Chris contempló los decrépitos escaparates del pueblo fantasma y trató de ver el mundo a través de los ojos de Ashlynn Steele.
Era medianoche, la misma hora a la que Ashlynn había llegado al volante de su renqueante Mustang. Debía de haberse sentido como la última persona viva sobre la faz de la Tierra, que despierta para descubrir que un cataclismo ha dejado tras de sí un mundo en ruinas. Se preguntó si en algún momento había sido consciente de la ironía: se había visto obligada a renunciar a la vida que crecía en su interior y había terminado en un lugar manifiestamente incapaz de albergar la vida.
Debió de preguntarse por qué Dios la había llevado hasta allí.
El Lexus estaba aparcado en el mismo sitio en el que el Mustang de Ashlynn se había detenido. Deambuló por la calle, como ella, mientras escuchaba el sonido vacío de sus pasos. Estaba solo, pero los cristales rotos, las puertas cegadas y las señales oxidadas despertaban en él la sensación de que había ojos que lo observaban. Era posible que fueran animales, o fantasmas, o tal vez sólo su imaginación. Ashlynn debía de haber vivido la misma sensación, aun sin saber que a ella sí la observaban: Olivia y Tanya aguardaban entre las sombras.
Se preguntó si había habido alguien más.
Chris trató de recrear lo que estaba ocurriendo en la vida de Ashlynn en aquel momento. Seis meses atrás, se había acercado a George Valma con una pregunta en apariencia inocente acerca de un antiguo investigador de Mondamin llamado Vernon Clay. Días antes de su muerte, había vuelto a llamar a George Valma con más preguntas sobre la misma persona. Fuese o no cierto, había empezado a relacionar a Vernon Clay con los casos de cáncer de St. Croix y con la trágica situación de su propio hijo.
¿Había descubierto algo o tan sólo necesitaba poder culpar a alguien? Si sabes que tu hijo va a morir, podrías creer en prácticamente cualquier cosa que lo explicara. Ashlynn quería respuestas, justicia, como los padres de St. Croix que habían visto morir a sus hijos. Cuando llegó al pueblo fantasma esa noche, Ashlynn había empezado a culpar a Mondamin. Había empezado a culpar a su padre.
Chris vio el parque donde Ashlynn había muerto. La cinta policial, ahora deshilachada, seguía colgada de los árboles. El columpio donde la chica se había sentado era sólo una silueta negra. Detrás del parque, un descuidado sendero se perdía entre los campos de maíz. Aguzó el oído, como si, de prestar la suficiente atención, pudiera oír el murmullo de Ashlynn. Como si pudiera oír el enfrentamiento entre Ashlynn y su propia hija. El disparo, los gritos, los llantos. El horror le obligó a cerrar los ojos. Olivia no tenía forma de saber que había aparecido en el peor momento de la vida de Ashlynn, cuando se había convertido en un pozo del que parecía no haber salida. Y en lugar de auxiliarla, la había acosado y torturado por crímenes de los que no era responsable. Había echado sal en una herida abierta. Chris deseó haber podido estar allí para detenerla, para salvarlas a las dos.
Se recordó que Olivia no lo sabía. Era joven, y estaba bebida. Había cometido un error cruel y había pagado un precio terrible. Igual que Ashlynn.
Chris pensó en el momento en que Olivia había dejado a Ashlynn sola. Viva. ¿Qué ocurrió en la siguiente y trágica hora? «¿Quién te hizo esto? ¿Quién te encontró en el parque, consumida por el dolor, y te metió una bala en la cabeza?». Sabía que Michael Altman le diría que estaba creando una teoría conspirativa a partir de un hecho muy simple. La explicación más sencilla se basaba en las pruebas. La respuesta más lógica era la que todo el mundo creía. Olivia estaba allí. Olivia tenía una pistola. Olivia apretó el gatillo.
No.
Olivia se había marchado. A veces ocurría de ese modo. Chris había apuntado con una pistola a la cabeza de Kirk Watson y también se había marchado.
Vio unos faros que se acercaban al pueblo fantasma desde el sur. Sabía que era el coche de Hannah. Se quedó de pie en el arcén de tierra hasta que los faros lo iluminaron y alzó una mano para protegerse los ojos. Ella pasó junto a él y aparcó; al salir, la luz de su linterna barrió el suelo entre ambos.
