14: La morada de los sueños

I

La presión popular obligó a Hofman a dimitir antes que el Senado debatiera su cese. Tras recuperar la presidencia, Savignac firmó un decreto ley que abolía la prohibición de la nanomedicina en la Tierra, y prometió un acceso público a esa tecnología con independencia del nivel de renta de cada paciente. El decreto debía ser ratificado en la próxima reunión del parlamento, a falta del regreso de Sanazzaro de su exilio lunar, pero ya había provocado enfervorizadas muestras de apoyo por toda la Tierra. Las multitudes aclamaban el retorno de Savignac y la prensa le respaldaba mayoritariamente. Nadie parecía recordar que podía haber derogado la prohibición durante su mandato, antes de sufrir la traición de sus ministros. Seguramente alguien le refrescaría la memoria en el debate parlamentario, pero ahora, Savignac saboreaba la victoria. Sus estimaciones de voto habían subido a la estratosfera; ningún presidente de Tierra Unida había tenido tanto apoyo popular como él.

Velasco recibió su nombramiento como almirante mientras contemplaba en las noticias la toma de posesión de los nuevos ministros. Los jefes del Estado Mayor le transmitían su enhorabuena en un vídeo de cinco minutos de falsas sonrisas y forzada camaradería. Agradeció que la demora en las comunicaciones con la Tierra, impuesta por la velocidad de la luz, le librase de contestar inmediatamente a quienes hace unos días le hubieran enviado al paredón por rebelde.

El plan de paz firmado con los aranos tenía la aprobación del alto mando, pero había un detalle de última hora que no gustó nada al nuevo titular de Defensa. Los aranos exigían contar con un grupo de científicos en la base lunar Selene, para garantizar que no se utilizase el acelerador con fines militares. Con el Aratrón destruido, la Tierra gozaba de una ventaja estratégica que podía impulsarla a nuevas aventuras. La manipulación de partículas subatómicas a altas energías encerraba peligros reales, los aranos tenían más experiencia en ello que sus colegas de la Luna, y podrían evitar que cometiesen errores irreparables.

Las reticencias del ministro de Defensa fueron vencidas tras hablar Velasco con Savignac. El presidente comprendió sus motivos y aceptó como mal menor la presencia de aranos en Selene. Savignac no entendía una palabra de física de aceleradores, pero el resumen que le hizo Velasco fue bastante preciso. Aquella investigación debía emprenderse en común y para beneficio de la humanidad. La guerra había terminado y los aranos no debían ser tratados como enemigos. Con aquel gesto de distensión se abriría camino a otros programas de colaboración y, con el tiempo, se disiparía el recelo existente entre la Tierra y Marte.

Godunov entró al puente de mando y se dirigió a Velasco.

—Permiso para incorporarme a mi puesto, almirante.

Las pruebas médicas realizadas al coronel y al resto de portadores de quistes neurales mostraron que las concreciones cálcicas habían desaparecido. La actividad cerebral era normal y Gritsi les había dado el alta, salvo a la alférez Mayo, que continuaría en la enfermería hasta que se curase de las quemaduras.

—Ahórrate las formalidades —le dijo Velasco—, y ponte a trabajar.

—Podéis dispararme si pongo los ojos en blanco o empiezo a echar espumarajos por la boca —bromeó Godunov, ocupando su puesto—. Gracias por confiar en mí. Éste será mi último viaje a bordo de una nave espacial, y quería volver a casa en mi sillón del puente de mando.

Velasco recibió una llamada en su consola. Normalmente era el oficial de comunicaciones quien le pasaba las llamadas, después de comprobar quién quería hablar con él. Se colocó el auricular y miró la pantalla, pero no apareció ninguna imagen.

—Felicidades por su ascenso —dijo una voz en su oído.

Conocía aquel timbre peculiar. Era Sócrates, la mente de la Comuna que le había salvado la vida cuando su lanzadera se quedó varada en el espacio.

—Ya ve que acerté ayudándole, almirante. Entiendo que se mostrase receloso al principio, pero yo sabía que al final usted haría lo correcto. Después de ensayar algunas posibilidades erróneas.

—¿Qué es lo que quiere de mí?

—Nada. Sólo despedirme de usted y agradecerle que haya puesto fin a la guerra. La batalla de Fobos debió haberse evitado, y nos costará tiempo reponernos de las pérdidas causadas, pero ustedes también han sufrido mucho. No vuelven a la Tierra como una flota vencedora, ni tampoco con el signo de la derrota en sus frentes. Espero que la próxima vez que elijan un lugar para sus maniobras, se halle muy alejado de nuestro planeta.

