Capítulo 7

En cuanto Chris dejó a Olivia en casa de Hannah, en St. Croix, su hija se retiró a su habitación para dormir. Él la dejó marchar sin hacerle más preguntas. La joven no estaba en condiciones de hablar, y Chris quería averiguar más cosas sobre Ashlynn y el enfrentamiento entre los dos pueblos antes de encontrarse de nuevo con ella. Hannah prometió quedarse con su hija durante el día, y también se ofreció a preparar una cena para los tres esa misma noche. A Chris le sorprendió, pero aceptó. Era un leve atisbo de lo que había sido su vida en los viejos tiempos, cuando formaban una familia en Minneapolis.

Condujo de regreso a Barron con ese pensamiento en mente. Se detuvo en una tienda de la calle principal para comprar ropa nueva que reemplazara la que le habían destrozado en el motel y, a continuación, se dirigió hacia el instituto local, ubicado en un risco sobre el valle. Acogía a alumnos de toda la región, incluidos los jóvenes de St. Croix. El extenso edificio de una planta estaba rodeado de varios acres de campos de deporte que limitaban con sembrados de maíz cubiertos de surcos por el oeste y las arboladas calles residenciales de Barron por el este. Durante los meses más cálidos los campos debían de lucir un verde exuberante, pero en ese momento la hierba se veía marrón y amarilla, aplastada por la nieve y encharcada por las primeras tormentas.

Aparcó en el abarrotado estacionamiento y franqueó las puertas de cristal. Le sorprendió encontrar detectores de metal en el vestíbulo, así como un guardia de seguridad uniformado que registraba a los visitantes. Chris dio su nombre, mostró su documento identificativo y solicitó ver al director. Esperó mientras aspiraba el olor a fritura procedente de la cafetería y oía el estruendo de las pelotas de baloncesto en el gimnasio. Cinco minutos después, una mujer negra de mediana edad avanzó entre las filas de taquillas rojas para recibirle.

—¿Señor Hawk? Soy Maxine Valma. ¿Qué puedo hacer por usted?

Era alta y esbelta, con el pelo entrecano cortado en una melena corta y práctica, y tez de ébano. Vestía pantalones de color granate y calzaba unos zapatos con unos tacones que la hacían parecer aún más alta de lo que era.

—Supongo que ya sabe por qué estoy en el pueblo —dijo Chris—. Soy el padre de Olivia.

—Por supuesto.

—Me gustaría recabar información sobre los jóvenes que estudian en este centro.

Valma frunció los labios en un gesto de preocupación.

—No estoy segura de qué puedo contarle, señor Hawk. Los informes escolares son privados a menos que consiga una orden judicial, y no puedo dejarle hablar con ninguno de los estudiantes a menos que tenga el permiso de los padres.

—Lo entiendo. No le pido que viole ninguna ley de protección de la privacidad, sólo esperaba averiguar qué es lo que sucede en este pueblo.

—Ya veo. Bien, le explicaré cuanto pueda. Lamento muchísimo lo ocurrido, no sólo por Ashlynn y su familia, sino también por Olivia.

Le hizo un gesto para que la acompañara, y Chris la siguió por el pasillo. Cuando se cruzaron con dos adolescentes que caminaban en sentido opuesto, Chris vio como sus ojos se clavaban en su cara y los oyó susurrar. Captó el nombre de Olivia.

Marco Piva estaba en lo cierto: allí no había secretos.

—No esperaba encontrar detectores de metal —le comentó a la directora.

Valma asintió.

—Es triste, ¿verdad? Me resistí durante meses, pero el problema de las armas se nos estaba yendo de las manos. Hubo peleas con cuchillos y los chicos traían pistolas. No puedo alejar la escuela del enfrentamiento, pero sí puedo tratar de mantener a los alumnos a salvo mientras se encuentran aquí.

Señaló hacia las taquillas recién pintadas y añadió:

—Procuramos eliminar los grafitis cuanto antes y también hemos dejado de asignar taquillas individuales para evitar que las destrocen.

—Hannah dice que es como la violencia entre bandas.

—Tiene razón. Las pandillas dan un sentido a la vida de los chicos que no tienen futuro, y ése es el papel que desempeña aquí el enfrentamiento. Ya no se trata de los casos de cáncer ni de la demanda, sino de odio, el sentimiento alrededor del cual gira la vida de los chicos de ambos pueblos.

