En el campamento reinaba el júbilo. Bajo la luz de la luna, miles de personas comprobaban si había alguien herido, alzaban las tiendas caídas, celebraban la victoria, se lamentaban por la pérdida de la ciudad o recordaban con seriedad a cualquiera que los escuchara que quizá la guerra no había terminado. Nadie sabía con certeza si los mercenarios habían ocultado efectivos y armamento fuera de la ciudad, a salvo de la devastación del hundimiento del centro, ni qué podía salir a rastras de la laguna.
Encontré a Akili ilesa. Estaba ayudando a levantar los toldos caídos de las bombas de agua. Nos abrazamos. Yo estaba lleno de heridas, tenía la cara cubierta de sangre y los puntos, que se me habían abierto por tercera vez, me enviaban descargas de dolor como si fueran arcos voltaicos, pero nunca me había sentido vivo con tanta intensidad.
—A las seis de la madrugada —dijo Akili mientras se separaba con delicadeza—, la TOE de Mosala se enviará a la red. ¿Te sentarás conmigo a esperar? —Me miró a los ojos sin ocultar que le asustaba la plaga y la perspectiva de enfrentarse a ella sola.
—Por supuesto —dije mientras le daba un apretón en el brazo.
Me fui a las letrinas a limpiarme. Afortunadamente, los conductos de aguas residuales seguían abiertos, y lo que se había vertido con anterioridad no había salido a la superficie empujado por las ondas sísmicas del terremoto. Me lavé la sangre de la cara y me quité el vendaje del estómago con cuidado.
La herida todavía sangraba un poco. El corte del láser del insecto era más profundo de lo que pensaba. Cuando me incliné sobre la pila noté que los segmentos de carne a ambos lados del tajo, que tenía unos siete u ocho centímetros de longitud, se rozaban entre sí y sólo estaban unidos por los extremos. La quemadura había cauterizado el tejido a lo largo de toda la pared abdominal y las costuras se habían abierto.
«No es una buena idea», pensé mirando alrededor; no había nadie a la vista. Pero dado que me habían atiborrado de antibióticos para prevenir una infección…
Cerré los ojos y metí tres dedos en la herida. Toqué el intestino delgado; estaba tibio como la sangre y no frío como una serpiente. Parecía un músculo elástico y no resultaba resbaladizo al tacto. Aquella parte del cuerpo era la que casi me había matado cuando estuvo socavada por enzimas extraños que me exprimían implacablemente hasta dejarme seco.
«Pero el cuerpo no es un traidor: sólo obedece las reglas necesarias para poder existir.»
El dolor casi me paralizó y pensé que tendría que pasarme el resto de la vida como Napoleón o un inquisitivo santo Tomás, pero saqué la mano, me apoyé en el lavabo de plástico y le di un puñetazo en un lado.
Quería mirarme al espejo y proclamar: «Esto es todo. Sé quién soy y acepto sin condiciones mi vida de máquina impulsada por sangre, de criatura de células y moléculas, de prisionero de la TOE».
Pero no había espejos. No en las letrinas de un campo de refugiados, ni siquiera en Anarkia.
Y si esperaba unas horas más, aquellas palabras tendrían más peso, porque al amanecer sabría por fin toda la verdad sobre la TOE que me permitiría pronunciarlas.
Mientras volvía al encuentro de Akili saqué la agenda y consulté las noticias de los medios de comunicación internacionales. En todas partes se hablaba sin cesar del contraataque de los anarkistas a los mercenarios.
Sin embargo, la mejor cobertura era la de SeeNet.
Empezaba con una imagen de la laguna. A la luz de la luna parecía enorme y en calma, de una manera extraña e inquietante. Era casi un círculo perfecto, como un antiguo cráter volcánico inundado, un eco del guyot que ocultaba debajo. A pesar de todo, sentí una punzada de pena por la muerte de los mercenarios cuyos rostros no había visto, a quienes la roca firme había traicionado y que se habían ahogado en el terror sólo por dinero y los derechos de los accionistas de InGenIo.
—Puede que tardemos décadas en saber exactamente quién financió la invasión de Anarkia y por qué —se oyó decir a la reportera, una profesional con implantes en el nervio óptico—. En este momento, ni siquiera está claro si el sacrificio que han hecho los residentes de la isla los salvará de los agresores.
