Capítulo 42

La casa estaba vacía. Chris se quedó de pie en el porche con las manos apoyadas en las caderas, sin Hannah ni Olivia. El agua martilleaba en los canalones metálicos y el viento que soplaba sobre su ropa mojada le helaba la piel. Estaba solo bajo la lluvia, sin más compañía que los halos difuminados de las luces de las casas que punteaban las calles. El pueblo parecía abandonado.

Había pasado muchos años en la ciudad, rodeado de gente. Las tierras vacías de las zonas rurales siempre le habían asustado, pero ahora se daba cuenta de que había sido un estúpido; el hecho de estar allí con Hannah, con Olivia, lo había cambiado todo. Lo único que quería era que estuvieran a salvo, con él. Lo que le asustaba más que cualquier otra cosa era la idea de volver a perderlas.

Avanzó bajo el aguacero hacia la iglesia de St. Croix. Entró y llamó a Glenn Magnus, pero no contestó nadie. Las luces del sótano estaban apagadas. Oyó la vibración de las campanas, que zumbaban al viento; contempló el santuario, iluminado sólo con tenues candelabros de pared, y estuvo a punto de pasar por alto la presencia de la única feligresa, arrodillada en el banco más cercano al altar.

Era Hannah.

No quería interrumpirla, aunque se preguntó qué le diría a Dios en sus oraciones. Él nunca había sido creyente, pero ella siempre le había dicho que aun así rezaba por él. Por él, por Olivia, por su familia, por su pueblo, por las mujeres y niños que no tenían a nadie a su lado. Chris trató de imaginar si se habría añadido a sí misma a la lista, aunque no lo creía. Hannah rezaría por cualquier otra persona, pero no por ella.

Contempló el crucifijo que se alzaba sobre el altar y el pensamiento lo asaltó espontáneamente. «Sálvala». No creía que hubiera nadie escuchando ni que su nombre figurara el primero en la lista de plegarias respondidas. Aun así, volvió a pensarlo: «Sálvala».

Hannah notó su presencia; lo vio junto a la entrada de la iglesia y su cara se iluminó con una sonrisa. Al mirarle ahora no pensaba de inmediato en el pasado, el dolor, la ruptura, el asesinato, el miedo. Durante un milisegundo esas cosas no existieron y su única reacción fue un breve e instintivo momento de alegría. Él también sonrió.

Se encontraron a medio pasillo.

—Llegas tarde —comentó ella—. Estaba preocupada.

—Estoy bien.

Ella lo miró a los ojos como si buscara algo.

—No has vuelto allí, ¿verdad?

—¿Adónde?

—A casa de Kirk.

—Claro que no.

Su cara se relajó con un gesto de alivio.

—Me alegro. No creía que lo hubieras hecho.

—¿Por qué me lo preguntas?

Hannah vaciló.

—Tenemos que hablar.

—Lo sé. Tengo que explicarte muchas cosas. Puede que ya sepa lo que le pasó a Ashlynn.

Ella dirigió una mirada nerviosa hacia las puertas del templo.

—Cuéntamelo rápido. No tenemos mucho tiempo.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Estarán aquí enseguida.

—¿Quién?

—La policía.

—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Olivia está bien?

—Sí.

Hannah lo arrastró con suavidad hacia un banco vacío.

—Cuéntame qué has averiguado. Chris se esforzó por ordenar sus pensamientos.

—Ashlynn le contó a Tanya Swenson que tenía una prueba de que Florian y Mondamin estaban relacionados con lo ocurrido en St. Croix. Sospechaba que su padre había orquestado el encubrimiento. Al parecer, no sólo Vernon Clay estaba implicado, sino también Lucia Causey.

—¿La investigadora? —preguntó Hannah—. ¿Crees que falsificó el informe?

—Florian tiene unos tentáculos muy largos —observó Chris—. Lucia está muerta; se suicidó el año pasado, pero Ashlynn creía que la habían asesinado.

Hannah meneó la cabeza.

—¿Qué había descubierto Ashlynn?

—No estoy seguro, pero me vienen a la mente dos personas que podrían querer asegurarse de que no se lo contara a nadie.

—¿Quiénes?

