Capítulo 24

De pie en el espacioso porche de su casa, situada junto al acantilado, Florian Steele agitó su copa de chardonnay Stag’s Leap y, apoyándose en la balaustrada, contempló el pedregoso promontorio del risco que descendía a sus pies hasta una pequeña arboleda. Desde su atalaya, podía ver el pueblo de Barron y la austera sede blanca de Mondamin. La empresa había constituido su sueño, su vida durante diez años. La había levantado de la nada y ahora, por primera vez, esa década de duro trabajo le parecía completamente vacía.

Oyó el inconfundible taconeo de Julia a su espalda. Su mujer se detuvo a su lado, junto a la balaustrada, y él la miró de soslayo. Iba, como siempre, impecablemente arreglada: la cruz en el cuello, la melena rubia recogida, el vestido rosa que le caía como si se lo hubieran cortado a medida, como así era, la espalda erguida en gesto orgulloso. Llevaba casi veinte años casado con ella, y había días en que no la entendía en absoluto.

—Algo malo nos pasa cuando somos incapaces de llorar —dijo él.

Julia no le miró.

—Yo sé exactamente lo que he perdido. No necesito lágrimas para llorarla.

—Yo sí.

Su mujer se apartó un mechón suelto de los ojos. Se mostraba impaciente con él.

—Quizá no puedas llorar porque te sientes culpable. ¿Se te ha ocurrido pensarlo?

—La culpa es de Olivia Hawk, no mía.

—Tal vez Olivia sólo sea el instrumento que Dios ha elegido para castigarnos.

Florian frunció el ceño.

—No es necesario que me sueltes ningún sermón, Julia. La muerte de Ashlynn no es culpa mía.

Se bebió el resto del vino de un trago. No quería mantener aquella discusión con su esposa. Estaba harto de sentirse furioso cuando lo que debería estar haciendo era hartarse de llorar, y el hecho de que Julia estuviera en lo cierto empeoraba aún más la situación: se sentía culpable. Había dejado que Ashlynn se alejara de su vida sin luchar por recuperarla. Su preciosa niña había empezado a tratarle como a un enemigo.

Florian abandonó el porche. Tras las puertas de la terraza se hallaba la sala de estar, rústica y enorme, con el techo abovedado y una chimenea de piedra. Aquél era su santuario, su espacio. Todo lo demás lo había diseñado y elegido Julia, incluso la decoración de su despacho en Mondamin, pero él había insistido en conservar un lugar propio. Las paredes estaban adornadas con cabezas de animales muertos: ciervos, alces e incluso un oso que había cazado cerca de Grand Marais. Un director ejecutivo en un condado agrícola de Minnesota tenía que cazar: formaba parte de los requisitos del puesto. De niño Florian nunca había cazado pero, igual que con el resto de sus metas, había estudiado, había practicado y se había convertido en un experto. Ashlynn le había acompañado en una ocasión, cuando tenía diez años. Poseía un talento innato y una vista perfecta. Tras matar su primera pieza, se había pasado horas llorando y nunca más volvió a salir con él.

Ashlynn, su pequeña, se había ido. Sus ojos seguían sin derramar una sola lágrima. Se sentía vacío.

Florian se sentó en el hogar de piedra. Julia entró en la estancia y, haciendo gala de su habitual comportamiento obsesivo-compulsivo, ajustó la alineación de los cuadros de las paredes. Le molestaba su presencia, y se odiaba por ello. Desde la muerte de Ashlynn, se habían vuelto el uno en contra del otro. Ella le culpaba a él, y él la culpaba a ella. Florian tenía la sensación de que su mujer había conspirado para volver a Ashlynn en su contra. En sus primeros años de vida, era él quien acostaba a Ashlynn y le cantaba nanas. Se preguntó si su hija recordaba alguna vez aquellos días. Cuando se hizo mayor, las cosas cambiaron. El trabajo le exigía cada vez más y más dedicación, y ya no tenía tiempo para nada. Ashlynn se convirtió en la hija de Julia, moldeada a imagen de su madre, elegante y hermosa.

—¿Por qué me mentiste? —le preguntó a Julia.

Ella se detuvo con la mano sobre el marco de una acuarela del río Spirit.

—¿Sobre qué?

—Sabías que Ashlynn se veía con Johan Magnus.