»Pero hay algo que se sabe con certeza: Violet Mosala, la ganadora del premio Nobel que tuvo que ser evacuada a causa del estado crítico de su salud hace menos de veinticuatro horas, tenía la intención de hacer de esta isla su hogar. Esperaba dar a los renegados la suficiente respetabilidad para que el grupo de naciones que se oponen al bloqueo de la ONU pueda por fin hablar con libertad. Si la invasión ha sido un intento de silenciar esas voces disidentes, parece condenada al fracaso. Violet Mosala está en coma, debatiéndose entre la vida y la muerte después de un ataque por parte de una secta violenta, y la población de Anarkia tendrá que luchar más que nunca para sobrevivir durante los años venideros aunque la paz le haya llegado esta noche, pero el asombroso coraje que han demostrado una y otros no caerá en el olvido.
Había más: parte de mi grabación de Mosala durante el congreso e imágenes de aquella periodista con el bombardeo, el éxodo digno de la ciudad, el establecimiento de los campamentos y un ataque de uno de los robots de los mercenarios.
Estaba filmado y montado de manera impecable. Tenía fuerza, pero no caía en el sensacionalismo. Y de principio a fin era abiertamente, pero de forma totalmente honrada, propaganda a favor de los renegados.
Yo no podría haberlo hecho ni la mitad de bien.
Sin embargo, lo mejor estaba por llegar.
La periodista se despidió con una imagen de las oscuras aguas de la laguna.
—Sarah Knight desde Anarkia para los servicios informativos de SeeNet.
Según la red de comunicaciones personales, Sarah Knight seguía incomunicada en Kyoto. Lydia no contestó a mis llamadas, pero encontré un ayudante de producción de SeeNet que accedió a pasarle un mensaje a Sarah. Me llamó media hora después, y Akili y yo le sacamos toda la historia.
—Cuando Nishide se puso enfermo en Kyoto, les dije a las autoridades japonesas lo que creía que estaba sucediendo exactamente, pero el ADN del neumococo era de una variedad natural y no quisieron creer que lo había inoculado un troyano. —Los troyanos eran microorganismos que podían reproducirse a sí mismos y a su carga patógena oculta sin provocar síntomas ni una respuesta inmunológica durante varias generaciones, y cuando una infección masiva pero aparentemente natural sobrecargaba las defensas corporales se destruían sin dejar rastro—. Después de montar tanto follón y que nadie me creyera, ni siquiera la familia de Nishide, pensé que sería sensato no llamar la atención.
No pudimos hablar mucho tiempo, ya que Sarah tenía que entrevistar a un buceador de la milicia.
—El documental de Mosala —dije con voz entrecortada cuando estaba a punto de cortar la conexión—. Te merecías el trabajo; deberían habértelo dado.
Hizo un amago de restarle importancia al tema entre risas como si fuera agua pasada.
—Es cierto —dijo luego, dejando de reírse—. Me pasé seis meses asegurándome de que estaba mejor preparada que nadie y aun así apareciste y me lo robaste en un día porque eras el niño bonito de Lydia y quería tenerte contento.
No podía creer lo difícil que me resultaba pronunciar aquello. La injusticia era descaradamente obvia y a solas lo había admitido mil veces, pero una esquirla de orgullo y falso sentimiento de superioridad moral se me resistían en cada paso del camino.
—Abusé de mi posición —dije—. Lo siento.
—De acuerdo —asintió Sarah con los labios apretados—. Acepto tus disculpas, Andrew, pero con una condición: que Akili y tú dejéis que os entreviste. La invasión es sólo la mitad de la historia y no quiero que los mamones que dejaron en coma a Mosala queden impunes. Quiero saber exactamente qué pasó en el barco.
—Claro —dijo Akili cuando le miré.
Intercambiamos coordenadas. Sarah estaba al otro lado de la isla, pero iba recorriendo los campamentos en los vehículos de la milicia.
—¿A las cinco de la madrugada? —propuso Sarah.
—¿Por qué no? —dijo Akili con una carcajada mientras me lanzaba una mirada cómplice—. Nadie va a dormir esta noche en Anarkia.
Los sonidos de la celebración llenaban el campamento. No paraban de pasar personas por delante de la tienda entre risas y gritos, siluetas recortadas contra la luz de la luna. La música de los satélites, de Tonga, de Berlín o de Kinshasa, salía a todo volumen de la plaza principal, y alguien se las había apañado para encontrar o fabricar petardos. Todavía estaba eufórico por la adrenalina pero destrozado por la fatiga, y no sabía si quería unirme a la fiesta o acurrucarme e hibernar un par de semanas. Sin embargo, había prometido no hacer ninguna de las dos cosas.
