21

Las toxinas de la cosechadora debilitaban pero no eran dolorosas. En realidad, hacían el viaje más tolerable: relajaban los músculos tensos a causa de las náuseas y la claustrofobia y atenuaban la sensación de ser comido vivo. Probablemente, la criatura era una especie comercial y no el arma biotecnológica privada que me había imaginado. Empecé a grabar con retraso; los ojos me escocían a causa de la sal, pero si los cerraba me daba vértigo. Veía a Kuwale y a los buceadores que le custodiaban, pero borrosos, como si los mirara a través de un cristal cubierto de escarcha. Tranquilizados por las toxinas y arropados por gelatina transparente, nos desplazábamos a través del agua clara.

Suponía que nos izarían con un torno y nos dejarían caer en cubierta sin miramientos, como la captura que había visto desparramar antes, pero alguien hizo que la cosechadora se relajara con una vara hormonal mientras todavía estábamos en el agua, y los buceadores nos llevaron a cuestas por unas escalas laterales de cuerda. En cubierta, Testigo identificó tres rostros más. Nadie nos dirigió la palabra y yo estaba demasiado colocado para pensar en alguna pregunta coherente. La fem que me había ofrecido el regulador me ató los pies juntos y pasó una cuerda para sujetar mis manos atadas a las de Kuwale, de forma que quedamos unidos por la espalda. Otro de los buceadores se llevó las agendas, nos pasó una red de pesca (inerte) por debajo de los brazos, nos envolvió con ella, la enganchó al torno y nos bajó a una bodega vacía. Cuando cerraron la trampilla nos quedamos totalmente a oscuras.

Noté que mi estupor bioquímico se desvanecía; el olor a algas pútridas parecía contribuir a ello. Esperé a que Kuwale me ofreciera un análisis de nuestra situación.

—Conoces todas sus caras y ellos conocen tus códigos de comunicación —dije al cabo de unos minutos de silencio—. Dime quién está ganando la batalla de la información.

—Déjame decirte una cosa —se movió irritada—: no creo que nos hagan daño; son moderados y lo único que quieren es que nos mantengamos al margen.

—¿Y qué quieren hacer mientras tanto?

—Matar a Mosala.

La cabeza me daba vueltas a causa del hedor; las «sales» habían sobrepasado su ciclo útil y habían puesto la marcha atrás.

—Si los moderados quieren matar a Mosala, ¿qué tendrán en mente los extremistas? —No contestó. Me quedé mirando fijamente la oscuridad. En los muelles, Kuwale había insistido en que la amenaza a Mosala no tenía nada que ver con la technolibération—. ¿Quieres aclararme un pequeño punto de la doctrina antropocosmológica? —pregunté.

—No.

—Si Mosala muriera antes de convertirse en la Piedra Angular… no pasaría ni cambiaría nada, ¿verdad? Tarde o temprano, otro ocuparía su lugar, o de lo contrario ni siquiera estaríamos aquí hablando de ello. —No hubo respuesta—. Aun así estás intentando mantenerla a salvo. ¿Por qué? —Me maldije en silencio: había tenido la respuesta delante de mis narices desde que hablé con Amanda Conroy—. Estas personas no son enemigos políticos de alguien que, casualmente, es una Piedra Angular en potencia, ¿verdad? Son una afrenta viviente para la corriente principal de la Cosmología Antropológica porque se han apropiado de vuestras ideas y las han llevado hasta su conclusión lógica. Son de CA, como vosotros, pero han decidido que no quieren que Violet Mosala sea la creadora del universo.

—No es ninguna conclusión lógica —contestó Kuwale indignada—. Es una locura intentar elegir la Piedra Angular. El universo existe porque la Piedra Angular está «dada». ¿Acaso intentarías cambiar el Big Bang?

—No, pero este acto de creación aún no ha tenido lugar, ¿cierto?

—No importa. El propio tiempo forma parte de lo que se crea. El universo existe en este momento porque la Piedra Angular lo creará.

—Pero todavía se pueden cambiar las cosas —insistí—, ¿no? Nadie sabe aún con certeza qué TOE es la verdadera.

