NOTICIA SOBRE EL TRADUCTOR

Uno de los hombres más eruditos que España tuvo en el pasado siglo fue el P. Bartolomé Pou, nacido a 21 de Junio de 1727 en Algaida, pueblo de Mallorca, de una familia de labradores acomodados. Fue dedicado, sin embargo, por sus padres en los primeros años al cultivo del campo, y en tal estado vióle un día D. Antonio Sequí, canónigo de la catedral de aquella diócesis, gobernando con una mano es arado y sosteniendo con la otra la gramática latina de Semperio: conoció que aquel joven había nacido para las letras, y le condujo a Palma, donde le mantuvo en su casa y cuidó de su primera educación, que fue encomendada a los jesuitas de Palma, en su colegio titulado de Monte-Sion. A 25 de Junio de 1746, a los 19 años de su edad, vistió Pou la sotana en el noviciado de Tarragona, donde repitió las lecciones de retórica y filosofía, y empezó a dedicarse con ardor a las ciencias sagradas y lenguas sabias. Tenaz en el trabajo y dotado de gran memoria, poseía profundamente la historia eclesiástica y civil, y con suma facilidad recitaba trozos de las obras de los Padres de la Iglesia. En Zaragoza enseñó idiomas, promoviendo, con especialidad en toda la provincia de Aragón, el estudio de la lengua griega y el gusto por las bellezas de su literatura; y defendió conclusiones en extremo aplaudidas por los inteligentes. Su erudición y buen gusto en las bellas letras movieron a sus superiores a encargarle la reforma de los estudios de latinidad en los colegios de Aragón; y sucesivamente enseñó retórica en Tarragoda, filosofía en Calatayud, y griego en la universidad de Cervera. En Calatayud fue donde principalmente su dio a conocer con sus famosas Theses Bilbilitanae, en las cuales con vasta erudición y muy castizo latín vertió las doctrinas de la antigüedad, y se puso al nivel de cuanto se sabía entonces de más escogido y profundo en los estudios históricos de filosofía. Sobresalió particularmente en los idiomas griego y latino, para lo cual basta decir que descolló entre los hombres más célebres que tuvo la Compañía en el siglo pasado: su reputación de helenista fue sostenida siempre en las capitales más cultas de Europa por la rara inteligencia con que explicaba los pasajes más oscuros de los cómicos y trágicos griegos, y de la cual es el más sólido y glorioso monumento la importante obra que damos a luz.

Expulsados de España los Jesuitas en 1767, continuó Pou durante algún tiempo en el asilo que lo dio Italia sus lecciones de griego y latín para los jóvenes alumnos de la Compañía, y enseñó después la lengua griega con aprobación de la corte de España en el colegio mayor do San Clemente de Bolonia. Más adelante, a instancia del cardenal mallorquin D. Antonio Despuig, entonces auditor de la Rota, pasó a Roma, donde por sus conocimientos en antigüedades era consultado frecuentemente para descifrar inscripciones y medallas, y donde le honraron con su amistad y compadecieron su desgracia los sabios nacionales y extranjeros.

Cuando en 1797 el Sr. D. Carlos IV dio permiso a los Jesuitas españoles para volver a su patria, Pou regresó a Mallorca, viviendo en la capital, donde disfrutó desde 1799 de una doble pensión anual concedida por el Rey; hasta que, excitada de nuevo la atención del Gobierno contra los restos de la Compañía por causas ignoradas, fue a retirarse en Algaida, pueblo de su nacimiento, y allí murió cristianamente el Sábado Santo 17 de Abril de 1802. D. Antonio Roig, cura párroco de Felanitx, su apasionado amigo y discípulo, le puso este epitafio:

HEIC SITUS EST

BARTHOLOMÆUS POU ALGAYDENSIS

É S. J. QUONDAM SACERDOS

GRÆCE LATINE QUE DOCTISSIMUS

RHETOR, POETA, CRITICUS, HISTORIGUS,

PHILOSOPHUS, THEOLOGUS,

AB ACÉRRIMO INGENIO MULTIPLICI

ERUDITIONE

LIBRIS IN VULGUS EDITIS

FAMA VEL APUD EXTEROS MAGNUS

MORUM INTEGRITATE, CATOLICÆ

DOCTRINÆ VINDICANDÆ ARDORE,

SOLIDARUM VIRTUTUM EXEMPLIS

LONGE MAJOR.