—Gracias por venir —le dijo él.
—Has dicho que era importante.
—Podría serlo.
Ignoraba si Vernon Clay era importante. La simple verdad era que Chris sentía la necesidad de estar con Hannah. Por lo visto, ella también se había dado cuenta. Bajo el resplandor de la linterna, Chris vio que sujetaba una botella de vino por el cuello.
—Aún tengo una botella de ese Cosentino Cab que compramos en Napa —dijo—. He pensado que no te iría mal tomar un trago.
—Así es.
Hannah abrió la puerta del maletero de su todoterreno y se sentaron juntos en el parachoques. La botella estaba medio descorchada. Hannah acabó de abrirla y se la pasó a Chris, quien la inclinó para beber. Había algo en el hecho de tomar un vino tinto caro directamente de la botella que le hizo sentir libre. Chris le devolvió la botella y Hannah también bebió.
Chris se preguntó si ella recordaba la última vez que habían hecho aquello: la noche del sábado de sus vacaciones en California, mientras Olivia dormía en la habitación del motel en Calistoga. Se habían sentado igual que ahora sobre el parachoques trasero, en el aparcamiento del motel, se habían tomado una botella de vino y habían hecho el amor en el asiento de atrás, como un par de adolescentes. El camino desde aquel momento hasta el divorcio dos años después parecía una caída interminable.
—Al mes siguiente tuve un retraso —dijo ella en voz baja—. ¿Te acuerdas?
—Claro.
Hannah no lo había olvidado. También estaba pensando en aquella cálida noche. Dos semanas después, la regla se le había retrasado un día y medio, y habían pasado esas treinta y seis horas convencidos de que su arrebato en el asiento trasero le había dado un hermano a Olivia. Pero no fue así. No era más que un retraso. Él había sido lo bastante estúpido para manifestar su sentimientos antes de saber lo que sentía ella. «Supongo que me siento aliviado» le dijo, esperando sin dudarlo que ella riera y dijera: «Yo también».
Pero ella no dijo lo que Chris esperaba, sino que se echó a llorar a mares y él supo que había cometido el peor error de su vida.
Una caída interminable.
—¿Puedes beber? —preguntó Chris.
—No —contestó Hannah mientras inclinaba la botella y daba otro trago.
—¿Tienes miedo?
—Estoy aterrorizada.
—¿Estás muy enferma, Hannah? Dime la verdad.
—Bastante. No te voy a engañar, es bastante grave.
—Si yo fuera el cáncer, no me metería contigo.
Hannah se echó a reír, pero era una risa rota.
—Gracias.
—¿Olivia lo sabe?
—¿Las probabilidades? No, no se lo he explicado. No necesita cargar con eso.
Su exmujer se volvió hacia él. La tenue luz de la linterna que descansaba sobre el suelo del vehículo le daba a su piel una apariencia de juventud.
—Si me ocurre algo, Chris, tendrás que estar a su lado.
—No hables así.
—No me recreo en la idea, pero no voy a fingir que no sea uno de los posibles desenlaces.
—Estaré a su lado —le aseguró él—. Sabes que lo haré.
Ella asintió. Se sentía agradecida de oírselo decir.
—Lo superarás —añadió Chris.
—Ése es mi plan.
Sintió deseos de abrazarla, aunque no sabía si ella quería o necesitaba su consuelo. Deseaba que llorara entre sus brazos, pero le preocupaba que Hannah optara por no mostrarse vulnerable ante él. Era todo muy extraño e incómodo, no como en los viejos tiempos, cuando ambos eran capaces de adivinar el pensamiento del otro sólo por la expresión de su rostro.
—¿Por qué estamos aquí? —quiso saber Hannah.
Él tomó más vino.
—No lo sé. Lo siento. Quería ver el sitio donde habían matado a Ashlynn, pero no debería haberte llamado. Es tarde. Podría haber esperado.
—No, me alegro de que lo hayas hecho.
Permanecieron sentados en silencio, sin otro sonido que el del viento soplando en el pueblo. El vino de la botella desapareció lentamente, trago a trago, y se les subió a la cabeza. En cierto momento, Chris miró a Hannah y vio que tenía la cabeza inclinada, como si rezara. Eso era lo que uno hacía en tierra consagrada, donde un inocente había perdido la vida.