Akili y yo nos sentamos en el saco, vestidos con ropa de abrigo y con la puerta de la tienda cerrada; se estaba acabando la electricidad. Nos pasamos las horas hablando, consultando la red o en silencios incómodos. Deseaba poder extender hasta éil el aura de invulnerabilidad que había sentido después de sobrevivir a mi apocalipsis imaginario. Quería consolarle como fuera. Sin embargo, no me aclaraba; su lenguaje corporal se había tornado opaco y no sabía cómo ni cuándo tocarle. Habíamos estado tumbados juntos, desnudos, pero no lograba que aquel recuerdo, aquella imagen, significara más para mí de lo que podía significar para éil. Así que nos sentamos separados.
Le pregunté por qué no le había mencionado la plaga de la información a Sarah.
—Porque podría tomársela en serio, divulgar la noticia y hacer cundir el pánico.
—¿No crees que habría menos pánico si se conociera la causa?
—Ni siquiera tú crees en lo que te he contado sobre la causa —gruñó Akili—. ¿Piensas que el público reaccionaría ante la noticia con algo que no fuese incomprensión o histeria? No importa, después del Instante Aleph, las víctimas sabrán mucho más de lo que les pueda decir cualquiera que no lo haya experimentado. Y no será una cuestión de pánico; la Angustia habrá desaparecido. —Lo dijo casi todo con convicción absoluta y sólo pareció dudar en la última frase.
—¿Por qué estaban tan equivocados los moderados? —pregunté con precaución—. Disponían de superordenadores y parecían saber de antropocosmología tanto como el que más. Si se confundieron con el hecho de que el universo se desharía…
Akili me lanzó una mirada larga y dura; todavía no tenía claro hasta qué punto podía confiar en mí.
—No sé si han cometido un error en ese punto. Espero que sí, pero no estoy segura.
—¿Te refieres a que la distorsión en la mezcla antes del Instante Aleph podría haber evitado el final hasta el momento —dije después de analizar sus palabras—, pero que cuando la TOE esté completa…?
—Exacto.
—¿Y aun así intentaste salvar a Mosala? —Sentí un escalofrío, más de incomprensión que de miedo—. ¿Creyendo que podía acabar con todo?
—Si sucede —dijo Akili, que seguía mirando el suelo en busca de las palabras adecuadas—, no tendremos tiempo de saberlo, pero sigo pensando que matarla habría estado mal. A menos que tuviéramos la certeza de que el universo se desharía y no hubiera otra forma de evitarlo. Nadie puede tomar decisiones a partir de una posibilidad incierta de que el universo se acabe. ¿Cuántas personas se pueden asesinar por una causa como ésa? ¿Una? ¿Cien? ¿Un millón? Es como intentar manipular un objeto infinitamente pesado al final de una palanca infinitamente larga. Por mucho que afines el movimiento, sabes que no puedes ajustar lo suficiente. Lo único que puedes hacer es admitirlo y marcharte.
—Creo que querrás ver esto —dijo Sísifo antes de que pudiera decir nada.
Habían interceptado el barco de pesca de los moderados cerca de la costa de Nueva Zelanda. Las imágenes mostraban a varias personas esposadas con la mirada baja mientras las llevaban a tierra en una barca patrullera y las bajaban en muelles iluminados por focos. «Cinco», Giorgio, que me había instruido sobre la destrucción; «Veinte», que no me dejó abandonar el barco con su confesión en mi interior, pero faltaban otros.
Salieron unos marineros que llevaban los cadáveres en camillas. Estaban cubiertos por sábanas, pero «Tres», el umasc, era inconfundible. El periodista habló de un pacto de suicidio. Se mencionó que Helen Wu había muerto envenenada.
Las primeras escenas de la detención me llenaron de euforia justiciera ante la perspectiva de que aquellos fanáticos tuvieran que dar cuentas ante la justicia, pero luego, cuando intenté entender qué les había pasado por la cabeza en el último momento, sólo sentí horror. Quizá habían visto informes de las palabras de las víctimas de Angustia y unos habían llegado a la conclusión de que el fin era inevitable y otros de que era imposible. O quizá la lógica retorcida de sus acciones se había puesto en evidencia y tuvieron que enfrentarse a la realidad de lo que habían hecho.
