¿Dónde estaba Johan?
Olivia no podía ponerse en contacto con él, y se sentía impotente. Era incapaz de quedarse sentada esperando mientras él lanzaba su vida por la borda. Al caer la noche supo que tenía que actuar con rapidez y adónde tenía que ir. Se deslizó a través de la ventana de su habitación, avanzó agazapada por las calles mojadas de St. Croix y tomó prestado un oxidado Pontiac Grand Am del garaje de uno de sus amigos. Cuando llegó a la carretera, encendió las luces largas. A su espalda, los neumáticos levantaban una estela de agua, como si fuera una ola. La casa de Kirk estaba a diez minutos y, a medida que recortaba los kilómetros que la acercaban a él, el terror hizo que se le formara un nudo en la garganta.
Aparcó en la cuneta, cerca de la calle Ciento veinte. Al salir, una oleada de lluvia la golpeó en el pecho. Corrió hacia el camino de tierra, donde se detuvo y observó el claro entre los árboles. Era como meterse en la cueva del monstruo. Aspiró el olor del humo de una chimenea y el aroma a pino. El viento soplaba con fuerza. Avanzó con cautela, a oscuras, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros. Los pies se le hundieron en el agua y los mechones de pelo mojado se le quedaron pegados a la cara.
Las ramas del denso follaje le arañaban el rostro, y el constante repiqueteo de la lluvia ahogaba los demás ruidos del bosque. Olivia pensó que, si había alguien rondando por allí, no lo oiría hasta que tuviera su aliento en la nuca. Su mente empezó a llenarse con escenas que parecían sacadas de una película de terror, pero Olivia sabía que eran reales. En la noche invisible, se encontró de vuelta en el vientre del vagón de tren, mientras los chicos se ensañaban con ella. Echó un rápido vistazo a los punzantes recuerdos de lo que había enterrado en su mente. Sintió el peso aplastante de sus manos en su piel, sujetándola contra el suelo. Su cuerpo se revolvía sobre el metal, sacudido de dolor.
«No es real».
Quería marcharse a casa, pero no podía.
Avanzó paso a paso, como si fuera ciega. Cuando su rodilla chocó con algo duro, se detuvo, tanteó con las manos y pasó los dedos por metal mojado. Era un coche, aparcado en el barro bajo una cubierta de arbustos. Se metió la mano en el bolsillo y sacó su llavero, del que colgaba una linterna que arrojaba una luz muy tenue, suficiente para iluminar la matrícula del vehículo. La reconoció. El coche pertenecía a Glenn Magnus.
Johan estaba allí.
El vehículo estaba vacío, pero al colocar la mano sobre el capó notó el calor del motor. Llevaba poco tiempo allí, y todavía tenía alguna posibilidad de atraparlo. Abrió la boca para gritar su nombre, pero se contuvo y se mordió la lengua para quedarse callada. No podía dejar que nadie los descubriera. Aun así, sintió la cercanía de su presencia, como si una señal inalámbrica los conectara. Los antiguos sentimientos volvieron a ella, con más fuerza que nunca. Recuerdos de ellos dos en el campo de maíz el verano anterior, reemplazados por los recuerdos sombríos del vagón de tren. Sintió cómo él la abrazaba mientras hacían el amor. La primera vez para ella, y también para él. El peso del cuerpo de Johan encima del suyo, excitándola.
Olivia aceleró el paso. Tenía que encontrarle.
Alcanzó la casa de Kirk, a sólo unos pasos del negro río. Estaba inundada de luz, aunque no vio a nadie moverse en el interior. Reconoció la camioneta de Kirk, aparcada cerca del garaje. Estaba en casa. ¿Lo estaba? Aquella tranquilidad la inquietaba. Había esperado oír música de fiesta, o voces de chicos, o los estúpidos grititos de chicas que no daban más de sí. En lugar de eso, la casa estaba en silencio, como una tumba.
Se acercó con sigilo, expuesta a las luces del garaje. Si Johan podía verla, esperaba que se descubriera y la llamara. Nadie lo hizo. Pasó junto a la camioneta hacia los escalones del porche. El chirrido de los tablones sueltos hizo que se estremeciera. Cuando llegó a la puerta principal, hizo pantalla con ambas manos para mirar dentro. Las luces de la sala estaban encendidas y la habitación, hecha un desastre. Alguien la había puesto patas arriba. Dos de los cajones de un archivador estaban abiertos y su contenido, esparcido por el suelo, cubierto de papeles y fotografías. El ordenador de sobremesa yacía también en el suelo, con la carcasa metálica arrancada.
