El edificio que albergaba el despacho de Rollie Swenson se encontraba detrás de un aparcamiento, en una travesía entre el centro de Barron y el río Spirit, con vistas sobre el agua y el parque de la ciudad. Estaba revestido con estuco marrón, sucio y agrietado, y en el cartel de la ventana exterior tan sólo se leía: «Despacho de abogados».
Cuando Chris llegó con Tanya, Rollie la abrazó con fuerza y luego la riñó por marcharse de la escuela sin avisarle. Estaba claro que Maxine Valma le había informado acerca de la pelea. Mientras escuchaba el sermón paterno, Chris recordó lo que significaba que tu hijo estuviera todos los días en tu vida: encontrar el equilibrio entre el amor y la disciplina, entre la seguridad y la independencia. Lo echaba de menos.
Ver a Rollie Swenson era como ver una versión alternativa de su propia vida. Rollie no vestía traje, sino un polo azul, pantalones oscuros y un par de confortables mocasines. Al lado del bolsillo del pantalón lucía una mancha de café. Era alto y fornido, con una tripa prominente que sobresalía por encima del cinturón. Tenía treinta y muchos años, el pelo negro y despeinado y una barba corta y oscura. Se había puesto un rotulador amarillo fluorescente sobre la oreja y lo había dejado allí olvidado.
Rollie tenía el aspecto de un abogado que consigue trabajo anunciándose en las Páginas Amarillas. Sobre el mostrador había un montón de folletos relativos a lesiones corporales, bancarrotas, divorcios y ejecuciones de préstamos publicados por el colegio de abogados. Su título de licenciado en derecho colgaba de la pared en un marco barato. Sobre la mesa de la entrada, junto a ejemplares de revistas de deportes y agricultura, descansaba un frasco de ambientador vacío. La sala de espera olía a grasa. Dentro del despacho, detrás del mostrador, Chris vio una caja de cartón blanco abierta encima del escritorio, con una hamburguesa con queso a medio comer y patatas fritas. El almuerzo de Rollie se camuflaba entre una montaña de expedientes.
—No es exactamente Faegre & Benson, ¿eh? —comentó Rollie con una sonrisa irónica.
Faegre & Benson era el mayor gabinete del estado, con una selecta cartera de clientes incluidos en la lista de los hombres más ricos de la revista Fortune.
—Ojalá pudiera facturar su tarifa por hora —contestó Chris.
—Oh, estoy seguro de que se las apaña.
Rollie palmeó la espalda de Tanya y le señaló un despacho vacío con un sofá, un televisor y una mesa de reuniones.
—Entretente un rato con el iPod, ¿vale, cariño? Quiero hablar con el señor Hawk.
—Claro.
Tanya le dirigió una mirada nerviosa a Chris al tiempo que entraba en el despacho. Rollie siguió a su hija con la mirada mientras ésta cerraba la puerta; era obvio que ella constituía el centro de su vida, no su trabajo ni sus clientes. Chris deseó haber aprendido esa lección unos años atrás.
—Acompáñeme, señor Hawk —le pidió Rollie—. Lo siento, estaba acabando de comer.
—Llámeme Chris.
—¿Te gustan las patatas, Chris?
—Me encantan, pero ya no las como.
—Ya veo.
Rollie lo condujo hasta su despacho, cogió cuatro patatas a la vez y se las metió en la boca.
—Admiro tu fuerza de voluntad. Yo soy incapaz de resistirme. —Cogió la hamburguesa, le dio un buen mordisco y lo bajó con un trago de Coca-Cola—. Pobre Tanya, ha heredado mis genes. Mi exmujer es un palillo.
—La mía también. Olivia tuvo suerte.
Rollie se sentó y se retrepó en la silla.
—Gracias por traer a Tanya. Te lo agradezco.
—No hay problema.
—Tienes un aspecto penoso —observó Rollie.
—Aparte de un dolor de cabeza atroz, estoy bien.
—¿Quieres un analgésico?
—De hecho, sería genial.
Rollie rebuscó en el cajón superior de su escritorio y encontró un viejo frasco de plástico que parecía haber sido utilizado y reutilizado docenas de veces. Desenroscó el tapón y se echó tres pastillas en la palma que, por suerte, parecían más recientes que el recipiente en el que las guardaba. Se las tendió a Chris, quien las tragó.
—Tanya cree que Kirk Watson trataba de secuestrarla —le advirtió Chris.
El pecho de Rollie se hinchó al aspirar con fuerza y rabia.
—Kirk.