No podía juzgarlos. No sabía cómo me habría abierto camino de haber caído en la pesadilla de compartir sus creencias. Tal vez me habría esforzado en hacer desaparecer toda la antropocosmología por medio de la razón, pero si fallaba, ¿habría tenido la humildad (o la irresponsabilidad genocida) de desentenderme de las consecuencias y negarme a intervenir?
Fuera, la gente se reía a carcajadas. En la plaza alguien puso la música a un volumen de locura durante un instante y se distorsionó en una explosión de estática de graves que agitó la tierra.
Akili estuvo hablando con otros de la corriente principal de CA. Uno se había colado en un ordenador de la OMS para conseguir las últimas cifras extraoficiales de los casos de Angustia.
—Nueve mil veinte. —Se volvió hacia mí mientras inhalaba aire de forma brusca; no sabía si era pánico o la sensación de euforia de la caída libre—. Se ha triplicado en tres días. ¿Todavía piensas que es un virus?
—No. —Incluso sin aquel inexplicable estallido de contagios, sabía que mi teoría sobre un arma neuroactiva biológica mutante no superaría ningún análisis detallado—. Pero aún podemos estar los dos equivocados, ¿verdad?
—Quizá.
—Si ahora es tan rápido —dudé—, después del Instante Aleph…
—No sé. Podría barrer el planeta en una semana. O en una hora. Cuanto más deprisa mejor, menos sufrirán las personas que lo vean venir y no lo entiendan. —Akili cerró los ojos y se acercó las manos a la cara, pero se detuvo y apretó los puños—. Cuando llegue, más vale que esté bien. Si es inevitable, será mejor que nos guste.
Me acerqué, le rodeé con un brazo y acuné nuestros cuerpos con dulzura a un lado y a otro.
Sarah llegó apenas un minuto más tarde de lo prometido. Se sentó en mi maleta y hablamos para sus ojos cámara. A veces teníamos que gritar para oírnos nosotros mismos, pero el programa de montaje reduciría el ruido de las celebraciones a un murmullo de fondo.
Sarah y yo no nos conocíamos mucho; sólo había hablado con ella unas cuantas veces, pero para mí, representaba el mundo que estaba más allá de Anarkia y el tiempo anterior al congreso. Era la prueba viviente de aquella época de cordura. Y necesitaba a otra persona, de carne y hueso, para anclarme en la realidad, para tener la certeza, una vez más, de que Akili estaba equivocada. Angustia era un horror comprensible, igual que el cólera. El universo era ajeno a la explicación humana. Las leyes de la física siempre habían sido y siempre serían firmes hasta el lecho de roca de la TOE, se entendieran o no.
Aunque no emitía en directo, ella representaba al público. Consciente de que podía estar hablando para diez millones de personas, ¿qué otra cosa podía hacer sino pensar lo que esperaban que pensara, rendirme ante su consenso y seguir las directrices?
Akili también pareció relajarse, pero no sabía si la presencia de Sarah le proporcionaba el mismo tipo de anclaje o simplemente le servía como una distracción oportuna.
Sarah nos guió con destreza en la interpretación de nuestros papeles en Violet Mosala: Víctima de la Cosmología Antropológica. La declaración que hice para Joe Kepa se había limitado a los hechos que afectaban a la ley; aquella entrevista pretendía mostrar la profundidad moral y filosófica de la conspiración de los CA. Pero Akili y yo hablamos del barco de pesca y de las locuras de los moderados como si no tuviéramos duda de que su visión del mundo y sus métodos violentos sólo eran dignos de desprecio, como si nada similar pudiera habernos pasado por la mente en mil años.
Y todo fue noticia. Todo se hizo historia. Sarah realizaba un trabajo perfecto, pero de cara a la galería, los tres enterramos a conciencia todos los miedos y los reparos que nos callábamos y cualquier sombra de duda de que el mundo podía ser distinto a la pálida imitación que la red ofrecía de él.
Casi habíamos acabado y estaba a punto de contar lo de la ambulancia cuando sonó mi agenda. Era un timbre que indicaba que la llamada era de carácter privado. Si contestaba, el programa de comunicaciones la descifraría de forma automática, pero si la agenda detectaba otras personas cerca, cortaría la conexión.
