Capítulo 22

Hannah pulsó el botón del interfono para abrirle a Chris la puerta de la calle del Women’s Resource Center, y él esperó a que se cerrara tras de sí con un clic seco antes de subir al primer piso. La escalera era vieja y empinada, la parte central de los escalones estaba desgastada tras décadas de pisadas y el estrecho pasadizo resultaba claustrofóbico. Aspiró el olor a pizza procedente del horno del restaurante italiano que había en el local contiguo. Cuando llegó a lo alto de la escalera, abrió otra puerta y se encontró en la pequeña recepción del centro, tenuemente iluminada por unas pocas lámparas de mesa. Las láminas de aluminio de la persiana estaban bajadas. No había recepcionista, sólo un puñado de sillas sobre la alfombra beis de pelo largo, un dispensador de agua con bolsitas de té y café y un soporte para folletos que descansaba sobre una mesa cuadrada. La temperatura de la habitación era cálida.

No estaba solo. Una mujer de veintitantos años estaba sentada en una de las sillas, con un ejemplar de Reedbook en el regazo. Tenía el pelo cobrizo y sus párpados cerrados se abrieron de golpe al oír la puerta. Eran de un hermoso tono azul celeste, pero en ellos había una mirada vigilante y asustada. Todo su cuerpo se encogió al verle, como un gato alarmado por un sonido apenas audible. Eso le recordó dónde se encontraba, en un lugar que a menudo constituía la última parada de un camino brutal, donde el valor era necesario incluso para cruzar la puerta.

Se sentó tan lejos de ella como pudo, cerca de la ventana que daba a la calle. Separó dos láminas de la persiana para echar un vistazo afuera y descubrió un agujero redondo en el cristal, lo bastante grande para meter el dedo. Dirigió la vista hacia la pared opuesta de la recepción y distinguió un agujero gemelo cerca del techo, el punto en que la bala disparada desde la calle se había hundido en el yeso.

Un manifestante antiabortista, un marido furibundo o un chico de Barron: podía haber sido obra de cualquiera.

Hannah abrió la puerta de su despacho. Al verla, la joven sentada en la recepción se puso en pie y le lanzó los brazos al cuello. Su expresión nerviosa se transformó en otra de alivio, como si hubiera encontrado un salvavidas en medio del océano. Hannah le devolvió el abrazo y luego le susurró algo al oído. La visitante asintió con gesto tímido y desapareció en el despacho abierto tras dirigirle una última mirada furtiva a Chris.

Hannah le dedicó una sonrisa inusualmente cálida.

—Sólo tardaré un minuto —le dijo—. ¿Te importa?

—Tómate el tiempo que necesites.

Ella cerró la puerta y lo dejó solo. Chris se descubrió soñando con el pasado, recordando a Hannah. La mujer que había visto en el quicio de la puerta era la misma que había conocido en la universidad. El tiempo transcurrido no importaba; seguía siendo la chica vestida con una camiseta desteñida y unos pantalones de chándal que cuidaba perros maltratados en la sociedad protectora de animales, que gritaba a los políticos en la feria estatal, que conducía durante cuatro horas para lanzar sacos de arena al río Red y evitar que se desbordara, que hacía el amor hasta que sus cuerpos quedaban empapados en sudor. Quien sí había cambiado era él. En los primeros años que pasaron juntos, Chris también había sido un idealista. Joven. Ingenuo. El destartalado apartamento al norte de la ciudad le parecía perfecto. Los macarrones con queso eran la mejor cena del mundo. Ambos trabajaban en un centro social de Minneapolis Sur, el abogado y la psicóloga, dispuestos a salvar su pequeño rincón del mundo. Reían, se peleaban, hacían las paces. Eran felices.

Olivia lo cambió todo. Cuando sujetó por fin a aquel frágil bebé entre sus brazos, Chris se asustó. Creció, se hizo mayor. Ya no bastaba con arreglárselas. Las personas, las causas, nada de aquello le importaba; sólo esa niñita. Hizo un trato con Hannah, y en ese momento ninguno de los dos advirtió que estaban firmando un pacto con el diablo. Ella se quedaría en casa con la niña y él iría a trabajar. Un trabajo real. De abogado. Empezó a ganar dinero y a tomar parte en el juego. Se mudaron del norte al este de la ciudad, a la exclusiva zona residencial a orillas del lago. Durante los primeros años había creído que construía una fortaleza, pero en realidad se trataba de un laberinto. Al final, perdió a Hannah dentro de él.