—¡Ésa no es la manera correcta de enfocarlo! —Kuwale se volvió a mover; noté que se ponía rígida de ira—. ¡La Piedra Angular está dada! ¡La TOE es única!

—No malgastes saliva conmigo defendiendo la corriente principal —dije—. Creo que tu encefalograma es tan plano como el suyo. Sólo intento hacerme una idea de en qué consiste la versión más peligrosa. ¿No crees que tengo derecho a saber a qué nos enfrentamos?

—Creen que la identidad de la Piedra Angular está determinada —me explicó con desgana, después de respirar hondo intentando calmarse—. Que está preestablecida, igual que el resto de la historia, incluso el posible asesinato de cualquier rival. Pero el determinismo no elimina la ilusión de poder. ¿Has conocido a algún extremista islámico que fuera pasivo? No es que la mano de Dios vaya a surgir del cielo y salvar a la Piedra Angular, ni que un golpe improbable del destino vaya a detenerlos si van tras el físico equivocado. No hace falta ninguna intervención sobrenatural si todo el universo y sus habitantes son sólo una conspiración para justificar la existencia de la Piedra Angular. No pueden equivocarse; da igual a quién maten y por qué motivo.

—Entonces, si matan a todos los rivales del teórico de la TOE que apoyan, la suya será la que dé la existencia al universo. Y, hayan elegido algo o no, el resultado es el mismo. La TOE que quieren y la que consiguen acaban siendo idénticas.

»Y también están en Kyoto. —Por fin caí en la cuenta—. ¿Crees que han llegado hasta Nishide y que por eso está enfermo? ¿Y que llegaron hasta Sarah antes de que pudiera denunciarlos?

—Es muy probable.

—¿Se lo habéis dicho a la policía de Kyoto? ¿Tenéis algún contacto allí? —Me callé; no podía hablar de las contramedidas porque era casi seguro que nos estaban vigilando—. Por cierto, ¿qué tiene de particular la teoría de Buzzo? —añadí cansado.

—Creen que deja abierta la posibilidad de acceder a otros universos que otros Big Bangs originaron en el preespacio —dijo en tono de burla—. Tanto Mosala como Nishide descartan por completo esa posibilidad: podrían existir otros universos, pero son inalcanzables. Los agujeros negros y de gusano de sus TOE sólo nos conducen de vuelta a este cosmos.

—¿Y quieren matar a Mosala y Nishide porque no les basta con un universo?

—Piensa en las infinitas riquezas a las que renunciaríamos si elegimos un cosmos independiente —protestó Kuwale con sorna—. Adopta una perspectiva a largo plazo. ¿Adónde escaparíamos cuando llegara el Big Crunch? Una o dos vidas no son un precio demasiado elevado por el futuro de toda la humanidad, ¿no crees?

Volví a pensar en Ned Landers, que intentaba apartarse de la especie humana para controlarla. No era posible apartarse del universo, pero usar la antropocosmología para ir más allá de las explicaciones de los teóricos de las TOE y jugar a «elige a tu creador» se le parecía mucho.

—Puede que Mosala haga bien en despreciarnos si nuestras ideas nos conducen a esto —dijo Kuwale con desánimo.

—¿Sabe que hay CA que quieren matarla? —No pensaba discutirle lo anterior.

—En parte sí y en parte no.

—¿Qué quieres decir?

—Hemos intentado avisarla, pero nos desprecia tan profundamente, incluso a la corriente principal, que no se toma la amenaza en serio. Creo que piensa que las malas ideas no pueden afectarla, que si la antropocosmología no es nada más que superstición, no puede hacerle daño.

—Díselo a Giordano Bruno. —Mis ojos se estaban adaptando a la oscuridad; podía ver una tenue franja de luz en el suelo de la bodega a lo lejos—. ¿Me he perdido algo o estamos hablando todo el rato de los que llamas «moderados»? —Kuwale no contestó, pero noté que se desplomaba hacia delante, como si finalmente le venciera la vergüenza—. ¿Qué defienden los extremistas? —insistí—. Dilo con delicadeza, pero suéltalo de una vez. No quiero más sorpresas.