—No fui yo quien envió la flota a Marte.

—Pero a partir de ahora, la decisión podría depender de usted, almirante. Le deseo los mejores éxitos en su carrera, y nunca olvide que en nuestro mundo también viven seres humanos, que merecen respeto.

Un ruido de estática inundó la línea. Velasco se quitó el auricular.

—¿Quién era? —preguntó Godunov.

—Alguien que nos salvó la vida a los dos, al que yo debería haber creído antes.

II

Faltaban unos minutos para que el motor de fusión del Talos les sacase de la órbita marciana y los catapultase hacia la Tierra. Sentado en su sillón de aceleración, junto con Baffa, Sebastián aguardaba el momento en que perdería de vista el planeta rojo, donde Anica había muerto. Pero su muerte no había sido en vano. Los neohumanos habían logrado su principal reivindicación: el presidente Savignac acababa de abolir la prohibición de la nanomedicina en la Tierra. Muchas compañías farmacéuticas tendrían que cambiar de negocio o reconvertirse si querían sobrevivir, una vez que la mayoría de sus productos quedasen obsoletos por los nuevos tratamientos médicos que vendrían de Marte.

Hacía unos minutos que habló por videoteléfono con Tavi, para contarle la noticia. El hombre acababa de superar con éxito la intervención quirúrgica y pronto le darían el alta. Sus problemas de sincronía neural habían desaparecido y su vida sería completamente normal a partir de ahora. Cuando Sebastián recordó que los médicos de Barnard podían haber curado a Tavi mucho antes si hubiesen querido, con una simple inyección de nanomeds que disolviese el quiste cálcico, su odio hacia ellos se renovó. Deberían haber acabado en la cárcel en lugar de ser premiados con un puesto de trabajo para el ejército terrestre, pero las guerras tenían esas contradicciones. Él también fue tentado por Velasco para que se uniese al equipo que trabajaría en la Luna, aunque rechazó la propuesta. No deseaba ser compañero de Muhlen y su equipo, no tenía nada en común con ellos y la Luna era un lugar aún peor que Marte. Prefería el hospital y sus pacientes a implicarse en un programa militar. Por muy honestas que fueran las intenciones del ejército, nadie sabía qué podía depararles el futuro, y él no quería colaborar en investigaciones que algún día se utilizasen con fines distintos a los de salvar vidas. Además, Savignac tenía otros planes para él.

Sus compañeros del hospital estaban encantados de su regreso. Nadie echaba de menos a Claude, que aunque quedó en libertad bajo fianza, se le había rescindido el contrato. A raíz de su detención se expedientó a otros médicos del hospital, acusados del cobro de comisiones por la confección de certificados de calidad genética. El nuevo gobierno anunciaba que iba a suprimirlos, dado que causaban más problemas de los que evitaban, y los expertos estudiarían con calma medidas alternativas de control de la natalidad. Habría que ver si el presidente cumpliría todas las promesas que estaba haciendo, o se olvidaría de ellas en cuanto se afianzase en el poder. Bajo su mandato se había instaurado esa legislación, impulsada por sus socios de la ultraderecha, y a nadie le gusta reconocer que se ha equivocado. Savignac no era un criminal, como Klinger, pero tampoco un santo.

—¿Nervioso por la vuelta a casa? —le dijo Baffa.

—Impaciente.

—Yo no tengo esa ansiedad. Hemos sobrevivido a Marte, pero dudo que llegue a jubilarme en la Tierra. Con Klinger entre rejas debería sentirme más tranquilo; sin embargo, este regreso me angustia.

—Tranquilícese, hemos pasado lo peor.

—¿Y su pertenencia a los neohumanos? ¿Está seguro de que los problemas han terminado para usted?

—Savignac ha prometido que se archivarán las causas abiertas por Klinger contra nosotros. Dado que nuestras reivindicaciones han sido asumidas por el presidente, sería absurdo que el movimiento neohumano continuara siendo ilegal. Ir contra los intereses de las farmacéuticas nos ganó la persecución y la cárcel, pero ahora serán las compañías quienes se sienten en el banquillo.

—¿Se fía de las promesas de los políticos?

—De hecho, me han ofrecido integrarme en la comisión asesora del gobierno para la implantación del nuevo modelo sanitario. Lo tengo por escrito, Baffa.