—Me pidió que no te lo contara, y no lo hice. Eso no es mentir.

—Quería saber si mi hija salía con alguien.

—Tú querías saber si salía con Kirk —observó Julia—. Y yo te dije que no.

—George Valma me contó que Maxine había visto a Ashlynn y Kirk juntos cerca de la escuela. Estaba preocupado.

—Querrás decir que te preocupaba lo que Kirk pudiera explicarle.

—¡Maldita sea, Julia! —gritó Florian con el rostro encendido.

Se puso en pie, vacilante, sintiendo los efectos de los dos tercios de la botella de vino.

—¡No quiero hablar de Kirk!

La incisiva mirada de Julia lo hizo sentir como un insecto. En Mondamin todos lo veían como una torre de fortaleza. Si hubieran sabido la verdad… Julia controlaba la casa. Y también lo controlaba a él.

—Sigues pagándole, ¿verdad? —preguntó ella.

Él no respondió; su silencio era confirmación suficiente para Julia.

—Olvídate de Kirk —dijo Florian—. Estoy hablando de Ashlynn y Johan. ¿No te parecía mal que saliera con él?

—No.

—Deberías haber sabido que su padre y él le lavarían el cerebro. La pusieron en mi contra.

—Ashlynn no necesitaba a Johan para eso, Florian. Su relación no tenía nada que ver contigo. Es un chico guapo y decente. Ashlynn estaba enamorada de él y, por lo que yo vi, él también la quería. No estaba dispuesta a permitir que te inmiscuyeras. Tu hija era perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones.

—Deberías habérmelo contado —insistió él.

—¿Y qué habrías hecho? ¿Pagar a Kirk para que le hiciera una visita? ¿No es así como solucionas tus problemas?

—Cállate, Julia.

—Sé lo de la agresión a Olivia Hawk. ¿Tienes tú algo que ver?

—¡No! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes pensar que yo participaría en algo semejante?

—Pienso que hace mucho tiempo que vendiste tu alma al diablo, Florian. Es un poco tarde para empezar a hablar de moralidad.

—Yo no he tenido nada que ver en el asunto —insistió él—. Quiero ver a Olivia Hawk en la cárcel. Eso es todo.

—Si fue ella quien mató a nuestra hija, Dios la castigará.

—¿Si fue ella? ¿Qué quieres decir con eso?

Julia se pasó lentamente una uña por la línea de la mandíbula.

—No sabemos qué sucedió exactamente.

—Tal vez tú no lo sepas, pero yo sí.

—Tengo mis dudas.

—No seas ridícula. ¿Por qué?

—Porque creía saberlo todo sobre Ashlynn, y ahora me doy cuenta de que estaba equivocada. Me cerró las puertas de la parte más íntima de su vida.

—¿Estás diciendo que de verdad no sabías que estaba embarazada? ¿No te lo contó?

—No, no lo hizo. Yo sabía que algo iba mal; estaba distinta. Debería haberle prestado más atención.

—Pensé que simplemente me lo habías ocultado.

—No he dicho que, de haberlo sabido, te lo hubiera contado.

—Por supuesto.

—Ya no sé qué creer —dijo Julia—. Ashlynn no confió en mí ante la decisión más difícil a la que tuvo que enfrentarse. E hizo algo que sabía que a mí me resultaría aborrecible.

—Tal vez por eso no te lo contara —señaló él—. Sabía qué le dirías. O quizá creyó que no era asunto tuyo. Tú misma lo has dicho: era perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones.

—No en este caso.

—No se puede tener todo, Julia.

Parecía a punto de replicarle, pero no lo hizo. Su gélida expresión se transformó en un gesto de pena, y él pensó que la fingida calma religiosa de su esposa iba a quebrarse y se echaría llorar. No fue así. Se recompuso y mantuvo su determinación. Con Julia, era como si Dios intentara contener una presa. Con él, era como si se encontrara solo en un espacio gigantesco y oscuro.

Julia se sirvió una copa de vino. Eso le hizo ver a Florian lo enfadada que estaba, le mostró un atisbo del lugar de su interior donde él no era bienvenido. Julia casi nunca bebía. Tomó un sorbo, frunció los labios a causa de la acidez y fue a sentarse junto a él.

—Hay días en que odio en lo que nos hemos convertido —murmuró.

—¿Crees que yo no siento lo mismo?

