La caja con la documentación del caso que le había proporcionado Michael Altman transportó a Chris a las primeras horas de la mañana del sábado.
El primero en llegar al lugar de los hechos había sido un ayudante del sheriff del condado de Spirit, cuyo desapasionado informe acerca del escenario del crimen se contradecía con la espeluznante realidad con que se había encontrado. Era extraño que un acto como el asesinato, envuelto en tantas emociones, pudiera destilarse en hechos desnudos.
Respondí a una llamada derivada por un operador del número de emergencias en la que se informaba de que una adolescente identificada como Ashlynn Steele, de diecisiete años, había quedado potencialmente incomunicada en las ruinas de la población de Bell Valley. Llegué al lugar a las 5.43 y descubrí un Mustang descapotable naranja, matrícula 489 BAW. El vehículo estaba desocupado y el neumático posterior izquierdo, pinchado. El vehículo estaba registrado a nombre de Florian Steele, de Barron. Anuncié mi presencia en voz alta varias veces para localizar a la chica. No recibí respuesta y empecé a rastrear la zona, incluyendo los edificios abandonados. Siete minutos después, localicé el cuerpo de una mujer a unos cien metros de distancia del vehículo. Comprobé que estaba muerta y advertí un orificio de entrada de bala en el centro de la frente. Su cara se correspondía con la fotografía del permiso de conducir de Ashlynn Steele. No vi rastro de ninguna arma en el escenario del crimen. En ese momento informé del incidente y permanecí en el lugar para acordonar el escenario, a la espera de la llegada del personal médico y los investigadores.
Eso era todo lo que se requería para reseñar el fin de una corta vida y el comienzo del torrente que amenazaba con destruir muchas otras.
Chris sacó las páginas una a una y organizó los documentos en montones que colocó sobre la mesa de la sala del hospital. Olivia estaba hablando con la terapeuta con la que había contactado Hannah, y Chris ocupó el tiempo repasando la cadena de acontecimientos que llevaba desde la llamada de Rollie Swenson a emergencias, después de que Tanya le despertara el sábado por la mañana, hasta la detención de Olivia dos días después.
Ordenó las declaraciones de los testigos y los informes de las entrevistas. Diagramas y fotos del escenario del crimen. Resultados de las primeras pruebas. Órdenes judiciales. Registros de la vida de Ashlynn. Registros de la vida de Olivia. Leyendo entre líneas, logró establecer el argumento que surgía ya en los primeros pasos de la investigación.
Se trataba de un caso cerrado.
La policía tenía un culpable. Tenía la declaración de Tanya sobre Olivia y Ashlynn. Cuando te has formado una teoría acerca de un crimen, buscas pruebas que avalen tu hipótesis y tiendes a descartar las que apuntan en otras direcciones. En lugar de ampliar la búsqueda, la policía se había centrado en asegurarse de que las pruebas reunidas contra Olivia se sostendrían en un juicio. Que no hubiera errores en la cadena de custodia, de procedimiento ni en los detalles técnicos. No cuando la víctima era la hija de Florian Steele.
Chris consideraba las pruebas desde una perspectiva distinta. Una perspectiva en la que Olivia era inocente, no presuntamente culpable. Una perspectiva en la que Ashlynn seguía con vida cuando Olivia la dejó en el pueblo fantasma.
Durante las primeras horas de la investigación policial, no existía ninguna sospecha de que la vida personal de Ashlynn constituyera un factor relevante en su muerte. Tan sólo se hallaba en el sitio equivocado en el momento equivocado, con una chica de St. Croix obsesionada con la sangrienta disputa contra Mondamin. Las entrevistas iniciales con Florian y Julia no revelaban nada sobre las relaciones de Ashlynn ni sobre su embarazo. O bien sus padres no lo sabían, o bien no querían divulgarlo. El nombre de Johan no aparecía mencionado en ninguna parte.
Después de la autopsia, las cosas cambiaban. La entrevista de seguimiento con Julia reflejaba la sorpresa y el horror que le causaba el hecho de que Ashlynn hubiera estado embarazada y hubiera decidido deshacerse del feto. Según las notas de la entrevista, la madre de Ashlynn se había negado rotundamente a creer lo que había averiguado el forense y declaró a la policía que su hija nunca habría tomado una decisión tan impía, sin importarle lo que indicaran las pruebas halladas en su cuerpo. Sin embargo, enfrentada por fin a la evidencia del embarazo de Ashlynn, Julia confesó un secreto que no había compartido con su marido: Ashlynn llevaba meses saliendo en secreto con Johan Magnus. Tras esa revelación, las fichas de dominó no tardaron en ir cayendo. La policía descubrió que Olivia también había salido con Johan y que él la había abandonado para estar con Ashlynn.
Olivia conocía esa relación, un nuevo motivo para cometer el asesinato.
A Chris no le sorprendió que las pruebas físicas y personales hubieran afianzado las sospechas de la policía y el fiscal del condado acerca de la culpabilidad de Olivia. Si él estuviera en su piel, también lo habría creído. Aun así, el caso presentaba algunas lagunas. Johan había ocultado su propia visita al pueblo fantasma cuando la policía lo interrogó. Tampoco había nada relacionado con Mondamin y los problemas de la empresa con los activistas medioambientales. Nadie había investigado si sobre la familia de Florian pesaba alguna amenaza. Nadie mencionaba a Aquarius.
