Me desperté a las seis y media, unos segundos antes de que sonara la alarma del despertador. Atrapé fragmentos de un sueño que se escapaba: imágenes de olas que golpeaban y desintegraban el coral y la piedra caliza, pero si la sensación había sido amenazante se disipó enseguida. La luz del sol llenaba la habitación y hacía brillar las paredes gris perla de roca de arrecife pulida. Algunas personas hablaban en la calle de abajo; no distinguía las palabras, pero el tono parecía suave, amistoso y civilizado. Si esto era Anarkia, superaba con creces a despertarse con sirenas de policía de Shanghai o Nueva York. Me sentía más descansado y optimista de lo que me había sentido en mucho tiempo.
Y, por fin, iba a conocer al sujeto de mi reportaje.
La noche anterior había recibido un mensaje de Karin De Groot, la ayudante de Mosala. Mosala daba una rueda de prensa a las ocho y después estaría ocupada casi todo el día. A las nueve, Henry Buzzo, de Caltech, presentaba una ponencia que pretendía poner en entredicho todo un grupo de TOE. Sin embargo, entre la rueda de prensa y la ponencia de Buzzo, por fin tendría una oportunidad de comentar el documental con ella. Aunque no tenía que decidir nada en Anarkia, ya que si era necesario podría entrevistarla con calma cuando volviera a Ciudad del Cabo, me preguntaba si me vería obligado a cubrir su estancia como un periodista más.
Pensé en ir a desayunar, pero después de obligarme a comer en el vuelo desde Dili no había recuperado el apetito. Así que me quedé en la cama, leí por encima las notas de la biografía de Mosala una vez más y repasé mi posible plan de rodaje para los siguientes quince días. La habitación era funcional, casi ascética en comparación con muchos hoteles, pero estaba limpia y era moderna, luminosa y barata. Había dormido en camas menos cómodas y en habitaciones con decoración más lujosa aunque más lúgubre que costaban el doble.
Todo era demasiado bueno. Alrededores tranquilos y un tema nada traumático: ¿qué había hecho para merecer aquello? No averigüé a quién había enviado Lydia a la brecha para hacer Angustia. ¿Quién se pasaría el día en un psiquiátrico de Miami o Berna, mientras administraban calmantes sin cesar a una víctima en camisa de fuerza tras otra para comprobar los efectos de los medicamentos no sedantes sobre el síndrome o para sacar lecturas neuropatológicas inmaculadas gracias al efecto de los fármacos?
De mal humor, borré la imagen de mi mente. Angustia no era responsabilidad mía, yo no había originado la enfermedad y no había obligado a nadie a ocupar mi puesto.
Antes de irme a la rueda de prensa llamé a Sarah Knight a regañadientes. No me atraía la idea de enfrentarme a ella por primera vez desde que le robé lo de Violet Mosala, pero mi curiosidad por Kuwale no se había disipado… Seguro que era una historia triste y sin sorpresas.
No tenía por qué preocuparme. En Sydney eran sólo las seis menos diez de la mañana y un contestador genérico cogió mi llamada. Aliviado, le dejé un mensaje breve y fui abajo.
El auditorio principal, repleto, bullía con las conversaciones del público expectante. Me había imaginado a cientos de manifestantes de ¡Ciencia Humilde! que protestaban en piquetes en la entrada del hotel o se peleaban con los guardias de seguridad y los físicos en los pasillos, pero no había ninguno a la vista. De pie junto a la entrada, me costó un rato localizar a Janet Walsh entre el público, pero cuando la vi fue muy fácil calcular la posición de Connolly en una fila delantera, situado a la perfección para pasar de Walsh a Mosala sin forzar casi el cuello.
Me senté en la parte de atrás de la sala e invoqué a Testigo. Las cámaras electrónicas del escenario grabarían al público y yo podía comprar la filmación a los organizadores del congreso si había algo que valiera la pena.
