16

Karin De Groot me acompañó a la suite de Mosala. A pesar de la diferencia de tamaño, tenía la misma atmósfera soleada y espartana que mi habitación individual. Una claraboya aumentaba la sensación de espacio y luz, pero ni siquiera ese toque conseguía dar la impresión de opulencia que habría dado en otro edificio, en otro lugar. Nada en Anarkia me parecía un despilfarro, daba igual que fuera enorme, pero no sabía si este juicio era consecuencia de la arquitectura o se debía al conocimiento de la política y biotecnología que yacía tras la superficie.

—Violet no tardará —dijo De Groot—. Siéntate. Está hablando con su madre, pero ya le he recordado vuestra entrevista… dos veces.

—¿Ha pasado algo? Puedo volver más tarde. —Eran las tres de la madrugada en Sudáfrica y no quería molestar en medio de una crisis familiar.

—No pasa nada —me tranquilizó De Groot—. Wendy lleva un horario extraño, eso es todo.

Me senté en una de las sillas que alguien había agrupado casi en medio de la habitación; parecía que las habían dejado así después de una reunión. ¿Una especie de encuentro nocturno para intercambiar ideas entre Mosala, Helen Wu y algunos colegas más? Quienesquiera que fuesen, yo debería haber estado aquí grabándolos. Tendría que insistir más en que Mosala me diera acceso libre o me arriesgaba a que me dejara al margen hasta el final. Pero antes tendría que ganarme su confianza, o mi insistencia sólo lograría que me volviera a cerrar las puertas. Mosala había dejado claro que no tenía ningún interés especial en que le diera publicidad; nada que ver con la necesidad casi desesperada de un político o un gacetillero. Lo único que podía ofrecerle era la oportunidad de dar a conocer su trabajo.

—¿Cómo la conociste? —le pregunté a De Groot, que estaba de pie con una mano apoyada en el respaldo de una silla.

—Contesté un anuncio. No conocía a Violet en persona antes de aceptar el trabajo.

—También tendrás conocimientos de ciencia, ¿verdad?

—También. —Sonrió—. Aunque mis conocimientos, probablemente, se parecen más a los tuyos que a ninguno de Mosala. Me gradué en ciencias y periodismo.

—¿Has trabajado alguna vez como periodista?

—Fui corresponsal científica de Proteus durante seis años. El encantador señor Savimbi es mi sucesor.

—Entiendo. —Si prestaba atención, podía oír a Mosala hablar en la habitación de al lado—. ¿Tiene algún fundamento lo que dijo Savimbi el lunes sobre las amenazas de muerte? —continué en voz baja.

—No saques ese tema, por favor. —De Groot me miró cansada—. ¿De verdad quieres ponerle las cosas tan difíciles?

—No, pero ponte en mi lugar —protesté—. ¿Pasarías por alto ese tema? No quiero exaltar los ánimos, pero si un grupo cultural purista amenaza de muerte a los mejores científicos de África, ¿no crees que merece la pena tratarlo seriamente?

—No la han amenazado —dijo De Groot con impaciencia—. Para empezar, la cita de Estocolmo estaba tergiversada por un netzine del Volksfront, para transmitir la extraña idea de que Violet había dicho que el Nobel no era suyo ni de África sino que, en realidad, pertenecía a la «intelectualidad blanca», de la que ella sólo era una figura políticamente oportuna. Esa historia tuvo eco en otros sitios, pero nadie, salvo el público original al que iba dirigido, se habría creído ni durante un momento que se trataba de algo más que propaganda absurda. En cuanto al FDCPA, siempre se han limitado a reconocer la existencia de Violet.

—De acuerdo. Entonces, ¿qué llevó a Savimbi a sacar conclusiones equivocadas?

—Basura de quinta mano. —De Groot miraba hacia la puerta.

—¿Sobre qué? No sería sólo propaganda del netzine. Seguro que él no es tan ingenuo.

—Entraron en casa de Violet —dijo inclinándose hacia mí con una expresión de angustia y debatiéndose entre la discreción y el deseo de sincerarse—, ¿de acuerdo? Hace unas semanas. Un ladrón, un adolescente con una pistola.

—Mierda. ¿Qué pasó? ¿La hirió?

—No, tuvo suerte. Se disparó la alarma: él había desconectado la principal, pero no la secundaria, y pasó un coche de policía cerca en aquel momento. El ladrón le dijo a la policía que le habían pagado para asustarla. Pero no pudo dar nombres, desde luego. Era una excusa patética.

—Entonces, ¿por qué Savimbi se la tomó en serio? ¿Y por qué hablas de informes de quinta mano? Seguro que leyó toda la historia.

—Violet no presentó cargos. Fue una idiotez, pero hace esas cosas. Así que no hubo juicio ni versión oficial de los hechos. Supongo que alguien de la policía se fue de la lengua.

