Chris no durmió.
Había permanecido en el pueblo fantasma, con Hannah, hasta las dos de la madrugada. Cuando se marcharon, había advertido en ella cierta reticencia a regresar sola a casa. O tal vez fuera sólo deseo reprimido. Tuvo la certeza de que Hannah quería pedirle que la acompañara, pero no encontraba las palabras. Algo había cambiado entre ellos, pero ninguno de los dos estaba preparado para aceptarlo. Aun así, Chris había vuelto al motel y se había tendido en la cama sin cerrar los ojos, sin poder pensar más que en Hannah.
A las seis de la mañana, desistió de su intento de dormir y volvió al hospital. No estaba solo: Glenn Magnus se hallaba tendido en la sala de visitas, con sus largas piernas sobre el sofá y las manos bajo la nuca; sus ojos, cansados y abiertos, miraban al techo y su rebelde cabellera rubia estaba sucia. Vestía ropa informal: una sudadera y vaqueros. Las luces de la sala proporcionaban a la estancia un brillo antinatural.
—¿Tú tampoco podías dormir? —preguntó Chris.
El pastor asintió. Los fluorescentes conferían a su rostro una palidez espectral.
—He llegado hace una hora.
—¿Cómo está Johan?
—Enfadado. Estoy preocupado por él.
—¿Le has contado lo de Ashlynn y el bebé?
—Sí. No había forma de amortiguar el golpe. Me temo que he encendido un fuego en él, y no sé cómo va a reaccionar.
El pastor se incorporó en el sofá y Chris se sentó a su lado.
—¿Puedo preguntarte algo sobre Ashlynn? —dijo Chris.
—Por supuesto.
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?
Magnus se frotó la cara con ambas manos para despejarse.
—En algún momento de febrero, al poco de que rompiera con Johan. Después de eso, no volví a hablar con ella.
—¿Cómo la viste?
—Deprimida. Claro que, en ese momento, yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Ojalá lo hubiera sabido.
—¿Intentó contactar contigo antes de su muerte?
—No. Estoy seguro de que, después de romperle el corazón a Johan, sentía que ya no podía buscar mi ayuda.
—Me contaste que la primera vez que Ashlynn fue a verte sospechaba que la empresa de su padre era la causante de la epidemia de cáncer. ¿Te explicó por qué?
—Creo que, simplemente, le costaba creer que Dios fuera tan arbitrario —contestó Magnus—. Se negó a aceptar lo que todos nos decían, que las muertes constituían sólo una anomalía matemática. Un accidente del destino.
—¿Y tú qué crees? —preguntó Chris.
El pastor dirigió su mirada vacía a los cuadros que colgaban de la pared del hospital.
—Yo perdí a mi hija pequeña, Chris. Tuve que ver cómo Kimberly sufría. No podía culpar a Dios, así que culpé a Florian y a Mondamin. Ellos eran los responsables; eran culpables.
—¿Y ahora?
—Ahora no tengo a quien culpar. No debería haber cuestionado el deseo de Dios.
—¿Estás diciendo que ya no crees que haya una relación entre Mondamin y las muertes ocurridas en St. Croix?
—Mis conocimientos de ciencia son limitados, pero sé lo que nos dijeron los expertos. Los técnicos del condado y del estado dijeron que, dadas las dimensiones de la muestra, no existía una base para el estudio. No les escuchamos. Una científica de Stanford se encargó de llevar a cabo una investigación durante el litigio y le comunicó al juez que no había hallado ninguna conexión. Seguimos sin escucharles. ¿Quién soy yo para afirmar que ellos estaban equivocados y nosotros en lo cierto? Ya está, se acabó. Lo he dejado correr.
—Ashlynn no lo hizo.
—Era una chica joven e idealista, y quería una explicación. Ése no es el trabajo de Dios.
—¿Qué hay de Vernon Clay? —preguntó Chris—. ¿Hablaste de él con Ashlynn?
Glenn asintió.
—Sí, así es. Recuerda que Vernon era nuestro principal sospechoso. Cuando empecé a hablarle de él, Ashlynn se obsesionó con ese hombre.
—¿Sabía algo sobre su trabajo que lo relacionara con las muertes de St. Croix?
—Nunca me hizo ningún comentario al respecto. ¿Por qué?
—Pocos días antes de su muerte, seguía hablando de él. Por lo visto, lo culpaba de lo que le sucedía a su bebé.
Magnus se pasó una de sus grandes manos por el pelo, convirtiéndolo en un desorden de mechones.
—No debería haberle metido esa idea en la cabeza.
—¿Conocías a Vernon Clay? —quiso saber Chris.