Marian Fox, presidenta del Sindicato Internacional de Físicos Teóricos, salió al escenario y presentó a Mosala. Pronunció todas las palabras de alabanza que cualquiera habría usado en su lugar: respetada, inspiradora, dedicada, excepcional. No me cupo duda de que era sincera, pero siempre me parecía que el lenguaje de los logros se deshacía en una autoparodia. ¿Cuántas personas del planeta eran excepcionales? ¿Cuántas podían ser únicas? No me hacía gracia que describieran a Mosala igual que a casi todos sus colegas mediocres, pero los panegíricos llenos de clichés no transmitían nada; se limitaban a perder su significado.
Mosala subió al estrado intentando comportarse con dignidad pero sin exagerar; un sector del público aplaudió con entusiasmo y mucha gente se puso en pie. Tomé nota mental de preguntar a Indrani Lee su opinión sobre cuándo y por qué estos extraños ritos de adoración, tan habituales para los actores y músicos, se habían empezado a practicar para un puñado de científicos célebres. Sospechaba que se debía a que las sectas de la ignorancia se habían esforzado tanto por despertar el interés popular por su causa que no era sorprendente que hubieran terminado por provocar un entusiasmo contrario igual de vehemente. Además, en muchos estratos sociales, las sectas eran la clase dirigente y no había un acto de rebeldía mayor que idolatrar a un físico.
—Gracias, Marian —dijo Mosala cuando cesó el ruido—. Y gracias a todos por venir. Les explicaré brevemente lo que hago aquí. Durante el congreso participaré en un montón de debates y contestaré preguntas sobre aspectos técnicos. Y, desde luego, me encantará comentar las cuestiones que suscite la ponencia que leeré el día dieciocho. Pero siempre se dispone de poco tiempo en esas ocasiones y queremos que las preguntas estén muy centradas. Sé que eso, a menudo, resulta molesto para los periodistas, que preferirían informar sobre una gama más amplia de temas.
»Así que el comité de organización ha convencido a unos cuantos conferenciantes para ofrecer ruedas de prensa en las que no se aplicarán esas restricciones. Esta mañana me toca a mí. Por lo tanto, si hay algo que quieran preguntarme que se pueda considerar irrelevante en sesiones posteriores, ésta es su oportunidad.
Mosala se mostraba relajada e informal. En las grabaciones que había visto de sus apariciones anteriores no podía ocultar su nerviosismo, especialmente en la ceremonia de los Nobel. Aunque todavía no era una veterana experimentada, estaba claro que parecía más calmada. Tenía una voz profunda y vibrante, que podría convertirse en electrizante si se ponía a dar discursos, pero su tono se acercaba más al de una conversación que al de un discurso. Las cosas tenían buena pinta para Violet Mosala. Lo cierto era que pocas personas quedaban bien en la pantalla de la salita durante más de cincuenta minutos. No encajaban y salían distorsionadas, como un sonido demasiado alto o bajo para grabarlo. Ahora estaba seguro de que Mosala superaría las limitaciones del medio… si yo no la cagaba del todo.
Las primeras preguntas las hicieron los corresponsales de ciencia de los servicios informativos no especializados, que resucitaron diligentemente todas las viejas incongruencias: ¿Significarán las Teorías del Todo el final de la ciencia? ¿Hará una TOE que el futuro sea completamente predecible? ¿Resolverá la TOE todos los problemas pendientes de física y química, biología y medicina…, ética y religión?
—Una teoría del todo es la formulación matemática más sencilla que podemos encontrar que condensa todo el orden subyacente del universo —contestó Mosala con paciencia y concisión—. Con el tiempo, si una TOE candidata supera el escrutinio teórico continuado y la contrastación experimental, gradualmente podremos confiar en que represente un ápice de conocimiento a partir del cual se podría explicar, en principio y en el sentido más idealizado, todo lo que nos rodea.
»Pero esto no implica que nada se vuelva «totalmente predecible». El universo está lleno de sistemas que entendemos perfectamente, sistemas tan sencillos como dos planetas en órbita en torno a una estrella, cuya descripción matemática es caótica o inmanejable, y para los que siempre será imposible evaluar predicciones a largo plazo.