Mosala entró en la habitación y nos saludamos. Miró con curiosidad a De Groot, que todavía estaba tan cerca de mí que se notaba que habíamos intentado que no nos oyera.

—¿Qué tal está su madre? —dije para romper el silencio.

—Bien. Aunque no duerme mucho porque está negociando un trato importante con Artesanía del Pensamiento. —Wendy Mosala dirigía una de las principales empresas de programación de África; la había ido consolidando durante treinta años, desde que la fundó ella sola—. Ha hecho una oferta para la licencia de distribución de los clonelets de Kaspar, dos años antes de que salgan a la venta, y si todo sale bien… —Se interrumpió—. Todo esto es estrictamente confidencial, ¿de acuerdo?

—Desde luego.

Kaspar era la próxima generación de programas pseudointeligentes, que empezaban a salir de su prolongada infancia en Toronto. A diferencia de Sísifo y sus numerosos primos, que se crearon hechos y derechos, adultos al instante, Kaspar pasaba por una fase de aprendizaje, con un estilo mucho más antropológico que cualquier intento anterior. Me parecía un poco inquietante y no estaba seguro de querer tener un clonelet (una copia reducida del original) instalado en mi agenda y esclavizado con tareas de ínfima categoría, si el programa completo se había pasado un año cantando canciones infantiles y jugando con construcciones.

De Groot nos dejó. Mosala se desplomó en una silla enfrente de mí, iluminada por la luz del sol que entraba por la claraboya. La llamada de su casa parecía haberla alegrado, pero bajo la luz intensa tenía aspecto cansado.

—¿Dispuesta a empezar? —pregunté.

—Cuanto antes empecemos —asintió y sonrió un poco animada—, antes acabaremos.

Invoqué a Testigo. El rayo de luz se desplazaría de forma considerable durante la entrevista, pero durante el montaje podría devolverlo todo a sus valores originales y cambiarlo por un grupo fijo de fuentes de iluminación más favorecedoras.

—¿Fue su madre la que le inspiró su interés por la ciencia? —dije.

—¡No sé! —gruñó Mosala en tono enfadado—. ¡No sé! ¿Fue su madre la que le inspiró a venir con esa especie de patético…? —Se calló, consiguiendo parecer arrepentida y acusadora a la vez—. Lo siento, ¿podemos volver a empezar?

—No hace falta. No se preocupe por la continuidad, no es problema suyo. Siga hablando. Y si está a mitad de una respuesta y cambia de opinión, limítese a detenerse y empezar de nuevo.

—De acuerdo. —Cerró los ojos e inclinó la cara de forma cansina hacia la luz—. Mi madre. Mi infancia. Mis modelos de comportamiento. —Abrió los ojos y suplicó—: ¿No podemos dejar todas esas sandeces de lado y hablar de la TOE?

—Sé que son sandeces —dije pacientemente—, usted lo sabe, pero si los directivos de la cadena no ven la cuota exigida de influencias formativas en la niñez, emitirán su programa a las tres de la madrugada, después de un cambio de programación de último momento y pondrán delante un especial sobre las enfermedades de la piel resistentes a los medicamentos. —SeeNet que, desde luego, decía tener derecho a hablar en nombre de sus espectadores, tenía unas instrucciones estrictas para los perfiles: tantos minutos de infancia, tantos de política, tantos de relaciones actuales, etcétera: Una guía en plan corta-pega-y-colorea para conformar seres humanos al mismo tiempo que un modelo con el que convencerte de que los habías explicado. Una especie de versión externa del área de Lamont.

—¿A las tres de la madrugada? —dijo Mosala—. No hablará en serio, ¿verdad? —Lo meditó—. De acuerdo. Si ése es el riesgo, puedo seguir el juego.

—Hábleme de su madre. —Contuve las ganas de decir: «conteste más o menos al azar, pero no se contradiga».

—Mi madre me dio una buena educación, y no me refiero a un colegio. —Improvisaba con fluidez, soltando un resumen de su vida sin trazas visibles de ironía—. Me conectó a la red y me dejó usar un buscador de datos para adultos cuando tenía siete u ocho años. Me abrió las puertas de… todo el planeta. Tuve suerte: podíamos permitírnoslo y ella sabía exactamente lo que hacía. Pero no me empujó hacia la ciencia. Me dio las llaves de ese recreo gigantesco y me dejó suelta. Podría haberme dedicado a la música, al arte, a la historia… a cualquier cosa. No me dirigió hacia nada; se limitó a dejarme a mi aire.

—¿Y su padre?

—Mi padre era policía. Lo mataron cuando yo tenía cuatro años.