VIXIT AN. LXXIV. MENS. IX. DIES XXV

OBIIT XV CAL. MAJ. AN. Á C. N. MDCCCII

AMICI MOERENTES POSUERE.

Nada de exageración ni de pompa en este elogio: el padre Pou fue de natural tan candoroso y de tan arregladas costumbres, como de talento perspicacia y de vastísima instrucción. Dispuesto siempre a coadyuvar y fomentar los estudios de otros, corrigió, mudó, añadió, ordenó muchísimos escritos, y dio como un nuevo ser a las tareas de otros escritores antes de publicarlas. No es el menor de sus elogios el mérito de los numerosos alumnos que para las letras adquirió con sus lecciones, y los testimonios con que honraron su ciencia algunos sabios contemporáneos, entre otros el ilustre benedictino D. Fray Benito Moxó, uno de sus discípulos, y el erudito jurisconsulto Finestres, en su obra de las Inscripciones Romanas, en la cual le auxilió no poco nuestro Jesuita con nuevos datos e interpretaciones.

Publicó el P. Pou diversas obras, de las cuales unas llevan su nombre y otras son anónimas o con nombre supuesto. Además de las citadas Theses Bilbilitanae, que en 1763 imprimió en latín en Calatayud con el título de Institutionum historiae philosophiae libri duodecim, obra en que por la excelente disposición y por la elegancia del estilo se puso al nivel de la importancia de la materia, había publicado en Cervera en 1756 sus Entretenimientos retóricos y poéticos en la Academia de Cervera, que comprenden tres discursos, dos latinos, el otro latino y griego, y una tragedia también latina titulada Hispania capta. Escribió posteriormente a la extinción, la Vida del venerable Berchmaus, y más tarde en Roma la de su compatricia la beata Catalina Tomás, modelo de bueno pero difícil latín, de la cual hizo él mismo una traducción castellana que ha quedado manuscrita. El restablecimiento de los Jesuitas en la Rusia Blanca, hecho por la emperatriz Catalina y consentido aun después de la extinción por el Papa Clemente XIV, y la tacha de cismáticos con que algunos los acriminaban, movieron al P. Pou a escribir en latín, con el nombre de Ignacio Filareto, cuatro libros apologéticos de la Compañía de Jesús conservada en la Rusia Blanca, que suena impresa en Amsterdam, aunque no haya podido averiguarse el verdadero lugar de la impresión. Publicó también en latín y griego dos libros a la memoria de Laura Bassia, de la Academia de filosofía de Bolonia. Todas las citadas obras fueron impresas: manuscritas, a más de la presente que damos a luz, quedaron a causa de su modestia la traducción española de Demetrio Falerco, y la del retórico Longino, de la que no tenemos otra noticia que la que él mismo nos da en una nota al libro II de Herodoto. Quedaron también manuscritos el Specimen latino de las interpretaciones españolas sacadas de autores griegos y latinos, sagrados y profanos; la oración latina en el nacimiento de los dos gemelos hijos de Carlos IV, oración elegantísima, cuya recitación impidió con artificio un enemigo de la Compañía, y por último dos opúsculos en castellano, Alivio de Párrocos, y un Compendio de Lógica, que si no son enteramente suyos, fueron por él al menos corregidos; sin contar la numerosa correspondencia en diversos idiomas que fieles amigos o curiosos eruditos religiosamente conservan.