—Se podría decir que forman un híbrido con las sectas de la ignorancia —confesó Kuwale abatida—. Todavía son CA en el sentido amplio del término: creen que se confiere existencia al universo por medio de su explicación, pero piensan que sería posible e incluso deseable tener un universo sin ninguna TOE, sin ninguna ecuación definitiva ni ninguna pauta unificadora. Que no haya niveles más profundos, leyes definitivas ni imposibles absolutos. Ningún límite para la posibilidad de trascendencia.

—Pero la única manera de conseguir eso sería asesinar a cualquiera que pudiera convertirse en la Piedra Angular…

Parecía que mi ropa había alcanzado un punto de equilibrio con el aire húmedo de la bodega… en el nivel de humedad más incómodo posible. Necesitaba orinar, pero me aguantaba por mantener la dignidad y con la esperanza de que sabría identificar correctamente el momento en que el problema supusiera una amenaza para la vida. Me acordé de Tycho Brahe, un astrónomo que murió después de que le estallara la vejiga en un banquete porque le daba demasiada vergüenza preguntar por los servicios.

La franja de luz del suelo no se movía, pero a medida que pasaban las horas, se fue haciendo más brillante y después se fue debilitando. Los sonidos que llegaban a la bodega no significaban mucho para mí; eran crujidos y golpes metálicos aleatorios, voces apagadas y pasos. Se oían zumbidos y ruidos de vibración distantes; algunos eran continuos y otros intermitentes. Sin duda, cualquiera mínimamente aficionado a las embarcaciones podría identificar el sonido de un motor MHD de propulsión a chorro con imanes superconductores. Pero yo era incapaz de distinguir entre un motor a máxima potencia y el sonido de un tripulante en la ducha.

—¿Cómo se hace alguien de Cosmología Antropológica si nadie sabe de vuestra existencia? —pregunté.

Kuwale no contestó y le di un empujón suave con el hombro.

—Estoy despierta. —Sonaba más deprimida de lo que yo estaba.

—Entonces háblame o perderé la calma. ¿Cómo reclutáis nuevos miembros?

—Hay foros de debate en la red que tratan de ideas relacionadas: cosmología alternativa y metafísica de la información. Participamos, sin revelar demasiado, y si alguna persona nos parece simpatizante y digna de confianza, nos dirigimos a ella de forma individual. Alguien, en algún lugar, reinventa la antropocosmología dos o tres veces al año. No intentamos convencer a nadie de que es verdad, pero si llegan a las mismas conclusiones por su cuenta, les hacemos saber que no están solos.

—¿Y la corriente marginal hace lo mismo? ¿Pesca personas en la red?

—No, todos son disidentes que antes estaban con nosotros.

—Ah. —No era de extrañar que la corriente principal se sintiera obligada a proteger a Mosala. Ellos eran quienes, literalmente, habían reclutado a todos sus posibles asesinos.

—Es triste —dijo Kuwale con voz queda—. Algunos creen sinceramente que son los verdaderos technolibérateurs; toman la ciencia en sus manos y se niegan a ser arrollados por una teoría ajena: no quieren renunciar a tener voz en el asunto.

—Sí, muy democrático. ¿Se les ha ocurrido alguna vez convocar elecciones para elegir a la Piedra Angular en lugar de matar a todos los candidatos rivales del suyo?

—¿Y ceder todo ese poder voluntariamente? No creo. Muteba Kazadi tenía una versión «democrática» de la antropocosmología que no implicaba ningún asesinato. Aunque nadie la entendía y no creo que ni siquiera lograse que las matemáticas le funcionaran.

—¿Muteba Kazadi era de CA? —Me reí asombrado.

—Desde luego.

—No creo que Violet Mosala lo sepa.

—No creo que Violet Mosala sepa nada que no quiera saber.

