El resplandor en Mare Serenitatis surgió como un breve amanecer en la zona nocturna de la Tierra. Los ciudadanos alzaron su mirada y contemplaron con angustia que algo le sucedía a la Luna. Los que tenían prismáticos siguieron la expansión de la mancha de polvo que se levantaba desde el centro de la llanura lunar y que cubrió en pocas horas toda la superficie del satélite. No recobrados de la destrucción de la colonia de Próxima por un ataque terrorista, veían el resplandor como un anticipo de lo que les podría suceder a ellos. Por grave que fuera lo de Próxima, cuatro años luz era un margen de distancia tranquilizador; pero la Luna estaba mucho más cercana, directamente sobre sus cabezas.
La Coalición había conseguido su objetivo: demostrar al gobierno que tenían los medios para desencadenar contra la Tierra un ataque de gran magnitud. Fue una noche interminable para las fuerzas de seguridad, el pánico se desató en las calles y destacamentos de la UPOL y el ejército tuvieron que salir de los cuarteles. El presidente Alessandro esperó a que se hiciese de día en Bruselas para emitir un mensaje por holovisión. No hizo referencia a las bombas de punto cero, un concepto que juzgó demasiado complicado para que la gente lo comprendiese, ni tampoco dio el número real de bajas en la Luna; pero aseguró que la Armada había montado un dispositivo de seguridad orbital, y que con el sistema de defensa por láser ningún intruso se acercaría a una distancia peligrosa.
Era cierto que ese sistema existía, pero se había demostrado ineficaz y el presupuesto para su renovación dormía el sueño de los justos en alguna comisión del Congreso. Pero eso los votantes no lo sabían, como tampoco que no había naves suficientes que garantizasen la seguridad de la Tierra. El grueso de la flota se encontraba fuera del sistema solar combatiendo mundo por mundo a las fuerzas de la Coalición, y cualquier comando adiestrado podía internarse si le apetecía en las defensas terrestres y descargar tantas bombas como llevase en sus bodegas.
Por si fuera poco, el presidente debía afrontar en casa un movimiento de rebelión de algunos países de la federación terrestre, al trascender los sucesos de Japón.
La presidenta Hiraya había huido de Tokio poco antes de que una formación de cazas atacase la sede del ejecutivo y la asamblea nipona. Desde su exilio, Hiraya denunciaba la masacre y varios líderes de otros estados exigían una convocatoria extraordinaria del Congreso para discutir la destitución de Alessandro por violar el tratado de la Unión. El acta de poderes de guerra permitía al presidente federal evitar cualquier intento de apartarle del gobierno mientras la guerra persistente, salvo que tres quintos de los diputados presentasen la moción, un margen holgado que hacía difícil que la propuesta llegase al pleno. Pero la violación de un territorio soberano, justificado con vagas acusaciones de apoyo encubierto a las colonias separatistas, quebraba los pilares básicos del tratado de la federación. Con este precedente, cualquier otro estado incómodo para Alessandro podría en el futuro ser bombardeado sin más.
La UPOL había usado intensivamente la red de información Gnosis para ocultar lo que realmente ocurría en Japón, interceptando comunicaciones, borrando datos comprometedores, y realizando contrapropaganda para demostrar que el conflicto era inevitable por la actitud del gabinete de Hiraya. Pero ni siquiera la UPOL poseía un control al cien por cien del tráfico de datos. El empleo ilegítimo de Gnosis por la policía reforzó los argumentos morales de los que apoyaban a Hiraya, y así, se decidió convocar en una decena de países un referéndum popular para separarse de la federación.
Lejos de sufrir el deterioro que el gobierno central pretendía, la imagen de Hiraya salía reforzada.
Alessandro lo comprendió demasiado tarde. Estaba sentado en un barril de pólvora que no podía desactivar porque él mismo había prendido la mecha. Ni aun reemplazando el gobierno nipón por otro leal a la federación conseguiría atajar la oleada de protestas que se alzaban en otros puntos del globo. El poder de la Unión se basaba en sus estados; si cada uno decidía ir por su lado, no podría hacer nada.
También comprendió, igualmente tarde, que era un mero instrumento para dinamitar desde dentro la estructura de la Unión, en el momento que más estragos causaría a la Tierra. Sus dos años de mandato habían estado erizados de dificultades, desde la abierta hostilidad de cierto sector del ejército, reacio a que se depurase parte de su cúpula, hasta la oposición firme de parte del sector privado por el aumento de la intervención estatal en su volumen de negocios.