—Una es ese hombre, Aquarius. Ha dejado un rastro que conduce a Vernon Clay y Lucia Causey. Si Ashlynn descubrió su identidad, es probable que decidiera detenerla para evitar que se inmiscuyera en sus planes.

—¿Qué planes?

—Ése es el problema. Nadie lo sabe.

—¿Quién es la otra persona? —quiso saber Hannah.

—Kirk Watson.

Ella se puso tensa y volvió a mirar hacia las puertas cerradas de la iglesia.

—Kirk está muerto.

—¿Qué?

Hannah no se entretuvo a explicárselo; algo hizo que se pusiera en pie de un salto. Chris también se levantó y escuchó el aullido de unas sirenas en la carretera. Era tal como Hannah le había dicho: la policía se acercaba.

—¿Qué está pasando? —inquirió.

Hannah lo guió hacia la parte delantera de la iglesia.

—No les cuentes nada, Chris. Todavía no.

Salieron al vestíbulo. Más allá de las puertas de cristal, tres coches patrulla del departamento del sheriff frenaron con un chirrido en mitad de la calle. Las sirenas sonaban lo bastante alto como para obligarles a cubrirse los oídos; después, se interrumpieron y dejaron sólo un descarnado silencio. Las barras luminosas giraban sobre el techo de los coches; la lluvia, plateada, golpeó a los agentes vestidos con impermeables amarillos que descendieron de los vehículos y se dirigieron hacia los escalones de entrada de la iglesia.

Chris vio que otra persona los acompañaba: un hombre con una gabardina negra y un Fedora. Michael Altman.

Chris y Hannah esperaron mientras el fiscal del condado entraba en el vestíbulo, dejando atrás la lluvia. La expresión de su rostro era sombría. Los agentes desfilaron hacia el sótano. Chris no creía que estuvieran buscando la sala de reuniones de la iglesia: fueron directamente a la habitación de Johan.

—Señor y señora Hawk —los saludó Altman al tiempo que sacudía el agua del sombrero—. Siempre que tengo problemas, ustedes están cerca.

—¿Qué hace aquí? —preguntó Chris.

—Estoy buscando a Johan Magnus.

—¿Por qué? ¿Qué está pasando?

—Alguien ha asesinado a Kirk Watson esta noche.

El cuerpo de Hannah se tensó, pero no dijo nada. Chris se dio cuenta de que su propio corazón estaba frío como el hielo. No le importaba que Kirk estuviera muerto; lo único que quería era proteger a Olivia.

—¿Cómo ha ocurrido?

—Alguien le ha golpeado en la cabeza —explicó Altman— y luego le ha liquidado de dos disparos, uno en la cabeza y otro en los genitales. Muy personal.

Hannah se cubrió la boca con una mano. Chris también se sentía mareado. Altman los observó detenidamente, estudiando sus reacciones.

—Tengo la impresión de que su asesino era alguien que le guardaba rencor —añadió Altman—. Como quizás alguien a cuya hija habían atacado hace poco.

—¿Cree que he sido yo? —preguntó Chris.

—No lo sé, señor Hawk. ¿Dónde ha estado esta tarde?

—Fuera.

—¿Solo?

—Casi todo el tiempo.

No quería causarle más problemas a George Valma recurriendo a él como coartada, y esperaba que la lluvia hubiera hecho desaparecer cualquier prueba de que la noche anterior había estado apostado bajo las ventanas de la casa de Kirk Watson.

—¿Haciendo qué?

—Buscando a Lucia Causey —respondió Chris—. Puede comprobar mi registro telefónico y descubrirá que me he pasado las dos últimas horas realizando indagaciones sobre ella. Seguramente también pueda obtener el historial de las páginas web que he visitado. Me he conectado a una red inalámbrica de Barron. No dude en comprobarlo.

—Lo haré —aseguró Altman—. Hemos encontrado el arma del crimen; se trata de un revólver. En el tambor hay cuatro casquillos vacíos pero, por lo que parece, en el escenario del crimen sólo se efectuaron dos disparos. ¿Eso le sugiere alguna cosa?

Chris sabía a qué se refería.

—Creemos que se trata de la misma arma que utilizaron para matar a Ashlynn Steele —continuó el fiscal del condado.