—Por su expresión no tengo que preguntarle que ya ha aceptado.

—Creo que a Anica le habría gustado ver que por fin los neohumanos tienen presencia en las instituciones. Vigilaré que Savignac lleve a cabo su programa, y si lo incumple, lo denunciaré.

El generador de fusión escupió un chorro de plasma incandescente a través de las toberas, oprimiéndoles contra sus sillones. La energía de un diminuto sol confinado en una prisión magnética les devolvía al hogar.

III

Las obras de reparación en base Selene ya se habían iniciado, con la ayuda de los soldados venidos de Copérnico. Después de los acontecimientos frenéticos de los últimos días, Delgado se alegraba de volver a la rutina.

El gobierno había aceptado casi todas sus peticiones. Picazo volvería a la Tierra, cobrando un sueldo algo mayor, y ocuparía un puesto administrativo de baja responsabilidad. El interesado no se incomodó al recibir la noticia; al contrario, pensaba pedir el traslado porque su misión en Selene había concluido. También influyó en su deseo de marcharse que sus compañeros le hacían el vacío y ya no se sentía cómodo allí. Él mismo le confesó en una ocasión que era un físico mediocre, y su puesto sería ocupado por un científico de mayor nivel. El gobierno también enviaría en los próximos días al nuevo médico de la base, que sustituiría al malogrado doctor Chen. Y habría otro jefe de mantenimiento.

No se presentarían cargos contra Arnothy, pero tampoco volvería a trabajar para la administración. Se había librado de la cárcel por algo que Delgado había pasado por alto. La información extraída de la baliza que el Talos encontró en el espacio sirvió a los militares, entre otras cosas, para cambiar las condiciones del segundo experimento de colisión de partículas, que buscaba fijar un blanco en el espacio para liberar la energía creada por el choque. Pero esa baliza resultó ser una trampa forjada por los aranos, que causó la destrucción del buque insignia de la flota, el Indonesia. Reproducir el experimento con la información facilitada por el enemigo habría provocado efectos devastadores, posiblemente la destrucción del acelerador y la muerte de los trabajadores de Selene. El sabotaje de Arnothy había salvado el anillo del colisionador y sus vidas; y por ese motivo no se le sometería a juicio.

Delgado aceptó las razones del gobierno y no dimitió. Lo importante era que Arnothy no acabaría en la cárcel, y una persona de su valía encontraría pronto trabajo en otro sitio.

La nave que devolvería a los senadores a la Tierra acababa de repostar combustible, y los pasajeros iban subiendo a bordo. Ahmed, en una camilla presurizada, fue introducido en primer lugar. Aunque no había esperanza para él, su familia insistió en que debía ser repatriado para pasar en su compañía los últimos días que le quedaban de vida.

Laura entró por su propio pie y eligió uno de los asientos de popa, junto a la camilla. Delgado la ayudó a liberarse del traje espacial. Mientras los senadores iban acomodándose, habló con ella.

—Te garantizo que recibirás la mejor asistencia sanitaria, y el gobierno federal pagará los gastos. Mediante cirugía y un tratamiento con células madre, podrá sustituirse la mayor parte del tejido dañado por la radiación. No será fácil ni rápido, pero los médicos me han dicho que hay grandes esperanzas para ti.

—Esos tratamientos producen tumores en algunos casos, Luis.

—La nanomedicina ayudará a controlar que el tejido regenerado no produzca cáncer. No te estoy creando falsas expectativas, Laura. Tienes una oportunidad real para sobrevivir.

—Me gustaría creer en tus palabras, de verdad.

—Ante todo, no te rindas. Mantener una actitud positiva es el primer paso para vencer tu enfermedad. Y cuando estés curada, quiero que vuelvas a Selene. Tu puesto te estará esperando. Aunque ni tú ni yo alcancemos las estrellas, recuerda que aquí se está un poco más cerca de ellas.

Tras darse un prolongado abrazo, Delgado recuperó su casco y salió de la nave. Todos los pasajeros habían subido a bordo y era hora de partir. Caminó hacia la entrada principal de la base y, antes de entrar en la esclusa, se volvió para contemplar el despegue y la rápida ascensión del vehículo, hasta que se convirtió en un punto brillante, una estrella artificial diluida en el firmamento; el lugar adonde Laura siempre había querido llegar.

El reino donde moran nuestros sueños.