EPÍLOGO

Empiezo a grabar mientras el avión aterriza.

—Ciudad del Cabo, miércoles quince de abril de dos mil ciento cinco. Siete horas, doce minutos, diez segundos GMT —confirma Sísifo.

Karin De Groot ha venido al aeropuerto a recogerme. Tiene un aspecto sorprendentemente saludable, mucho más en persona, aunque todos los viejos tenemos las pérdidas grabadas en lo más profundo. Intercambiamos saludos y miro alrededor para intentar captar la profusión de estilos en la anatomía y en la forma de vestir. No hay más variedad que en otras partes, pero cada lugar tiene una mezcla distinta, un conjunto de modas diferente. Parece que las capuchas retráctiles llenas de simbiontes fotosintéticos morados se llevan mucho en el sur de África. En Anarkia abundan más las elegantes adaptaciones anfibias para respirar y alimentarse debajo del agua.

Después del Instante Aleph, la gente temió que la mezcla impusiera la uniformidad. Pero no sucedió, al igual que en la Edad de la Ignorancia las verdades brutales ineludibles, como que el agua estaba mojada y que el cielo era azul, no habían obligado a todos los del planeta a pensar y actuar de manera idéntica. Hay infinitas formas de responder ante la verdad única de la TOE. Lo que ha resultado imposible ha sido mantener la pretensión de que cada cultura podía crear una realidad independiente, mientras todos respirábamos el mismo aire y andábamos por la misma tierra.

—Así que no has venido directamente desde Anarkia —dice De Groot después de hacer unas comprobaciones con el ojo de la mente.

—No. De Malawi. Tenía que ver a alguien, quería despedirme.

Bajamos al metro, donde nos espera un tren que enciende un camino para nuestros ojos que nos guía hasta la puerta del vagón. Han pasado casi cincuenta años desde la última vez que estuve en esta ciudad y casi todas las infraestructuras han cambiado. En entornos no familiares, la TOE resplandece en todas las superficies, espontáneamente, como un niño desbordante de vida y entusiasmo que presume de las cosas nuevas y brillantes que ha hecho. Incluso las novedades más sencillas, como la cubierta antideslizante que se come la suciedad de los azulejos del suelo o los pigmentos luminosos de las esculturas vivientes, captan mi atención mientras describen sus maneras únicas de coexistencia.

Nada es incomprensible. Nada se puede confundir con la magia.

—Cuando oí que construían un jardín de infancia en memoria de Violet Mosala —digo—, pensé que se habría sentido insultada. Lo cual demuestra lo poco que la conocí. No sé por qué me han invitado.

—Me alegro de que no hayas hecho un viaje tan largo sólo por la ceremonia —se ríe De Groot—. Podrías haber participado desde la red; no le habría molestado a nadie.

—No hay nada como estar aquí.

El tren nos recuerda la parada y nos abre las puertas. Paseamos por las impecables afueras de la ciudad, no muy lejos de la casa donde Mosala pasó su niñez, aunque las calles están bordeadas con especies de plantas que ella no habría reconocido. Tampoco vio árboles en Anarkia. Los transeúntes nos adelantan con paso enérgico, contemplando la lógica elegante del cielo azul y despejado.

El jardín de infancia es un edificio pequeño convertido en auditorio para la ocasión. Hay media docena de oradores para los cincuenta niños. Me quedo medio dormido hasta que una de las biznietas de Violet, que trabaja en el proyecto Alción, explica el sistema de propulsión de la nave estelar. Los principios básicos, cercanos a la TOE, son fáciles de entender. Karin De Groot habla sobre Violet y cuenta anécdotas de generosidad y de intransigencia. Uno de los niños prepara mi intervención y les habla a los demás de la Edad de la Ignorancia.

—Cuelga como una estalactita del cosmos de la información. —El uso del presente es sofisticación, no solecismo; la relatividad lo exige—. No es autónomo, no se explica a sí mismo; necesita unirse al cosmos de la información para existir. Nosotros también lo necesitamos. Es una historia necesaria, un producto lógico si intentáis remontaros a la época anterior al Instante Aleph.

Evoca ecuaciones y diagramas intensos en el aire. El grupo estelar brillante del cosmos de la información, densamente envuelto en hilos explicativos, sostiene el cono simple y apagado de la Edad de la Ignorancia que nos lleva de vuelta al Big Bang físico. El público de niños de cuatro años menos precoces se pelea con los conceptos. ¿Tiempo antes del Instante Aleph? A pesar de los abuelos, es casi un contrasentido.

Me pongo en pie y recito la versión de los hechos de hace cincuenta años que he preparado y consigo estallidos de risas incrédulas en los momentos adecuados. ¿Propiedad de los genes? ¿Autoridad centralizada? ¿Sectas de la Ignorancia?