Altman frunció el ceño y preguntó con toda intención:

—¿Dónde está su hija? Me gustaría hablar con ella.

—Está en su habitación —intervino Hannah—. Lleva allí toda la tarde. No sé lo que ha pasado, pero ella no ha tenido nada que ver. Déjela en paz.

Lo dijo en tono calmado y convincente, aunque Chris sabía que estaba mintiendo. Olivia no estaba en su habitación.

—¿Qué me dice de Johan Magnus? —continuó Altman—. ¿Le han visto?

—No —contestó Chris.

—Usted me dijo que Johan había ido por Kirk. ¿Trató de ponerse en contacto con usted? ¿Le pidió ayuda?

—No, no lo hizo.

—Si lo hubiera hecho, ¿habría tratado de detenerlo?

—Por supuesto.

Chris percibió como el fiscal del condado trataba de dilucidar si estaban siendo sinceros. Su frustración resultaba obvia.

—Tengo que encontrar a Johan Magnus enseguida —señaló.

—¿Para poder acusarlo de asesinato? —preguntó Hannah—. No nos pida ayuda para eso. Quienquiera que haya matado a Kirk, le ha hecho un gran favor al mundo.

—También trato de proteger al chico.

—¿Protegerlo? ¿Por qué? ¿De qué?

—Hemos recibido una llamada del hermano de Kirk —les explicó Altman—. Lenny Watson nos contó que habían asesinado a Kirk y nos indicó dónde estaba el cuerpo. También nos dijo que Johan se hallaba en el escenario del crimen, cubierto de sangre.

—¿Y usted le cree? —quiso saber Chris.

—No importa si le creo, ésa no es la cuestión. Cuando llegamos a la casa, no encontramos a Lenny por ninguna parte. Él también ha desaparecido y estamos intentando encontrarle. En su llamada a emergencias, Lenny aseguró que iba a vengar la muerte de su hermano; tiene intención de matar a Johan.

—¿Dónde está Olivia?

Ambos estaban de vuelta en el porche de casa de Hannah, resguardados de la lluvia. Hannah dejó el paraguas rojo sobre una de las sillas Adirondack y le hizo un gesto para que la siguiera hacia el interior de la casa, cálida y silenciosa. Ella se sacó el impermeable y miró la iglesia a través de la ventana; el hervidero de actividad policial seguía en marcha. Nadie les había seguido y nadie les observaba.

—¿Está aquí? —insistió él.

Hannah señaló la puerta cerrada que conducía al sótano.

—Acudió a mí en busca de ayuda. Acudieron los dos. No iba a negársela, Chris.

—Por Dios, Hannah. Dime que ella no estaba en casa de Kirk esta noche.

Hannah no contestó, pero él sabía que era justo allí donde había estado. Abrió la puerta del sótano; la luz estaba apagada.

—Olivia, soy yo —gritó en la oscuridad.

A continuación, encendió la luz y descendió por la escalera de madera junto a los bloques de piedra de los cimientos. Hannah lo seguía. El frío y la humedad se habían adueñado de aquel espacio. Chris vio algunas alfombras distribuidas sobre el suelo y estanterías metálicas alineadas en las paredes. Los conductos y tuberías formaban un laberinto por encima de sus cabezas. Los ratones se habían abierto camino por debajo de la casa cavando túneles en el aislamiento de color rosa.

Chris vio un sofá azul raído arrimado a la pared norte. Durante la temporada de tornados, allí era donde esperaban a que pasara la tormenta.

Olivia estaba sentada en el sofá con el brazo alrededor de la cintura de Johan Magnus.

Acababan de ducharse: vestían ropa limpia, su piel estaba rosada y se cubrían el regazo con un manta. Chris oyó el estrépito de la secadora; habían lavado su ropa y Hannah les había ayudado: había destruido las pruebas.

Johan no dijo nada; se le veía abrumado. Olivia, por el contrario, parecía estar al mando. Ella era la fuerte, la decidida. Cuando habló, su voz sonó perfectamente tranquila.

—No ha sido Johan, papá —le dijo—. Él no ha matado a nadie. Es inocente, como yo.