Capítulo 40

Cuando Kirk hundió la pala en la tierra empapada, el filo la atravesó con facilidad. Después, levantó una pesada pila de barro en el aire y la volcó junto al agujero. El tamborileo de la lluvia que caía sobre los árboles ahogaba el sonido de las paladas. El sudor y la lluvia se le colaban por el cuello de la camiseta sin mangas y le corrían por la espalda. Los brazos y las manos se le tiñeron del color negro de la tierra. Trabajaba a un ritmo febril, espoleado por la ira y la embriaguez.

Se hallaba a menos de doscientos metros de su casa. Se trataba del lugar más aislado que había podido encontrar para enterrarlo. Debería haberse deshecho del cadáver de forma permanente, pero en algunos trabajos le gustaba disponer de un seguro. Si quemabas el cuerpo asesinado de alguien, perdías la ventaja. Y, siempre que trataba con Florian Steele, a Kirk le gustaba jugar con ventaja. ¿Quieres joderme? Pues mira cómo te jodo yo a ti.

Mientras supiera dónde encontrar a Vernon Clay, Kirk no tenía nada que temer de Florian.

El agujero aumentó de tamaño y profundidad. El agua subterránea rezumaba por los lados. Tras cavar medio metro, tuvo que meterse dentro para alcanzar el fondo. No necesitaba recuperar el cuerpo entero, sino sólo lo suficiente para convencer a Florian de la verdad. Vernon estaba muerto. Kirk se había asegurado de ello. Una bala en mitad de la frente, disparada con un arma enterrada en el lodo de una ciénaga en las afueras de Mankato.

—¿Te acuerdas de mí, Vernon? —preguntó Kirk al agujero negro del suelo—. Apuesto a que sí. Cuando me presenté en tu puerta me preguntase si era de la CIA. Qué gracioso. La CIA. Yo te dije: «Oh, sí, le necesitan en Washington, señor».

Kirk se apoyó en el mango de la pala y se rió con la cara enterrada en el brazo. Una frase para morirse de risa. Debería haber sido cómico. «Le necesitan en Washington, señor». Después de eso, fue muy sencillo. Seguir a Clay afuera, derribarlo con un golpe de culata, arrastrarlo hasta allí. No despertó. Clay estaba inconsciente cuando Kirk lo lanzó en el agujero y le metió una bala en el cerebro. Mejor eso que enterrarlo vivo: ésa era la clase de cosa que podía provocarte pesadillas.

La mente funciona de un modo curioso. Uno no siempre cree en algo, aunque sepa que es verdad. Una parte de él desvariaba imaginando qué habría en realidad en aquel agujero. Sabía que se hallaba a escasos centímetros del cuerpo de Vernon Clay, pero cuanto más cavaba, más se obsesionaba su mente embriagada con que algo había salido mal. Vernon había sobrevivido a la bala que le metió en el cráneo, había escarbado la tierra que cubría su cuerpo y había escapado. Estaba allí fuera, tomándoles el pelo a todos.

«Mi nombre es Aquarius».

Kirk golpeó algo duro. Por fin.

Lanzó la pala fuera del agujero, sobre la montaña de tierra, alcanzó la linterna y la enfocó hacia sus pies. Allí estaba. Vernon Clay, o lo que quedaba de él. Hacía mucho que los gusanos habían devorado su carne. Kirk se agachó, retiró la suciedad de los huesos y vio que había desenterrado la mano y el antebrazo del hombre muerto. Los huesos se habían vuelto quebradizos. Hizo palanca con el talón sobre los huesos de la muñeca y tiró de la mano hasta arrancarla de cuajo con un desagradable chasquido.

—Le necesitan en Washington, señor —dijo con su voz más grave, y volvió a reírse a carcajadas.

Depositó la mano en el suelo y salió del agujero de metro y medio. Temblaba. Estaba sucio, empapado y tenía frío, y quería darse una ducha antes de reunirse con Florian. Pensó en arrastrar a su hermano hasta allí y obligarlo a rellenar el agujero, pero seguía lo bastante cabreado como para empujarlo adentro y cubrirlo de barro. Leno, te presento a Vernon.

Kirk se inclinó en la oscuridad para coger la pala y tanteó el suelo con las manos para localizar el mango, pero no pudo encontrarlo. Enfadado, enfocó la pirámide de tierra mojada con la linterna y se percató de que la pala había desaparecido. Distinguió la hendidura del palo, nada más.

—¿Qué coño…? —dijo en voz alta.

Su cerebro le lanzó una señal de advertencia pero, en ese mismo momento, oyó un silbido tan alto y cercano que pensó que provenía del esqueleto tendido a sus pies, que entonaba una melodía entre los restos de sus dientes. Se equivocaba. Se volvió hacia el sonido, aunque fue demasiado lento para agacharse o gritar. El silbido le aulló en los oídos y el filo de la pala le azotó la cabeza con la fuerza arrolladora de un camión. No lo vio venir.

Chris supuso que la muerte de una destacada investigadora universitaria habría aparecido en las noticias. Encendió su portátil, salió del aparcamiento del instituto hacia las calles residenciales de Barron y no tardó en encontrar una red inalámbrica abierta que utilizó para acceder a internet. Estacionado en la calle bajo la lluvia, con la luz del techo de Lexus proyectando sombras a su alrededor, realizó una búsqueda en Google y encontró un artículo con los hechos básicos.

