El torso de Kirk Watson emergía entre las altas hierbas cercanas al río Spirit. «Sí, joder» gritó, tan alto que las aguas transportaron su improperio hasta el centro de Barron; luego se apartó el pelo, negro y largo hasta los hombros, de la cara. Su anguloso mentón estaba cubierto por barba de un día. Iba sin camisa y sujetaba una botella de Grain Belt, que inclinó para echar un largo trago hasta vaciarla. Con la otra mano, se subió la cremallera de los vaqueros cortos.
Una adolescente siguió a Kirk desde la orilla del río. Era delgada como un palillo, con el pelo rubio oscuro, y sus rodillas blancas como la nieve estaban manchadas de barro. Se secó la boca y volvió a meter sus pechos, del tamaño de un pomelo, por dentro de la ceñida camiseta. Al ver a Lenny Watson, que contemplaba sus pezones rosados desde el banco del parque, le soltó un gruñido.
—¿Qué estás mirando?
Lenny se puso rojo como la grana y tartamudeó una excusa, pero Kirk agarró a la chica del pelo y tiró hasta que ella soltó un grito de dolor.
—¡Eh! —le advirtió mientras apuntaba un dedo frente a su cara—. Ése es mi hermano, ¿lo entiendes, Margie? Si quiere que se la chupen, tú abres tu agujero y se la chupas.
Margie se encogió al tiempo que Kirk se erguía sobre ella.
—Lo siento, Kirk —gimoteó.
Kirk la empujó hacia Lenny y la hizo tropezar con sus plataformas y caer de rodillas.
—¿Qué me dices, Leno? ¿Quieres que Margie trague un poco de leche?
Lenny se revolvió en el banco metálico y negó con la cabeza.
—No, no hace falta.
—La lengua de esta chica es como una serpiente.
—No, gracias, tío.
Kirk se encogió de hombros y cogió otra cerveza de la caja de doce que había junto a Lenny. Era la quinta. Su hermano aún tenía la primera en la mano. Kirk se metió la mano en el bolsillo, sacó una pistola y la dejó sobre el banco. Luego extrajo un montón de billetes sucios enrollados y cogió uno de cien dólares, que agitó frente a la cara de Margie.
—¿Lo quieres? —preguntó.
—Sí.
—¿Cuánto lo quieres?
—Mucho.
—¿Qué harías por él?
—No lo sé. Cualquier cosa.
—¿Me chuparías el culo?
La chica vaciló.
—Sí.
—Hala, ve a buscarlo.
Kirk hizo una bola con el billete, lo lanzó hacia la orilla del río y se rió mientras Margie corría para recuperarlo. Luego se tendió de espaldas sobre el banco, con la melena cayéndole por detrás como una fregona. Sus pies sucios y desnudos colgaban del otro extremo. Apuntó con la pistola hacia las copas de los árboles y apretó el gatillo. El revólver emitió un clic vacío: no había vuelto a cargarlo desde su visita a St. Croix.
—Es como si fuera agosto en el mes de marzo —suspiró—. Mierda, Leno, ¿se te ocurre algo mejor? Deberíamos estar hundidos en la nieve hasta las rodillas y, en lugar de eso, estamos a más de veinte grados, coño. Me tiraría al río si pensara que no iba a volver a verme las pelotas.
Kirk se golpeó el pecho con un puño, como un gorila.
—Sí, jooooooooder.
Para Lenny Watson, su hermano era un dios.
Él quería ser como Kirk, pero su madre le había jugado una mala pasada al darle a luz como una versión macilenta de su hermano. Lenny tenía dieciséis años, y Kirk era cinco años mayor, le sacaba quince centímetros y tenía veinte kilos más de músculo. Su hermano mayor también tenía agallas. Nadie se metía con él, ni las guarras como Margie ni los cobardes de St. Croix.
Ni siquiera Florian Steele.
Llevaban tres años solos, Kirk y Lenny, como Batman y Robin. Cuando Lenny tenía seis años, su madre se había emborrachado y había tomado una salida de la I-90 en dirección contraria hasta terminar empotrándose en una casa. Podrían haber enterrado lo que quedó de ella en una caja de zapatos. Después de eso, su padre utilizó a Lenny como saco de boxeo todas las noches, hasta que Kirk cumplió los catorce y aporreó a aquel hijo de puta con un martillo hasta matarlo. Luego serró el cuerpo en trocitos y los lanzó uno a uno al río Spirit, lo cual funcionó hasta que su cabeza apareció en la orilla, cerca de Redwood Falls. La policía fue a buscarlo, pero Kirk sólo pasó dos años en el reformatorio. Al salir, rescató a Lenny de una familia de acogida a la que no le importaba una mierda y, desde entonces, formaban un equipo.
