Chris se despertó con un zumbido, como si un insecto volara alrededor de su cabeza. Abrió los ojos, momentáneamente desorientado. Estaba solo en la cama de Hannah y en la casa flotaba un grasiento y seductor aroma a beicon frito. El zumbido provenía de su teléfono, que vibraba en el bolsillo de los pantalones que había tirado al suelo cuando se desvistió y que ahora estaban doblados sobre la cómoda de Hannah.
Salió de la cama desnudo y recuperó el móvil. En la pantalla había un mensaje de Michael Altman.
«Tengo que verle. MA».
Chris escribió una respuesta al fiscal del condado: «¿En una hora en su oficina?».
Se dio una ducha y volvió a vestirse. Encontró a Hannah en el piso de abajo, frente a los fogones y con un delantal por encima de su ropa de trabajo. Olivia estaba sentada a la mesa de madera, jugueteando con un huevo escalfado en el plato mientras masticaba un pedazo de beicon crujiente. Su exmujer hizo un gesto con la cabeza en dirección a Olivia y le dirigió a Chris una mirada elocuente que él entendió: lo que había pasado entre ellos debía permanecer en secreto ante su hija.
Se sentó a la mesa, y Hannah le puso delante una taza de café y un cuenco con muesli. La expresión de Olivia era sombría, como si tuviera la cabeza en otra parte, y movía incansablemente las piernas por debajo de la mesa.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
Su hija no le miró.
—Sí.
—¿Estás segura?
Ella le dedicó una sonrisa, pero parecía falsa.
—Estoy segura.
Chris no insistió. Olivia ya había sufrido bastante. Si necesitaba tiempo, él quería que lo tuviera.
Hannah se sentó entre ellos y esbozó una pequeña y tímida sonrisa a Chris que su hija no vio. Comieron casi en silencio, y él se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos su rutina matinal desde el divorcio. Ahora se sentía como en los viejos tiempos, en Minneapolis, cuando se preparaban para salir de casa por las mañanas. Cuando terminó, Chris dejó el cuenco en el fregadero y besó la cabeza de su hija. Ella le abrazó por la cintura, y le pareció una sensación muy agradable.
—Te acompaño —dijo Hannah.
Caminó junto a él hasta el coche. La mañana, gris, prometía más lluvia. Se quedaron de pie en el camino de entrada, conscientes de la incomodidad que reinaba entre ellos y sin estar muy seguros de cómo suavizarla. Él pensó en besarla, pero no lo hizo. Volvían a comportarse como un par de adolescentes.
—Ha estado bien —dijo Hannah finalmente.
—Sí, así es.
—Llevaba mucho tiempo sin hacerlo —añadió ella.
—Yo también.
Hannah sonrió.
—Sí, seguro. ¿Cuánto es mucho tiempo para un hombre? ¿Un mes?
—Un año y medio —dijo él—, y no fue más que un estúpido rollo de una noche.
—¿De verdad?
Parecía sorprendida, pero meneó la cabeza como si estuviera enfadada consigo misma.
—Lo siento, no es asunto mío. No sé por qué hablo así. No esperaba que esto ocurriera.
—Yo tampoco.
—Están pasando tantas cosas: el cáncer, Olivia… Yo sólo…
—No necesitas justificarte.
—Ha sido un error.
—¿Ah sí?
Ella pareció incomodarse.
—No voy a decirte que me arrepienta, pero no tenemos que convertirlo en algo importante, ¿no?
—Tal vez deberíamos.
Hannah extendió una mano hacia su cara, pero la retiró antes de llegar a tocarla.
—Piensa en nuestra situación, Chris. Ya tenemos bastantes cosas de las que preocuparnos con Olivia y, ahora mismo, no nos hace ninguna falta añadir más complicaciones.
Él asintió, aunque no se sentía feliz.
—Eso es cierto.
—Lo siento.
—No, tienes razón. —Chris hizo un gesto en dirección a la casa—. ¿Quieres anular tu invitación?
—No, insisto. Deberías quedarte.
—¿Qué le decimos a Olivia?
—Que te resultará más sencillo instalarte en casa. No es necesario que sepa lo que ha pasado entre nosotros.
Chris no creía que le resultara sencillo estar cerca de Hannah después de haber vuelto a hacer el amor con ella, pero no se opuso. Abrió la puerta del coche y, antes de que entrara, Hannah lo abrazó. El abrazo no se prolongó más que el de dos amigos y, cuando se separaron, el rubor que cubría el rostro de Hannah sugería que ella también tenía sentimientos encontrados. Chris arrancó sin decir nada más y la contempló a través del retrovisor. Hannah lo siguió con la mirada hasta que desapareció.