—¿Y cómo se para eso?

—Si lo supiera, lo habría hecho hace meses.

La directora meneó la cabeza.

—Pensaba que la muerte de Ashlynn constituiría un punto de inflexión. Esperaba que los chicos se dieran cuenta de que todo este asunto había ido demasiado lejos, pero parece que no ha sido así. Todo lo contrario: diría que las pasiones están aún más encendidas.

Lo guió hasta la cafetería de la escuela, casi vacía a la espera de la hora del almuerzo. Los empleados, vestidos con uniforme blanco, cocinaban sobre las parrillas calientes que había detrás del mostrador envueltos en un desagradable olor a aceite quemado. Chris vio a otro vigilante de seguridad apostado junto a la puerta.

—¿Café? —preguntó Valma.

—Por favor.

Cuando la directora hubo servido dos vasos de una cafetera plateada, se sentaron frente a frente a una de las mesas. Los largos dedos de ella se curvaron sobre el plástico; llevaba las uñas pintadas de rojo.

—¿Hace mucho que dirige el instituto? —quiso saber Chris.

Valma esperó mientras el vapor del café se elevaba en espirales y lo sopló formando una «o» con los labios.

—Dos años.

—¿Es usted de aquí?

—¿Le parezco de aquí?

—No, la verdad es que no.

—No —respondió ella—. Mi marido consiguió un empleo en esta zona y yo vine con él. He dedicado toda mi vida a la educación, pero nunca imaginé que mi experiencia en las escuelas de St. Louis resultaría tan útil.

—¿A qué se dedica su marido?

La directora vaciló.

—George es investigador en Mondamin.

—¿Qué investiga?

—Podría contárselo… —respondió ella con una sonrisa.

—Pero ¿después tendría que matarme?

—Así es —dijo, y añadió—: En serio, señor Hawk, todos los empleados firman un acuerdo de confidencialidad. No hablan con nadie.

—Suena como si la empresa tuviera algo que ocultar.

—Lo tiene. Se llama propiedad intelectual.

Al igual que cualquier persona cuyo cónyuge se dedicara a una profesión relacionada con temas reservados, Maxine Valma se había convertido en una experta en no responder a nada, pero con educación.

—¿El hecho de que su marido trabaje en Mondamin le ha supuesto algún problema en la escuela? —preguntó—. Los alumnos de St. Croix deben de verla como el enemigo.

—Sin duda, su hija lo hacía.

—¿Olivia?

—Sí. Me esforcé mucho por convencerla de que yo era escrupulosamente neutral, pero no estoy segura de que me creyera.

—Sé que es una pregunta un tanto extraña —continuó él—, pero ¿qué puede contarme de Olivia? Hablamos mucho, pero no es lo mismo que verse todos los días. Ha cambiado, y necesito volver a conocerla.

Valma sonrió con sincera calidez.

—Olivia es lista. Con los libros, sí, pero también con la gente, lo cual es relativamente extraño en un adolescente. Es una líder natural. Extrovertida, apasionada y a veces imprudente.

—Igual que su madre.

—Lo sé. A pesar del trabajo de mi marido, Hannah y yo somos buenas amigas. El centro para mujeres que dirige es de un valor incalculable para esta región. Ofrece ayuda a niñas y adultas que se enfrentan a situaciones verdaderamente desesperadas. Ella es un ángel, señor Hawk, o al menos eso es lo que sentimos nosotros.

Chris no dijo nada. Hannah era un ángel, pero se había alejado de él y le había dejado un agujero en el corazón.

—¿Qué más puede contarme acerca de mi hija?

—Me temo que uno puede ser listo y al mismo tiempo ingenuo. Olivia es joven. Es fácil encauzar toda esa pasión en la dirección equivocada.

—¿Qué significa eso?

—Significa que la suya ha sido una de las voces que más se ha alzado contra Barron y Mondamin. Está convencida de que se ha cometido una dolorosa injusticia y se niega a permanecer en silencio. Lo cual está bien, es incluso encomiable, pero Olivia no siempre entiende el efecto que causa en los demás. Sus palabras pueden convertirla en una instigadora, de forma deliberada o no. Los otros chicos la miran y la siguen, y a veces se exceden.