—Ya no sé lo que sientes.

—Yo la quería —dijo Florian—. La quería más que a nada en mi vida. Excepto a ti, quizá.

Julia no se conmovió con el halago.

—Gracias por decirlo, pero Ashlynn y yo siempre hemos ocupado el cuarto lugar en tu lista. Están Mondamin, el dinero y tú. Y luego nosotras.

—No es verdad. El dinero nunca ha sido mi prioridad, y nada de lo que he hecho ha sido pensando en mi propio beneficio. Creé Mondamin para cambiar las cosas.

—Oh, no te hagas el noble. Fundaste Mondamin para construir una montaña. Querías ser el rey. No te culpo, Florian. Sabía que ibas a ser rico y a hacer grandes cosas; Dios tenía grandes planes para ti y yo quería formar parte de ellos. ¿Acaso me quejé cuando me arrastraste a este páramo? ¿Te pedí que no trabajaras dieciocho horas al día? No. Nunca he dicho una palabra.

—Sé que has hecho sacrificios —dijo él—. Y yo también.

—Los sacrificios nunca me han preocupado. Creía en ti, creía en lo que hacías en Mondamin.

Florian vio la verdad en sus ojos: ahora ya no creía en él.

—¿Qué ha cambiado?

Julia se puso en pie sin acabarse el vino.

—Puede que empezara a verte a través de los ojos de Ashlynn.

Aquellas palabras lo atravesaron como una espada.

—¿Qué significa eso?

—Significa que mi niñita está muerta —contestó ella alzando la voz—, y estoy resentida con Dios, y contigo. Pero Dios no está aquí en este momento, y tú sí. Así que te culpo a ti. Siempre supe que habría que pagar un precio, pero jamás imaginé que sería tan alto.

Florian negó con la cabeza.

—Si tender su cadáver a mis pies te sirve de algo, de acuerdo, pero sigue sin ser culpa mía.

—¿Estás seguro? El embarazo no fue lo único que nos ocultó, Florian. Había más cosas.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Hace un par de semanas la encontré en tu estudio del piso de abajo.

—¿Qué hacía allí?

—No lo sé. No quise interrumpirla.

—Deberías habérmelo contado —dijo él—. O haber hablado con ella.

—Está claro que ella no quería que lo supiéramos.

—Eso no significa nada.

—¿Eso crees? El pasado otoño también me preguntó por Vernon Clay.

Florian se puso tenso. Había esperado no volver a oír ese nombre, y nunca en boca de Ashlynn.

—¿Qué pasaba con él?

—Ashlynn quería saber qué hacía para ti en Mondamin. Quería saber qué le ocurrió.

—¿Qué le dijiste?

—Le dije que era un científico que antes trabajaba para ti y que se marchó del pueblo hace algunos años.

—¿Por qué te preguntó sobre él?

—¿Tú qué crees? Sospechaba algo.

—Eso es imposible.

—No estés tan seguro. Ashlynn era una chica lista, Florian.

Su esposa empezó a caminar hacia la cocina, pero se detuvo en el umbral y se acarició la cruz del cuello.

—Ese hombre, Aquarius, también parece saber mucho sobre nosotros.

—No te preocupes por él.

—He estado pensando en ello. ¿Y si es Vernon? ¿Y si ha vuelto?

—No lo es. No es él.

—¿Cómo lo sabes? Vernon estaba lo bastante loco para hacer algo así. La nota parece suya.

—Aquarius no es Vernon Clay. Es sólo otro de esos chiflados anarquistas, nada más.

—Éste es distinto —señaló Julia—. Sus notas son distintas. ¿Sabes qué creo? Creo que planea matarnos.

—Eso es una locura.

—Puede que ya haya empezado. ¿Has pensado en ello? Puede que haya empezado con Ashlynn.

Florian se levantó de la chimenea y apuntó un dedo hacia su mujer.

—No hables así. Le estás dando a Chris Hawk lo que quiere. Lo único que haces es ayudar a Olivia a librarse del asesinato. Aquarius no tuvo nada que ver con la muerte de Ashlynn. Nada.

Julia negó con la cabeza.

—Yo no estoy tan segura, Florian. Una parte de mí cree que Dios envió a Aquarius con la misión de castigarnos. Lo envió para eliminarnos como si nunca hubiéramos existido.