Lucia Causey, cincuenta y un años, profesora e investigadora en el campo de la epidemiología del cáncer con plaza en la Facultad de Medicina de Stanford, había sido hallada muerta en el garaje de su casa en Sunnyvale. Había conectado la manguera de la piscina al tubo de escape y redirigido los gases tóxicos hacia el asiento delantero de su Accord.

Lucia se había suicidado.

¿Por qué?

Eso era lo que Chris quería averiguar. Quizá su muerte no estuviera relacionada con lo ocurrido en Barron, pero recelaba del hecho de que algunas de las personas que podían saber lo que había ocurrido en Mondamin ya no estuvieran vivas para hablar de ello. Vernon Clay había desaparecido. Lucia Causey estaba muerta. Y Ashlynn también. ¿Qué había descubierto la chica?

Chris realizó otra búsqueda, esta vez de comentarios en blogs relacionados con Lucia Causey el día siguiente a su muerte, cuando la noticia debía de haberse extendido por el campus. La mayoría de los resultados eran intrascendentes: muestras de incredulidad o pésame, preguntas sobre las clases o los proyectos de investigación en los que participaba, discusiones sobre la concienciación y la prevención del suicidio y un puñado de diatribas religiosas. Volvió a intentarlo cambiando los términos de la búsqueda y encontró una mención a la muerte de la científica en el chat de un blog llamado «La verdad sobre la intoxicación por pesticidas».

El alias del moderador del chat captó su atención: CHICO_VERDE_AMES.

¿Otra coincidencia? El activista medioambiental cuyas huellas dactilares habían sido encontradas en una de las cartas de Aquarius vivía y trabajaba en Ames, Iowa. Cargó el hilo de la conversación, la cual consistía básicamente en una discusión entre el chico de Ames y un asistente de investigación de Stanford que usaba el alias WUNDERLICH. Chris repasó los comentarios:

CVA: Lo siento por sus hijos, tío, pero me cuesta sentir lástima por ella. Era una VC.

W: Su marido y ella no tenían hijos. ¿Qué es una VC?

CVA: Vendida a los contaminadores.

W: Eh, cálmate, verde. Te equivocas. Era una tía honesta.

CVA: ¿Qué me dices de Mondamin? Consiguieron revocar la demanda por contaminación ambiental gracias a ella.

W: Ése es sólo uno de tantos casos en los que trabajó. También redactó otros muchos informes favorables a la acusación.

CVA: Muchos más en favor de la defensa. El tema de Mondamin apestaba.

W: Coño, debe de ser genial ver el mundo en blanco y negro. En algunos casos se ha comprobado la existencia de factores desencadenantes, pero no puedes culpar a la química de todos los linfomas.

CVA: Abre los ojos, colega. ¿Quién firma los cheques para los departamentos de investigación de las universidades?

W: Lucia estaba limpia.

CVA: Y se suicidó. ¿Se sentía culpable?

W: Cierra la puta boca.

CVA: Sólo era un comentario. ¿Se veía venir?

W: No.

CVA: Entonces ¿por qué lo hizo?

W: ¿Quién sabe por qué hace alguien algo así? Puedes ser muy brillante y estar jodido. Ella tenía problemas. Depresión. Asuntos de juego.

CVA: ¿Dejó alguna nota?

W: Creo que no. Todo esto es una putada.

CVA: El cáncer es una putada. Los pesticidas son una putada. El suicidio es algo rápido.

W: Ella ODIABA el cáncer.

CVA: Me sigue pareciendo que se sentía culpable. VC.

W: Lucia era mi amiga, y se suicidó. Que te den.

Después del último comentario había un silencio por parte del bloguero de Ames.

Chris trató de comprender las implicaciones de lo que acababa de leer. Si el participante en el chat que vivía en Ames era el mismo hombre cuya huella dactilar se había hallado en el papel del hotel, estaba claro que no se contaba entre los fans de Lucia Causey. También había mencionado Mondamin de forma específica. Sin embargo, según Michael Altman el activista de Ames se encontraba en una prisión de Iowa, lo cual significaba que no podía tratarse del hombre que se hacía llamar Aquarius. Aquello era otro callejón sin salida.

Estaba a punto de cerrar el portátil cuando se dio cuenta de que el chat sobre contaminación ambiental seguía en otra página. Pulsó para continuar el hilo de la conversación y vio que había un comentario adicional que no pertenecía a ninguno de los dos participantes originales, sino a alguien distinto. Estaba fechado tan sólo dos semanas atrás, mucho después de que se iniciara el hilo.

Al verlo, Chris se quedó petrificado. Lo habían escrito tres días después de que Ashlynn llamara a Stanford, y el participante había utilizado sus iniciales: AS.

Eran demasiadas coincidencias. Aquello no era fruto de la casualidad.

Leyó lo que Ashlynn había escrito y pensó que la chica le había dejado una pista, como si le estuviera hablando desde la tumba. Si es que era Ashlynn. Si es que era cierto.

AS: Lucia no se suicidó. La asesinaron.