—Debió de ser traumático. Pero, ¿no cree que esa pérdida temprana pudo darle el empuje, la independencia…?

—A mi padre le pegó un tiro en la cabeza un francotirador en un mitin político cuando ayudaba a proteger a unas veinte mil personas cuyas ideas le repugnaban. —Mosala me lanzó una mirada más de pena que de ira—. Y, por cierto, esto no es oficial y me dan igual las consecuencias que tenga en sus horarios de programación: era alguien a quien quería y todavía quiero, no un grupo de engranajes perdidos en la psicodinámica de mi mecanismo interno. No era una ausencia que haya tenido que compensar.

Noté que me ruborizaba. Miré la agenda y me salté varias preguntas igual de necias. Siempre podía completar el material de la entrevista con recuerdos de sus amigos de la infancia, imágenes de archivo de los colegios de Ciudad del Cabo de los años treinta o lo que fuera.

—Ha dicho en otras ocasiones que se enganchó a la física cuando tenía diez años y que entonces ya sabía que era a eso a lo que quería dedicarse durante el resto de su vida… por motivos personales, para satisfacer su curiosidad. Pero, ¿cuándo cree que empezó a considerar el ámbito más amplio en el que se encuentra la ciencia? ¿Cuándo cree que se dio cuenta de los factores económicos, sociales y políticos?

—Supongo que unos dos años después —contestó Mosala tranquila; había recuperado la calma—, cuando empecé a leer a Muteba Kazadi. —No lo había mencionado en ninguna de las entrevistas anteriores que había leído y era una suerte que me hubiera tropezado con el nombre cuando investigaba al FDCPA, o habría quedado como un tonto. ¿Muteba qué?

—Así que tuvo influencias de la technolibération.

—Claro. —Arqueó las cejas, sorprendida, como si le acabara de preguntar si había oído hablar de Albert Einstein. No estaba seguro de si era sincera o si intentaba, de manera servil y cínica, satisfacer la demanda de clichés de SeeNet, pero ése era el precio que tenía que pagar por pedirle que siguiera el juego—. Muteba explicó en detalle el papel de la ciencia con más claridad que nadie de la época —continuó—. Y con un par de frases podía… «incinerar» cualquier duda que yo pudiera albergar sobre saquear todo el almacén planetario de cultura y ciencia y coger exactamente lo que quería.

Después de dudar, recitó:

Cuando Leopoldo II se levante de la tumba

y diga: «Mi conciencia me atormenta, ¡llevaos

el marfil, el caucho y el oro que no son belgas!»,

renunciaré a los beneficios ilícitos que no son africanos

y, piadosamente, cederé el cálculo y toda su progenie

a… no sé quién, porque Newton y Leibnitz

murieron sin descendencia.

Me reí.

—No tiene ni idea de lo que suponía oír una voz cuerda que se abría paso entre todo el ruido —dijo Mosala, seria—. La reacción violenta anticientífica y tradicionalista no adquirió fuerza en África hasta los cuarenta, pero cuando lo hizo, muchas personalidades de la vida pública, que habían hablado con sensatez hasta el momento, parecieron venirse abajo y llegaron a decir que la ciencia era una propiedad inherente del mundo occidental que África no necesitaba ni quería, o que era tan sólo un arma de asimilación cultural y genocidio.

—Así es como se ha utilizado exactamente.

—No me fastidie. —Mosala me lanzó una mirada torva—. Se ha abusado de la ciencia para todos los propósitos concebibles y ése es un motivo más para poner el poder que da en manos del mayor número posible de personas, lo antes posible, en lugar de mantenerlo en manos de unos pocos. No es un motivo para refugiarse en la fantasía ni declarar que el conocimiento es un artefacto cultural, que no hay verdades universales y que sólo nos salvarán el misticismo, la ofuscación y la ignorancia. —Extendió los brazos y fingió que cogía un puñado de espacio—. No existe un vacío masculino o femenino. No existe un espaciotiempo belga o zaireño. Vivir en este universo no es una prerrogativa cultural ni una elección de estilo de vida. No tengo que perdonar ni olvidar un acto de esclavitud, robo, imperialismo o patriarcado para ser física ni para estudiar la materia con cualquier herramienta intelectual que necesite. Todos los científicos ven mucho más lejos si miran desde encima de una montaña de muertos y, francamente, no me importa qué genitales tenían, el idioma que hablaban ni el color de su piel.

Intenté no sonreír: era un material muy bueno. No tenía ni idea de cuáles de estos eslóganes eran sinceros y cuáles teatro consciente; dónde terminaba el recubrimiento de azúcar que le había pedido y dónde empezaban los verdaderos sentimientos de Mosala, pero puede que ella tampoco tuviera los límites muy claros.