»Y tampoco implica el final de la ciencia. Ésta es mucho más que la búsqueda de una TOE; es la explicación de las relaciones dentro del orden del universo en cualquier nivel. Alcanzar los cimientos no equivale a tocar techo. Hay muchos problemas de la dinámica de fluidos, por no mencionar la neurobiología, que necesitan nuevos enfoques o mejores formas de abordarlos, no la descripción definitiva y exacta del tema a escala subatómica.
Pensé en Gina, trabajando en su terminal, y me la imaginé en su nueva casa, mientras le contaba todos sus problemas y pequeñas victorias a su nuevo amante. Durante un momento me sentí inquieto, pero se me pasó.
—Lowell Parker, de Atlántica. Doctora Mosala, dice que una TOE es la formulación matemática más sencilla del orden subyacente del universo, pero ¿no es la cultura la que determina esos conceptos? ¿La simplicidad? ¿El orden? —Parker era un joven serio con acento de Boston. Atlántica era un netzine cultural que hacían, principalmente, académicos con dedicación a tiempo parcial de las universidades de la Costa Este.
—Por supuesto —contestó Mosala—. Y las ecuaciones que elijamos para formular una TOE no serán únicas. Serán como las ecuaciones del electromagnetismo de Maxwell, por ejemplo. Hay media docena de maneras válidas de formular las ecuaciones de Maxwell: se pueden barajar constantes, utilizar distintas variables… incluso expresarlas en tres o cuatro dimensiones. Los físicos y los ingenieros todavía no se han puesto de acuerdo en cuál es la formulación más simple, porque en realidad depende del uso que se les quiera dar: diseñar una antena de radar, calcular el comportamiento del viento solar o describir la historia de la unificación de la electrostática y el magnetismo. Pero todas ofrecen resultados idénticos en cualquier cálculo concreto, porque todas describen lo mismo: el electromagnetismo.
—A menudo se ha dicho lo mismo sobre las religiones, ¿verdad? —dijo Parker—. Todas expresan las mismas verdades básicas y fundamentales, aunque de una forma distinta para acoplarse a las distintas épocas y lugares. ¿Admitiría que lo que usted hace sólo forma, en esencia, parte de la misma tradición?
—No. No creo que eso sea cierto.
—Pero ha admitido que la TOE que sea aceptada estará determinada por factores culturales. ¿Cómo puede entonces afirmar que lo que hace es más «objetivo» que la religión?
—Supongo que si todos los seres humanos desaparecieran del planeta mañana y esperáramos unos cuantos millones de años a que emergieran especies nuevas con un conjunto de religiones y culturas científicas —dijo Mosala con precaución después de dudar—, ¿qué cree que las nuevas religiones tendrían en común con las viejas, las de nuestro tiempo? Me parece que lo único serían ciertos principios éticos que compartirían influencias biológicas: reproducción sexual, crianza de los niños, ventajas del altruismo y consciencia de la muerte. Y si su biología fuera muy distinta no habría ninguna coincidencia.
»Pero si esperamos a que en la nueva cultura científica surja una TOE, creo que, por muy distintas que parecieran sobre el papel, cualquiera de las culturas podría demostrar, por medio de cálculos matemáticos, que hay algo que es equivalente a nuestra TOE en todos los aspectos. Al igual que cualquier estudiante de física puede demostrar que todas las formulaciones de las ecuaciones de Maxwell describen exactamente lo mismo.
»Ésa es la diferencia. Los científicos discrepan mucho en principio, pero llegarán a un consenso independientemente de su cultura. En este congreso hay físicos de unos cien países distintos; hace tres mil años, seguro que sus antepasados tenían veinte o treinta explicaciones contradictorias para cada fenómeno que se puede dar en la naturaleza. Y aun así, aquí sólo se presentan tres TOE antagónicas. Y yo diría que dentro de veinte años o menos sólo habrá una.
Parker no parecía nada satisfecho con la respuesta, pero se sentó.