La historia antigua siempre suena pintoresca, y las viejas victorias predestinadas, pero intento transmitirles lo larga y dura que fue la lucha de sus antepasados para aprender lo que todos dan por supuesto: que la ley y la moralidad, la física y la metafísica, el espacio y el tiempo, el placer, el amor y el significado son la dura carga de los participantes. No hay centros inamovibles que nos concedan absolutos como si fueran maná: no hay Dios, Gea ni soberanos caritativos. Ninguna realidad salvo el universo al que se ha conferido existencia por medio de su explicación. Ningún propósito en la vida a menos que lo creemos, juntos o solos.

Alguien me pregunta sobre la confusión en los días siguientes al Instante Aleph.

—A todos les costó digerir la verdad —digo—. A los científicos ortodoxos porque resultó que la TOE no se basaba en nada más que en su poder explicativo. A las Sectas de la Ignorancia porque incluso el universo participativo, la realidad más subjetiva posible, no era la síntesis de sus mitos favoritos, que no habrían podido crear nada, sino el producto de la comprensión científica universal de lo que significaba realmente la coexistencia. Incluso la Cosmología Antropológica estaba equivocada: estaba tan obsesionada con la idea de una Piedra Angular que apenas reparó en la posibilidad de que todos pudieran desempeñar ese papel por igual. Había pasado por alto la solución más simétrica y estable, en la que todas las mentes obedecen la TOE pero necesitan crearla juntas.

Un oyente astuto ve que estoy eludiendo la cuestión, un niño del que habría dicho que tenía «sentimientos» antes de que la palabra «S» estallara y se entendiera al fin: la TOE es lo que todos tenemos en común.

—La mayoría de las personas no eran científicos, no pertenecían a sectas ni eran de Cosmología Antropológica, ¿verdad? A ellos no les afectaban esas ideas, así que, ¿por qué estaban tan tristes?

Tristes. Hubo nueve millones de suicidios. Nueve millones de personas que no pudieron soportar que todas las apariencias de solidez se desvanecieran. Y todavía no estoy seguro de que no hubiera otra manera, de haber encontrado el único enlace posible con el cosmos de la información. Si me hubiera dejado llevar por la locura de la Angustia, ¿habría planteado alguien una última pregunta distinta y habría encontrado otro camino?

Nadie me ha acusado ni juzgado. Nunca me han maldecido como criminal ni aclamado como salvador. Ahora se considera absurda la idea de que una única Piedra Angular pudiera haber conferido existencia a diez mil millones de personas por medio de su explicación. La Angustia no se ve de forma distinta a la ilusión vana de que todas las galaxias se alejan de nosotros, cuando en verdad no hay ni puede haber ningún centro.

Hablo con titubeos del área de Lamont.

—Hacía que las personas pensaran que se conocían, que podían hablar en nombre de otras y entenderlas mucho más de lo que es posible en realidad. Puede que algunos todavía la tengáis en el cerebro, pero ante la evidencia, resulta fácil pasarla por alto.

Intento explicarles la falsa impresión de intimidad y cuánto se había dependido de ella en el pasado. Me escuchan con educación, pero veo que no tiene sentido para ellos porque saben demasiado bien que no han perdido nada. El amor ante la verdad ha resultado ser más fuerte que nunca. La felicidad nunca dependió realmente de las viejas mentiras.

No para estos niños que han nacido sin muletas.

En su casa, en medio de la selva transgénica pródiga y deslumbrante de Malawi, le dije a Akili que estaba muriéndome. «Después de ti no ha habido nadie.» Y nos tocamos por última vez.

Sigo hablando deprisa.

—Otras personas lamentaron el final del misterio —añado—. Como si no fuera a quedar nada por descubrir cuando entendiéramos lo que había bajo nuestros pies. Y es verdad que no hay más sorpresas profundas ni queda nada por averiguar sobre las razones de la TOE y de nuestra existencia. Pero no habrá límite al descubrimiento de lo que puede contener el universo; siempre habrá historias nuevas que se escriban en la TOE, sistemas y estructuras nuevos a los que se dará la existencia por medio de su explicación. Podría incluso haber otras mentes en otros mundos, cocreadores cuya naturaleza no alcanzamos a imaginar.

»Violet Mosala dijo una vez: «Alcanzar los cimientos no significa tocar techo». Nos ayudó a todos a tocar los cimientos; sólo deseo que hubiera vivido para veros edificar sobre ellos hasta más altura de lo que nadie había hecho antes.

Vuelvo a sentarme. Los niños aplauden con educación, pero me siento como un tonto senil por decirles que el futuro no tiene límites.

Ya lo sabían, por supuesto.