La puerta volvió a abrirse y Hannah se quedó allí de pie, esperándole. A su espalda, el despacho estaba vacío. Había una entrada trasera que utilizaba para que a las mujeres les resultara más sencillo ir y venir en secreto; la joven que había visto en la recepción se había marchado. Estaban los dos solos. Hannah le miró en silencio y él le devolvió la mirada. Chris tuvo la sensación de que ella podía leerle la mente y ver que había estado reviviendo los años que habían pasado juntos, los momentos buenos y malos. Su cara reflejaba una dulce tristeza. Chris se levantó de la silla; ella se acercó en silencio y le rodeó el torso con los brazos.

—Gracias, Chris —le dijo.

—¿Por qué?

—Por estar aquí. Por salvarla. Me casé con un buen hombre.

Chris permaneció en silencio. Le parecía que aquélla era la primera señal de que la antigua herida empezaba por fin a cicatrizar, y no quería arriesgarse a abrirla de nuevo diciendo algo fuera de lugar.

Se quedaron en el vestíbulo, bajo la luz tenue y polvorienta. Ella se sentó a su lado y jugueteó nerviosamente con la pantalla de una vieja lámpara. Las manos le temblaban con espasmos involuntarios y Chris distinguió la debilidad y el cansancio en su pálido rostro. Incluso Hannah tenía sus límites. Luchar contra Mondamin, contra el cáncer, contra la violencia que había atrapado a Olivia en su corriente… Llegaba un punto en que sólo deseabas lanzarte al mar y dejarte llevar por las olas.

—Hasta ayer por la noche nunca había deseado matar a nadie —dijo Hannah—. Si hubiera tenido una pistola, habría disparado a esos cabrones uno por uno.

«Yo tengo una pistola», pensó él. En unas horas se haría de noche y tendría que tomar una decisión.

—Los atraparemos —le aseguró.

—¿De qué servirá? —preguntó ella—. No podemos hacer que el tiempo retroceda para Olivia.

—No, pero podemos hacer justicia.

Hannah hizo una mueca, cerró los ojos y contuvo el aliento. Chris le puso una mano en el hombro y la acercó a él.

—¿Estás bien?

—Hay días buenos y días malos. Hoy es un día malo.

—Lo siento. Si hay algo que pueda…

Ella le interrumpió poniéndole un dedo en los labios. Incluso el más leve roce de su piel le resultaba sensual.

—Por favor, no. No lo digas. Ya estás bastante preocupado por Olivia; no tienes que preocuparte también por mí.

—Lo hago de todas formas.

—No te pedí que vinieras para cuidar de mí.

—Eso no quiere decir que no pueda hacerlo —replicó él.

Hannah le dirigió una leve sonrisa de capitulación.

—Lo sé. Gracias.

—¿Te importa que te haga una pregunta? No tienes que contestarme, pero siento curiosidad.

—¿De qué se trata?

—Glenn Magnus me contó que estaba interesado en ti, y que tú le rechazaste. ¿Por qué?

—Glenn no debería habértelo contado —dijo ella frunciendo el ceño.

—Tal vez, pero ¿por qué? Está claro que le aprecias.

—No estaba preparada.

A Chris le sorprendió que apartara la vista y le ocultara el rostro. Sólo intentaba mostrarse tierno, pero se sintió como si hubiera pronunciado las palabras más dolorosas imaginables. Estuvo tentado de alargar el brazo hacia ella, pero se contuvo. En lugar de eso se levantó, cogió una caja de pañuelos de papel de la mesa de café y se la tendió.

—Supongo que hay ciertos temas que deberíamos evitar —comentó.

Hannah se sorbió la nariz y asintió.

—Supongo que sí.

—¿Has oído algo acerca de la relación que mantenían Ashlynn y Johan?

Ella asintió otra vez.

—¿No lo sabías? —preguntó él—. ¿Olivia no te lo contó?

