Errores y extravíos

Génesis de la novela

Fontane trabajó en esta novela, especialmente querida por él, durante un largo tiempo y con extraordinaria intensidad. Ya desde mediados de 1882 había comenzado con la concepción de la obra y con la visita y estudio de algunos de los lugares en que se desarrollaría la acción. Sin embargo, no se puede precisar hasta qué punto había avanzado en el borrador en este primer estadio creativo, pues las explicaciones de Fontane al respecto no son demasiado exactas en la cronología. Según él tenía los primeros capítulos escritos a comienzos de los 80 y hasta 1886 no reanudó el trabajo, concluyendo entonces la novela. Su diario, cartas y documentos de la época, sin embargo, dan una imagen distinta. Según éstos, en 1884 llevó a cabo la primera redacción completa: visitó el resto de los lugares que le servirían de escenario, realizó un pequeño plano y estudio del vivero de los Dörr e incluso pasó dos sananas en el «Almacén de Hankel», donde escribió ocho capítulos y acabó esta primera redacción de la novela. Sin embargo, sigue una nueva pausa y hasta 1886 no vuelve a ocuparse de ella, comenzando entonces, de acuerdo con su peculiar modo de trabajar, a corregir y pulir lo escrito. En 1887 tiene lugar la última corrección:

… a partir de marzo comencé la corrección de mi novela Errores y extravíos para el Vosschen Zeitung. Por fin el cinco de julio la he acabado y ya la puedo enviar. Desgraciadamente Stephany [el redactor jefe] está de viaje y la publicación se retrasa, si es que llega a tener lugar.

Las dudas acerca de la publicación de la novela en el diario no carecían de justificación. Sin embargo, la novela se publicó, como estaba previsto, durante veintiséis días, del 24 de julio al 23 de agosto de 1887, a capítulo diario. La historia de esta primera publicación refleja una parte de la reacción del público y la crítica ante Errares y extravíos, que proporcionó a Fontane primero amarguras y sinsabores, aunque en los años posteriores se transformarían en éxito y reconocimiento literario.

No consta que Fontane se basara para Errores y extravíos en un suceso real concreto, como es en él habitual, aunque las relaciones amorosas entre oficiales y muchachas de la pequeña burguesía eran extraordinariamente frecuentes. Un oficial sin fortuna propia se veía en la difícil situación de encontrar una rica heredera o no poder casarse. Las ricas herederas no eran demasiado numerosas y generalmente tenían pretensiones más altas. Por otra parte, el oficial estaba sujeto a compromisos y prejuicios de casta que afectaban a su futura esposa, hasta tal punto que el gobierno se reservaba el dar el consentimiento a la proyectada boda. Condición indispensable era el poseer una renta anual suficiente, además del sueldo del oficial. La muchacha debía tener una fama intachable y no le estaba permitido vivir de su trabajo ni del comercio, aunque perteneciera a la familia. Consecuencia de estas condiciones fue que muchos oficiales renunciaran a contraer matrimonio, aunque no a las relaciones amorosas. Las hijas de la burguesía media, que nunca podrían, según los imperativos existentes, pasar del papel de amantes, eran bien preservadas por sus padres, de modo que los oficiales se veían obligados a buscar compañía en la pequeña burguesía y en las muchachas trabajadoras. No pocas veces estas relaciones se convertían en un amor firme y duradero. Los esfuerzos por sancionar legalmente esta relación solían fracasar. Si alguien conseguía su objetivo, se buscaba cualquier pretexto para expulsarle del regimiento, que se consideraba afrentado.

Estos datos, extraídos de una fuente de la época, serían testimonio suficiente del carácter realista de la novela en cuanto reflejo de un fenómeno social generalizado, si no nos contara el mismo Fontane una anécdota sucedida a raíz de la publicación de la novela:

Ahora mismo, mientras escribía estas lineas, ha estado aquí una señora de cuarenta y seis años que me ha dicho que ella era Lene y que yo había escrito su historia. Ha sido una horrible escena de llantos masivos.

Publicación y acogida

Errores y extravíos (Irrungen, Wirrungen) se publicó con el subtítulo, sólo en el primer capítulo, de «una historia berlinesa de todos los días». La inseguridad de Fontane ante esta publicación, a la que ya hemos aludido antes, se debía en gran parte a la matizada aceptación de la novela por parte del redactor jefe del diario, en la que a las alabanzas literarias se unía la crítica moralista. Fontane reaccionó de un modo distante frente a esta crítica, recordándole que su intención no era juzgar a sus personajes ni mantener el código moral vigente. Pero en las semanas y meses siguientes tuvo a menudo ocasión de constatar, primero con ironía y después con amargo sarcasmo, las reacciones hipócritas y presuntamente escandalizadas de supuestos guardianes de la moralidad y las buenas costumbres. El refinado público lector de la Vossische Zeitung se sintió ofendido, numerosas suscripciones se cancelaron y el redactor jefe rechazó la siguiente novela de Fontane, Stine, tomando partido a favor de su público frente al escritor. A oídos de Fontane llegó la escandalizada exclamación de uno de los copropietarios del diario: «¿Es que no se va a acabar nunca esta repugnante historia de putas?», pronunciada cuando la novela estaba en plena publicación. La crítica literaria se mantuvo a la expectativa, hizo tibias alabanzas o guardó un prudente silencio.

