Capítulo 13

Se separaron para buscar por el pueblo.

Hannah se quedó en casa y llamó a los vecinos. Chris y el expolicía que había contratado tomaron direcciones opuestas para rastrear las calles de St. Croix. El pueblo se reducía a unas pocas manzanas rodeadas por kilómetros de tierras agrícolas. Había pocos sitios a los que ir a pie.

Chris vio luces en el interior de la iglesia luterana que hacían relucir las vidrieras de las ventanas en infinidad de colores. Se trataba del edificio más grande del pueblo y parecía la típica iglesia construida por granjeros inmigrantes, con una belleza sobria, carente de ornamentación ostentosa. Las paredes estaban revestidas de paneles de madera blanca que necesitaban una mano de pintura, y el rasgo más llamativo era la torre del campanario que se alzaba sobre el tejado a dos aguas, lo bastante alta para atalayar toda la comunidad.

Las puertas de cristal no estaban cerradas con llave, y Chris las cruzó. El vestíbulo estaba frío y olía a madera bruñida. A la derecha, una estrecha escalera llevaba a lo alto de la torre. En la pared opuesta, cerca de las escaleras que conducían al sótano, vio un tablón de corcho lleno de notas en las que se anunciaban eventos para recaudar fondos, material agrícola, carnadas de gatitos y cenas con chile. Era como un internet local y manuscrito que conectaba a los vecinos con los acontecimientos del pueblo. Había también cinco fotos en color de veinte por veinticinco centímetros clavadas con chinchetas en las que aparecían cinco adolescentes, y no le costó adivinar quiénes eran. La enfermedad era patente en sus rostros, a pesar de su juventud y de sus blancas y relucientes sonrisas. Eran los cinco chicos que habían muerto.

Abrió la puerta que daba al santuario. El techo se elevaba en un ángulo agudo por encima de su cabeza, y el silencio de los lugares sagrados magnificaba el eco de sus pasos. El pasillo central estaba bordeado de bancos vacíos y barnizados sobre los que descansaban algunas biblias encuadernadas en negro. La zona del altar estaba iluminada; Glenn Magnus se hallaba en el púlpito con la cabeza inclinada, como si rezara frente a una congregación invisible, junto al elaborado altar de madera tapizado de seda verde y realzado por una cruz dorada que brillaba bajo las luces colgantes. Detrás del altar, dominando el muro, había una talla de Jesús con los brazos en cruz.

El pastor alzó la vista al oír pasos. Chris se acercó con actitud de disculpa.

—Lamento molestar.

Magnus bajó del púlpito y se reunió con Chris en la parte delantera de la iglesia.

—No molestas. ¿Qué puedo hacer por ti, Chris?

—Olivia se ha escapado de su habitación y no contesta al móvil.

—No la he visto, pero déjame que eche un vistazo abajo. La habitación de Johan está en el sótano; tal vez haya venido a verle.

El pastor pasó por su lado y Chris le siguió; se detuvo a medio camino y se imaginó la iglesia en los domingos, llena de fieles devotos vestidos para rezarle a Dios con la barbilla afeitada y las uñas limpias. Olivia, al igual que él, nunca había sido especialmente religiosa. Hannah era otra historia. Su exmujer no había intentado imponer a Chris sus creencias, pero siempre se había mostrado apasionada cuando se trataba de sus convicciones religiosas. Manifestaba la misma pasión acerca del derecho de una mujer a controlar su cuerpo, y Chris se preguntaba si eso le habría causado problemas en una comunidad pequeña y conservadora.

Cuando abandonó el santuario, la puerta se cerró con suavidad tras él. Glenn le esperaba en el vestíbulo, en lo alto de las escaleras del sótano, con una linterna en la mano.

—No está aquí —informó, y añadió—: Y Johan tampoco.

—¿Estaba aquí antes?

—Sí, llegó del motel hace dos horas. Estaba abajo haciendo los deberes.

El pastor se sacó el móvil del bolsillo y marcó un número. Tras escuchar varios tonos, colgó.

—No contesta. Tal vez sea mejor que me una a la búsqueda. Hoy en día, los chicos no están seguros ahí fuera.

Salieron juntos a la calle. El pastor caminaba con rapidez y balanceaba el haz de luz de la linterna frente a ellos. Bordearon las casas hasta llegar a la carretera que llevaba hacia Barron, pero no encontraron ni rastro de los adolescentes. Magnus apoyó las manos en las caderas y examinó el pueblo a oscuras.

—Vamos a seguir el camino del río que pasa por detrás de la casa de Hannah. Tal vez se hayan marchado por allí; en ocasiones, los chicos se reúnen en los campos del otro lado del puente del ferrocarril.

—De acuerdo.

Avanzaron uno al lado del otro. La llovizna les aplastaba el pelo y hacía brillar su piel al pasar junto a las casas iluminadas. En las aceras relucían los charcos de agua estancada.

—Le dije a Olivia que no saliera de casa, pero no me ha hecho caso —explicó Chris.

—Los adolescentes casi nunca lo hacen.

—¿Johan y ella son buenos amigos?

Magnus se tomó su tiempo para responder.

—Antes estaban muy unidos, pero ya no. Se consolaron mutuamente tras la muerte de Kimberly, pero me temo que ahora ya no mantienen ninguna relación.

—¿Por qué? ¿Debido a las hostilidades?

—En parte. Johan sabe que la violencia no va a devolverle a Kimberly, pero Olivia se dejó arrastrar por el odio. No está sola; se ha convertido en una epidemia.

Magnus se detuvo de pronto y puso una mano sobre el hombro de Chris.