Las cosas ya se habían complicado.
Tomó la solitaria carretera del norte para dirigirse hacia los juzgados de Barron y reunirse con Michael Altman. Cuando llegó al impresionante edificio situado en lo alto de la colina, encontró al fiscal del condado esperándole en un banco, entre las jardineras vacías. Llevaba la gabardina negra doblada sobre un brazo, el Fedora pulcramente colocado en la cabeza y las gafas negras en la punta de la nariz. Altman sujetaba el móvil con el brazo extendido y entornaba los ojos intentando leer la pantalla.
—Señor Hawk —le saludó Altman—. Necesito un café, ¿le importa?
—En absoluto.
Altman se metió el teléfono en el bolsillo del traje.
—Estas diminutas pantallas son una conspiración de los jóvenes. Sentiré mucho no estar vivo para disfrutar del momento en que la generación actual llegue a los cincuenta y se haya quedado sin vista.
Chris se rió. El fiscal del condado se levantó del banco y le precedió por la escalinata de piedra hacia la calle principal. Chris se esforzó por seguirle el paso, convencido de que el viejo fiscal sobreviviría a la mayoría de los jóvenes de la nueva generación. Altman lo llevó al otro lado de la calle, a un antro llamado Jack’s que olía a cerveza y a humo rancio. Saludó con la mano al camarero y se sentó en un desvencijado reservado forrado de vinilo rojo. Chris se acomodó frente a él. Eran los únicos clientes del local.
—Este local representa el espíritu del viejo Barron —explicó Altman al tiempo que dejaba el Fedora sobre la mesa—. El de antes de Mondamin. Ha estado abierto desde que me convertí en fiscal del condado. La cerveza está tan rebajada que podrían venderla como agua embotellada, pero yo siento debilidad por este sitio. Eso, y que el café de las mañanas es tan fuerte que se puede masticar.
El camarero colocó una humeante taza frente a Altman sin mediar palabra y miró a Chris con expresión interrogativa. Éste negó con la cabeza.
—¿Quería verme? —preguntó Chris cuando el camarero se hubo marchado.
Altman sopló el café.
—He oído que ha estado ocupado.
—Podría decirse que sí.
—El sheriff me ha contado que les entrego varias prendas de ropa manchadas de sangre pertenecientes a Johan Magnus.
—Es cierto.
—Así que Johan estuvo esa noche en el parque. Estoy impresionado. ¿Cree que él la mató?
Chris pensó en Glenn Magnus. «Espero que ambos estemos en lo cierto».
—No lo sé, aunque tenía un motivo. Ashlynn lo abandonó cuando se quedó embarazada y luego se sometió a un aborto. Puede que lo descubriera y perdiera el control.
Altman tomó un sorbo de café y utilizó una servilleta para secar la taza y la mesa.
—No tengo tan claro que un jurado vaya a ver a Johan como un asesino. Y yo tampoco.
—Hay tantas pruebas que indican que Johan la mató como de que lo hizo Olivia. A su caso perfecto le ha salido una gran gotera.
El fiscal del condado le sonrió por encima de la taza de café.
—Estoy acostumbrado a que los abogados defensores levanten cortinas de humo, señor Hawk. Está buscando sospechosos alternativos y me parece bien, pero las pruebas siguen señalando directamente a su hija.
—He revisado todas las pruebas que reunió la policía —comentó Chris— y hay otra cosa que no encaja.
Altman arqueó una ceja.
—¿El qué?
—Ashlynn no tenía ordenador portátil. No se menciona en el inventario de objetos personales, ni entre los del coche ni entre los de su habitación.
El fiscal del condado frunció el ceño.
—Reconozco que es un poco extraño.
—Se me ocurren algunas razones para que la policía no lo encontrara. Una, que la propia Ashlynn se deshiciera de él antes de llegar al pueblo fantasma. Dos, que alguien se lo llevara, ya fuese antes o después del asesinato. Tres, que Florian y Julia lo sacaran de su cuarto antes del registro policial.
—¿Por qué iban a hacer algo así?
—Quizá porque contenía datos de Ashlynn que no querían que nadie descubriera.
—O quizá fue Olivia quien se lo llevó —señaló Altman.
—¿Quién intenta levantar ahora una cortina de humo?
Altman sonrió.
—¿Qué cree que había exactamente en el portátil de Ashlynn que lo haga tan importante?
—No tengo ni idea. ¿E-mails? ¿Entradas de la agenda? ¿El historial de las páginas web que visitaba?