La ira de Fontane frente a la hipocresía general y la cobarde actitud de la crítica se manifiesta en una carta dirigida a su hijo Theo, en la que ataca directamente la mentira de la sociedad:

También en eso tienes razón, que no todo el mundo, por lo menos de puertas afuera, pensará sobre Lene con tanta benevolencia como yo; pero pese a reconocerlo de buen grado, no por eso estoy menos seguro de que una pequeña parte del valor y la importancia del libro está en el reconocimiento expreso de una postura respecto a estas cuestiones. Estamos metidos hasta las orejas en todo tipo de mentiras convencionales y deberíamos avergonzamos de la hipocresía que practicamos… ¿Es que hay… aún algún hombre culto y de corazón honrado que de verdad se escandalice moralmente ante una costurera que tenga una relación de amor libre? No conozco a ninguno y añado, gracias a Dios que no conozco a ninguno. En cualquier caso me mantendría alejado de él y le evitaría como a un ser peligroso. El «No cometerás adulterio» ha cumplido ya casi cuatro mil años y cumplirá más y seguirá teniendo fuerza y prestigio. Es un pacto que realizo y que por tanto, pero también por otros motivos, debo mantener honradamente… Pero el hombre libre, el que no se ha comprometido en nada en este sentido, puede hacer lo que quiera y sólo debe aceptar valerosamente las llamadas «consecuencias naturales», que a veces son muy duras. Pero estas «consecuencias naturales», del tipo que sean, no tienen nada que ver con la cuestión moral. En lo esencial todo el mundo piensa y siente así y este punto de vista no tardará mucho en ser válido y en imponer un juicio más honrado… Es indignante la actitud de algunos periódicos, cuyo haber de hijos ilegítimos sobrepasa en mucho la docena (el redactor jefe siempre con la parte del león) y que ahora se complacen en enseñarme «buenas costumbres».

El boicot literario a la novela tuvo como consecuencia que ninguno de los editores importantes de Berlín se atreviera a publicarla en forma de libro. La primera edición se hizo, pues, en 1888 en una pequeña editorial de Leipzig, que ya había publicado otra novela de Fontane. En un principio la crítica continuó haciendo el vacío al libro, en un expresivo silencio. Incluso una de las primeras críticas positivas que se escribieron —varios meses después de salir el libro al mercado— contenía la amonestación de que el autor hacía «que Botho renunciara a sus hábitos de casta algo más de lo que nos parece posible y verosímil en un oficial de la Garde-Cavallene prusiana y de antigua nobleza.

La aceptación sin reservas de la novela viene de la mano de la joven generación de escritores y críticos cercanos al naturalismo. Ellos son los primeros en rechazar la falsa polémica en tomo a la presunta inmoralidad de la obra y en resaltar sus valores realistas y humanos. Ellos contribuyeron también en gran medida a que se valorase la construcción analítica del relato e hicieron justicia a los procedimientos literarios empleados en la novela, sobre todo al arte de insinuar solamente las cosas, apelando así a la fantasía y participación del lector. Sin embargo, a ellos se debe también en gran parte uno de los malentendidos respecto a Fontane que la crítica literaria ha venido arrastrando casi hasta nuestros días, pues el final de la novela lo interpretan como una aceptación por parte del autor de las convenciones vigentes, calificándole de conservador. A partir de este momento, Fontane se convierte en un caso ejemplar para medir las posturas ideológicas y estéticas de fin de siglo, tanto de sus detractores como de sus defensores. Los grupos literarios más dispares le reclaman para sí o le rechazan: se le considera y ataca como conservador y tradicionalista, se le ensalza o se le niega como modernista, incluso como naturalista. Esta polémica, resuelta en nuestros días, presenta la aparente paradoja de que el agudo crítico de la sociedad que es Fontane fue reconocido como tal antes por sus enemigos que por sus amigos y seguidores.

En cualquier caso, la novela consiguió romper el cerco de la hipocresía aristocrático-burguesa y encontró el camino hacia su público. En 1891 se publicó la segunda edición, en 1893 la tercera y aún en vida de Fontane siguieron varias ediciones, tanto de ella sola, como incluida en la colección de novelas y relatos completos.