—Eh, un poco de respeto por tu deidad. —El barco se sacudió suavemente—. ¿Nos ponemos en marcha o acabamos de parar? —Kuwale se encogió de hombros. El lastre adaptable hacía la navegación tan suave que era imposible saber qué pasaba; no había notado oleaje durante el tiempo que llevábamos a bordo y menos aún las sutiles aceleraciones del viaje—. ¿Conoces a alguno de los que están aquí?

—No. Todos abandonaron la corriente principal antes de unirme yo.

—Así que no puedes estar seguro de lo moderados que son.

—Sé con seguridad a qué facción pertenecen. Y si quisieran matarnos, ya estaríamos muertos.

—Hay sitios mejores que otros para deshacerse de cadáveres. Lugares en los que los vertidos ilegales tienen menos probabilidades de llegar a la orilla. Cualquier programa medio decente de navegación podría calcularlo.

El barco dio otro bandazo y algo golpeó el casco. Resonó a nuestro alrededor y me dio dentera. Esperé tenso. El sonido se fue apagando y no pasó nada.

—¿De dónde eres? —Me esforzaba en romper el silencio—. No consigo localizar tu acento.

—Te equivocarías si lo hicieras. —Kuwale se rió desganada—. Nací en Malawi, pero a los dieciocho meses me sacaron de allí. Mis padres son diplomáticos, funcionarios del ministerio de Comercio; viajábamos por toda África, Sudamérica y el Caribe.

—¿Saben que estás en Anarkia?

—No. Nos distanciamos hace cinco años, cuando emigré.

A ásex.

—¿Hace cinco años? ¿Cuántos tenías?

—Dieciséis.

—¿No te parece que eras demasiado joven para operarte? —Sólo era una suposición, pero hacía falta algo más que tener un aspecto andrógino para romper una familia normal.

—En Brasil no.

—¿Y se lo tomaron mal?

—No lo entendieron —dijo con amargura—. La technolibération, el ser ásex… todo lo que me importaba carecía de sentido para ellos. En cuanto tuve opiniones propias empezaron a tratarme como un expósito ajeno. Eran muy cultos, tenían un sueldo alto, eran sofisticados, cosmopolitas… y tradicionalistas. Se sentían unidos a Malawi, a su clase social y a los valores y prejuicios que suponía todo eso… fueran adonde fueran. Yo no era de ninguna parte; era libre. —Se rió—. Viajar revela las constantes: las mismas hipocresías que se repiten una y otra vez. Cuando cumplí los catorce había vivido en treinta culturas distintas y ya sabía que el sexo era para conformistas atontados.

—¿Te refieres al género o al acto físico? —dije con cuidado, aunque lo anterior casi me había enmudecido.

—A las dos cosas.

—Algunas personas necesitan las dos cosas. No sólo de forma biológica; ya sé que puedes desconectar de eso. Sino por el sentimiento de identidad y por la autoestima.

—La autoestima es un producto que se inventaron las sectas de autoayuda del siglo veinte —bufó Kuwale muy divertida—. Si quieres autoestima o un centro emocional, ve a Los Ángeles y cómpralo. ¿Qué os pasa a los occidentales? —añadió más comprensiva—. A veces me parece que toda la psicología precientífica de Freud y Jung y todas sus regurgitaciones mercantilistas estadounidenses han secuestrado vuestro lenguaje y cultura de tal manera que ni siquiera podéis pensar en vosotros mismos si no es con jerga de las sectas. Y ya está tan arraigada que no sabéis cuándo la utilizáis.

—Quizá tengas razón. —Empezaba a sentirme insoportablemente viejo y tradicionalista. Si Kuwale era el futuro, la generación siguiente estaría más allá de mi comprensión. Seguro que no era nada malo, pero asimilarlo resultaba doloroso—. ¿Qué utilizas en lugar del rollo psicológico occidental? Casi entiendo lo de ser ásex y technolibérateur, pero ¿dónde está la gracia de la antropocosmología? Si necesitas una dosis de tranquilidad cósmica, ¿por qué no eliges, al menos, una religión que ofrezca vida después de la muerte?

—Deberías unirte a los asesinos de cubierta si piensas que puedes decidir qué es cierto y qué es falso.

