Capítulo 10

Los guardias de Mondamin Research detuvieron a Chris en la verja de entrada. Hicieron falta diez minutos de llamadas de ida y vuelta al edificio de administración antes de que les confirmaran que tenía una cita con Florian Steele. Uno de los guardias, cuyo tatuaje sugería que se trataba de un marine retirado, ocupó el asiento del acompañante del Lexus de Chris sin que nadie se lo pidiera.

—Le mostraré dónde puede aparcar —le dijo a Chris al tiempo que señalaba un camino que conducía a la parte trasera de las instalaciones.

El edificio principal tenía la longitud aproximada de dos campos de fútbol y estaba impoluto, como si retocaran la pintura blanca a diario. No vio ventanas en las paredes, aunque Chris distinguió una extensa red de conductos de ventilación que recorría el tejado. Mientras conducía, vio que el bloque principal del recinto estaba conectado con un edificio administrativo más pequeño a través de un pasadizo acristalado. Dos trabajadores vestidos con bata blanca avanzaban por detrás de los cristales.

Al llegar al lado opuesto del edificio administrativo, orientado hacia el río, encontró una pequeña zona de aparcamiento y el guardia se lo señaló con un gesto.

—Aparque ahí.

Chris distinguió varias plazas vacías para visitantes cerca de la puerta principal. En el extremo más alejado de la primera fila de coches había un Mustang descapotable naranja. No creía que hubiera dos vehículos como aquél en Barron, Minnesota. Se trataba del coche de Ashlynn.

Ignoró las instrucciones del guardia, pasó junto a la entrada del edificio y se detuvo en una plaza vacía unos cuarenta metros más allá, justo al lado del Mustang. Su acompañante protestó.

—¡Aquí no! —le ordenó a Chris—. ¡Dé marcha atrás!

Chris apagó motor del Lexus y bajó de un salto.

—¿Va a dispararme? —preguntó.

Mientras el guardia salía del coche, Chris examinó con atención el exterior del Mustang. No estaba seguro de qué esperaba encontrar. No habían repuesto el neumático pinchado que detuvo a Ashlynn en el pueblo fantasma, así que supuso que habían movido el vehículo con una grúa. Se arrodilló para estudiarlo y no descubrió ningún daño aparente. Lo más probable era que se tratara de un pinchazo en la banda de rodamiento. El resto del chasis estaba en perfectas condiciones, sin abolladuras ni rayadas. Si el bastidor había estado manchado de polvo o barro, la lluvia lo había limpiado.

—Vámonos, señor Hawk —le advirtió el guardia con un gruñido.

Chris no le prestó atención. Trató de ignorar el zumbido mecánico procedente de los edificios, el murmullo del río a unos cincuenta metros y la voz del guardia, para meterse en la mente de Ashlynn aquella noche. Estaba sentada en el Mustang, atrapada entre los edificios abandonados del pueblo fantasma, cerca de la medianoche. Conducía ese coche y aquél era el último lugar que había visto antes de morir. Chris ahuecó las manos y estudió los asientos de cuero blanco a través de las ventanas. El interior estaba inmaculado: no había trozos de papel, ni un vaso de café en el posavasos ni un bolígrafo guardado en la visera. Supuso que todo lo que contuviera habría sido recogido y etiquetado por la policía. O tal vez Ashlynn mantuviera el coche así de limpio. Estaba impecable, excepto por los restos de polvo allí donde la policía había buscado huellas dactilares y algunas manchas de barro seco en el asiento del conductor y la alfombrilla del suelo, debidas a las recientes lluvias.

No había nada que ver, pero a pesar de ello había algo en el Mustang que le preocupaba.

—No te invité a venir para que pudieras efectuar un registro del coche de mi hija, Chris —le espetó Florian Steele.

Chris apartó la vista de las ventanas del Mustang. Florian estaba de pie en el camino de entrada al edificio, a tres metros de él, con los brazos cruzados sobre el pecho. El guardia empezó a disculparse, pero Florian le hizo un gesto para que se callara.

—¿Vamos adentro? —preguntó Florian—. ¿O también quieres husmear en el maletero y la guantera?

—No será necesario —respondió Chris.

Florian señaló la entrada acristalada del edificio, y avanzaron juntos y en silencio. Cuando alcanzaron la puerta, Florian sacó una tarjeta magnética y las hojas se deslizaron a los lados. Pasaron a un vestíbulo en el que había otra puerta dotada con un sistema de reconocimiento biométrico de huellas dactilares. Florian colocó el índice derecho sobre la almohadilla y la puerta se abrió, dando paso al hall de la empresa. Señaló hacia el mostrador de la recepcionista.