—Hablaré con Florian —propuso Altman—. Tal vez haya una explicación inocente. Es posible que el ordenador esté en la escuela o en otra parte de la casa.
—Quizá.
Altman dejó la taza en la mesa y entrelazó los dedos.
—Entiendo su interés en perseguir teorías conspirativas, señor Hawk, pero deje que le explique algo acerca de los hombres y mujeres que integran los jurados de este condado: no son estúpidos. Son cristianos responsables y trabajadores, con un gran sentido común. Si cree que puede desviar su atención, está perdiendo el tiempo. Si lo que de verdad quiere es ayudar a su hija, pídale que se sincere y veremos qué podemos hacer por ella.
—Ella no mató a Ashlynn.
Altman suspiró.
—Señor Hawk, no me gusta ver cómo una chica de diecisiete años pasa el resto de su vida en la cárcel, sin importar lo que haya hecho, pero a fin de cuentas, mi responsabilidad es para con Ashlynn Steele. Conocía bien a esa chica y no voy a dejar que su muerte quede sin castigo.
—En la vida de Ashlynn estaban ocurriendo muchas cosas… Existen otros posibles móviles para su asesinato.
—¿Cómo cuáles?
—Vernon Clay —señaló.
Chris esperaba un nuevo rechazo por parte del fiscal, que le repitiera que estaba persiguiendo fantasmas. En lugar de eso, Altman frunció los labios en un gesto de preocupación, se reclinó en el asiento y estudió el rostro de Chris con curiosidad renovada.
—¿Por qué saca su nombre a colación?
—No he sido yo, sino la propia Ashlynn. Antes de que la mataran, estuvo haciendo preguntas sobre él.
Por primera vez, Chris percibió un mínimo atisbo de duda en la mirada del fiscal.
—¿Está seguro de eso? —preguntó Altman.
—Sí.
—¿Con quién habló?
—Preferiría no darle un nombre en este momento, pero es una fuente fiable. Ashlynn habló directamente con él.
—¿Se trata de alguien de Mondamin?
Chris no respondió.
Altman tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—Vernon Clay se marchó del pueblo hace años. ¿Tiene alguna prueba que demuestre que el interés de Ashlynn por él está relacionado con su muerte?
—No, pero tampoco tengo su portátil.
—Ah, sí, claro. El misterioso portátil. Me gusta el modo en que enlaza las cosas. Así pues, ¿qué es lo que quiere que crea? ¿Piensa que Ashlynn estaba husmeando en los secretos de su padre debido a su relación con Vernon Clay y que descubrió algo que la puso en peligro?
—Quizá. Tal vez puso el dedo en la llaga y la hizo sangrar.
—¿Tiene alguna teoría?
Chris se inclinó por encima de la mesa.
—Dígamelo usted, señor Altman. Tengo la sensación de que sabe algo que no quiere compartir conmigo.
—Es su teoría, señor Hawk —repuso Altman encogiéndose de hombros.
—¿Lo es? Hace unos minutos yo estaba fabulando teorías conspirativas y ahora intenta usted sacarme información. Me gustaría saber por qué.
El fiscal del condado jugueteó con su taza de café.
—Primero contésteme otra pregunta, y luego veremos. Esa fuente fiable suya, ¿mencionó al hombre que se hace llamar Aquarius?
—No.
—¿Ashlynn comentó con él algo acerca de Aquarius?
—Que yo sepa, no. Creo que me lo habría contado. —Chris estudió a Altman con suspicacia y añadió—: ¿Por qué? ¿Ha encontrado alguna prueba de que Aquarius pudiera estar relacionado con la muerte de Ashlynn?
—No hemos descubierto nada en ese sentido.
—Entonces ¿por qué lo menciona?
El semblante de Altman revelaba cierta incomodidad.
—La de Aquarius es una investigación independiente, señor Hawk. Me temo que no puedo compartir esa información con usted.
—Era una investigación independiente, pero ahora no estoy tan seguro. Si tiene razones para creer que existe una relación entre Ashlynn y Aquarius, me debe la verdad al respecto.
Chris frunció el ceño y de pronto lo entendió. De pronto, todo tenía sentido.
—Cree que es posible que Aquarius sea Vernon Clay, ¿verdad? Ha encontrado algo que los relaciona. De eso va todo esto.
El fiscal del condado dejó escapar un leve suspiro, como si supiera que no podía permanecer en silencio.
—Lo único que puedo decirle, señor Hawk, es que pronto lo sabremos.
—¿Qué quiere decir?
—Aquarius —dijo Altman—. Le hemos encontrado.