Dudé. En mi siguiente nota ponía: «¿Rumores de emigración?». Era el momento lógico de plantear el tema, pero podría reconstruir el orden adecuado en el montaje. No iba a correr el riesgo de estropear la entrevista hasta que tuviera más material grabado a salvo.

—Sé que no quiere revelar los detalles de su TOE antes de la conferencia del día dieciocho. —Decidí pasar a terreno seguro—. Pero quizá podría hacerme un esquema a grandes rasgos de la teoría, basado en lo que ya se ha publicado.

—Desde luego. —Mosala se relajó claramente—. La razón fundamental por la que no puedo darle todos los detalles es que ni siquiera yo los conozco. —Se explicó—: He elegido el marco matemático completo y ya he fijado las ecuaciones generales, pero para conseguir los resultados específicos que necesito hay que hacer un montón de cálculos con superordenadores, que todavía se están llevando a cabo, incluso ahora mismo, mientras mantenemos esta charla. Espero que estén listos unos días antes del dieciocho, si no ocurre ningún desastre imprevisible.

—De acuerdo. Hábleme de ese marco matemático.

—Esa parte es muy sencilla. A diferencia de Henry Buzzo y Yasuko Nishide, no busco la manera de conseguir que nuestro Big Bang no parezca una «coincidencia». Buzzo y Nishide opinan que un número infinito de universos surgió del preespacio y se ha materializado a partir de esa simetría perfecta con distintos conjuntos de leyes físicas. Intentan reevaluar la probabilidad de que ese conjunto infinito incluya un universo que sea «más o menos como el nuestro». Es relativamente fácil encontrar una TOE en la que nuestro universo sea posible pero espantosamente improbable. Para Buzzo y Nishide una TOE válida sería la que garantizase que hay tantos universos similares al nuestro que éste no sería, por tanto, demasiado improbable; que no somos una especie de diana perfecta y milagrosa en un tablero de dardos metacósmico, sino un punto nada excepcional de un blanco mucho mayor.

—Un poco como probar —dije—, a partir de principios astrofísicos básicos, que no sólo la Tierra, sino miles de planetas de la galaxia, deberían tener vida basada en el carbono y el agua.

—Sí y no. Sí porque la probabilidad de otros planetas similares a la Tierra se puede calcular teóricamente, pero es que también se podría contrastar por medio de la observación. Se pueden observar millones de estrellas y ya hemos deducido la existencia de unos cuantos miles de planetas extrasolares, y puede que incluso lleguemos a visitar algunos y encontrar otras formas de vida basadas en el carbono y el agua. Pero aunque hay un sinfín de marcos elegantes con los que asignar probabilidades a otros universos hipotéticos, no existe la posibilidad de observarlos o visitarlos; no hay un método concebible de comprobar la teoría. Así que no creo que debamos elegir una TOE con esa base.

»El motivo de ir más allá de la Teoría Estándar del Campo Unificado es que, en primer lugar, es bastante fea y confusa y, en segundo lugar, que hay que introducir diez parámetros completamente arbitrarios para hacer que funcionen las ecuaciones. En cambio, si se utiliza un Modelo de Todas las Topologías, fundir el espacio total en el preespacio nos libra de la fealdad formal y las arbitrariedades de la TECU. Pero que para conseguirlo haya que trastear con la forma en la que se integra sobre todas las topologías del preespacio, excluyendo, por ejemplo, ciertas topologías sin ninguna razón aparente, y se deba descartar una medida para adoptar otra nueva cuando no se obtienen las respuestas esperadas, me parece un paso en falso. Así, en lugar de «ajustar los mandos» de la máquina de la TECU para poner diez números arbitrarios en los indicadores, todo lo que se consigue es una pulcra caja negra sin indicadores a la vista, aparentemente completa, pero que en realidad se ha tenido que abrir para sacarle todos los componentes molestos que impedían obtener los mismos resultados.

—De acuerdo. ¿Y cómo se puede evitar ese problema?

—Creo que hemos de adoptar una postura difícil y declarar que las probabilidades no importan —contestó Mosala—. Hay que olvidar el conjunto hipotético de otros universos. Hay que olvidar la necesidad de ajustar el Big Bang. Este universo existe. La probabilidad de que existamos es del ciento por ciento. Se debe asumir como algo dado, en lugar de retroceder en un intento de arreglar supuestos que hacen todo lo posible para ocultar esa certeza.

