende de tu configuración de privacidad. La mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que deja a la vista de los desconocidos. Por lo general puedes saber dónde viven, qué les gusta, quiénes son sus amigos, esa clase de cosas.
Los dedos de Olivia se deslizaron como un rayo por el teclado.
—Guau, le encantaba Las Vegas. Hay montones de fotos del Strip. Se hospedó en el Bellagio y el Wynn.
—Uno de los miembros del chat mencionó que tenía problemas con el juego.
—Según parece, era muy aficionada al blackjack. Hay enlaces que remiten a páginas de estrategias para el conteo de cartas y direcciones web de Atlantic City, Jackson y un montón de casinos indios. Estaba bastante metida en el tema. Un poco raro para un genio, ¿no?
—Todo el mundo tiene sus debilidades.
—Veamos hasta dónde llegó —dijo Olivia, y volvió a teclear—. Aquí está su dirección: vivía en Cupertino. Por suerte, tiene un nombre singular; es imposible pasar por alto a «Lucia Causey», ¿no? Tampoco le importaba figurar en el listín telefónico. Bueno, y ahora vamos a buscar su casa en los registros del condado.
—Yo también sé cómo hacerlo, ¿sabes? —objetó Chris a la defensiva.
Olivia abrió una ventana en la que apareció una maraña de archivos del registro de la propiedad de California.
—¿Qué significa todo esto?
Chris estudió los registros.
—Significa que hace tres años estuvo a punto de perder su casa. La entidad hipotecaria inició los trámites de ejecución.
—¿Y luego?
—Luego pagaron el préstamo y se retiró el embargo.
—¿Quieres decir que lo cancelaron?
Chris asintió.
—Sí.
—¿Estás diciendo que iba tan atrasada en el pago que por poco la desahucian y que luego canceló la hipoteca?
—Eso es.
—¿Tienes idea de a cuánto ascendía?
Chris se inclinó sobre el teclado por encima del hombro de su hija y pulsó sobre la satisfacción del embargo.
—Un millón seiscientos mil dólares.
—¡Qué hijo de puta! —Olivia se cubrió la boca con la mano—. Lo siento.
—No, has dado en el clavo.
—¿De dónde sacó el dinero?
—Me gustaría saberlo —dijo Chris, aunque no resultaba difícil deducir la verdad.
La liquidación había tenido lugar pocas semanas después de que la demanda contra Mondamin se desestimara.
Olivia abrió otra ventana.
—No puedo creer que esa mujer se suicidara. Si alguien me pusiera un millón de dólares en el regazo, yo no lo haría.
—Ashlynn creía que la habían asesinado.
Su hija frunció el ceño mientras tecleaba.
—Bueno, está claro que la policía no opina lo mismo. Dicen que Lucia se suicidó hace un año en su garaje. De hecho, hoy se cumple un año exacto. ¿Es posible amañar un crimen para que parezca que alguien aspiró los humos del tubo de escape?
—Ésa no es exactamente mi línea de trabajo —comentó Chris—. Supongo que la gente que hace esa clase de cosas puede lograr que resulte convincente.
—Entonces ¿por qué iba a pensar Ashlynn que no se trataba de un suicidio?
—No lo sé. A menos que encontrara algo en los archivos de su padre.
—Me temo que no puedo ayudarte con eso, papá.
—Lo sé.
La besó de nuevo y añadió:
—Gracias por tu ayuda, pequeña.
Olivia volvió a abrir el perfil de Facebook de Lucia Causey y revisó la lista de sus páginas favoritas.
—Mira, aquí hay una buena razón para suicidarse: le gustaba el programa Desesperadamente ricas. Ya ves.
Chris se rió.
—Yo prefiero NCIS.
—Sí, ya, pero tú también tienes como cien años, papá. Vamos a ver, le gustaba el libro Keeping the House, de Ellen Baker, la serie A dos metros bajo tierra, la carrera de disfraces Bay to Breakers, en San Francisco, Luciano Pavarotti, los lazos rosas contra el cáncer de mama, los embutidos y los pimientos de Chiaramonte, el lagarto Geico[5], los wonderbra de Victoria’s Secret y el parque natural de Sunol.
Chris se levantó del suelo y caminó hacia la puerta del dormitorio.
—A mí también me gusta ese estúpido lagarto.
—Ya, y apuesto a que te encantan los wonderbra, papá.
Chris soltó una risita. Había salido de la habitación y estaba en mitad del oscuro pasillo cuando se detuvo en seco. Una corriente de aire frío le recorrió la espalda, como si un fantasma le hubiera bloqueado el camino. Quizá fuera así. Quizá Ashlynn estuviera con él en la casa, susurrándole al oído. Dio media vuelta, regresó al cuarto de Olivia y se agarró con ambas manos al marco de la puerta.
—¿Qué es lo que has dicho? —le preguntó a su hija.
—¿Wonderbra?
—No, no, antes de eso. Algo sobre una tienda de embutidos.
Olivia consultó la pantalla.
—Embutidos y pimientos de Chiaramonte. ¿Por qué, tienes hambre?
Chris no contestó. Lo sabía, y Ashlynn también lo supo; descubrir la verdad debió de resultarle sencillo. La había tenido delante de sus narices desde el momento en que llegó al pueblo. Cada una de las conversaciones con su amigo, el filósofo, debería de haberle revelado lo que estaba ocurriendo. Se había dedicado a buscar una conspiración a gran escala, cuando la realidad era mucho más simple. La realidad trataba del amor y la pérdida.
«Ante una injusticia, ¿es mejor no hacer nada o hacer lo incorrecto?».
Aquarius ya había elegido.
Chris se dio cuenta de que Olivia había descubierto algo más, algo que a él le había pasado inadvertido mientras estaba en su coche, navegando por la red bajo la lluvia. Algo terrible e importante.
—¿Has dicho que hoy se cumple un año del suicidio de Lucia Causey?
—Exactamente hoy —confirmó ella.
Él no dijo nada, dio media vuelta y echó a correr.