Lenny habría hecho cualquier cosa por Kirk.
—Eh, he encargado un paquete —le dijo su hermano mientras bebía cerveza tumbado en el banco—. Llegará en un par de días.
—¿Sí?
—Sí, esta vez es de Vietnam. Apuesto a que con éste conseguimos diez mil.
—Guay.
Margie regresó del río metiéndose el billete de cien dólares en el bolsillo trasero de sus ceñidos pantalones cortos. A su alrededor, el parque estaba oscuro y casi vacío. Las copas desnudas de los árboles se cernían sobre ellos, pero las nubes del cielo no dejaban ver las estrellas. Era más de medianoche, y tan sólo un puñado de adolescentes de Barron se escondían entre las sombras para enrollarse. Lenny oía gemidos, gruñidos y el crujido de las lonas de plástico extendidas sobre la hierba embarrada.
La chica de Kirk agarró una cerveza y se sentó.
—¿Diez mil pavos? ¿En serio? ¿Por qué?
—Por mantener la boca cerrada y no hacer preguntas —le espetó Kirk.
—Ya, pero ¿puedo apuntarme?
Kirk esbozó una sonrisita.
—Claro, por qué no. ¿Te gusta hacer películas?
—¿Qué clase de películas?
—Guarras.
—¿Quieres decir pelis porno? Eso estaría bien. ¿Cuánto podría ganar?
Kirk la miró.
—¿Cuántos años tienes, diecisiete?
—Casi dieciocho.
—Demasiado mayor. ¿Tienes una hermana pequeña?
—Eso es asqueroso.
Lenny se rió con ganas.
—Los asquerosos son los que las miran —comentó Kirk.
Luego pasó las piernas por ambos costados de Margie y tiró de los hombros de la chica para apoyarla sobre su torso desnudo, metió sus grandes manos dentro de su camiseta y jugueteó con sus pechos. A Lenny empezaron a sudarle las palmas al pensar en sus propias manos metidas dentro de la camiseta de la chica. Imaginó sus pechos, suaves y blandos como melocotones maduros, excepto por las protuberancias de la punta.
—Entonces ¿tú qué crees, Leno? —preguntó Kirk—. ¿Le he dado?
—¿A quién, tío?
—A Hannah Hawk.
Lenny se encogió de hombros.
—No lo sé; puede que sí. Le diste a una de las ventanas.
—La he oído gritar —dijo Kirk—, pero eso no significa nada.
—Creía que sólo tratabas de asustarla —comentó Margie—, no de darle.
—Joder, ¿qué sentido tiene eso?
Kirk apoyó el cañón del arma en un lado de la cabeza de Margie y el frío metal se introdujo en su oreja.
—Uno no dispara una pistola a menos que quiera alcanzar a alguien.
—¡Déjalo ya! —le pidió ella.
—Creía que querías ser una estrella del porno.
—No lo hagas —suplicó Margie.
Kirk le rodeó el cuello con el brazo y siguió clavándole la pistola hasta casi rasguñarle la piel. A medida que apretaba con más fuerza, Margie empezó a revolverse presa del pánico y a patalear de forma espasmódica.
—Bang —susurró él al tiempo que apretaba el gatillo.
Clic.
—Está vacía, estúpida —se rió.
Margie se retorció entre sus brazos con la respiración entrecortada.
—¡Eres un capullo!
—No seas llorona.
—¡Me has asustado, coño!
—Bah, deja ya de quejarte. Te acojonas por nada; la pistola no estaba cargada. Pero esa zorra de St. Croix sí le voló los sesos a Ashlynn.
—¿Por qué te preocupas por ella?
—Ashlynn era una chica de Barron. En Barron nos mantenemos unidos.
—He oído que te dejó —se burló Margie.
—Cierra la puta boca. Tú no sabes nada.