¿Qué diablos era todo aquello?
Olivia retrocedió y deshizo el camino por el porche. Miró a través de cada una de las ventanas y distinguió más huellas de aquella búsqueda frenética, pero no vio ningún ser vivo. Ni a Kirk ni a Johan. Alcanzó la esquina trasera de la casa, de espaldas al bosque y el río. La ventana de la esquina daba a un dormitorio pequeño, de tres por tres metros y medio. Vio los libros de texto del instituto sobre el escritorio de contrachapado e imaginó que era el cuarto de Lenny, el hermano de Kirk. Tenía una lámpara de lava que brillaba con nubes flotantes de color naranja. El suelo estaba cubierto de ropa sucia, y en las paredes había pósteres de estrellas del porno desnudas. De frente. De espaldas. De rodillas. Era una visión asquerosa.
Sobre la cama, bajo la ventana, vio también otras fotografías. Fotos de ella.
Olivia se sintió de nuevo agredida. Se vio a sí misma en la piscina de la escuela. En la calle, frente al centro que dirigía su madre. En el jardín de su casa de St. Croix, con Tanya. A todos los sitios a los que había ido, él había estado allí con ella. Espiándola. Lenny llevaba semanas siguiéndola.
Se apartó de la ventana y, de repente, una mano le tapó la boca desde atrás mientras otra se escurría por su cintura, recorriendo la piel de su estómago con unos dedos sucios.
El contacto con una mano masculina la accionó como una bomba. Lanzó el codo hacia atrás, directo al hígado de su atacante, con tanta fuerza que pensó que el órgano se desparramaría sobre el suelo embarrado. Oyó un aullido de dolor y sintió como aquellas manos se aflojaban sobre su cuerpo. Una vez liberada, se dio la vuelta y lanzó un puñetazo con la mano izquierda que colisionó contra un costado del cráneo. Otro gemido. El tipo agitó las manos delante de la cara para defenderse; ella empujó con fuerza aquel pecho desnudo y las piernas de él trastabillaron hasta caer al suelo, de espaldas. Su cuerpo no era más que un pedazo de piel mugrienta; estaba desnudo. Olivia se preparó para chutarle en la entrepierna, como si fuera un jugador de fútbol, pero el chico se apartó retorciéndose y gritó:
—¡No!
Entonces Olivia se concentró en su cara. Era Lenny. Echó un vistazo alrededor, esperando que Kirk y los demás chicos de Barron cargaran contra ella. No lo hicieron. Estaban solos.
—¡Lenny, cabrón!
El chico soltó un gemido sobre el suelo, a sus pies.
—Lo siento, lo siento. Olivia, no sabía que eras tú.
Cerca del chico había una manta de lana sucia y Lenny se esforzó por cubrir su cuerpo.
—De verdad, no lo sabía.
—¿Dónde está Kirk?
—No lo sé. Me echó de casa y he dormido en la camioneta.
—¿Has visto a alguien más?
—No, a nadie. Ya te lo he dicho, estaba durmiendo. Algo me despertó.
Lenny se puso en pie con dificultad mientras se sujetaba la manta alrededor de la cintura. Tenía un torso esquelético y sus brazos parecían palillos. Sus ojos recorrían con avidez el cuerpo de Olivia. Ella se dio cuenta de que los pezones se le transparentaban a través de la tela empapada de la camiseta y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Cuánto hace que me sigues?
Lenny abrió los ojos de par en par.
—¿Qué?
—Me has estado siguiendo, asqueroso. He visto las fotos encima de tu cama.
—No es lo que crees. Sólo me gusta mirarte.
—Eres repulsivo.
—Lo siento. De verdad.
Olivia vio cómo él se ajustaba la manta alrededor de la cintura y supo que se estaba excitando. Volvió a sentir ganas de atizarle un puntapié en la entrepierna.
—Ve a ponerte algo encima.
—Sí. Vale.