«Hay que olvidar la necesidad de ajustar el Big Bang. Se debe asumir nuestra existencia como dada.» El paralelismo con la perorata de Conroy de la noche anterior me llamaba la atención, pero no debería de sorprenderme. Todo el modus operandi de la pseudociencia intentaba acercarse al máximo al lenguaje y a las ideas de la ortodoxia vigente para adoptar un camuflaje adecuado. Los antropocosmólogos habrían leído todos los artículos de Mosala, pero el que sus palabras sonaran de forma similar no les confería la misma legitimidad. Y aunque estaba claro que compartían el desagrado vehemente de Mosala por la fantasía de que todas las culturas, de alguna forma, podían habitar la cosmología que eligieran, y no me cabía ninguna duda de que a ella le repelía infinitamente más su alternativa, en la que una especialista de la TOE tenía el papel de monarca absoluto. Era peor que un espaciotiempo belga o zaireño: suponía un cosmos de Buzzo, de Mosala o de Nishide.

—Así que usted presupone el universo —dije—. Se opone a forzar las matemáticas para que se ajusten a la necesidad percibida de demostrar que lo que vemos a nuestro alrededor es «probable». Pero lo que hace tampoco equivale a ajustar los indicadores de la maquinaria de la TECU.

—No. En su lugar he introducido descripciones completas de los experimentos.

—Elige el Modelo de Todas las Topologías más general posible, pero rompe la simetría imponiendo una probabilidad del ciento por ciento a la existencia de varias disposiciones determinadas de aparatos experimentales.

—Sí. ¿Me permite? —Se levantó de la silla, entró en el dormitorio y volvió con su agenda. Me mostró la pantalla—. Aquí tiene un ejemplo —dijo—: un experimento sencillo con un acelerador: se hacen chocar dos haces de protones y antiprotones con una energía determinada y se utiliza un detector para recoger cualquier positrón que se emita desde el punto de colisión en cierto ángulo y en un cierto rango de energías. El experimento se ha llevado a cabo, de varias formas, durante los últimos ochenta o noventa años. —La animación mostraba la estructura de un anillo acelerador de tamaño natural y la imagen se acercaba a uno de tantos puntos en que los haces de partículas, que giraban en sentidos opuestos, se cruzaban y proyectaban el resultado sobre elaborados dispositivos de detección—. Ahora bien, ni siquiera intento hacer un modelo de todo este sistema, un equipo de diez kilómetros de diámetro, que lo describa a escala subatómica, átomo por átomo, como si necesitara empezar con una TOE en blanco, «inocente», que tuviera que llegar a decirme que los imanes superconductores producirán determinados campos con determinados efectos mesurables, que las paredes del túnel se deformarán de cierta manera a causa de la presión a la que están sometidas y que los protones y antiprotones circularán en sentidos opuestos. Ya sé todas esas cosas, así que les asigno una probabilidad del ciento por ciento. Tomo estos hechos establecidos como una especie de anclaje y desciendo al nivel de la TOE, al de los sumatorios infinitos sobre todas las topologías. Calculo las consecuencias de mis supuestos y las desarrollo hasta volver al nivel macroscópico para predecir el resultado final del experimento: cuántas veces por segundo registrará un suceso el detector de positrones.

La animación evolucionaba con sus palabras, acercando la imagen desde el esquema del detector entrecruzado por trazas de partículas, hasta la espuma del propio vacío, treinta y cinco órdenes de magnitud más allá del alcance de la visión, y en el caos de agujeros de gusano que se contorsionaban y las deformaciones de más dimensiones codificadas cromáticamente de acuerdo a su clasificación topológica. Un nido de serpientes de colores brillantes que se retorcían hasta convertirse en una mancha blanca en el centro de la pantalla, donde se movían y cambiaban demasiado deprisa para seguirlas. Pero se forzaba a aquellas convulsiones, por lo demás perfectamente simétricas, a tener en cuenta la existencia del acelerador, los electroimanes y el detector, un proceso que se atisbaba cuando la blancura pancromática adquiría un tono azul definido. Después, la imagen retrocedía y se ampliaba de nuevo hasta una escala humana, para mostrar la huella del enfoque submicroscópico en el comportamiento final y visible del sistema de circuitos del detector.

Desde luego, la animación era casi en su totalidad metafórica, un brochazo colorista de licencia poética. Pero, en algún lugar, un superordenador estaba masticando los cálculos serios y nada metafóricos que hacían de estas imágenes algo más que fantasías estilizadas.

Y después de toda la lectura precipitada y superficial de artículos científicos incomprensibles y el suplicio de las matemáticas casi impenetrables de los MTT, por fin, creí entender la filosofía de Mosala.

—Así que en lugar de pensar en el preespacio como algo a partir de lo cual se deriva todo el universo de golpe —dije con cautela—, lo ve más como un enlace entre los sucesos que podemos observar con nuestros sentidos. Algo que… une todo el conjunto de cosas macroscópicas que encontramos en el mundo. Se tiende un puente a través de las escalas espaciales y energéticas que separan una estrella llena de hidrógeno en fusión y un ojo humano lleno de moléculas de proteínas… de forma que sean capaces de coexistir y se afecten mutuamente, porque en el nivel más profundo, ambas cosas rompen la simetría del preespacio de la misma forma.