—Lisbeth Weller, de Grüne Weisheit. Me parece que su enfoque de estos temas refleja el modo de pensar de un masc occidental reduccionista que utiliza el lado izquierdo del cerebro. —Weller era una fem alta, de aspecto soberbio, que parecía entristecida y perpleja de verdad—. ¿Cómo puede ser compatible con su lucha como fem africana contra el imperialismo cultural?
—No tengo ningún interés en renunciar a las herramientas intelectuales más poderosas que poseo —dijo Mosala con calma—, por la creencia extraña y errónea de que son propiedad de un grupo de personas: mascs, occidentales u otros. Como he dicho, la historia de la ciencia converge hacia una interpretación compartida del universo y no deseo que se me excluya de ese proceso de convergencia por ningún motivo. En cuanto a pensar con el lado izquierdo del cerebro, me temo que ése es un concepto anticuado y reduccionista. Personalmente, utilizo todo el órgano.
Sus admiradores le brindaron un gran aplauso, pero sonó lastimero mientras se apagaba. La atmósfera de la sala estaba cambiando. Se llenaba de tensión y polarizaba las opiniones. Sabía que Weller era miembro orgullosa de Renacimiento Místico, y aunque pocos periodistas estaban afiliados a alguna secta, la minoría con opiniones anticientíficas radicales se hacía notar.
—William Savimbi, de Proteus Information. Expresa su conformidad con una serie de ideas que no respeta ninguna cultura ancestral, como si su propia herencia no importara en absoluto. ¿Es verdad que ha recibido amenazas de muerte del Frente de Defensa de la Cultura Panafricana, después de declarar en público que no se consideraba una fem africana? —Proteus era la subsidiaria africana de una gran empresa familiar canadiense. Savimbi era un masc fornido de pelo cano que hablaba con tranquilidad y confianza, como si llevara tiempo informando sobre Mosala.
Se pudo apreciar cómo Mosala se esforzaba por contener la ira. Se sacó la agenda de un bolsillo y empezó a teclear.
—Señor Savimbi —dijo sin detenerse—, si lo desalientan los aspectos tecnológicos de su profesión, quizá debería dedicarse a algo más sencillo. Ésta es la cita textual del reportaje original de Reuters que se grabó en Estocolmo el diez de diciembre del dos mil cincuenta y tres. Y sólo me ha costado quince segundos encontrarla.
Sujetó la agenda en alto y se oyó su voz grabada: «No me levanto todas las mañanas y me digo: «soy fem y africana, ¿cómo debería reflejarse esto en mi trabajo?». No es mi manera de pensar. Me pregunto si alguien pidió explicaciones al doctor Wozniak sobre de qué manera influía su condición de europeo en su enfoque de la síntesis de polímeros».
Hubo más aplausos, esta vez por parte de un sector más amplio de público, pero noté un trasfondo predatorio creciente. Era obvio que Mosala se estaba alterando, y por mucho que en principio simpatizaran con ella los presentes, sin duda les encantaría que la provocaran hasta que perdiera el control.
—Janet Walsh, de Informes Mundiales. Señora Mosala quizá pueda aclararme una cosa. Esta Teoría del Todo de la que no para de hablar, que va a sintetizar la verdad definitiva sobre el universo, me parece maravillosa, pero me gustaría saber en qué se basa exactamente.
—Todas las TOE son un intento de encontrar una explicación más profunda a lo que se llama la Teoría Estándar del Campo Unificado —dijo Mosala, que aunque debía de saber quién era Walsh no mostró ningún signo de hostilidad—. Se completó a finales de los años veinte y ha superado todas las comprobaciones experimentales hasta la fecha. En sentido estricto, la TECU ya es una Teoría del Todo, da una explicación unificada de todas las fuerzas de la naturaleza. Pero es una teoría muy confusa y arbitraria, que se basa en un universo de diez dimensiones con un montón de singularidades extrañas que resultan difíciles de aceptar. Casi todos nosotros creemos que hay una explicación más sencilla detrás, esperando a que la encontremos.