Lenny se apresuró y pasó junto a ella. El contacto con su hombro hizo que Olivia apretara los puños. Él introdujo los dedos por debajo del marco, abrió la ventana de su habitación y entró en la casa, mientras ella desviaba la mirada: no quería ver su cuerpo desnudo. Le oyó abrir los cajones y sacar ropa. Cuando volvió a salir, vestía una camisa de franela y pantalones de pana azul, y se había peinado el pelo mojado y grasiento hacia atrás.
—Enséñame las fotos —le ordenó ella antes de que cerrara la ventana.
—¿Eh?
—Las fotos que has tomado. Quiero verlas.
Él pareció querer echar a correr.
—Entra y cógelas, Lenny. Ahora.
Lenny se inclinó por encima del alféizar y apiló desordenadamente las fotos que había sobre la cama. Estaban impresas en papel de fotocopiadora y las había tomado con la cámara de su móvil, con poca resolución; la mayoría estaban borrosas. Lenny se las tendió y la lluvia empapó los colores de inmediato. Olivia fue pasando las fotos y el papel se convirtió en una masa blanda.
Las contempló una a una y, a medida que lo hacía, las iba estrujando y las lanzaba al suelo con rabia. Lenny había estado en todas partes, espiando, observando, y no sólo en la calle: también la había espiado mientras estaba en su cuarto, desde un árbol cercano al río. Se vio a sí misma tendida en la cama leyendo, bebiendo de una lata de refresco mientras hacía los deberes en su ordenador. Algunas fotos estaban tomadas de noche, mientras se preparaba para acostarse: ella saliendo de la ducha envuelta en una toalla, ella en camisón corto. Había una, tan borrosa que debía de haberla sacado con manos temblorosas, en la que se apreciaba su perfil desnudo.
Olivia le propinó un bofetón que le dejó la marca rosada de su palma estampada en la mejilla. Lenny no dijo nada; se limitó a quedarse allí de pie y aceptarla.
Ella dejó caer las fotos al suelo y empezó a pisotearlas; sin embargo, al distinguir una escena iluminada por la luna, tan oscura que casi resultaba indistinguible, se detuvo. Había algo en ella que le llamó la atención. Volvió a coger las fotos del suelo y pasó frenéticamente unas diez más, tomadas en apariencia la misma noche. La mayoría estaban demasiado oscuras o desenfocadas para ver nada, pero encontró dos lo bastante luminosas para poder identificarlas. En ellas, no estaba sola: Tanya la acompañaba. Al mirarlas más de cerca, vio también a alguien más.
Era Ashlynn.
Las fotos se habían tomado en el pueblo fantasma.
—¡Estabas allí! —gritó—. ¡Tú nos viste!
Lenny tiró de los faldones de su camisa de franela, mal abotonada por las prisas.
—Estaba al otro lado de las vías del tren.
—¿Lo viste todo?
—Sí. Pensé que ibas a dispararle.
—No lo hice.
—Lo sé. Te vi marchar.
Olivia lo agarró por los hombros y le gritó a la cara.
—¿Y no has dicho nada? ¿Dejaste que me detuvieran? ¿Dejaste que Kirie y esos cabrones vinieran por mí? Tú sabías que yo no la maté. ¿Cómo has podido hacerme esto?
—No… no lo sé. Pensé que, bueno, que si te procesaban o algo así, yo podría convertirme en un héroe. Podría salvarte.
—Hijo de puta.
—Lo siento mucho, de verdad —gimió él.
—¿Viste quién mató a Ashlynn?
—No, no, me largué cagando leches. Me fui justo después que tú.
Olivia trató de decidir si le creía, esforzándose por controlar sus emociones. Todo lo que le había pasado, todo lo que había sufrido podría haberse evitado si Lenny hubiera abierto la boca.
—¿Fuiste tú? —preguntó—. ¿Le disparaste?
—¡No!
Olivia dobló las fotografías mojadas y se las metió en el bolsillo.
—Mañana irás a hablar con la policía, Lenny. Vas contarles lo que viste.
—Sí, claro. Lo que tú digas.
—También les explicarás lo que Kirk me hizo.
Lenny negó con la cabeza.
—Joder, Olivia, sabes que no puedo. ¡Es mi hermano!
Olivia observó de cerca la cara de Lenny y se percató de que tenía moratones recientes y sangre seca en la piel.
—¿Kirk te ha hecho esto? ¿Es así como te trata tu hermano?
—Me lo merecía. Soy un perdedor.
—Serás un perdedor si no me ayudas.