—Un vínculo. —A Mosala pareció gustarle esta descripción—. Un puente. Eso es. —Se inclinó, extendió su mano y tomó la mía.

«Salgo en el plano; no podré usarlo», pensé mientras bajaba la mirada.

—Sin preespacio que medie entre nosotros —añadió—, sin una mezcla infinita de topologías capaz de representarnos a todos con un solo parpadeo de asimetría, nadie podría ni siquiera tocarse.

»Eso es la TOE. Incluso si estoy equivocada en todos los detalles, si Buzzo está equivocado y Nishide también y no se resuelve nada en mil años, todavía sé que está ahí, esperando a que la encuentren. Porque tiene que haber algo que nos permita tocarnos.

Descansamos un rato y Mosala llamó al servicio de habitaciones. Después de tres días en la isla seguía sin tener hambre, pero comí unos canapés de la bandeja que había salido del dispensador de servicio cuando me los ofreció, para no quedar mal. Mi estómago protestó ruidosamente en cuanto tragué el primer bocado y consiguió el efecto contrario.

—Yasuko todavía no ha llegado —comentó Mosala—. ¿No sabrá por qué se retrasa?

—Me temo que no. Le he dejado tres mensajes a su secretaria en Kyoto para intentar concertar una entrevista y todo lo que he conseguido son promesas de que pronto se pondrá en contacto conmigo.

—Qué raro. —Apretó los labios, claramente preocupada, pero intentando no ensombrecer la conversación—. Espero que esté bien. Me enteré de que estuvo enfermo a principios de año, pero les dijo a los organizadores que vendría, así que supongo que esperaba encontrarse bastante bien para viajar.

—Venir a Anarkia es algo más que viajar —dije.

—Eso es cierto. Yasuko debería haber dicho que era de ¡Ciencia Humilde! y hacerse con un pasaje en uno de sus vuelos chárter.

—También podría haber tenido suerte con Renacimiento Místico. Dice que es budista, así que casi le perdonan que trabaje en la TOE. Mientras no les recuerde que una vez escribió que el Tao de la física era al zen lo que un texto de biología básica al catolicismo.

—Me habría traído a Pinda si el vuelo fuera más corto —dijo Mosala. Se estiró y se masajeó la nuca como si el comentario sobre el viaje le reviviera los síntomas—. Le habría encantado esto. Me dejaría con mis aburridas conferencias y arrastraría a su padre a explorar el arrecife.

—¿Cuántos años tiene?

—Tres y un poquito. —Miró su reloj y se quejó con añoranza—: En casa son las cuatro de la madrugada. No hay posibilidades de que me llame hasta dentro de dos o tres horas.

Era otra oportunidad de hablar de los rumores de emigración, pero me volví a contener.

Reanudamos la entrevista. El rayo de luz de la claraboya se había desplazado hacia el este y Mosala era casi una silueta contra el deslumbrante azul del cielo que se veía por la ventana. Cuando volví a invocar a Testigo, hizo algunos ajustes en mis retinas que me permitieron grabar todos los detalles de su cara a pesar del contraluz.

Pasé a la cuestión del análisis de Helen Wu.

—Mi TOE predice el resultado de varios experimentos —explicó Mosala—, si se describe detalladamente el equipo que se utiliza. Estos detalles revelan pistas sobre la física menos fundamental que, según algunos, una TOE debería sacar por su cuenta de la nada. Pero desentrañar esas pistas no es un asunto trivial en absoluto. Ni usted ni yo podemos mirar un acelerador de partículas parado y predecir, de forma instantánea, el resultado de cualquier experimento que se pueda llevar a cabo con esa maquina.

—Pero un superordenador programado con su TOE sí puede. ¿Eso es bueno, malo o indistinto? ¿Es cierto que utiliza lógica circular o no?

—Helen y yo lo hemos discutido en detalle y hemos intentado averiguar qué significa con exactitud. —Mosala no parecía segura del veredicto—. He de admitir que al principio me ofendió lo que hacía; luego decidí no prestar atención a sus trabajos y ahora, sin embargo, empiezo a encontrarlos apasionantes.

—¿Por qué?

Dudó. Estaba claro que su opinión sobre el tema era demasiado reciente y todavía no estaba formada; no quería añadir nada más. Pero esperé pacientemente, sin meterle prisa, y al final cedió.

—Pregúntese por qué si Buzzo o Nishide presentan una TOE en la que todo el universo está más o menos implícito en una descripción detallada del Big Bang, con los detalles deducidos aquí y ahora a partir de mediciones sobre la abundancia de helio, los grupos de galaxias, la radiación de fondo cósmica y demás, nadie los acusa a ellos de lógica circular. Aparentemente está bien visto incluir los resultados de cualquier número de «experimentos de telescopio». Entonces, ¿por qué ha de ser más circular presentar una TOE en la que el universo está implícito en los detalles de diez experimentos contemporáneos de física de partículas?