—Tienes que registrarte; te tomarán una foto y digitalizarán tu huella dactilar. Luego te entregaremos un pase para visitantes personalizado.

—¿Necesitáis también una muestra de orina? —preguntó Chris.

Florian no sonrió.

Chris siguió las instrucciones y fue recompensado con una tarjeta magnética blanca que se sujetó al cinturón. Florian señaló una puerta giratoria que llegaba hasta el techo y por la que debían pasar de uno en uno. El director ejecutivo la cruzó primero y Chris le siguió, usando la tarjeta identificativa y su huella dactilar. Al otro lado de la puerta se encontró en un pasillo sin ventanas de un blanco tan inmaculado como el de la fachada de las instalaciones. Olía a desinfectante, y unos altavoces ocultos emitían un leve zumbido eléctrico.

—Os tomáis las medidas de seguridad muy en serio —comentó.

Florian se encogió de hombros mientras lo guiaba por el corredor.

—Tenemos que hacerlo. En parte se debe a la protección de la propiedad intelectual, aunque la mayoría de las amenazas son más sofisticadas: piratería informática, espías, intentos de soborno y chantaje a los empleados… La amenaza material de las instalaciones proviene principalmente de los extremistas medioambientales.

—¿Constituyen los grupos alternativos una verdadera amenaza? —quiso saber Chris.

—Por supuesto —contestó Florian—. Muchos son violentos y radicales, anarquistas. Si pudieran volar o inutilizar el complejo, lo harían. En los últimos diez años ha habido dos incidentes en los que descubrimos a varias personas con cizallas y materiales explosivos fuera del perímetro de la valla.

Florian guió a Chris hasta su amplio despacho, una de cuyas paredes enmarcaba un ventanal con vistas al río Spirit. Era un espacio moderno y elegante que no habría desentonado en los lujosos rascacielos del centro de Minneapolis. En una de las paredes había un equipo de videoconferencia de alta definición, y las obras de arte eran asépticas y modernas, en su mayoría esculturas de bronce abstractas. El único cuadro figurativo del despacho era un retrato al óleo de Julia y Ashlynn. Su esposa rodeaba los hombros de Ashlynn con un brazo en un gesto firme y protector.

Florian no se sentó detrás del escritorio, sino que se acomodó en una silla frente a una mesa de reuniones redonda y de cristal, junto a las ventanas. Chris se sentó enfrente de él, desde donde podía ver el curso del agua que serpenteaba hacia el sur desde la presa. Florian se frotó la superficie calva de la cabeza y tiró de las mangas de la camisa, de modo que la longitud de tejido blanco que sobresalía de la chaqueta del traje fuera la misma en ambos brazos. Parecía impaciente por que la entrevista comenzara y terminara.

—Las cosas te han ido bien, Florian —observó Chris—. Siempre tuviste mejor olfato empresarial que la mayoría de los abogados.

Florian se encogió de hombros.

—Tu bufete también parece tener éxito.

—Así es, pero en realidad yo no creo nada. Sólo hago tratos.

—Recuerdo que en la Facultad de Derecho estabas más preocupado por la justicia social. Me sorprende que te hayas convertido en otro de esos sicarios que cobran por horas.

Chris rememoró las discusiones que había mantenido con Florian en las oficinas de la revista de la facultad. En aquel entonces, Florian mostraba ya una gran habilidad para encontrar puntos débiles y poner el dedo en la llaga. No la había perdido.

—Tengo una familia que mantener —contestó Chris—. Y sigo haciendo mucho trabajo no remunerado.

—Me alegro por ti, aunque siempre he pensado que el trabajo desinteresado era una concesión sin valor para acallar la conciencia de los abogados ricos.

Zas. Chris ni siquiera replicó.

—Si de verdad quieres ayudar a la gente —prosiguió Florian—, monta un negocio. Crea puestos de trabajo. Ésa es mi filosofía.

—¿Cuántos empleados trabajan aquí? —quiso saber Chris.

—Más de doscientos cincuenta. Somos una de las mayores empresas de la región.

—Para ser honesto, Florian, no estoy muy seguro de qué es lo que hacéis en Mondamin. Nadie parece saberlo o, si lo saben, no hablan de ello.

—No es un ningún secreto. Somos una de las empresas de investigación líderes del país en aplicaciones de biotecnología y nanotecnología para la industria agropecuaria.