—Kirk lo ha hecho todo por mí. Si no fuera por él, yo estaría muerto.
Olivia sabía que no podía ganar. Aunque Lenny la quisiera, quería aún más a su hermano. O le tenía más miedo.
—¿Dónde está?
—No lo sé. ¿Por qué has venido? ¿Qué está pasando?
—Estoy intentando evitar una desgracia.
—¿Como cuál?
—Que maten a alguien. ¿Dónde está Kirk, Lenny? Su camioneta sigue aquí. Si no se ha marchado, ¿adónde ha ido?
—Te lo he dicho; no lo sé.
—Antes has dicho que algo te ha despertado —recordó Olivia—. ¿Qué era?
—Creo que lo he soñado. Parecían disparos.
—¿Disparos? ¿Desde dónde?
—En el bosque, cerca del río.
Lenny se llevó los puños a la boca.
—Oh, joder.
—Vamos, tenemos que comprobarlo. ¿Tienes una linterna?
—Sí.
Lenny se deslizó de nuevo por la ventana de su cuarto y salió con una Maglite roja. Olivia se la arrebató y apuntó el haz de luz hacia el río, iluminando los torrentes de lluvia. Luego cogió la mano sucia de Lenny y lo arrastró hacia el bosque. Allí donde el camino se adentraba en los árboles, distinguió las profundas huellas de unas botas llenas de agua. Aguzó el oído, pero el tamborileo del agua ahogaba cualquier otro sonido. El río se abría paso frente a ellos como una gruesa serpiente.
—¿Qué hay ahí abajo? —le preguntó a Lenny.
—Nada.
Olivia supo que estaba mintiendo. Se detuvo y dirigió el haz de la linterna hacia su rostro; él levantó una mano y se cubrió los ojos. La lluvia corría por el acné y los cortes de su cara.
—Dímelo —le exigió.
—No lo sé. Kirk dice que tiene algo grande ahí abajo, pero no me deja ir con él.
Olivia abrió la marcha atravesando el barro. El río batía contra la orilla, junto a ellos. No sabía cuánto habían avanzado y no le gustaba la idea de que Kirk estuviera por allí, de encontrarse con él a solas. Pensó en apagar la luz, pues constituía un faro para cualquiera que estuviera en el bosque; sin embargo, sin ella sería como avanzar con los ojos cerrados.
Crac.
Se detuvo tan rápido que Lenny tropezó con ella. Alguien acababa de pisar una ramita. Apartó el haz de luz del camino y contuvo un grito: a menos de tres metros, había un chico mirándola.
Allí estaba, paralizado entre los troncos descamados de dos abedules.
—Johan —susurró.
La cara del chico estaba pálida de espanto.
—¡Olivia! ¿Qué estás haciendo aquí?
Se lanzó hacia ella a través de la maleza y se abrazaron como dos amantes, del modo en que lo habían hecho el verano anterior. La luz de la linterna bailaba enloquecida. Detrás de ellos, Lenny resultaba casi invisible en la noche.
Ella detectó el terror en los ojos de Johan.
—¿Qué pasa?
Al ver que él no contestaba, recorrió su cuerpo con el haz de luz de la cabeza a los pies. Sus zapatillas deportivas estaban salpicadas de rojo, igual que el dobladillo de los vaqueros.
—Oh, Dios mío, Johan, ¿qué has hecho?
Lenny también vio la sangre.
—¡Kirk! —gritó Lenny.
Johan cogió a Olivia de la mano.
—Tenemos que largarnos de aquí ahora mismo. No estamos a salvo.
—¡Kirk! —volvió a gritar Lenny.
El muchacho agarró la linterna de la mano de Olivia, se sumergió entre los árboles y fue engullido por la oscuridad mientras chillaba una y otra vez el nombre de su hermano.
—Rápido —dijo Johan, encendiendo su propia linterna—. Tenemos que darnos prisa.
Olivia sentía una extraña calma.
—Tengo un coche. No podemos coger el tuyo, lo están buscando. Vamos.
Habían avanzado menos de veinte metros cuando oyó un chillido de angustia. Era Lenny desde algún lugar entre los árboles, detrás de ellos. Olivia no se detuvo; no le preguntó a Johan qué había encontrado Lenny y no le importaba. Lo único que le importaba ahora era que estaban juntos.
Y siguieron corriendo.