—Pero esta TECU que intenta suplantar —dijo Walsh—, ¿en qué se basa?
—En unas cuantas teorías anteriores que explicaban una o dos de las cuatro fuerzas básicas por separado. Pero si quiere saber de dónde venían esas teorías anteriores, me vería obligada a narrar cinco mil años de historia de la ciencia. La respuesta breve es: una TOE se basa en última instancia en la observación de todos los aspectos del mundo y la búsqueda de pautas en esas observaciones.
—¿Eso es todo? —Walsh hizo un gesto de alegre incredulidad—. Entonces todos somos científicos, ¿no? Usamos nuestros sentidos, observamos y vemos pautas. Veo pautas en las nubes que pasan por encima de mi casa cada vez que salgo al jardín —añadió con una sonrisa modesta de autocrítica.
—Eso es un comienzo —dijo Mosala—. Pero hay dos pasos importantes más allá de esa clase de observación que marcan toda la diferencia. Llevar a cabo experimentos deliberados en situaciones controladas, en lugar de mirar lo que revela la naturaleza. Y realizar observaciones cuantitativas: hacer mediciones e intentar encontrar pautas en los números.
—¿Como la numerología?
—No sirve cualquier pauta —dijo Mosala con gesto paciente—. Hay que tener una hipótesis clara de partida y saber cómo comprobarla.
—¿Se refiere a usar los métodos estadísticos adecuados y todo eso?
—Exacto.
—Pero con los métodos estadísticos adecuados, ¿cree que toda la verdad sobre el universo queda explicada en detalle en los modelos que pueden obtenerse mirando detenidamente una lista sin fin de números?
—Más o menos —contestó Mosala después de dudar. Era probable que se preguntara si el proceso tortuoso de explicar algo más sutil sería peor que aceptar esa caracterización de la obra de su vida.
—¿Está todo en los números? ¿No mienten?
—No, no mienten. —Mosala perdió la paciencia.
—Qué interesante —dijo Walsh—. Porque hace unos meses me tropecé con una idea absurda, ¡muy ofensiva!, que se extendía en las redes europeas de ultraderecha. Pensé que merecía ser refutada con propiedad, ¡científicamente!, así que compré un pequeño paquete de estadística y le pedí que comprobara la hipótesis de que cierta proporción, cierta cuota de los premios Nobel desde el año dos mil diez se hubiera reservado de forma explícita por criterios políticos para los ciudadanos de los países africanos. —El público se quedó atónito; hubo un momento de silencio seguido de una ola de exclamaciones airadas que se extendió por toda la sala—. Y la respuesta fue que hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades… —añadió Walsh mientras sostenía su agenda en alto y alzaba la voz por encima de las protestas. Algunos miembros de los clubes de fans de Mosala se pusieron en pie y empezaron a gritar; los dos mascs de mi lado empezaron a abuchearla—. La respuesta fue que hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades de que sea cierto —insistió Walsh, con una expresión de desconcierto, como si no comprendiera a qué venía tanto alboroto.
Una docena de personas más se levantó para insultarla. Cuatro periodistas abandonaron el auditorio. Walsh seguía de pie a la espera de una respuesta, con una sonrisa inocente. Vi a Marian Fox acercarse hacia el estrado; Mosala le hizo gesto de que se apartara.
Mosala empezó a teclear en su agenda. Los gritos y silbidos cesaron poco a poco y todos menos Walsh volvieron a sentarse.
El silencio no duró más de diez segundos, pero fue suficientemente largo para que me diera cuenta de que el corazón me latía con fuerza. Quería pegarle un puñetazo a alguien. Walsh no era racista, pero sí una manipuladora experta. Nos había puesto a todos de uñas; no habría exaltado tanto los ánimos ni con doscientos seguidores que chillaran y agitaran pancartas en la parte trasera del auditorio.