Me disculpé y salí de la tienda. El cielo mostraba una capa gris ante las estrellas. La música y las risas todavía salían a raudales de la plaza que estaba detrás de los mercados y los refugiados deambulaban por el campamento, pero encontré un rincón solitario no muy lejos.
—¿Andrew? —dijo De Groot—. ¿Te encuentras bien? ¿Puedes hablar? —Parecía ojerosa y tensa.
—Estoy bien. Algunas heridas sin importancia por el terremoto, nada más… —Dudé: no me atrevía a preguntárselo.
—Violet ha muerto. Hace unos veinte minutos. —Se le quebró la voz, pero se armó de valor y siguió de forma cansada—: Todavía se desconoce la causa exacta. Una especie de trampa que activó una de las balas mágicas antivíricas. Quizá una enzima en una concentración que no se detectaba y que se transformó en una toxina. —Hizo un gesto de incredulidad—. Convirtieron su cuerpo en un campo de minas. ¿Qué les hizo para merecer algo así? Intentaba encontrar unas cuantas verdades elementales, unos modelos sencillos para el mundo.
—Los han cogido —dije—. Irán a juicio. Y a Violet se la recordará durante siglos. —Era un consuelo vacuo, pero no sabía qué otra cosa decir.
Creía que estaba preparado para la noticia desde que supe que había entrado en coma, pero fue un golpe inesperado, como si el sorprendente cambio de suerte de los anarkistas y la reaparición milagrosa de Sarah hubieran cambiado las expectativas. Me cubrí los ojos con el antebrazo un momento y la vi sentada en la habitación del hotel bajo la luz del cielo cuando me cogió de la mano. «Incluso si estoy equivocada, tiene que haber algo allí abajo o ni siquiera podríamos tocarnos.»
—¿Cuándo podrás salir de la isla? —dijo De Groot. Parecía un poco preocupada. Era conmovedor pero extraño; no habíamos intimado tanto.
—¿Por qué? —Me reí sin ganas—. Los anarkistas han ganado. Estoy seguro de que lo peor ha pasado. —De Groot no parecía nada segura—. ¿Te has enterado de algo por tus contactos políticos? —Noté un escalofrío en el intestino, como la incredulidad que había sentido antes de cada espasmo del cólera: no podía suceder de nuevo.
—No se trata de la guerra. Pero estás atrapado, ¿verdad?
—De momento. ¿Vas a decirme qué pasa?
—Hemos recibido un mensaje justo después de la muerte de Violet. Una amenaza de Cosmología Antropológica. —Se le contorsionó la cara de ira—. No de los del barco, obviamente. Así que han debido de ser los que mataron a Buzzo.
—¿Qué dicen?
—Que interrumpamos todos los cálculos de Violet y les presentemos un registro certificado de la cuenta del superordenador que demuestre que se han borrado todos los archivos de la TOE sin que se hayan copiado ni leído.
—¿Sí? —Hice un sonido de burla—. ¿Qué creen que van a conseguir con eso? Ya se han publicado todos sus métodos e ideas. Alguien lo duplicaría todo como mucho dentro de un año. —A De Groot parecían no importarle los motivos; sólo quería que terminase la violencia.
—He enseñado el mensaje a la policía de aquí, pero dicen que no se puede hacer nada tal y como está la situación en Anarkia. —Se calló; todavía no lo había dicho todo—. La amenaza es que si no les mandamos el registro certificado dentro de una hora, te matarán.
—Entiendo. —Me parecía lógico. De Groot y la familia de Mosala estarían demasiado vigilados para que fuera posible amenazarlos directamente, pero no iban a permitir que los extremistas me mataran después de lo que había hecho por la evacuación de Violet.
—Cuando me he conectado, los cálculos ya estaban acabados. Por suerte, Violet programó la emisión a la red para las seis. —De Groot se rió con suavidad—. Quería que fuera un acontecimiento formal. Evidentemente, haremos lo que nos han pedido. La policía me ha aconsejado que no te avise y sé que la noticia no te ayuda, pero creo que tienes derecho a conocerla.
—No hagas nada —dije—; no borres ningún archivo. Te volveré a llamar en seguida. —Corté la comunicación.
Me quedé en aquel lugar durante un momento analizándolo todo a conciencia mientras escuchaba la música salvaje y el viento me dejaba helado.