Recorrí la bodega oscura con la mirada. La tenue franja de luz se estaba apagando muy deprisa y parecía que íbamos a pasar una noche gélida allí. Mi vejiga estaba a punto de estallar, pero no acababa de atreverme a soltarla. Cada vez que creía haber aceptado mi cuerpo y lo que me pudiera hacer, el inframundo volvía a tirar de la correa. No había aceptado nada; sólo había atisbado bajo la superficie y ahora quería enterrar todo lo que había aprendido, seguir como si nada hubiera cambiado.

—La verdad es cualquier cosa que te permite salirte con la tuya —dije.

—No, eso es el periodismo. La verdad es aquello de lo que no se puede huir.

Me despertó el haz de una linterna en la cara y alguien que cortaba el polímero que me unía a Kuwale con un cuchillo cubierto de enzimas. Hacía tanto frío que debía de ser de madrugada. Parpadeé y temblé, cegado por el resplandor. No distinguía cuántas personas había y menos aún las armas que llevaban, pero me quedé muy quieto mientras me soltaban, porque suponía que si hacía algo distinto me meterían una bala en la cabeza.

Me engancharon a una eslinga rudimentaria, me izaron y me quedé colgando por encima de cubierta mientras tres personas salían de la bodega por una escala de cuerda y dejaban a Kuwale atrás. Miré alrededor de la cubierta iluminada por la luz de la luna; hasta donde podía distinguir estábamos en alta mar. La idea de estar tan lejos de Anarkia me heló la sangre; si nos quedaba alguna posibilidad de recibir ayuda, estaba en la isla.

Cerraron la escotilla de la bodega de un golpe, me bajaron, me desataron los pies y luego me llevaron a empujones hacia un camarote que estaba en el otro extremo del barco. Después de rogar un poco, me dejaron parar y mear por la borda. Durante unos instantes me sentí tan agradecido que habría despachado a Violet Mosala con mis propias manos si me lo hubieran pedido.

El camarote estaba lleno de pantallas y equipo electrónico. No había estado en un barco de pesca en la vida, pero aquello me pareció una exageración; probablemente, una flota de tamaño medio se podía dirigir con un microchip.

Me ataron a una silla en mitad del camarote. Había cuatro personas; Testigo ya había identificado a dos: los números tres y cinco de las fotos de Kuwale, pero no sabía nada de las otras, dos fems de mi edad, aproximadamente. Grabé y archivé sus caras: diecinueve y veinte.

—¿Qué era todo el ruido de antes? —pregunté sin dirigirme a nadie en particular—. Creí que habíamos encallado.

—Nos han embestido —dijo Tres—. Te has perdido toda la diversión. —Era un umasc blanco, muy musculoso, y tenía ideogramas chinos tatuados en los antebrazos.

—¿Quién? —Tres pasó por alto la pregunta con demasiada frialdad; ya había dicho demasiado.

—No sé qué te habrá contado Kuwale —dijo Veinte, haciéndose cargo de la conversación. Había permanecido en el camarote mientras los otros me recogían—. Sin duda, te habrá dicho que somos unos fanáticos. —Era una fem negra, alta y esbelta, con acento francófono.

—No, me ha dicho que sois moderados. ¿No nos habéis escuchado?

Negó con un gesto de inocencia, sorprendida, como si fuera evidente que escuchar a escondidas era indigno de ella. Tenía un aire de tranquila autoridad que me ponía nervioso; me la imaginaba ordenando a los otros que hicieran cualquier cosa concebible, sin perder la imagen de que era absolutamente razonable.

—Moderados pero herejes, por supuesto.

—¿Cómo esperas que te llamen los otros CA?

—Olvídate del resto de CA. Deberías juzgar por ti mismo después de oír todos los hechos.

—Creo que perdisteis cualquier oportunidad de una opinión favorable cuando me infectasteis con vuestro cólera casero.

—No fuimos nosotros.

—¿No? Entonces, ¿quién?