—¿Como quién?

—No me siento cómoda dando nombres, señor Hawk.

—¿Tanya Swenson?

Valma tomó un sorbo de café y meditó la respuesta.

—Tanya admira a Olivia. Creo que haría cualquier cosa por ella. Ambas son hijas de padres divorciados, aunque Tanya se quedó sola con Rollie a una edad muy temprana.

—Tanya y su padre viven en Barron, ¿verdad?

—Sí, pero los adolescentes de Barron la rechazan desde hace tiempo debido a la demanda.

—¿Les guarda rencor por ello?

La directora arrugó la frente en un gesto de irritación, se inclinó por encima de la mesa y subió el tono de voz.

—Sé adónde quiere ir a parar, señor Hawk. Para generar una duda razonable acerca del hecho de que Olivia disparara a Ashlynn, necesita crear una nube de sospechas alrededor de Tanya. Tal vez ésa sea una de las desagradables obligaciones de su trabajo como abogado, pero por favor, no trate de convertirme en su cómplice.

—Olivia asegura que es inocente.

—Me gustaría creer que es verdad, pero parece bastante improbable, ¿no cree?

—Creo que dice la verdad. Eso significa que a Ashlynn la mató otra persona.

—¿Tanya? No lo creo.

—Cualquier persona que no pueda ser descartada debe tenerse en cuenta.

—Le he contado todo lo que podía contarle sobre Tanya —replicó Valma—. Lo siento.

—De acuerdo. Hábleme de Ashlynn.

—¿Qué quiere que le diga?

—Me gustaría saber qué ocurría en su vida.

La directora sostuvo el vaso de café cerca de los labios y Chris vio la mancha de su pintalabios en el borde. Luego le miró sin decir nada. Sin duda estaba tratando de decidir qué información podía compartir con seguridad.

—Florian no va a enterarse de lo que me cuente —añadió Chris—. Soy consciente de que puede resultarle incómodo debido al trabajo de su marido.

—No temo a Florian. —Sonrió—. Si tuviera miedo de alguien, sería de Julia.

—Vaya.

—Ashlynn y ella estaban muy unidas. Si Julia cree que Olivia es la responsable de la muerte de Ashlynn, es probable que se comporte como un pit bull y quiera verla destrozada.

—Gracias por la advertencia.

—Estoy convencida de que hay algunas jóvenes que están destinadas a grandes cosas. Ashlynn era una de ellas: guapa, segura, encantadora, espiritual. Su pérdida constituye una tragedia.

—¿Ashlynn formaba parte del grupo de Barron?

Valma negó con la cabeza.

—No. A Ashlynn le asqueaba el enfrentamiento y evitaba al resto de los alumnos de Barron.

—¿Con quién salía?

—Pasaba mucho tiempo sola, sobre todo en los últimos meses. De hecho, parecía distinta.

—¿Y eso por qué?

La directora tamborileó sobre la mesa con sus largas uñas y eligió sus palabras con cuidado, como un abogado.

—Estaba inquieta. Alterada. Tenía altibajos. Es un comportamiento habitual entre las adolescentes, pero Ashlynn se enfrentaba a la vida con una seriedad que lo hacía preocupante. Supongo que, por ser hija de quien era, asumió en cierto sentido la culpa de la violencia que se había desatado. Es una tontería, pero no intente hacérselo entender a un adolescente.

—¿Compartió lo que sentía con usted? —quiso saber Chris.

—No, no estoy muy segura de que se sintiera libre para compartir sus sentimientos con nadie. Yo me sentía mal, porque la cosa parecía ir a peor.

—¿A peor?

—Sí, durante el último mes estuvo muy deprimida. Parecía cargar el peso del mundo sobre sus espaldas. La vi llorar varias veces y le pregunté al respecto, pero se limitó a encogerse de hombros. Me preocupaba. Sinceramente, si me hubiera dicho usted que se había suicidado no me habría sorprendido del todo, aunque entiendo que no es el caso.

—No, no es eso lo que ha sucedido. ¿Conoce usted la causa de lo que le ocurría?

—No, lo lamento.