Cuando entré en la tienda, Sarah y Akili estaban riéndose. Quería inventarme una excusa para salir con Sarah tranquilamente y marcharme con ella, pero pensé que no me serviría de nada. Habían matado a Buzzo de un disparo, pero los métodos que preferían eran los biológicos. Si me iba, lo más probable era que llevara el arma dentro.
Estiré los brazos, cogí a Akili de la chaqueta y le estampé contra el suelo. Me miró fingiendo sorpresa, confusión y enfado. Me arrodillé y le di un puñetazo en la cara con torpeza, sorprendido de haber llegado tan lejos. No se me daba bien la violencia y esperaba que se defendiera con la misma agilidad que había demostrado en el barco antes de que pudiera ponerle un dedo encima.
—¡Andrew! —Sarah estaba indignada—. ¿Qué haces? —Akili me miraba sin decir nada; parecía dolida y seguía haciéndose el loco. Le levanté con una mano. No se resistió y le volví a pegar.
—Quiero el antídoto —dije—. ¡Ya! ¿Entiendes? No más amenazas a De Groot, archivos destruidos ni negociaciones. Vas a tener que dármelo.
Akili me escrutaba la cara y se aferraba a su representación con una mirada de inocencia en los ojos de amante injustamente acusada. Durante un instante, quise hacerle mucho daño y tuve visiones estúpidas de una catarsis sangrienta que arrastrara el dolor de la traición. Pero cuando pensé que Sarah lo estaba grabando todo me controlé. No sabía qué podría haber hecho de haber estado a solas.
Poco a poco se me pasó la ira. Me había infectado con el cólera, había asesinado a tres personas, había manipulado mis patéticas necesidades emocionales y me había usado como rehén, pero ni remotamente me había traicionado. Todo había sido una actuación desde el principio; nunca había existido entre nosotros nada que se pudiera sacrificar por la causa. Y si el consuelo que nos habíamos ofrecido sólo existía en mi mente, la humillación también.
Lo superaría.
—¡Andrew! —dijo Sarah de forma cortante. Me volví para mirarla. Estaba pálida; debía de pensar que me había vuelto loco.
—Era una llamada de De Groot —expliqué con impaciencia—. Violet ha muerto y los extremistas amenazan con matarme si no destruye los cálculos de la TOE. —Akili fingió estar consternada. Me reí en su cara.
—Comprendo, pero ¿por qué piensas que Akili trabaja para los extremistas? Podría ser cualquiera del campamento.
—Akili es la única persona aparte de De Groot y de mí que estaba al tanto de la broma que preparó Mosala para los CA.
—¿Qué broma?
—Fue en la ambulancia. —Casi me había olvidado de que no le había contado el final de la historia a Sarah—. Violet preparó un programa para que escribiera los cálculos, puliera la TOE y la enviara a la red. Y el trabajo se ha completado; De Groot lo ha detenido antes de que se envíe.
Sarah se calló. Me volví hacia ella con cautela porque aún esperaba que Akili hiciera algún movimiento si bajaba la guardia.
—Levántate, por favor, Andrew. —Sarah empuñaba una pistola.
—¿Todavía no me crees? —Me reí cansado—. ¿Prefieres confiar en esta mierda porque fue tu fuente de información?
—Sé que éil no le ha mandado el mensaje a De Groot.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque se lo he mandado yo. —Me levanté despacio y me encaré a ella; me negaba a creer aquella idea ridícula. La música de la plaza sonó altísima de nuevo e hizo vibrar la tienda—. Sabía que se estaban llevando a cabo los cálculos —prosiguió—, pero creía que faltaban días para su conclusión. No tenía ni idea de que fuéramos tan justos de tiempo.
Me zumbaban los oídos. Sarah me miraba con calma y me apuntaba con la pistola, con convicción inquebrantable. Debía de haberse puesto en contacto con los extremistas cuando investigó Sujetando el cielo, y sin duda pensaba desenmascararlos en cuanto tuviera la historia acabada. Pero se dieron cuenta de lo valiosa que podía ser para ellos y antes de recurrir a matarla, seguro que hicieron todo lo posible por convencerla de su punto de vista.
Y tuvieron éxito. Al final, la habían convencido para que se lo tragara todo: «Cualquier TOE sería una atrocidad, un crimen contra el espíritu humano y una jaula insufrible para el alma».
Por eso se había esforzado tanto por conseguir el reportaje de Violet Mosala, y cuando lo perdió hizo que alguien me infectara con el cólera para realizar su tarea de forma indirecta. Pero se habían equivocado con la previsión temporal al tenerse que adaptar a un cambio de planes de última hora.