—¿Le conoces?
—Desde hace años. De hecho, lo defendí cuando mató a su padre.
—¿Kirk mató a su padre?
—Hará unos siete años. Lo golpeó con un martillo hasta matarlo y luego lo descuartizó.
—Dios.
—Sí; el padre de Kirk molía a palos al hijo pequeño, Lenny, a la menor oportunidad. Las pruebas del abuso me permitieron solucionar el asunto con una pena de reformatorio.
—Me sorprende que Kirk quisiera hacerle daño a Tanya después de que tú consiguieras que se librara de una condena por asesinato con un simple tirón de orejas.
—Kirk cree que debería haberse librado incluso de eso.
—Tanya opina que la policía local no va a detenerlo —comentó Chris—. ¿Es cierto?
—Sí, Kirk siempre parece tener una coartada cuando suceden cosas. O bien los testigos dan marcha atrás y deciden no testificar. Es inquietante.
—¿Sigues representándolo?
—Diablos, no. Ya no. Incluso los perseguidores de ambulancias como yo tenemos principios. No me dedico a esto por dinero. Y eso es bueno, porque no gano mucho. Menos aún desde la demanda contra Mondamin.
—¿Ah sí?
—Los habitantes de Barron me consideran un traidor. No les gustó que representara a las familias de St. Croix. Por suerte, aún hay bastante gente que quiere divorciarse o que da positivo en los controles de alcoholemia conduciendo a 170 kilómetros por hora en la carretera 7 como para que yo siga en el negocio. Soy la única opción en el pueblo, y mis tarifas son asequibles.
—¿Te criaste aquí?
Rollie dio otro mordisco a la hamburguesa.
—En pocas palabras, ¿por qué iba a ejercer la abogacía en un pueblo de cinco mil habitantes si no fuera autóctono? Sí, sigo viviendo en la granja familiar, unos cuantos kilómetros al sur del pueblo. Mi madre se disgustó mucho cuando elegí estudiar derecho en lugar de ser granjero, pero yo había leído las señales de advertencia. La granja era un callejón sin salida y, además, estas manos no estaban hechas para el trabajo manual.
—¿Tanya y tú vivís solos?
Al oír el nombre de su hija, a Rollie se le dibujó una sonrisa en el rostro.
—Sí, ella y yo. Conocí a su madre cuando estudiaba derecho, en el Billy Mitchell de las Twin Cities. Fue una de esas relaciones que debería haber terminado en un par de meses, pero ella se quedó embarazada y nos casamos. No tardó mucho en darse cuenta de que odiaba vivir en un pueblo, odiaba ser madre y me odiaba a mí, y no necesariamente en ese orden. Tanya tenía sólo dos años; yo pedí la custodia y Sarah no se opuso.
—¿Sigues en contacto con ella?
—No tengo ni idea de dónde está, y no me importa. Tanya se ha acostumbrado a que le haga de padre y de madre.
Chris se preguntó si era cierto. Pensó en Olivia, que llevaba tres años sin él. A Rollie Swenson no le costó mucho leerle el pensamiento.
—¿Qué tipo de acuerdo mantenéis Hannah y tú? —quiso saber—. Si no te importa que te haga una pregunta personal, claro.
—Hannah tiene aquí sus raíces. Cuando su madre murió, ella quiso regresar y cambiar las cosas.
—Pues lo ha conseguido. No hay mucha gente en esta zona que no se haya formado una opinión sobre tu exmujer. La adoran o bien la odian.
—¿Y tú? —preguntó Chris.
—¿Yo? —Rollie cogió otra patata frita y se la comió a mordiscos—. Ojalá tuviera su pasión. De alguna forma ha conseguido mantener sus ideales en esta parte del mundo, mientras que yo perdí los míos hace muchos años.
—Pero aceptaste el caso contra Mondamin —señaló Chris—. Eso es bastante idealista.
Rollie sonrió.
—Hannah fue muy insistente. Trajo a Glenn Magnus y a los demás padres que habían perdido a sus hijos a mi despacho. Yo les advertí que era muy probable que la demanda fracasara, pero ella aseguró que no les importaba el dinero. Lo que querían era sacar el tema a la luz, que se hiciera un juicio sumario, dejar al descubierto los secretos de la empresa y lograr que se interrogara a los científicos de Mondamin. Estaba convencida de que, una vez empezáramos a investigar, encontraríamos un montón de mierda.
—¿Qué tipo de mierda?
