Capítulo 43

Florian esperó quince minutos, pero Kirk no apareció.

El parque que había junto al monumento indio era el lugar donde siempre resolvían sus negocios. Su relación no podía exponerse a la vista del público: se realizaba siempre en efectivo, en persona y sólo por la noche. Se encontraban, hablaban, cerraban el trato y se marchaban cada uno por su lado. A Florian no le gustaba, aunque hacía mucho tiempo que había aceptado que todo negocio necesitaba un Kirk Watson para sobrevivir.

Kirk era el solucionador de problemas de Florian. Cuando la locura de Vernon Clay se convirtió en un lastre, le encargó que se ocupara de él. Había esperado no tener que cruzar nunca esa línea, pero el científico no le había dejado otra opción. Desde entonces había dormido tranquilo, convencido de que Vernon ya no constituía una amenaza. Ahora no sabía qué creer. Si Vernon seguía con vida, Florian era consciente del peligro que eso suponía. Si Vernon estaba muerto, entonces Aquarius era un misterio. Nadie sabía qué estaba maquinando.

Entones recordó las palabras de Julia: «Creo que planea matarnos».

Florian comprobó la hora. No podía esperar más. Era poco habitual que Kirk no acudiera a una cita y, cuanto más tiempo pasaba, más le preocupaba que se tratara de una trampa. Abandonó el parque y condujo a través de los embarrados caminos. No apartó la vista de los retrovisores, pero nadie le seguía.

Llamó a Julia para decirle que iba de camino a casa; no contestó. Probablemente estaría en la ducha, preparándose para acostarse, ignorando sus mensajes. Desde la muerte de Ashlynn, cuando él se metía en la cama ella ya estaba dormida. Hacía días que no dejaba que la tocara. Esa noche la despertaría, la desnudaría y le haría el amor apasionadamente. No podía soportar el vacío de su vida una noche más. Estaba muerto, y necesitaba sentirse vivo. Si era capaz de derribar el muro que los separaba, ambos podrían compartir el dolor por su pérdida como el resto de la gente. Podrían encontrar consuelo el uno en el otro. Podrían por fin llorar.

Volvió a marcar el teléfono de su casa.

—Cógelo, Julia —murmuró.

Si su esposa estaba allí, lo dejó sufrir en silencio.

Florian abandonó la carretera y siguió la pronunciada pendiente del risco. La ciudad, el río y su empresa ocupaban el valle a sus pies. Llegó al camino de entrada de su casa y vio que Julia había apagado todas las luces. Le había dejado a oscuras. El abismo que se había abierto entre ellos lo torturaba. Además de tener que enfrentarse a la pérdida de su hija, se había visto obligado a hacerlo solo. Se preguntó si Julia se daba cuenta de lo mucho que todavía la quería. Se preguntó si ella sabría que siempre le había sido fiel.

Pulsó el botón que abría el garaje y estuvo a punto de estamparse contra la puerta. Volvió a intentarlo, pero la puerta no se movió. Estudió la casa a oscuras y reparó en que no había corriente. Las casas del vecindario estaban iluminadas. Todas menos la suya.

Algo estaba ocurriendo, y no le gustaba.

Florian abrió la guantera, donde guardaba una pistola Ruger de nueve milímetros. Todo el mundo sabía quién era, y que tenía dinero. No podía arriesgarse a ser víctima de los asaltantes de los caminos rurales. Agarró la culata de la pistola, la comprobó, salió del coche y siguió las baldosas del camino de entrada hasta la puerta principal, bajo la lluvia.

Estaba entreabierta. La lluvia y la suciedad se colaban por aquel resquicio y caían sobre la lujosa moqueta blanca.

Empujó la puerta con el hombro. En el interior, sin electricidad, la casa permanecía en completo silencio y estaba empezando a enfriarse. El sistema de seguridad estaba desconectado. Se movía a ciegas, pero era capaz de ubicar cada centímetro de la casa con los ojos vendados. Avanzó con el cañón de la pistola levantado y se dirigió hacia la fastuosa escalera espiral que conducía a los dormitorios.

Al llegar a media altura, la llamó:

—¡Julia!

Su voz rompió el silencio. No le importaba quién le oyera. Si había alguien allí, ya habría visto los faros de su coche y sabría que estaba en la casa. Sabría adónde iría: a buscar a su esposa.

—¡Julia! —volvió a gritar.

Ella no contestó, o tal vez no pudiera hacerlo. Le aterrorizaba pensar qué iba a encontrar.

Florian alcanzó el descansillo. La habitación de matrimonio quedaba frente a él. Vio una luz titilante a través de la puerta. No se trataba de una de sus lámparas, sino de la llama de una vela. Por un momento imaginó, que la oscuridad de la casa era una idea romántica de Julia; sin embargo, con sólo abrir la puerta sus temores se hicieron realidad. La habitación estaba vacía; su mujer no se encontraba allí. En su lugar, la vela se burlaba de él desde su mesilla de noche.

Distinguió una hoja de papel sobre la superficie pulida de roble junto a la vela. Un mensaje.

Florian sabía qué era y quién lo había enviado. Se acercó a la cama y contempló cómo la cera color marfil se derretía en hilillos sobre el candelabro y formaba un charco caliente en la base. La llama danzante iluminaba la nota de la mesilla, pero apenas se atrevía a tocarla.

«Julia», pensó.

Sostuvo el mensaje en la mano y, mientras lo leía, sintió que su mundo se venía abajo. Primero su hija y ahora, su mujer. Ya no le quedaba nada.

A LA ATENCIÓN DEL SEÑOR FLORIAN STEELE

TU ESPOSA HA DESAPARECIDO

AHORA SU VIDA ESTÁ EN MIS MANOS

NO PUEDES ESCAPAR DE TU PROPIA DESTRUCCIÓN

NO PUEDES SALVAR TU MUNDO

SÓLO PUEDES SALVARLA A ELLA

YO TE LLAMARÉ Y TÚ VENDRÁS SOLO

MI NOMBRE ES

AQUARIUS