—Sólo salía contigo para cabrear a su padre. A todas las niñas ricas les gusta joder a su padre con su peor pesadilla. Aunque lo que se comenta en el instituto es que nunca se te abrió de piernas.
Kirk estrujó los pezones de Margie entre sus gruesos dedos por debajo de la camiseta, y la chica soltó un chillido.
—¡Mierda! ¡Mierda, para!
Margie se apartó de él llorando.
—¡Eres un gilipollas! ¡Estás loco!
—No hables de Ashlynn, ¿me oyes? No te atrevas a pronunciar su nombre delante de mí.
Las rodillas de Margie temblaron como las de un cervatillo. La cara se le empapó de lágrimas de rabia y dolor que arrastraron con ellas el maquillaje, y algunos mechones rubios sueltos se le pegaron a las mejillas.
—¿Ah, no? Ashlynn, Ashlynn, Ashlynn, como en: «Ashlynn Steele nunca hubiera dejado que Kirk Watson se la follara» —chilló sacando el labio inferior en un gesto de desafío.
Kirk se puso en pie de un salto con el antebrazo levantado, listo para golpearla, y Margie echó a correr. Tropezó con sus incómodos tacones y cayó en el barro, pero volvió a levantarse y siguió corriendo por el parque hasta alcanzar el puente peatonal que cruzaba el río Spirit hacia el centro de Barron. Kirk y Lenny oyeron su frenético clop-clop mientras esprintaba agitando los brazos. En mitad del puente, bajo las luces titilantes, se decidió por fin a mirar atrás y vio que Kirk no la perseguía. Se detuvo, jadeando, y le levantó el dedo corazón. Luego le gritó un insulto a pleno pulmón, se dio la vuelta y corrió hasta perderse en las calles del pueblo.
Kirk golpeó el banco con el puño con tal fuerza que la vibración a punto estuvo de hacer caer a Lenny. Con Kirk, las cosas iban a veces de aquella manera. Empezaba a hervir como un cazo de agua, y lo mejor era no encontrarse cerca. En situaciones como aquélla, había pegado, quemado y asfixiado a Lenny. Sin embargo, esta vez Kirk se limitó a coger un botellín de cerveza sin abrir, se dirigió al roble más cercano y lo estampó contra el tronco hasta hacerlo añicos y quedar salpicado con la espuma blanca de la cerveza; un cristal se le clavó en la mano y empezó a sangrar. Lenny oyó murmullos asustados por todo el parque.
Kirk dio media vuelta mientras se chupaba la sangre de los dedos.
—Esto no ha terminado, ¿me oyes? Ashlynn está muerta; alguien tiene que pagar por ello.
—Lo sé, Kirk —contestó Lenny en voz baja—. ¿Qué hacemos ahora?
—Tenemos que darle una lección a Tanya Swenson. Esa zorra se largó y dejó a Ashlynn sola con su asesina. Mañana, Leno, has de sacarla de la escuela y traérmela al campo de fútbol. Nos aseguraremos de que reciba el mensaje y se lo transmita a su padre.
—No lo veo claro, tío.
—¡Hazlo! —le espetó Kirk—. Estaré esperando.
—Vale, vale. Lo que tú digas.
—Luego nos ocuparemos de Olivia Hawk.
Lenny palideció.
—Está en la cárcel —protestó.
—El juez la dejará salir.
—Ya, pero ¿por qué molestarnos por ella? Todo el mundo dice que van a encerrarla de por vida.
—Entonces le daremos algo en que pensar mientras se pudre.
A Lenny volvían a sudarle las palmas. Notó como se excitaba al pensar en Olivia. Era la única chica a la que deseaba: sus carnosos labios, la melena castaña que siempre le caía sobre un ojo. Cuando hablaba en clase, se la veía tan intensa, tan segura de sí misma… Era increíble. Lenny se preguntó cómo sería acostarse con alguien como ella, pero Olivia apenas sabía quién era él.
Pero eso no le impedía fantasear con ella.
Seguirla.
—¿De verdad crees que Olivia mató a Ashlynn? —murmuró.
Kirk entornó los ojos.
—¿De qué estás hablando, Leno?
—Es sólo que no parece algo propio de ella.
—¿Cómo demonios ibas tú a saberlo?
—No lo sé, tío.
—Lo hizo —insistió Kirk—. Esa zorra disparó a Ashlynn, y punto.