Intención crítica

El escándalo provocado por Errores y extravíos sólo es explicable si se tienen en cuenta dos factores: la naturalidad y falta de prejuicios con que Fontane expone los amores de Lene y Botho, por un lado, y por otro, la gran importancia pública que se le daba a la palabra moral en la Prusia del Imperio. Si bien es cierto que todo el mundo era consciente de la diferencia existente entre teoría y práctica, se mantenía el convencionalismo de no hablar sobre determinados temas y, mucho menos, escribir sobre ellos. La literatura trivial, la novela rosa, que en estos años comienza a convertirse en literatura de masas, presenta la imagen convencional de una sociedad en la que las diferencias de clase no existen, de modo que nada se opone al matrimonio del gallardo y desinteresado aristócrata con la bella y pura muchacha del pueblo.

La negativa de Fontane a aceptar estos tabúes, su veracidad frente a la mentira generalizada, es lo que verdaderamente origina el escándalo. Porque, en el fondo, el ataque no reside en la «relación amorosa» entre clase alta y baja, sino en la oposición básica que entre ambas se establece en la novela. Su objetivo fundamental no es criticar actitudes y prácticas de la aristocracia, sino poner de manifiesto la enfermedad que afecta a todo el organismo social.

Se miente conscientemente, desde el rey y emperador hasta el mendigo, sobre todo se representa una continua comedia sentimental y de falsa armonía: lo que llamamos fe, es mentira y engaño, o fingimiento o estupidez; lo que llamamos lealtad es el cálculo del propio provecho; lo que llamamos amor es generalmente cualquier cosa menos amor, lo que llamamos fidelidad a unos principios es obstinación.

Ya en sus novelas anteriores había atacado la moral de casta de la nobleza (Schach von Wuthenow) y la inflexibilidad de unas normas que se manifestaban en conocidos escándalos matrimoniales (Cecile, L’Adultera), pero en todas ellas se había mantenido dentro del círculo social de la aristocracia. En Errores y extravíos el elemento explosivo es la relación amorosa de dos personas pertenecientes a esferas sociales irreconciliablemente opuestas. Es más, si la caracterización de los personajes y el desarrollo de sus relaciones hubieran permitido un final moralista, la reacción pública podría haber sido muy distinta. Lejos de ello presenta Fontane los amores de Botho y Lene con rasgos románticos que los elevan por encima del nivel de una aventura pasajera, mientras que el final de la novela, carente de todo romanticismo, refleja con tal objetividad el modo en que solían concluir estas relaciones, que sin que el autor lo exprese explícitamente, se transmite al lector toda la amargura de la amputación vital de los personajes. Por si esto fuera poco, el retrato que hace Fontane de Lene, la pequeña burguesa, la sitúa humana y moralmente por encima de Botho e incluso muy por encima de la elegante y superficial Käthe. El lector captaba claramente que la simpatía por la muchacha «de la clase baja» iba unida a un rechazo al mundo de la clase dominante. Y aún más, no es que el novelista hubiera querido mostrar solamente la superioridad de Lene frente a Botho y Käthe. Además de mostrar las «consecuencias naturales» de estas relaciones, Fontane se esfuerza en poner de manifiesto las «consecuencias sociales», ante las que el amor de Lene y Botho ha de sucumbir irremediablemente. Al lector le resultaba así evidente que la causa del fracaso de este amor estaba en las barreras levantadas entre las distintas capas sociales, las reconocía en los comportamientos a los que están sujetos los hombres según su procedencia social, en las relaciones que les vienen impuestas por la posición que ocupan. Con todo ello había dado Fontane a su novela un acento político.

Sin embargo, este análisis crítico de la falta de humanidad de la estructura social de la época no se hace por medio de una fácil división entre malos y buenos. Ningún personaje aparece como una mala persona, porque no son ellos los culpables, sino que actúan obligados por los imperativos sociales. Esta justicia y objetividad de Fontane respecto a los personajes no atenúa la crítica, sino que la aumenta, al mostrar que el individuo no es el culpable —aun cuando siempre le deje un margen para decidir por sí mismo. Culpable es una sociedad que exige de sus miembros una serie de sacrificios, que llegan hasta la autonegación de lo más valioso, para así mantener sus convenciones.

Estilo y procedimientos literarios

La actitud crítica de Fontane no se manifiesta, sin embargo, de una manera directa. En ningún momento el autor acusa directamente, sino que por medio de un estilo lleno de insinuaciones, sugerencias, matices y detalles, deja que sean las cosas, las personas y el acontecer del relato los que hablen por sí mismos. Su actitud narrativa es la del observador objetivo, cuya distancia respecto a lo narrado se pone especialmente de manifiesto en el uso del procedimiento teatral de no mostramos algo de un modo directo, sino a través del comentario y las reacciones de otras personas. Esto le permite a la vez desvelar los motivos y las causas, psicológicas y sociales, de un determinado comportamiento de los protagonistas, lo que en ocasiones le interesa más que el comportamiento mismo.