—En los últimos diez años —dijo Mosala alzando la mirada y sonriendo con dulzura— se ha examinado el renacimiento científico africano con detalle en más de treinta informes. Le daré con mucho gusto las referencias si no las puede encontrar por sí misma. Verá que hay muchas hipótesis más complejas que explican el brusco aumento del número de artículos publicados en las revistas científicas más prestigiosas y citadas, la frecuencia con que se citan dichos artículos, el número de patentes que se han conseguido y el número de premios Nobel de física y química.
»Sin embargo, cuando se trata de su campo, me temo que está sola. No encuentro un solo estudio que ofrezca una explicación alternativa a la probabilidad del noventa y nueve por ciento de que una cuota de los premios Booker, desde su inicio, se haya reservado para una minoría claramente definida e intelectualmente en entredicho: gacetilleros que deberían haberse quedado en la publicidad.
El público estalló en risas. Walsh se quedó de pie unos instantes y se sentó con una dignidad sorprendente: sin arrepentimiento, sin vergüenza y sin inmutarse. Me preguntaba si todo lo que pretendía era que Mosala le devolviera el golpe al mismo nivel. Sin duda en Informes Banales encontrarían el modo de manipular las cosas para que el suceso se viera como una victoria de Walsh: PRODIGIO DE LA CIENCIA, AL ENFRENTARSE A LOS HECHOS INSULTA A PERIODISTA RESPETADA. Pero casi todos los medios de comunicación informarían de que Mosala había respondido de forma muy comedida a una provocación deliberada.
Hicieron unas cuantas preguntas más, inocuas y ligeramente técnicas. Luego se levantó la sesión. Fui a la parte trasera del escenario, donde me esperaba Karen De Groot.
Sin lugar a dudas, De Groot era ifem. Su aspecto no estaba en absoluto a medio camino del hermafroditismo, sino que era mucho más distintivo. Mientras que las ufems y los umascs exageraban los rasgos faciales establecidos de identidad sexual y los ásex los eliminaban, los primeros ifems e imascs habían sacado modelos del sistema visual humano y encontrado grupos completamente nuevos de parámetros que los excluían a primera vista, sin hacerlos a todos homogéneos.
—Trátala bien, ¿quieres? —dijo con calma después de darme la mano y conducirme a una de las salas de reuniones pequeñas del hotel—. Lo de antes no ha sido muy agradable.
—No se me ocurre nadie que lo hubiera manejado mejor.
—Violet no es alguien a quien me gustaría tener por enemiga; nunca devuelve un golpe sin habérselo pensado bien. Pero eso no significa que sea de piedra.
La sala tenía una mesa y asientos para doce, pero Mosala me esperaba a solas. Pensaba que habría algún guardia de seguridad, pero a pesar de sus clubes de fans, no estaba en la liga de las estrellas de rock. Y a pesar de los presentimientos funestos de Kuwale, era probable que no hiciera falta.
—Lamento que no hayamos podido hacer esto antes —dijo Mosala luego de saludarme con cordialidad—, pero después de tantas reuniones con Sarah Knight, suponía que todos los planes de rodaje estaban claros.
¿Reuniones con Sarah Knight? La preproducción no debería haber llegado tan lejos sin el permiso de SeeNet.
—Siento hacerle pasar por lo mismo otra vez —dije—, pero es inevitable que se dupliquen algunos trámites cuando un director nuevo asume un proyecto.
Mosala hizo un gesto de asentimiento sin prestar mucha atención. Nos sentamos y repasamos el programa del congreso mientras comparábamos notas. Mosala me pidió que no la grabara en más de la mitad de las sesiones en las que participaría.
—Me volvería loca si me mirara todo el tiempo y me sorprendiera cada vez que pongo una cara rara por algo con lo que no estoy de acuerdo.
Accedí, pero entonces regateamos sobre esa mitad. Yo quería por encima de todo grabar sus reacciones en todas las charlas en las que se discutiera explícitamente su obra. Nos pusimos de acuerdo en tres sesiones de entrevistas, de dos horas cada una; la primera el miércoles por la tarde.