—Claro. Trabajaba en Mondamin y vivía cerca de St. Croix. Acudía a nuestra iglesia, aunque en realidad no se relacionaba con los demás feligreses. Era un solitario. Mi esposa fue la única que se acercó a él. Sentía debilidad por los adultos vulnerables.
—¿Adultos vulnerables? ¿Qué significa eso?
—Vernon era un hombre extraordinariamente inteligente, pero incapaz de desenvolverse en sociedad. En un sentido clínico, diría que su estado mental bordeaba la esquizofrenia. Se pasaba la vida desarrollando teorías conspirativas, ideas realmente locas. Vivía dominado por una profunda paranoia, convencido de que la gente conspiraba para robar sus investigaciones. Aun así, poseía una mente privilegiada para la ciencia. Era un don. Hay más gente como él de la que creerías; gente que trabaja y se gana la vida, pero que demuestra ser incompetente en muchos otros sentidos.
—Pero ¿tu esposa se llevaba bien con él?
Magnus sonrió.
—Leah era una mujer insistente. Le llevaba comida, hablaba con él, se sentaba a su lado en la iglesia. En realidad, se convirtió en su salvavidas social. Era su única conexión con el mundo real, y probablemente la única persona que le prestaba atención por algo que no fuera su trabajo.
—Dijiste que habías perdido a tu esposa hace casi diez años —comentó Chris—. ¿Qué le ocurrió?
—Un aneurisma cerebral de origen posiblemente congénito, según dijeron los médicos. Una mañana, no se despertó. Así de sencillo.
—Lo siento.
—No sufrió ningún dolor, murió de repente. Si Dios tenía que llevársela, al menos lo hizo con rapidez. En comparación con lo que le pasó a Kimberly, se mostró compasivo.
—¿Cómo reaccionó Vernon Clay ante la pérdida de su salvavidas? —quiso saber Chris.
Magnus sacudió la cabeza.
—Oh, fue un momento muy triste. Se encerró aún más en sí mismo y sus delirios empeoraron. Culpaba a todos los habitantes del pueblo de la muerte de Leah. Un día se presentó en la iglesia gritando y acusándonos a todos de ser unos asesinos, amenazándonos con que el diablo iba a venir por nosotros; según recuerdo, llegó a mencionar incluso a la mafia y la CIA. Fue la última vez que puso el pie en St. Croix.
—Me cuesta creer que Florian no lo despidiera.
—Como te he dicho, cuando se ponía la bata de laboratorio se convertía en una persona perfectamente funcional. Por lo que me han contado, Vernon seguía siendo un genio en su ámbito y, de hecho, se obsesionó aún más con sus investigaciones. Trabajaba los siete días de la semana, sólo iba a su casa para dormir y luego regresaba al laboratorio. Era el único sitio en el que se sentía cómodo.
—¿Qué le pasó?
—No tengo ni idea. Desapareció hace unos cuatro años y, aunque se hubiera marchado antes, estoy seguro de que fuera de Mondamin nadie se habría dado cuenta. Sólo nos enteramos de que ya no vivía aquí cuando se quemó su casa.
—¿Fue un accidente? —preguntó Chris.
—No, se trató de un incendio provocado. Quienquiera que fuese el responsable, nunca lo atraparon. La mayoría de la gente sospechó que había sido obra de los chicos del pueblo.
Magnus frunció el ceño.
—Parece que tú no opinas lo mismo —señaló Chris.
—Bueno, fue entonces cuando empezaron a correr rumores. En el momento de la desaparición de Vernon nos encontrábamos en plena proliferación de los diagnósticos de cáncer entre los niños. Hubo quien pensó que Florian había provocado el incendio para quemar las pruebas.
—¿Pruebas de qué?
—Pruebas de que Vernon llevaba años envenenándonos. Había gente que sospechaba que, desde la muerte de mi esposa, buscaba venganza contra todos nosotros. Otros decían que Vernon había escrito sus fórmulas en las paredes de su casa y que por eso Florian tuvo que destruirla, para preservar información confidencial. Puedes elegir la versión que prefieras.
—¿Qué hay de los terrenos?
—Los mismos rumores. La gente sospechaba que Vernon había estado experimentando con pesticidas en los campos que rodeaban su casa. Aseguraban que Florian quería borrar todas las pruebas del uso que se les había dado. Tal vez fuera para proteger los secretos de la empresa, o quizá se debiera a la toxicidad de los productos con los que trabajaba. Cuando presentamos la demanda, estábamos tan desesperados que hubiéramos creído prácticamente cualquier cosa.
—Y tratasteis de encontrarlo.
—Sí, aunque sin éxito. Vernon nunca se reintegró a la comunidad científica. Se convirtió en nuestro hombre misterioso. —Y añadió—: No sé adónde quieres llegar con todo esto, Chris.