Ella se encargó de Nishide y de Buzzo personalmente.
Yo acababa de destrozar cualquier atisbo de confianza, de amistad y de amor que pudiera haber encontrado en Akili. Lo había echado todo a perder. Me cubrí la cara con las manos y me quedé envuelto en la oscuridad de la soledad, haciendo caso omiso de sus órdenes. No me importaba lo que hiciera; no tenía motivos para seguir viviendo.
—Andrew —dijo Akili—, haz lo que dice. Todo irá bien.
Miré a Sarah, que me apuntaba con el arma y no paraba de repetirme enfadada que llamara a De Groot.
Saqué la agenda y la llamé. Hice un barrido con la cámara para ilustrar la situación. Sarah dio instrucciones detalladas a De Groot del procedimiento que le transferiría los privilegios de la cuenta del superordenador de Mosala.
Al principio, De Groot estaba tan impresionada y asombrada de enterarse de la colaboración de Sarah que obedeció sin decir una palabra, pero después su ira bulló hasta desbordarse.
—¿Tantos recursos y experiencia y ni siquiera podéis entrar en la cuenta de una académica? —dijo con ironía.
—No es que no lo hayamos intentado. —Sarah casi se disculpaba—. Pero Violet era una paranoica y tenía una protección muy buena.
—¿Mejor que la de Artesanía del Pensamiento? —De Groot no se lo creía.
—¿Cómo?
—Intentaron un truco infantil cuando Wendy estaba en Toronto. —De Groot se dirigía a mí—. Se colaron en Kaspar e hicieron que escupiera sus teorías estúpidas. ¿Para qué? ¿Para intimidarnos? Los programadores tuvieron que cerrarlo y recurrir a las copias de seguridad. Wendy ni siquiera sabía qué significaba hasta que le expliqué quién intentaba matar a su hija.
Oí que Akili, sentada en el suelo a mis pies, hacía una profunda inhalación. Y entonces yo también lo entendí.
«Caída libre.»
Sarah frunció el ceño irritada por la distracción.
—Miente. —Sacó la agenda y comprobó algo mientras me apuntaba con la pistola—. Corta la comunicación, Andrew. —Lo hice.
—¿Sarah? —dijo Akili—. ¿Has seguido las noticias sobre Angustia?
—No, he estado ocupada. —Examinó su agenda con cautela, como si fuera una bomba que tenía que desactivar. La obra de Mosala estaba en sus manos y tenía que asegurarse de destruirla por completo y de forma irrevocable sin que la contaminara.
—Habéis perdido, Sarah —insistió Akili—. El Instante Aleph ya ha pasado.
—¿Quieres hacerle callar? —me dijo, levantando la mirada de la pantalla—. No quiero hacerle daño, pero…
—El origen de la plaga de Angustia es la mezcla de la información —dije—. Creía que era un virus orgánico, pero Kaspar es la prueba de que estaba equivocado.
—¿Qué dices? —soltó con cara de pocos amigos—. ¿Crees que De Groot ha leído la TOE acabada y se ha convertido en la Piedra Angular? —Elevó la agenda con un gesto triunfal, se veía el sello de autenticidad del registro certificado—. Nadie ha leído el resultado. Nadie ha accedido a la información.
—Excepto el autor. Wendy mandó a Mosala un clonelet de Kaspar que ha escrito la ponencia, ha unificado los cálculos y se ha convertido en la Piedra Angular.
—¿Un programa informático? —dijo incrédula.
—Busca en la red las víctimas lúcidas de Angustia —dijo Akili—. Escucha lo que dicen.
—Si es un farol ridículo, perdéis el tiempo.
—Hay que codificar la pautas de información en cristales de fosfuro de germanio —interrumpió Sísifo alegremente—, en un artefacto diseñado con la colaboración de seres orgánicos…
Sarah me gritó sin palabras mientras agitaba el arma sobre la cabeza y proyectaba sombras beligerantes en las paredes de la tienda. Apagué el sonido con una tecla y la declaración continuó en silencio con un texto que pasaba por la pantalla. Mi mente sentía vértigo ante lo que significaba aquello, pero había perdido las ganas de morir y Sarah requería toda mi atención.
—Escúchame —dijo Akili con calma pero apremiante—. Las cifras de Angustia ya deben de haberse disparado. Con una Piedra Angular informática y la visión del mundo de una máquina, las personas seguirán enloqueciendo hasta que alguien lea el artículo de la TOE.