—Todavía no entiendo cuál es el objetivo de este programa —añadió Mosala—. Si el tema son las TOE, ¿por qué no cubre todo el congreso en lugar de centrarse en mí?
—Las teorías resultan más accesibles para el público si se presentan como algo que ha hecho una persona en concreto. —Me encogí de hombros—. O de eso están convencidos los directivos de las emisoras y, a estas alturas, es probable que hayan convencido también a la audiencia. —El acrónimo SeeNet quería decir en inglés «red de ciencia, educación y ocio». Pero la ciencia se trataba a menudo como algo embarazoso incapaz de resultar interesante por sí y que necesitaba que la endulzaran al máximo—. Sin embargo, con el perfil de una persona podemos tocar materias más amplias, como por ejemplo de qué manera afectan su vida cotidiana las sectas de la ignorancia.
—¿No cree que ya les dan bastante publicidad? —preguntó Mosala con sequedad.
—Sí, pero casi siempre bajo sus condiciones. El perfil es una oportunidad para que la audiencia los vea a través de sus ojos.
—¿Quiere que le cuente a su público lo que opino sobre las sectas? —Se rió—. Si empiezo, no le quedará tiempo para nada más.
—Podría limitarse a las tres principales —dije. Mosala dudó. De Groot me lanzó una mirada de advertencia, pero la pasé por alto—. Primera Cultura.
—Primera Cultura es la más patética. Es el último refugio de las personas que ansían considerarse intelectuales, aunque sean analfabetos en temas científicos. Casi todos sienten nostalgia de la época en la que un tercio del planeta estaba dominado por personas cuya definición de una educación civilizada era latín, historia militar europea y los ripios escogidos de unos cuantos colegiales británicos.
—¿Renacimiento Místico? —Sonreí.
—Empezaron con muy buenas intenciones, ¿verdad? —dijo Mosala con una sonrisa irónica—. Dicen que la mayoría de las personas no ve el mundo que las rodea, pasean dormidas por una rutina zombi de trabajo trivial y ocio que atonta la mente. No podría estar más de acuerdo. Dicen que quieren que los habitantes del planeta sintonicen con el universo en que viven y compartan con ellos el sobrecogimiento que se siente al contemplar su profunda singularidad: las vertiginosas escalas de longitud y tiempo de la cosmología, la riqueza sin fin de las complejidades de la biosfera, las extrañas paradojas de la mecánica cuántica.
»Bueno, todas esas cosas también me sobrecogen, a veces, pero Renacimiento Místico trata esa reacción como un fin en sí mismo. Y no quieren que la ciencia investigue nada de lo que provoca esa sensación; quieren que lo deje todo en su estado prístino e inexplicable, no sea que dejen de sentir lo mismo si lo entienden mejor. Últimamente no les interesa en absoluto el universo, no más que a las personas que idealizan la vida de los animales en un mundo de dibujos en el que no se derrama sangre…, o a las personas que niegan la existencia del deterioro medioambiental porque no quieren cambiar su forma de vida. Los seguidores de Renacimiento Místico sólo quieren la verdad si les conviene, si provoca las emociones correctas. Si fueran sinceros se limitarían a hacerse un puente en la zona del cerebro que les hace creer que pasan por una constante epifanía mística, porque en realidad eso es lo que buscan.
Esto no tenía precio, nadie de la altura de Mosala se había soltado a hablar contra las sectas de esta forma. No en grabaciones públicas.
—¿¡Ciencia Humilde!?
—Son los peores con diferencia. —Los ojos de Mosala brillaban de ira—. Los más condescendientes, los más cínicos. Janet Walsh es sólo una figura táctica que los representa; casi todos los verdaderos líderes son muchísimo más cultos. Y en su sabiduría colectiva han decidido que el frágil capullo de la cultura humana no puede superar más revelaciones sobre qué son los humanos en realidad o cómo funciona el universo.