—De acuerdo —dije—. Pero ¿no dice Helen Wu que sus ecuaciones carecen, virtualmente, de contenido físico? Me refiero a que ninguna cantidad de matemáticas puras podría crear la ley de la atracción universal de Newton, porque no hay ninguna razón puramente matemática por la que la ley del inverso de los cuadrados no pudiera ser algo distinto. Su fundamento se reduce a la manera en la que funciona el universo. ¿No intenta Wu demostrar que su TOE no se basa en nada que esté en el mundo, que se desmorona en un montón de afirmaciones sobre números que, simplemente, deben ser ciertas?

—¡Sí! —contestó Mosala frustrada—. Pero incluso si tiene razón, cuando esas «afirmaciones que deben ser ciertas» se asocian a experimentos reales y tangibles, que «están en el mundo», la teoría deja de ser pura matemática… de la misma forma en que la simetría pura del preespacio deja de ser simétrica.

»Newton dedujo la ley del inverso de los cuadrados por medio del análisis de observaciones astronómicas existentes. Trataba el Sistema Solar de la misma manera en la que yo trato un acelerador de partículas: afirmamos que eso es lo que podemos dar por sentado. Después se utilizó esa ley para hacer predicciones que resultaron ser correctas. Entonces, ¿dónde reside con exactitud el contenido físico de todo este proceso? ¿En la misma ley o en los movimientos de los planetas que observó y de los que dedujo esa ecuación en primera instancia? Porque si dejamos de considerar la ley de Newton algo evidente, como una verdad absoluta más allá de toda demostración, y observamos… el enlace, el puente entre los distintos planetas que trazan órbitas alrededor de diferentes estrellas, que coexisten en el mismo universo y tienen que comportarse de forma coherente, lo que hacemos empieza a parecerse muchísimo a las matemáticas puras.

Me pareció entender lo que quería explicar.

—Es un poco como decir que… el principio general de que «las personas se agrupan en la red con otras personas con las que tienen algo en común» no tiene nada que ver con la naturaleza de esos intereses comunes. Es el mismo proceso el que une a los admiradores de Jane Austen, a los estudiantes de la genética de las avispas o a los que sean.

—Cierto. Jane Austen «pertenece» a las personas que la leen, no al principio sociológico que dice que se unen para hablar de sus libros. Y la ley de la atracción universal «pertenece» a todos los sistemas que la obedecen, no a la TOE que predice que se unieron para formar el universo.

»Y quizá la Teoría del Todo debería reducirse a afirmaciones sobre números que deben ser ciertas. Quizá el preespacio ha de deshacerse en la simple aritmética, la simple lógica, y dejarnos sin ninguna elección sobre su estructura.

—Creo que hasta al público de SeeNet le costará entender eso —dije riéndome; a mí me costaba—. Mire, puede que a usted y a Helen Wu les lleve cierto tiempo encontrar sentido a todo esto. Podemos actualizarlo cuando vuelva a Ciudad del Cabo, si encuentran algo importante. —Mosala accedió aliviada. Plantear ideas era una cosa, pero estaba claro que no quería adoptar una postura oficial sobre este tema, todavía no—. ¿Cree que seguirá viviendo en Ciudad del Cabo dentro de seis meses? —añadí antes perder el valor. Me preparé para una reacción como la que habían provocado las palabras «Cosmología Antropológica».

—Bueno —dijo Mosala secamente—, suponía que no podría mantenerlo en secreto durante mucho tiempo, deben de estar comentándolo todos los del congreso.

—No creo. Se lo oí decir a alguien de aquí.

—Hace meses que estoy en contacto con las asociaciones académicas de Anarkia —asintió sin sorprenderse—. Es probable que ahora lo sepa toda la isla. —Esbozó una sonrisa irónica—. No respetan mucho la confidencialidad, estos anarkistas. Pero ¿qué se puede esperar de transgresores de las leyes sobre patentes y ladrones de la propiedad intelectual?

—Entonces, ¿qué la atrae de aquí?

—¿Puede dejar de grabar, por favor? —Acepté—. Cuando todos los detalles se hayan resuelto haré una declaración pública, pero no quiero que antes se publique un comentario improvisado.

—Lo entiendo.