Al revisar el inventario de objetos personales de Ashlynn recogidos de su billetera, su Mustang y su dormitorio, descubrió otra sorprendente omisión. Algo que debería haber estado allí y que no aparecía en la lista; Chris lo comprobó tres veces para asegurarse de que no lo había pasado por alto. Aunque era posible que la policía hubiera olvidado anotarlo en su catálogo, resultaba improbable. Ashlynn había preparado una maleta para el viaje, y la policía la había encontrado en el maletero del Mustang. En ella había artículos personales, como ropa y objetos de aseo, pero nada más. Ni libros ni deberes de la escuela.
Ni portátil.
En su coche no se había encontrado ningún ordenador y, según el inventario y las fotografías, tampoco en su dormitorio. A Chris le resultaba inconcebible. La hija de Florian Steele debía de tener un portátil. ¿Dónde estaba?
Había desaparecido. ¿Por qué?
Buscó en la caja los registros del móvil de Ashlynn y encontró una copia de una factura online que recogía la actividad del mes anterior. Si la policía había realizado el trabajo preliminar de identificar los números, habían optado por no facilitarle ese dato a Chris anotando los resultados en la copia que le habían proporcionado. Así que, mientras revisaba la lista de llamadas que Ashlynn había efectuado y recibido, encendió su propio portátil y abrió la página de una guía telefónica inversa para averiguar a quién pertenecían los números.
Le sorprendió la escasez de llamadas a otros adolescentes de Barron, y recordó oírle mencionar a Maxine Valma que Ashlynn se había alejado de ese círculo debido al enfrentamiento. Según el registro telefónico, no había sustituido la pandilla de Barron por otro grupo de amigos. Al parecer, llevaba una vida solitaria.
Vio numerosas llamadas de entrada del mismo número a principios de mes, y el resultado de la búsqueda le indicó que se trataba de Johan Magnus. La mayoría no duraba más de un minuto. Ashlynn había terminado su relación un mes antes de morir, y estaba claro que en los días que siguieron a la ruptura él había intentado ponerse en contacto con ella una y otra vez. O bien ella había dejado que saltara el buzón de voz, o bien había colgado después de aceptar la llamada. Con el tiempo, Johan había cejado en su empeño de hacerla cambiar de opinión y, durante las dos últimas semanas, no figuraban llamadas entre ellos.
Sin embargo, sí que advirtió el intercambio de llamadas entre Ashlynn y el mismo centro donde él se encontraba ahora. El hospital de Barron. Se preguntó si se correspondían con el momento en que ella había descubierto su embarazo. Había dado por hecho que ése era el motivo que había propiciado su ruptura con Johan, pero tal vez estuviera equivocado. Dejando a un lado la coincidencia temporal, se fijó en que Ashlynn había marcado un número de teléfono nuevo el día después de la última llamada recibida del hospital. Chris lo reconoció sin necesidad de introducirlo en el directorio inverso. Era el del Grohman Women’s Resource Center.
Ashlynn había tomado una decisión.
Los días siguientes reflejaban un ominoso silencio en su registro telefónico, como si estuviera luchando sola con sus demonios. Había pasado casi una semana sin usar el teléfono. Luego vio una llamada a un número de fuera del estado, que identificó como el de la centralita de la Universidad de Stanford. Recordó el comentario de Florian acerca de la intención de Ashlynn de visitar algunas universidades. Poco después de la llamada a Stanford encontró otra local, esta vez a Maxine Valma, y se preguntó si la joven le había pedido a la directora que le escribiera una carta de recomendación para la universidad. Tal vez había empezado a reconciliarse con su decisión de abortar y había vuelto de nuevo la vista hacia el futuro. O tal vez sólo trataba de pensar en cualquier cosa que no estuviera relacionada con la realidad a la que se enfrentaba.
Pocos días después, se marchó a Nebraska.
Durante ese horrible período, había llamado una vez a su casa. Eso hizo que Chris se preguntara si Julia Steele había mentido, si en verdad sabía qué estaba haciendo su hija en los días que pasó lejos de casa. O quizás Ashlynn le había mentido a su madre y, disimulando su dolor, le había contado que todo iba bien. «El proyecto de la iglesia es genial, mamá. No te preocupes; el viernes estaré en casa».
Había otra llamada, una llamada efectuada desde el móvil de Ashlynn que duraba cinco minutos, el día antes de emprender el largo camino de regreso hacia Barron. El día antes de morir. En ese momento debía de estar en Nebraska, recuperándose de la intervención. Chris introdujo el número en el directorio inverso y el resultado que obtuvo hizo que se echara atrás en la silla, sorprendido. Era lo último que esperaba encontrar en el registro telefónico de Ashlynn.
Allí estaba ella, sola, a cientos de kilómetros de casa, experimentando el peor trago de su corta vida. Esa noche sólo hizo una llamada, como un prisionero que pide ayuda, y era la última que había hecho en su vida.
Ashlynn había llamado a Tanya Swenson.