—¿Qué significa eso en la práctica?

—Significa que usamos las herramientas tecnológicas más sofisticadas disponibles para alimentar al mundo.

—Suena muy noble.

—Nuestras investigaciones constituyen un factor clave en la obtención de cultivos de maíz y soja con cosechas espectacularmente mejoradas. Desarrollamos semillas con resistencia genética a diversos tipos de insectos y hongos, con el objetivo de reducir el uso de pesticidas tóxicos. Así minimizamos el gasto de agua, reducimos la propagación de enfermedades y mejoramos el potencial de alternativas agrícolas a los combustibles fósiles.

—¿Y por qué Mondamin genera tanta controversia? —preguntó Chris.

—Porque representamos el cambio, y los cambios asustan —contestó Florian, que transmitía la sensación de estar hablando con un grupo inversor o concediendo una entrevista al Wall Street Journal—. La gente oye hablar de organismos transgénicos y de nanopartículas de plata, y hay quien responde con un miedo irracional. Creen que la modificación del ADN vegetal es algo antinatural, cuando de hecho los humanos llevan miles de años modificando la genética de sus cultivos. La única diferencia radica en que nuestro proceso es novedoso y eficiente.

—Cinco niños murieron de leucemia en un pueblo de unos pocos centenares de habitantes —señaló Chris—. St. Croix está a menos de quince kilómetros de aquí. Supongo que entenderás las sospechas.

Florian cruzó las manos sobre la mesa. No picó el cebo ni se alteró.

—Siento una honda compasión por los padres que han perdido a sus hijos. Yo también he perdido a la mía, así que ahora sé el dolor que conlleva. Tienes deseos de emprenderla a puñetazos, de castigar a alguien. Cuando la enfermedad golpea un pueblo pequeño, la gente da por hecho que tiene que haber una causa tangible. Se niega a creer que se trata tan sólo de mala suerte.

—¿De verdad crees que eso es lo único que ha ocurrido?

—Sí. Los epidemiólogos del condado y del estado explicaron a la gente de St. Croix que no se trataba de una epidemia de cáncer. Cuando siguieron adelante con la demanda, pusimos todo nuestro empeño en ser justos. No opusimos ninguna objeción ante el deseo del juez de designar un especialista independiente para que realizara un análisis previo al juicio sumario. Constituía una intrusión incómoda, pero accedimos. No se trataba de un experto contratado por una u otra de las partes. Nuestro consejo estuvo de acuerdo con la elección, y también Rollie Swenson. La experta analizó muestras de las aguas subterráneas, el suelo y el aire, estudió las muestras de sangre de las víctimas y la invitamos a visitar Mondamin para que realizara una revisión prácticamente ilimitada de nuestros archivos y los descubrimientos del laboratorio. Su conclusión fue que no podía probarse el efecto causal y que era altamente improbable que existiera. Lamento de verdad que la gente de St. Croix fuera incapaz de aceptar esa sencilla realidad y hayan decidido emprender una violenta venganza contra mí, contra esta compañía y contra el pueblo de Barron.

Antes de que Chris pudiera replicar, el rostro de Florian enrojeció y añadió:

—En un sentido personal, también tengo que decirte que me enfurece que tu exesposa me haya convertido en un monstruo a los ojos del público. Fue ella quien avivó la llama. Por lo que a mí respecta, Hannah es tan culpable como Olivia de la muerte de Ashlynn. Si pudiera, le pediría a Michael Altman que las acusara a las dos.

Chris sabía que estaba pisando terreno peligroso. Florian y Ashlynn, Rollie y Tanya, Olivia y él mismo: todos eran padres que trataban de proteger a sus hijas. Para Florian, era demasiado tarde; había fracasado. Por debajo de la dureza de sus palabras, la pérdida lo estaba devorando por dentro.

—Lo entiendo —dijo Chris.

Florian miró hacia el río; era obvio que se sentía frustrado consigo mismo por haber dejado que su temperamento aflorara a la superficie.

—Y aquí estoy yo, haciendo lo mismo que la gente de St. Croix: buscar venganza por mi pérdida.

—¿Puedes hablarme de Ashlynn? —le pidió Chris.

Florian sonrió por primera vez.

—Era una joya.

—Era una chica muy guapa —convino Chris mientras admiraba el cuadro.