—Hannah me convenció de que debíamos descubrir la verdad, de que se lo debíamos a nuestros chicos. Lo intentamos y fracasamos. Sinceramente, si hubiera sabido lo que iba a ocurrir después, no habría presentado la demanda. El precio ha sido demasiado alto.

Siguieron caminando y, al llegar al punto en que el pueblo terminaba a orillas del río, se sumergieron entre los árboles. A pesar de la luz de la linterna que iluminaba sus pasos, a Chris le resultaba casi imposible ver nada. La alta silueta del pastor avanzaba con confianza y les guiaba hacia el sendero que bordeaba el agua. Chris no oía nada más que la voz del hombre, honda pero amable.

—Debe de ser duro regresar a la vida de Hannah y Olivia de este modo —comentó Magnus.

—No creo que Hannah quisiera que volviera —observó Chris.

—No, está aliviada. Ella misma me lo dijo. Probablemente se le hacía difícil pedírtelo, pero se alegra de que hayas venido.

—Sin embargo, mantiene las distancias; ni siquiera me contó lo del cáncer. Tuvo que ser Olivia quien me lo dijera.

—Imagino que tenía más miedo de contártelo a ti que a cualquier otro.

—¿Por qué?

El pastor meditó su respuesta; en aquel lugar, todos calculaban el alcance de sus palabras antes de hablar. Las sombras que la linterna lanzaba sobre su rostro le conferían una expresión de tristeza.

—Es posible que no lo sepas, pero yo mismo perdí a mi mujer hace nueve años —le explicó Magnus—. Fue algo repentino, y desde entonces he estado solo. Cuando Hannah se mudó al pueblo, conectamos enseguida. De hecho, para serte sincero, me enamoré de ella.

Chris no quería mantener aquella conversación.

—Ya me di cuenta de que estabais muy unidos.

—Unidos, sí. Grandes amigos, sí. Pero nada romántico. Su puerta estaba cerrada, con un cartel de «No pasar» colgado fuera. En el cartel aparecía tu foto, Chris.

—¿Qué estás diciendo? ¿Que se cerró emocionalmente debido al divorcio?

El pastor meneó la cabeza.

—No estoy diciendo nada. Sois Hannah y tú quienes tenéis que hablar de ello, no yo.

Magnus se volvió para enfilar el sendero y barrió la zona con la linterna, alumbrando el agua pardusca del río y los arbustos invernales. Seguían estando solos.

—Si Olivia y Johan ya no se hablan —empezó Chris—, ¿por qué iba a escabullirse de su habitación para encontrarse con él en cuanto ha llegado a casa?

Magnus vaciló.

—No sabría decirte.

—Debe de tener algo que ver con Ashlynn.

—Cuando los encontremos, se lo preguntaremos.

Por su tono de voz, Chris dedujo que el pastor le ocultaba algo.

—Me estoy cansando de que la gente de este pueblo me oculte la verdad, Glenn.

—No puedo revelar nada —replicó él—. Ya lo sabes. Estoy sujeto a la misma premisa ética que tú.

Chris dejó que el otro se adelantara. Sus siguientes palabras sonaron como un disparo en la oscuridad.

—¿Sabías lo del aborto de Ashlynn?

Magnus se detuvo. La noticia le golpeó igual que si hubiera recibido un puñetazo; las rodillas le flaquearon, atónito.

—¿Aborto?

—Ashlynn viajó a Nebraska para someterse a un aborto; Hannah me lo contó. Allí es donde estuvo antes de regresar el pasado viernes.

—Oh, Dios mío. Pobre chica.

—¿Lo sabías?

—No.

—¿Sabías que estaba embarazada?

—No, no tenía ni idea.

—Habla conmigo, Glenn. ¿Johan estaba saliendo con Ashlynn? ¿Es eso lo que no quieres contarme?

Magnus permaneció en silencio, pero Chris sabía lo que significaba: sí.

Un romance secreto. Johan y Ashlynn. Un chico de St. Croix y una chica de Barron, como Romeo y Julieta atrapados entre clanes rivales. Aquél era un lugar peligroso para ambos.

—¿Cómo encaja Olivia en todo esto? —preguntó.

—Chris, por favor…

—¿Está protegiendo a Johan? ¿Por qué?

—Tienes que hablar con ellos, no conmigo. Yo no puedo decirte nada.

Chris pensó en Tanya, quien había mencionado la existencia de un asunto pendiente entre Ashlynn y Olivia. No sólo el enfrentamiento entre los dos pueblos, sino algo personal.

Johan.

De pie en el camino del río junto a Glenn Magnus, Chris oyó un ruido de ramas rotas entre los árboles y el pastor movió la linterna frente a ellos. Esperaba ver a Olivia de vuelta a casa por su ruta secreta, pero su alivio se evaporó cuando el haz de luz iluminó una cara que parecía sacada de una pesadilla de Halloween.

Era Johan, pálido y magullado. El chico se sostenía agarrándose a los troncos que bordeaban ambos lados del camino. Tenía un ojo amoratado y cerrado, y dos hilillos de sangre le caían de la nariz.

—Oh, Dios mío, Johan —exclamó Magnus, y corrió hacia su hijo, quien se tambaleó y cayó de rodillas sobre el barro mientras Glenn lo abrazaba.

Chris estaba marcando el número de emergencias cuando Johan murmuró algo a través de sus hinchados labios:

—Olivia.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Chris en tono de apremio. Le costaba respirar—. ¿Dónde está Olivia? Dímelo.

—Se la han llevado —susurró Johan.

—¿Quién?

—Los chicos de Barron.