Esta técnica narrativa distanciada y llena de alusiones e insinuaciones exige unas formas determinadas. Además del ya mencionado procedimiento teatral, destacan el diálogo, el monólogo interior y la carta. Los diálogos, llenos de referencias y elocuentes silencios, están utilizados de un modo tan brillante y diferenciado que pueden realizar las más diversas funciones. Así, por ejemplo, los diálogos de personajes secundarios sirven una y otra vez para aclarar la personalidad de los protagonistas y sus comportamientos, así como para hacer comprensible el obligado desarrollo de los acontecimientos. Por medio de una matizada y variada red de insinuaciones y referencias anticipan lo que ha de suceder de tal modo que no haya sorpresas y la acción aparezca como un todo en el que las distintas partes se integran sin fisuras, evitándose a la vez toda sensación de dramatismo. La decisión de Botho de seguir los designios familiares y contraer matrimonio con Käthe se anuncia y anticipa de un modo progresivo, hasta que, cuando realmente tiene lugar, no causa sorpresa al lector, sino que se le presenta como la consecuencia inevitable de una serie de condicionantes. Del mismo modo, el desagradable encuentro con los camaradas de Botho y sus amigas, y la no menos desagradable conversación con la «reina Isabeau», hacen ver a Lene claramente —aunque fuera consciente de ello— que su relación con Botho no se diferencia gran cosa de la de Johanna y Serge. El que Botho y Lene se amen sólo significa que tienen que afrontar unas consecuencias más graves. La parodia que Botho hace, en casa de la señora Nimptsch, de la charla intranscendente de la aristocracia se vuelve con fina ironía contra él en la persona de Käthe, en cuya charla banal aparecen los mismos motivos que él había parodiado. La misma Käthe, que no aparece como personaje hasta después de la boda, ha sido progresivamente anunciada, adquiriendo cada vez rasgos más concretos, hasta el punto que su presencia no supone sorpresa alguna. Gideon Franke, por su parte, sólo aparece en su entrevista con Botho; todo lo demás que se sabe de él es a través del diálogo de otros personajes.

Esta técnica de las alusiones y referencias se emplea con infinitas variaciones. Muchas de ellas pueden hoy día pasar desapercibidas al carecer el lector actual del contexto referencial de la época, pero para el lector contemporáneo estaban cargadas de significado. Así, por ejemplo, el comentario casi secundario de la madre de Botho respecto al préstamo que debe pagar pone de manifiesto la ruina progresiva de una parte de la nobleza rural y el avance económico de la burguesía. Madame Salinger, la compañera de viaje de Käthe, es la esposa de una banquero vienés. En Colonia la recoge en la estación el coche de los Oppenheim: el lector contemporáneo deduce inmediatamente que se trata de judíos ricos. La actitud de Käthe respecto a ellos evidencia que la nobleza conservadora ya no puede permitirse el poner reparos a estas amistades, que en otro tiempo habría rechazado. Toda la novela está llena de referencias locales e históricas al Berlín de mediados de los años 70, lo que aumentaba la impresión de realismo y veracidad del relato.

Todos los procedimientos técnicos se unen para dibujar con cada vez mayor precisión y diferenciación los rasgos de la protagonista. Todo lo luminoso, humano, sencillo y auténtico se reúne en la figura de Lene Nimptsch, un tipo de mujer único en la galería de personajes femeninos de Fontane y en el que es evidente que ha plasmado su ideal del ser humano. Una y otra vez, siempre que se intenta caracterizar la personalidad de Lene, aparecen las cualidades de naturalidad, sencillez y sinceridad, con las que se define todo lo opuesto al mundo al que pertenecen Botho y Käthe. Su energía, independencia de criterio y valerosa sencillez para afrontar las consecuencias de sus actos completan la imagen de una mujer cuyo valor humano la sitúa muy por encima de todos los títulos nobiliarios. No es casual que Fontane ponga estas cualidades en alguien que se precia de vivir «del trabajo de sus manos». En un mundo en el que imperan los caducos prejuicios de casta de la aristocracia y las ambiciones de expansión económica de la burguesía, el cuarto estado representa para Fontane la única alternativa social, la posibilidad de la existencia y el desarrollo de los valores de la humanidad. En el enfrentamiento entre lo nuevo y lo viejo, lo natural y lo antinatural, la verdad y la mentira, la figura de Lene representa a aquellos a los que pertenece el futuro.

Theodor Fontane según una litografía de Max Libermann.