—Sí, lo era. Deportista, preciosa. Tenía un corazón de oro y yo me sentía orgulloso de los valores que le habíamos inculcado. Pensaba solicitar plaza en algunas de las mejores universidades tanto de la costa Este como de la costa Oeste durante el próximo otoño. Julia iba a acompañarla de viaje este verano para visitarlas.

—Me imaginó que a veces debía de ser duro para ella —comentó Chris.

—¿El qué?

—Tener tanto dinero en un pueblo pequeño.

—La verdad es que no. Ashlynn nunca alardeó de su riqueza, y sinceramente, no disponía de mucho dinero propio. Nunca le dimos un cheque en blanco. El Mustang que le regalé en su decimosexto aniversario fue el único gesto espléndido que tuve con ella.

—¿Qué sentía Ashlynn respecto a la disputa entre ambos pueblos?

—La odiaba —respondió Florian—. Estoy seguro de que le dolía que gran parte de la malevolencia se dirigiera contra mí pero, en un plano religioso, tan sólo le afligía la violencia.

—¿No salía con uno de los cabecillas del enfrentamiento?

—¿Quién?

—Kirk Watson.

El rostro de Florian se ensombreció.

—Tonterías. Ashlynn nunca salió con Kirk. Yo no lo habría permitido.

Chris tuvo la sensación de estar andando de puntillas sobre un campo de minas.

—¿Es posible que no te lo contara? A veces los padres son los últimos en enterarse.

—Eso nunca sucedió —insistió Florian.

—De acuerdo, lo siento. Debo de estar mal informado.

Chris tomó nota mental para descubrir lo que ocurría de verdad entre Ashlynn y Kirk.

—¿Sabes con quién salía? —continuó Chris.

—No creo que fuera en serio con nadie.

—¿Y qué hay de sus amigos?

Florian vaciló.

—Ashlynn era una chica solitaria. Eso me preocupaba.

Chris no le presionó. Estaba claro que Florian no conocía demasiado bien a su hija. Al igual que muchos otros padres absorbidos por su trabajo, Florian ignoraba qué pasaba por la cabeza de Ashlynn, por su corazón o en su vida. Chris tenía la misma sensación respecto a Olivia. Se preguntó si la mujer de Florian entendía mejor a su hija.

—¿Se te ocurre alguien que pudiera guardarle rencor a Ashlynn? —preguntó.

—No, claro que no.

—Has mencionado a los extremistas medioambientales.

—¿Y?

—Me preguntaba si tu familia había recibido alguna amenaza por parte de esos grupos.

—No, en absoluto. Mondamin y yo somos su objetivo, y nadie ha perseguido nunca a Ashlynn ni a Julia.

—¿Qué hay de ese hombre que se hace llamar Aquarius?

—¿Qué pasa con él?

—Sus notas parecen personales; están dirigidas a ti. Me pregunto si tienes alguna idea de quién es o por qué te amenaza.

Florian negó con la cabeza.

—En absoluto.

—¿Alguna vez Ashlynn os comentó a Julia o a ti que alguien la incomodara? ¿Que alguien la siguiera?

—No, claro que no. Ya veo adónde quieres ir a parar, Chris. Quieres convertir a ese hombre misterioso, el tal Aquarius, en un sospechoso. Plantear que mató a mi hija para vengarse de mí.

—No es imposible.

—Es un truco desesperado. Nadie lo creerá.

—Soy consciente de que no quieres oírlo, Florian, pero no creo que Olivia matara a Ashlynn. Ni por accidente ni a propósito: ella no lo hizo. Tampoco creo que alguien tropezara casualmente con tu hija en el pueblo fantasma. O bien sabían que estaba allí o bien la siguieron.

—Puedes inventar historias para el jurado —le espetó Florian—, pero no lo hagas conmigo.

—¿De dónde venía Ashlynn el viernes por la noche?

—¿Qué?

—Si alguien la siguió, tenía que saber dónde estaba. Ella les contó a Olivia y a Tanya que había pasado todo el día conduciendo, y la directora del instituto asegura que llevaba tres días sin ir a clase. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo?

Florian permaneció en silencio. Chris trató de descifrar en su semblante si no lo sabía o si no quería revelar dónde había pasado su hija esos días. En cualquier caso, no iba a contestar. Florian se puso en pie, con la cara enrojecida de cólera.

—Nadie siguió a Ashlynn —le dijo a Chris—. Ni Aquarius ni nadie. Esa noche estaba sola, y tu hija la encontró y la mató. Fin de la historia. Puedes intentar confundir todo lo que quieras, pero eso es lo que ocurrió.