—¿Qué me atrae de los transgresores de las leyes sobre patentes y los ladrones de la propiedad intelectual? —dijo—. Exactamente eso. Anarkia es un país rebelde que desacata las leyes sobre las licencias de biotecnología. —Se volvió hacia la ventana y estiró los brazos—. ¡Y mírelos! No son los más ricos del planeta, pero nadie se muere de hambre. Nadie. Eso no pasa en Europa, en Japón ni en Australia, por no hablar de Angola o Malawi. —Volvió sobre sus pasos y me estudió un momento, intentando decidir si realmente había dejado de filmar, si podía confiar en mí. Esperé—. ¿Qué tiene eso que ver conmigo? —continuó—. A mi país le va bien y yo no corro el riesgo de padecer desnutrición, ¿verdad? —Cerró los ojos y gimió—. Me resulta duro decirlo, pero, me guste o no, el premio Nobel me ha dado cierto poder. Si me traslado a Anarkia y explico los motivos, será una noticia sonada. Causará impacto en algunos ámbitos.

—Sé mantener la boca cerrada —dije al ver que dudaba.

—Lo sé —dijo sonriendo levemente—. Creo.

—¿Qué clase de impacto quiere causar? —Se fue hacia la ventana—. ¿Es un gesto político contra los tradicionalistas como el FDCPA? —añadí.

—No. —Se rió—. No, no. Bueno, quizá también lo sea, accidentalmente. Pero ésa no es la cuestión. —Se armó de valor—. Ciertas personas que ocupan puestos importantes me han asegurado, me han prometido, que si me traslado a Anarkia…, no porque yo importe, sino porque será noticia y servirá como pretexto…, el gobierno de Sudáfrica retirará todas las sanciones contra la isla de manera unilateral en seis meses.

Se me puso la carne de gallina. Puede que un solo país no cambiara gran cosa, pero Sudáfrica era el principal socio comercial de unas treinta naciones africanas.

—Las votaciones de la ONU no lo muestran —añadió Mosala con calma—, pero el hecho es que la facción en contra de la sanción no es una minoría insignificante. Hoy en día, vemos un bloque solidario y un acuerdo general sobre el bloqueo porque todos piensan que no pueden ganar y no quieren crearse enemistades, pero eso es sólo la superficie.

—¿Y si alguien da el empujoncito adecuado iniciará una avalancha?

—Quizá. —Se rió avergonzada—. Puede decir que son ilusiones de grandeza. La verdad es que me pongo enferma cada vez que lo pienso y no creo que vaya a suceder nada espectacular.

—Una persona que rompa la simetría, ¿por qué no?

—Ha habido otros intentos de cambiar la tendencia de voto —dijo negando con un gesto firme—, y todos han fracasado. No hay nada malo en intentarlo, pero he de mantener los pies en el suelo.

Me pasaron muchas cosas por la cabeza a la vez, aunque lo que pudiera suceder en el mundo si desaparecieran las leyes de las patentes biotecnológicas me parecía demasiado distante para planteármelo. Pero estaba claro que Mosala encontraba una utilidad mayor al documental de la que nunca habría imaginado y me lo contaba todo para informarme y darme el material que quería que empleara, porque así se aseguraba de que su emigración provocaría un gran revuelo.

También estaba claro que sus intenciones, aunque fueran quijotescas, serían extremadamente impopulares en ciertos ámbitos.

¿En quién pensaba Kuwale? No en las Sectas de la Ignorancia ni en los fundamentalistas del FDCPA, ni siquiera en los nacionalistas sudafricanos prociencia que se indignarían con la deserción de Mosala, sino en los poderosos defensores del statu quo de la biotecnología. ¿Y si el ladrón adolescente no había mentido al decir que le habían pagado para asustarla?

—Ahora ya conoce mis secretos más íntimos, así que la entrevista se ha terminado. —Se sirvió un vaso de agua de una mesa auxiliar—. Vive la technolibération! —añadió medio en broma, alzándolo.

—Vive!

—De acuerdo —dijo en serio—, hay rumores. Quizá la mitad de Anarkia sabe exactamente lo que sucede, pero aun así, no quiero que esos rumores se confirmen hasta que ciertos preparativos y acuerdos sean mucho más firmes.

—Lo comprendo. —Me di cuenta, un poco sorprendido, de que poco a poco, de alguna manera, me había ganado parte de su confianza. Era evidente que me utilizaba, pero debía de creer que mi corazón estaba en el lugar adecuado y que podía hacerlo—. La próxima vez que hable con Helen Wu de lógica circular en mitad de la noche —añadí—, ¿cree que podría…?

—¿Venir y grabarlo? —No parecía tenerlo claro—. De acuerdo —dijo, sin embargo—, si me promete que no se dormirá antes que nosotras.

—Tenga cuidado —dije cuando nos dimos la mano en la puerta.

Sonrió con serenidad, un poco divertida por mi preocupación y como si pensara que no tenía ningún enemigo en el mundo.

—No se preocupe, lo tendré.