—¿La vio usted el viernes, el día que murió?

—No, Ashlynn no acudió a clase durante la mayor parte de la semana, a partir del martes.

—¿Faltó a la escuela tres días? ¿Sabe por qué?

—Bueno, me entregó una nota de su madre en la que decía que estaba colaborando como voluntaria en un proyecto de la iglesia en Nebraska, pero si he de serle sincera… —Valma se interrumpió.

—¿Qué?

—A decir verdad, pensé que había falsificado la nota.

—¿Habló con Florian o con Julia?

—No. Echando la vista atrás desearía haberlo hecho, pero no quería que Ashlynn pensara que no confiaba en ella. Por lo que yo sabía, la historia era del todo razonable.

Ashlynn le había contado a Olivia que llevaba varias horas conduciendo y sabía que había llegado al pueblo fantasma desde el sur, la ruta que habría tomado desde Nebraska. Así que tal vez fuera cierto.

O quizá Ashlynn guardaba algún secreto, al igual que Olivia.

—¿Sabe usted…? —empezó Chris, pero no pudo terminar la pregunta.

Unos pasos resonaron en el suelo de la cafetería. Un adolescente se acercó a ellos corriendo y derrapó hasta detenerse, a punto de caer. Llevaba una pila de libros bajo el brazo, y dos de ellos salieron volando. El chico se debatió por recuperar el aliento mientras el vigilante de la cafetería, al ver el alboroto, trotó en su dirección.

Maxine Valma se puso en pie.

—David —le dijo al chico—, ¿qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

El muchacho hizo un gesto hacia la parte de atrás de la escuela.

—Hay problemas ahí fuera.

Sobre el barro del campo de fútbol había treinta alumnos reunidos en un círculo que no presagiaba nada bueno.

Mientras Chris y la directora se acercaban al gentío junto con los dos guardias de seguridad, oyeron como los adolescentes intercambiaban insultos a gritos. Luego empezaron los empujones y algunos chicos cayeron al barro, al tiempo que otros empezaban a lanzar guantazos a diestro y siniestro. Un puñado de chicas contemplaba la escena en grupos de dos o tres alrededor del campo; algunas proferían gritos de ánimo y otras se mordían las uñas y observaban nerviosas el avance de la directora.

Una de las chicas estaba sola. Tenía la cara redonda y una mata de rizos pelirrojos. Contemplaba la pelea escudada tras un gran roble y miraba de reojo las calles de Barron que quedaban a su espalda, como si sopesara la opción de echar a correr.

En el interior del círculo, a través del tumulto de cuerpos, vislumbraron a dos adolescentes que peleaban en un revoltijo de sangre y puños. Chris no conocía al chico que llevaba el pelo recogido en una coleta, pero sí supo quién era el otro: Johan Magnus, el hijo del pastor de St. Croix, el chico que le habían presentado en el motel; Johan, cuya hermana Kimberly, la mejor amiga de Olivia, había muerto víctima de cáncer.

Oyó que Maxine Valma murmuraba consternada al reconocer al otro chico.

—Kirk Watson.

—¿Quién es?

—Un chico de Barron —respondió ella con brusquedad—. Uno de los peores.

Bajaron al campo de batalla y Valma se dirigió a los estudiantes en un tono seco, colérico y autoritario.

—¡Parad ahora mismo!

Al verla, varios chicos salieron del círculo y escaparon hacia el edificio de la escuela. Muchas de las chicas se les unieron. Los demás seguían inmersos en la reyerta, forcejeando e intercambiando golpes. Chris y los guardias de seguridad se interpusieron entre los chicos y los empujaron a un lado, uno a uno, hasta lograr restablecer una zona segura. La violencia fue menguando hasta que sólo Kirk Watson y Johan Magnus quedaron enzarzados en la pelea. A Johan le sangraba la nariz y Kirk tenía un verdugón encarnado en la mejilla. Su ropa y su pelo estaban manchados de barro.

Chris se acercó a Kirk y el más corpulento de los guardias de seguridad hizo lo propio con Johan; agarraron a ambos por los hombros y los separaron. Kirk se escabulló de Chris y saltó hacia Johan pero, mientras lo hacía, el otro guardia se colocó delante de este último y roció la cara de Kirk con espray de pimienta. Su puntería no era muy buena, pero parte de la nube de espray alcanzó a Kirk en la mejilla y el cuello cuando intentaba apartarse. El chico empezó a gritar y trastabilló, chocó con Chris y ambos cayeron al suelo.