—Ayer por la noche estuve a punto de matar a alguien —declaró él, llenando el vacío con su confesión.
Hannah le miró.
—¿Qué?
Chris le habló de la pistola, de Kirk Watson y de su cita con el diablo al otro lado de la ventana. El hecho de admitirlo ante ella le hizo sentir mejor. La culpa pesaba demasiado para cargar con ella él solo.
—Nunca lo hubieras hecho —dijo ella.
—Estuve a punto.
—Te conozco, Christopher. Eres incapaz de asesinar a nadie, no importa quién sea ni lo que haya hecho.
—Yo no estoy tan seguro.
—Yo sí.
Tras un breve silencio, Hannah le dio un codazo en el costado y añadió:
—Ahora bien, si hubiera sido yo, le habría volado la cabeza a ese cabrón.
Luego sonrió y ambos se echaron a reír, disipando la tensión. Resultaba tan sencillo y familiar… Si las cosas hubieran sido distintas, él la habría acercado a su hombro, la habría besado y la habría cogido de la mano, transmitiéndole en silencio su antiguo mensaje: «Te quiero». No hizo nada de todo eso, pero deseó poder alargar un poco más el momento. Quería que volvieran a ser una pareja.
—Escucha, esta noche he descubierto algo —dijo—. Por eso te llamé.
—¿Y qué es?
—¿Has oído hablar alguna vez de un hombre llamado Vernon Clay?
Hannah mostró su descontento al oír el nombre.
—Era un científico de Mondamin. Intentamos dar con él durante el pleito, pero nos fue imposible.
—¿Por qué queríais encontrarle?
—Porque estaba claro que Florian Steele quería que su paradero se mantuviera en secreto. —Hizo una pausa y continuó—: Glenn podría contarte más sobre él. Vernon Clay desapareció antes de que yo me mudara al pueblo, pero al parecer tenía un carácter extraño. Estaba trastornado. Quién sabe lo que hacía en ese terreno suyo.
—¿Conoces su parcela cerca de St. Croix?
—¿Esa tierra baldía? Claro. Ahora no hay nada, pero siempre albergamos la sospecha de que era el origen de la epidemia de cáncer. ¿Cómo lo has averiguado?
—George Valma —contestó él—. Ashlynn se puso en contacto con él.
—¿Ashlynn? ¿Por qué?
—Quería saber lo mismo que vosotros: si las investigaciones de Vernon Clay podían estar relacionadas con los casos de cáncer de St. Croix. Y con la malformación de su propio hijo.
—Pobre chica. —Hannah meneó la cabeza, consternada—. Lo que le pasó ya debió de ser bastante malo, pero pensar además que la empresa de tu propio padre es la responsable tuvo que resultarle insoportable.
—George le explicó que no había ninguna relación.
—Bueno, qué otra cosa iba a decir. Trabaja en Mondamin.
—Me ha contado que una experta epidemióloga llevó a cabo una investigación rigurosa y no encontró nada.
—No me importa. Pasó algo por alto.
Chris deseaba creerla, aunque no estaba convencido.
—Si de verdad hubiera existido algo que descubrir, Florian nunca habría accedido a que un experto lo investigara. Es abogado. Sabe que los hechos negativos no pueden enterrarse.
—Creo que Florian puede comprar lo que quiera —opinó Hannah—. Si Ashlynn había hablado con George, ¿crees que tal vez descubrió algo que hizo que la mataran?
—¿Te refieres a algo sobre Mondamin?
—Sí. Ella vivía en casa de Florian. Es posible que supiera que escondía algo. O tal vez descubriera lo suficiente para empezar a hacer preguntas.
—¿Qué estás sugiriendo, Hannah? ¿Que Florian asesinó a su propia hija? Puede que sea un hijo de puta, pero no quiero creer que tenga tanta sangre fría.
—No digo que Florian lo hiciera; él no es el único con intereses en esa empresa —replicó Hannah—. Has dicho que Ashlynn habló con George, ¿no? Eso significa que había empezado a sospechar algo.
—Así es.
—Entonces, tal vez Ashlynn hablara con alguien más.
—¿Como quién?
—No lo sé.
Hannah estudió el pueblo fantasma en la oscuridad y se estremeció.
—Puede que lo hiciera con la persona equivocada.