»Si se opusieran al abuso de la biotecnología, los apoyaría sin dudarlo. Si se opusieran a la investigación en armamento, haría lo mismo. Si apoyaran algún sistema coherente de valores que hiciera que las verdades científicas más despiadadas resultaran menos alienantes para la gente corriente sin negar esas verdades, no tendría ningún motivo de discrepancia con ellos.
»Pero han decidido que todo el conocimiento que esté más allá de una frontera que les corresponde a ellos delimitar es un anatema para la civilización y la cordura, y que una elite autoproclamada es quien debe facilitar un conjunto prefabricado de mitos sobre la vida que ocupen su lugar, quien debe inculcar en la existencia humana un significado que eleve el espíritu de forma adecuada y sea políticamente correcto. Se han convertido, simplemente, en la peor clase de censores y manipuladores de la sociedad.
De repente me di cuenta de que los brazos esbeltos de Mosala, que estaban extendidos sobre la mesa enfrente de ella, temblaban; no había notado que estaba tan enfadada.
—Son casi las nueve —dije—, pero podemos retomar el tema después de la ponencia de Buzzo si tiene tiempo.
De Groot le tocó el hombro. Se acercaron y conversaron sotto voce durante un buen rato.
—Tendremos una entrevista el miércoles, ¿no? —dijo Mosala—. Lo siento, pero no dispongo de tiempo hasta entonces.
—Claro, muy bien.
—Y esos comentarios que acabo de hacer no son oficiales. No tiene que utilizarlos.
—¿Habla en serio? —Se me cayó el alma a los pies.
—Se suponía que ésta era una reunión para hablar de su plan de rodaje. Nada de lo que he dicho aquí está dirigido al público.
—Lo pondré en contexto —le rogué—. Janet Walsh se ha pasado insultándola y en la rueda de prensa usted se ha contenido, pero después ha expresado su opinión en detalle. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Quiere que los de ¡Ciencia Humilde! empiecen a censurarla?
—Ésa es mi opinión —dijo Mosala después de cerrar los ojos un instante—, sin duda, y tengo derecho a expresarla. También tengo derecho a decidir quién la oye y quién no. No quiero enardecer más los ánimos en este horroroso desastre. Así que, por favor, ¿respetará mi deseo y me dirá que no va a utilizar nada?
—No tenemos que decidir esto ahora. Puedo mandarle una versión sin montar…
—Firmé un acuerdo con Sarah Knight que decía que podía vetar cualquier cosa al momento sin que me hiciera preguntas —dijo con un gesto desdeñoso.
—Si lo hizo, fue personalmente con ella, no con SeeNet. Lo único que ellos tienen es una autorización estándar.
—¿Sabe qué quería preguntarle? —dijo Mosala, que no parecía muy contenta—. Sarah me dijo que me explicaría por qué se puso usted al cargo del proyecto cuando faltaba tan poco para el comienzo. Después de todo el trabajo que hizo, lo único que me dejó fue un mensaje de diez segundos que decía: «Ya no llevo el documental. Andrew Worth es el nuevo director; él le explicará el motivo».
—Sarah puede haberle causado una impresión errónea —dije con cuidado—. SeeNet no la había nombrado oficialmente para hacer el documental. Y fue SeeNet la que se dirigió a usted y preparó las cosas inicialmente, no Sarah. No era un proyecto que ella estuviera desarrollando por libre para ofrecérselo a la empresa. Era un proyecto de SeeNet que ella quería dirigir, así que dedicó un montón de tiempo libre a intentar conseguirlo.
—Pero ¿por qué? —dijo De Groot—. Toda la investigación, los preparativos, el entusiasmo… ¿Por qué no se vieron recompensados?
¿Qué podía decir? ¿Que le había robado el proyecto a la persona que en realidad se lo merecía para hacerme con unas vacaciones pagadas en el Pacífico Sur, lejos del estrés de la frankenciencia seria?
—Los directivos de la red viven en un mundo propio —dije—. Si pudiera entender cómo toman las decisiones, es probable que fuera uno de ellos.
De Groot y Mosala no dijeron nada y me contemplaron con incredulidad.