—Estás equivocado. —Sarah no se inmutó—. No hay Piedra Angular. Hemos ganado, hemos logrado dejar la última pregunta sin respuesta. —De pronto me dirigió una sonrisa radiante, perdida en una apoteosis privada—. Da igual lo pequeña que sea la fisura o el residuo de incertidumbre; en el futuro sabremos cómo agrandarlo. Y no seremos simples máquinas ni meros entes físicos mientras nos quede la esperanza de la trascendencia.
Puse cara de póker. Aumentó el volumen de la música. Las dos fems polinesias altas, ¿miembros de la milicia?, que habían entrado sigilosamente a su espalda alzaron las porras y golpearon al unísono; Sarah cayó de golpe.
—¿Cuál era el problema? —me preguntó una de ellas con curiosidad mientras la otra se arrodillaba para registrarla.
—Ha tomado algo fuerte. —Akili se incorporó a mi lado.
—Ha entrado aquí diciendo incoherencias y le ha robado la agenda —dije—. No hemos entendido nada de lo que decía.
—¿Es verdad?
Akili asintió dócilmente. Las milicianas parecían desconfiar. Cogieron la pistola con desagrado patente, pero le dieron la agenda a Akili.
—De acuerdo. Nos la llevaremos a la tienda de primeros auxilios. Algunas personas no saben divertirse.
—Hemos de reiniciar el procedimiento de envío de Mosala y dispersar la TOE por la red. —Akili se sentó a mi lado, tensa por la urgencia, con la agenda en una mano.
Me esforcé por centrarme. La situación eclipsaba todo lo que había sucedido entre nosotros, pero no podía mirarle a los ojos. En cinco minutos, el buscador de Akili había encontrado más de cien nuevos casos de Angustia en los informes de las personas que caían en las calles.
—No podemos difundirlo hasta que sepamos si mejorará o empeorará las cosas —dije—. Todos vuestros modelos y predicciones han fallado. Quizá Kaspar demuestra que la mezcla es real, pero el resto son suposiciones. ¿Quieres que enloquezcan todos los teóricos de las TOE del planeta?
—¡No provocaré eso! —Akili se volvió hacia mí enfadada—. Es la causa, pero también la curación. Sólo falta el último paso: la interpretación de un humano. —Pero no sonaba convencida. Quizá la verdad era peor que la visión distorsionada que provocaba Angustia. Puede que sólo nos aguardara la locura—. ¿Quieres que te lo demuestre? —añadió—. ¿Quieres que la lea primero?
—¡No seas estúpida! —dije sujetándole el brazo cuando alzó la agenda—. Hay muy pocas personas que entienden qué está pasando; no podemos arriesgarnos a perder una de ellas.
Nos sentamos inmóviles. Miré la mano con la que le sujetaba y vi que me había rasgado la piel cuando le pegué.
—¿Crees que la visión de Kaspar es demasiado intensa para que se la traguen las personas? ¿Crees que alguien ha de entrometerse e interpretarla para establecer un puente entre las distintas perspectivas?
»Entonces no necesitas a un experto en TOE o en antropocosmología. Necesitas a un periodista científico.
Akili dejó que le quitara la agenda.
Pensé en la fem de Miami que gritaba desesperada en el suelo y en las víctimas con breves momentos de lucidez que se aferraban a la cordura durante unos minutos. No quería seguir su ejemplo.
Sin embargo, si me quedaba un propósito en la vida, era demostrar que siempre se puede afrontar la verdad, explicarla, desmitificarla y aceptarla. Aquélla era mi profesión, mi vocación. Tenía una última oportunidad de estar a la altura.
—He de irme del campamento. —Me mantuve firme—. No puedo concentrarme con todo este ruido, pero lo haré.
Akili estaba acurrucada en el suelo con la cabeza gacha.
—Sé que lo harás —dijo con calma sin levantar la mirada—. Confío en ti.
Dejé la tienda de inmediato y me dirigí hacia el sur. Las estrellas todavía brillaban tenuemente en parte del cielo claro y el viento que soplaba del arrecife era más frío que nunca.
Cuando me hube adentrado unos cien metros en el desierto, paré y alcé la agenda.
—Enséñame Una Teoría del Todo provisional, de Violet Mosala.
Me quité la venda de los ojos.