—Violación de leyes medioambientales, criterios científicos dudosos, mala praxis. Sospechaban de un científico en particular, un tarado llamado Vernon Clay que vivía cerca de St. Croix. El tipo desapareció y tratamos de encontrarlo, pero no hubo suerte. No pudimos dar con él.
—Todo esto supera en mucho la perspectiva de una demanda, ¿no?
—Bueno, yo esperaba que nos propusieran un acuerdo para deshacerse de nosotros —admitió Rollie—. Florian estaba en negociaciones para vender la empresa y pensé que no querría que la publicidad negativa le fastidiara el trato. Pero es un tipo duro de pelar. Me quedé sin recursos y la demanda fue desestimada. Tal vez la Biblia diga lo contrario pero, por lo general, cuando David se enfrenta a Goliat, recibe un puntapié en el culo.
—En estos casos, la causalidad es muy difícil de demostrar. No es culpa tuya.
Rollie se encogió de hombros.
—En mi trabajo no tengo muchas oportunidades de encontrarme en el bando de los buenos. Quería sacarlo adelante por esta gente, de verdad, pero les fallé.
El joven abogado se terminó la hamburguesa y tiró el envoltorio vacío en la papelera que había debajo de su escritorio. A continuación, sorbió la Coca-Cola con una pajita hasta que sólo quedó aire y luego tiró también el vaso. Permaneció sentado en silencio y observó a Chris con expresión pensativa.
—Así pues —dijo al final—, ahora que ya nos conocemos, ¿quieres que hablemos del motivo que te ha traído a verme, Chris?
—Sí, claro. Me gustaría conseguir información sobre la noche en que asesinaron a Ashlynn Steele.
Rollie movió el ratón sobre el escritorio y la pantalla de veinticuatro pulgadas de su ordenador cobró vida. Luego tecleó una contraseña para acceder a sus archivos y Chris contó al menos catorce caracteres.
—Una contraseña bastante larga —comentó.
—Sí, con la demanda contra Mondamin descubrí la importancia de la seguridad.
—¿Y eso?
—Entraron dos veces en mi despacho. Nunca conseguí probarlo, pero creo que Florian contrató a alguien para que averiguara qué información habíamos recopilado.
Rollie accedió a sus documentos recientes y envió dos archivos a la impresora colocada dentro del armario abierto que había a su espalda. A continuación, cogió las hojas y se las tendió a Chris.
—Aquí están las copias de nuestras declaraciones a la policía. La de Tanya y la mía.
—Gracias.
—Estoy seguro de que el sheriff no tardará en proporcionártelas, pero así te ahorras la espera.
—También me gustaría hacerle algunas preguntas a Tanya, si a ti no te importa.
Rollie lo miró desde el otro lado de la mesa.
—Ahí reside el problema, Chris; en ese punto, nuestros intereses legales divergen. Estoy seguro de que lo entiendes. Aprecio mucho a Olivia, pero lo único que me preocupa en este caso es el bienestar de mi hija. Como abogado, sé lo que tienes que hacer y no te culpo por ello, pero no dejaré que conviertas a Tanya en una sospechosa.
—Es posible que Tanya sepa cosas que me ayuden a demostrar que Olivia no estuvo implicada en la muerte de Ashlynn.
El otro abogado no ocultó su sorpresa.
—¿Piensas argumentar que Olivia es inocente? ¿No vas a apelar a los atenuantes emocionales?
—Aún no he argumentado nada.
—Tal vez, pero eso hace que dejarte hablar con Tanya me ponga aún más nervioso.
—Tanya puede ayudarme a corroborar la versión de Olivia. Me ha contado que habló con ella al llegar a casa, y que Olivia le explicó que había dejado a Ashlynn en el pueblo fantasma. Viva. Es un dato importante.
Rollie frunció el ceño.
—¿Has interrogado a Tanya?
Chris sabía que había cometido un error. Intentó rectificar, pero ya era demasiado tarde.
—Le he hecho un par de preguntas, y le he dicho que no tenía que contarme nada.
—No te hagas el tonto conmigo, Chris. ¿Le has preguntado a Tanya si esa noche volvió al pueblo fantasma?
—Sí, así es —admitió.
—En otras palabras, has intentado que se autoincriminara.
Chris no respondió y Rollie se puso en pie. Su actitud dejaba claro que la reunión había terminado.
—Ya tienes nuestras declaraciones —observó—. Por ahora, es lo único que vas a conseguir. Y me gustaría aclararte otro punto, Chris.
—¿Cuál?
—Si quieres hablar otra vez con Tanya, primero tendrás que hacerlo conmigo.