—Los mismos que infectaron a Yasuko Nishide con una cepa natural virulenta de neumococos. —Sentí un escalofrío. No sabía si creerla, pero aquello encajaba con la descripción de Kuwale de los extremistas.

—¿Estás grabando? —dijo Diecinueve.

—No. —Era verdad, aunque había capturado sus caras, había parado la filmación continua horas atrás, cuando estaba en la bodega.

—Entonces empieza, por favor.

Diecinueve tenía acento y aspecto escandinavos. Daba la impresión de que todas las facciones de CA eran internacionalistas a ultranza. Desde luego, los escépticos que decían que quienes forjaban amistades por todo el mundo en la red nunca se conocían en persona estaban equivocados. Sólo hacía falta un buen motivo.

—¿Por qué?

—Has venido a hacer un documental sobre Violet Mosala, ¿verdad? ¿No quieres contar toda la historia hasta el final?

—Cuando Mosala muera —explicó Veinte— se armará un lógico revuelo y tendremos que ocultarnos. No nos interesa convertirnos en mártires, pero no tememos que nos identifiquen cuando hayamos cumplido la misión. No nos avergüenza lo que hacemos aquí; no hay motivo para ello, y queremos que una persona objetiva, imparcial y digna de confianza cuente al mundo nuestra versión de la historia.

Me quedé mirándola. Parecía totalmente sincera e incluso hablaba en tono de disculpa formal, como si pidiera un favor un poco incómodo.

Eché una ojeada a los otros. Tres me miraba con estudiada indiferencia. Cinco jugueteaba con los aparatos electrónicos. Diecinueve me devolvió la mirada, firme en su solidaridad.

—Olvídalo. No hago películas snuff. —Quedaba muy bien; si no me hubiera acordado del interrogatorio de Daniel Cavolini en cuanto lo dije, podría haber sentido un resplandor cálido en mi interior durante horas.

—No esperamos que filmes la muerte de Mosala —me aclaró Veinte con delicadeza—. Sería poco práctico y de mal gusto. Sólo queremos que puedas explicarles a los espectadores por qué era necesaria su muerte.

La realidad se me escapaba de las manos. En la bodega había anticipado torturas, me había imaginado con todo detalle el proceso de hacerme parecer una posible víctima del ataque de un tiburón.

Pero aquello no.

—No me interesa una entrevista en exclusiva con los asesinos de la persona sobre la que hago el reportaje —dije esforzándome por hablar con calma. Me pasó por la mente la idea de que la mitad de los ejecutivos de SeeNet no me perdonarían esas palabras si averiguaban que las había pronunciado—. ¿Por qué no contratáis un espacio publicitario de pago en TechnoLaila? —añadí—. Seguro que sus espectadores os darían un voto de apoyo incondicional si les explicarais que era necesario matar a Mosala para salvaguardar la posibilidad de viajar a otros universos a través de agujeros de gusano.

—Sabía que Kuwale te llenaría la cabeza de mentiras perniciosas. —Veinte frunció el ceño ante una calumnia injusta—. ¿Es eso lo que te ha dicho?

Estaba aturdido; todo me parecía increíble. Su obsesiva preocupación por los convencionalismos más insignificantes era surrealista.

—¡No importa cuál sea el maldito motivo! —grité. Intenté extender las manos e implorarle que entrara en razón, pero las tenía firmemente atadas al respaldo de la silla—. No sé —continué atontado—, quizá penséis que Henry Buzzo tiene más peso, un estilo más presidencial y unos aires de Jehová adecuados. O puede que penséis que sus ecuaciones son más elegantes. —Estuve a punto de decirles lo que me había confiado Mosala: que Buzzo había cometido un error fatal en su metodología y que su aspirante favorito nunca sería la Piedra Angular. Me contuve a tiempo—. No importa: sigue siendo un asesinato.

—No es eso; es defensa propia. —Me volví, la voz había venido de la puerta del camarote—. Los agujeros de gusano no tienen nada que ver —añadió con tristeza Helen Wu mirándome a los ojos—. Buzzo no tiene nada que ver. Pero si no intervenimos, Violet tendrá pronto el poder de matarnos a todos.