Kirk se arañó la piel abrasada y alcanzó la barbilla de Chris con un fuerte codazo, haciendo que le castañetearan los dientes. Aturdido, sentía el pesado cuerpo del chico sobre el suyo, y pugnó infructuosamente para sacárselo de encima. Kirk tenía arcadas debido al espray de pimienta, su aliento era agrio y apestaba a tabaco. Blandió el puño y golpeó el cráneo de Chris, quien quedó momentáneamente cegado por un latigazo de dolor. Mientras los guardias se acercaban, Kirk parpadeó con los ojos llenos de lágrimas, inyectados en sangre.

—¿Pillas el mensaje, cabrón? —le siseó a Chris.

Chris sabía a qué mensaje se refería. Lo habían garabateado en las paredes de su habitación, en el motel.

Los guardias agarraron a Kirk por los hombros y lo arrastraron para apartarlo de Chris, pero Kirk se liberó de ellos a patadas, con la fuerza de un oso. Antes de que alguien pudiera sujetarlo, atravesó la fila de alumnos sin que nadie reaccionara ni le siguiera y echó a correr hacia una camioneta negra aparcada al borde del campo de deportes. Una vez a salvo en el interior, el motor rugió y Kirk se marchó a toda velocidad.

Chris se puso en pie poco a poco. Notaba un zumbido en los oídos tan alto como una sinfonía, y tenía el cuello y la mandíbula doloridos. El pantalón y la camisa nuevos estaban empapados y rotos. Sintió que alguien le pasaba un brazo por la cintura y reparó en que era Maxine Valma.

—¿Se encuentra bien? —preguntó la directora.

—He estado mejor —admitió Chris, con el sabor de la sangre en la boca.

Valma chasqueó los dedos en dirección al hijo del pastor, que permanecía de pie al borde del círculo con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros. A pesar de las manchas de sangre de la cara y del barro que cubría su rubia cabellera, se le veía en mejor forma que a Chris.

—Johan —le ordenó Valma—, ven aquí.

El chico se acercó unos centímetros y empezó a murmurar excusas, pero la directora lo hizo callar.

—¡Silencio! Escúchame. Estoy muy decepcionada contigo. Si hay alguien que haya intentado detener la violencia en esta escuela, ése eres tú. ¿Y ahora te encuentro peleándote con Kirk Watson? ¿En qué estabas pensando?

—No es lo que parece —insistió Johan.

—Entonces ¿qué es?

—He visto al hermano de Kirk, Lenny, salir con Tanya Swenson. No me ha gustado y les he seguido, y he descubierto que Kirk estaba aquí fuera esperándola.

Valma aspiró hondo.

—Ya veo.

—Kirk y yo nos enzarzamos y todo el mundo empezó a apiñarse.

—¿Dónde está Lenny? —quiso saber la directora.

—Cuando todo empezó, se asustó y salió corriendo.

—De acuerdo. Ve a mi despacho, Johan. Tenemos que explicárselo a la policía.

Maxine Valma se volvió y cambió el tono tranquilo por el mismo tono afilado de antes:

—El resto, quiero veros en el gimnasio. Ahora mismo. Id con los guardias. Sin hablar, sin pelear. Os sentáis ahí dentro y os miráis los pies, ¿lo habéis entendido? Vamos a mantener una pequeña charla con vosotros y vuestros padres.

El grupo de adolescentes avanzó hacia el edificio de la escuela arrastrando los pies. Chris recordó a la chica que estaba sola cerca de los árboles y advirtió que no se hallaba entre el grupo que regresaba a la escuela. Al mirar en la dirección donde la había visto, la divisó corriendo hacia el barrio residencial.

—¿Quién es? —preguntó.

La directora frunció el ceño.

—Tanya Swenson —contestó Valma, y llamó a la chica—: ¡Tanya! ¡Vuelve!

Tanya se detuvo y miró por encima de su hombro, pero luego dio media vuelta y corrió aún más rápido hasta perderse entre las calles de Barron.