—Lo que me preocupa son las fechas, que todo esto haya salido a la luz justo antes de que Ashlynn fuera asesinada. Hannah y yo nos preguntamos si es posible que la chica descubriera algo sobre Vernon que los demás pasaron por alto. Algo que se convirtió en un motivo para que acabaran con su vida.
—¿Qué es lo que imagináis, que descubrió dónde se escondía? ¿Que él regresó para matarla? Sé que tratas de ayudar a Olivia, pero me temo que nadie va a creeros.
Chris asintió. Magnus tenía razón. Sabía que estaba persiguiendo fantasmas y no estaba seguro de si debía creer en ellos.
—Admito que es posible que no sea nada. Por ahora, soy incapaz de conectar los hechos.
—Supongo que eso te devuelve al punto de partida —observó el pastor—. En otras palabras, a Johan. Si Olivia es inocente, mi hijo tiene que ser el culpable.
—Yo no he dicho eso.
—No es necesario, Chris, pero te equivocas.
Chris comprendió que sus posturas eran irreconciliables: su fe en sus respectivos hijos los separaba. Sabía qué pensaba en realidad el pastor.
—Estás convencido de que Olivia la mató, ¿verdad? Es lo que has creído siempre.
—Espero equivocarme, de verdad. Lo único que sé es que Johan no lo hizo.
—Estuvo en el pueblo fantasma —le recordó Chris—. Y su ropa está manchada con la sangre de Ashlynn. No puedes negar la evidencia.
—Olivia también estuvo allí, y con una pistola en la mano. Apuntó a la cabeza de Ashlynn. Lo siento, Chris. ¿De verdad no puedes aceptar la posibilidad de que cometiera un error de juventud y se dejara llevar por un impulso? ¿Que apretó el gatillo y se resiste a admitirlo?
La voz del pastor era tranquila y su serenidad resultaba exasperante: todo lo que decía tenía lógica. Chris estaba solo en su defensa de Olivia; todos daban por hecho que era culpable. Incluso Hannah albergaba dudas. Él era el único incapaz de afrontar la verdad.
Pero las palabras de Magnus dejaban traslucir algo más. El pastor conocía a Olivia mejor que él mismo, pues había crecido sin su presencia. Él había permanecido desaparecido en combate, ajeno a la confusión que rodeaba su vida. ¿Acaso podía afirmar con certeza que su hija jamás cometería un asesinato?
—Eso no fue lo que ocurrió —insistió de todos modos.
—Está bien. Ambos tenemos fe, y espero que ambos estemos en lo cierto.
Chris no añadió nada más y alzó la vista al ver a una enfermera que asomaba la cabeza por la puerta. Reacia a interrumpirlos, su mirada vagaba por la sala vacía y mostraba una evidente preocupación. Se apartó sin decir nada, y Chris se levantó para detenerla.
—¿Qué ocurre? —quiso saber.
La enfermera le dirigió una mirada nerviosa a Glenn Magnus.
—Esperaba encontrar aquí a su hijo.
Magnus se puso en pie de inmediato, preocupado.
—¿Johan no está en su habitación?
—No. He buscado por toda la planta y no lo encuentro. —Y añadió—: Tiene que estar en alguna parte.
El pastor se dirigió hacia el pasillo y pasó junto a la enfermera. Chris le siguió. Aún era temprano y la planta del hospital se hallaba desierta. La habitación de Johan se encontraba al final del corredor, la última antes de la señal de salida que había sobre las escaleras. La puerta estaba abierta. Magnus descorrió la cortina al tiempo que susurraba el nombre de su hijo. Chris le oyó dar un respingo. La cama estaba deshecha, pero vacía.
—Tal vez esté con Olivia —sugirió Chris—. No nos pongamos nerviosos.
—Lo comprobaré —dijo la enfermera, apresurándose por el pasillo hacia la habitación de Olivia.
Magnus abrió la puerta del armario: las perchas vacías colgaban de la barra de madera.
—No, su ropa no está aquí.
—¿Crees que se ha marchado?
—Debe de haber tomado la escalera de atrás.
El pastor se acercó a la ventana que había junto al hueco de la escalera y escrutó la oscuridad de aparcamiento que quedaba a sus pies. A aquella hora tan temprana había sólo un puñado de coches. Magnus señaló una zona bañada por la luz de una farola.
—Mi coche no está. Aparqué al lado de esa farola. Se lo ha llevado.
—¿Te dijo algo? —preguntó Chris.
Magnus negó con la cabeza.
—Lo último que hice fue contarle lo de Ashlynn y el bebé. Se quedó destrozado. No debería habérselo explicado. —Y murmuró para sí, como si rezara—: Johan, ¿qué crees que estás haciendo, hijo? No seas estúpido.