—Me cuenta muy pocas cosas.

—Él estuvo en el pueblo fantasma la noche del asesinato. Pudo haberla matado.

Hannah negó con la cabeza.

—Conozco a ese chico, Chris. No creo que hiciera algo así.

—No puedo mirar hacia otro lado, aunque sea el hijo de Glenn. Cuando se trata de defender una acusación de asesinato, existen ciertas realidades incuestionables: si hay una prueba que señala hacia otra persona, eso ayuda a Olivia.

Ella abrió la boca para protestar, pero la cerró sin decir nada e irguió los hombros para recuperar la compostura.

—Tienes razón. Lo siento.

—Necesito saber más cosas sobre Ashlynn —dijo Chris.

—¿Qué quieres saber?

—Ashlynn llamó a Tanya Swenson desde Nebraska el día antes de que la mataran. ¿Tienes idea de por qué lo hizo?

—No.

—¿Eran amigas?

—No tengo ni idea.

Él frunció el ceño al tiempo que se preguntaba si Hannah volvía a ocultarle algo.

—Chris, no te estoy mintiendo —continuó Hannah—. Tienes que entender que yo apenas conocía a Ashlynn. Me llamó hace un par de semanas; tenía problemas y yo la ayudé lo mejor que supe. Ésa es la única comunicación que mantuve con ella.

—Faltan demasiadas piezas en relación a esta chica —observó él.

—¿Como qué?

—Como el aborto.

—Christopher, ponte en su lugar. Estaba asustada y sola.

—Soy consciente de ello, pero todo el mundo dice que estaba muy unida a su madre. ¿Por qué no acudió a ella?

—Incluso las chicas buenas tienen miedo de admitir sus errores. Sobre todo cuando se enfrentan a la desagradable opción por la que se decidió Ashlynn.

—Era una adolescente, Hannah.

—¿Crees que tomó la decisión a la ligera? ¿Crees que tener un bebé era una molestia sin importancia para ella?

—No lo sé, dímelo tú.

—Yo la vi, Chris. Esa chica estaba desesperada. Nadie podía consolarla. La idea de interrumpir el embarazo la horrorizaba; iba en contra de todos sus valores espirituales.

—Entonces ¿por qué lo hizo? Dijiste que no creías que la hubieran violado.

—Y no lo creo.

—¿Te reveló quién era el padre?

—Ya te dije que no. Ahora doy por hecho que fue Johan, pero ella no me lo dijo.

—Quizá estuviera viéndose con otra persona. Johan dice que rompió con él hace un mes, pero el registro telefónico indica que intercambió varias llamadas con el hospital poco antes de llamarte a ti. Eso fue hace sólo un par de semanas. Si acababa de descubrir que estaba embarazada…

Hannah alzó las manos.

—Chris, no, te equivocas.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque cuando vino a verme, Ashlynn estaba ya en el segundo trimestre de gestación. Tardó un tiempo en darse cuenta de que estaba embarazada. Le dio muchas vueltas a cómo afrontarlo, pero había tomado la decisión de contárselo a sus padres. Pensaba tener el bebé. Iba a llevarlo adelante.

—¿Y qué la hizo cambiar de opinión? —quiso saber Chris.

Hannah vaciló.

—No sé de qué servirá contarle al mundo lo que estaba pasando esa pobre chica.

—Aun así, necesito saberlo —le dijo él con suavidad.

—Las llamadas al hospital estaba relacionadas con su última ecografía —explicó Hannah—. Ashlynn estaba obsesionada con la salud del bebé. Me dijo que había tenido el presentimiento de que iba a perderlo. La situación la estaba superando. No sé cómo, pero de alguna forma sabía que algo iba muy mal.

Pensó en el registro de llamadas de Ashlynn. No se lo había contado a Johan. No se lo había contado a sus padres. Había pasado por todo aquello sola. Debía de haber sido insoportable.

—¿Qué se veía en la ecografía? —preguntó.

—Anencefalia.

Chris agachó la cabeza.

—Oh, no.

—Ésa es la única razón por la que decidió abortar, Chris. No porque quisiera renunciar a su hijo, sino porque tenía que hacerlo: su bebé iba a morir.