Si la crisis japonesa era una trampa que le habían tendido para quitarle de enmedio, tenía visos de prosperar. El sector reaccionario del parlamento, con el apoyo de las fuerzas armadas y las corporaciones bancarias más recalcitrantes, elegirían a otro presidente acorde con sus intereses, pero a menos que impusieran un régimen de represión brutal en toda la federación no podrían hacerse con el control a corto plazo.
Desde el ángulo que se mirase, la situación siempre acababa en caos y baño de sangre. Cualquier imbécil comienza una guerra, pero ni un consejo de sabios es capaz de terminarla. Dejaría su puesto a otro si su dimisión arreglara algo, pero eso aceleraría la descomposición y alejaría definitivamente cualquier posibilidad de arreglo pacífico con la Coalición. En realidad, Alessandro había diseñado un plan de autonomía parcial para las colonias que Triviño negoció en secreto con un emisario de la CML, pero la destrucción de la estación Ares 2 supuso la ruptura de las conversaciones y la luz verde a la campaña militar.
Nadie sospechaba entonces que la Coalición poseía un arma tan destructiva que a su lado la bomba de hidrógeno era un petardo. Aunque gracias a la captura del arsenal de Pegaso, ahora ellos también la tenían. El ataque contra Próxima había tenido su réplica en la Luna, y ésta exigía a su vez una venganza que tendría inmediata contestación, y así hasta que no quedase nada por destruir.
Hasta que todos hubiesen muerto.
Y no era el único que lo pensaba. Mientras el Enano de la suerte abandonaba el túnel cuántico cerca del mundo de Barnard, Rania seguía analizando los sucesos que no encajaban y que aisladamente parecían fruto del azar. Pero no, obedecían a un plan astutamente trazado que estaba obteniendo uno a uno sus objetivos, hasta desembocar en la destrucción mutua de los dos bandos contendientes. Primero, la Coalición consigue de manos de los Lum un revolucionario método de navegación interestelar que convierte en obsoleto el viaje Lisarz. Eso coloca a la Unión en desventaja, pero misteriosamente y justo en el momento adecuado, el gobierno prueba con éxito una red de portales de transferencia. La Coalición, sin embargo, dispone de armas de punto cero capaces de reducir a cenizas la superficie de un planeta entero, lo que volvería a situarla en superioridad estratégica. Pero qué casualidad, resulta que la nave de Herb transportaba una de esas armas y sufre una avería, apareciendo frente a las narices de la flota de la Unión, lo que vuelve a igualar la balanza.
A los Lum no les interesaba que uno de los bandos aplastase rápidamente al otro, sino que la guerra se prolongara y no hubiese supervivientes. Les habían dado los medios para hacerlo y dispusieron el tablero de modo que fueran los humanos los que movieran las fichas. Ellos se limitarían a estudiar el desarrollo de la partida desde un lugar discreto.
Y les iba muy bien de espectadores. Dales metralletas a dos pandillas de niños y retírate a ver qué pasa. Así es como los alienígenas veían a los humanos, primates evolucionados que sabían manejar algunos trucos tecnológicos. Eran predecibles y manipulables. ¿Por qué no aprovecharse? Dejémosles que crean tener el control y se enzarcen en peleas por el territorio, a eso se dedicaban incluso antes de que abandonaran los árboles.
Soren había situado al Enano en órbita de descenso, penetrando en la atmósfera de metano y amoníaco del mundo de Barnard. La integridad del casco se vio amenazada al producirse grietas y perdidas de presión. La nave no podría despegar de Barnard si no se la sometía a una revisión a fondo.
La escarpada superficie revelaba una historia geológica activa que había sepultado bajo coladas de lava los impactos de meteoritos. En los últimos años los movimientos de convección del manto se habían estabilizado, permitiendo la construcción de una docena de cúpulas mineras en una pequeña zona del hemisferio norte, cerca del polo.
La relativa cercanía de Barnard a la Tierra, seis años luz, había propiciado el crecimiento de la colonia hasta alcanzar uno de los niveles más prósperos de desarrollo en los mundos fuera del sistema solar. Barnard tenía su propio astillero, cultivos hidropónicos para abastecer a su medio millón de habitantes, los mejores equipos de bioingeniería de la Unión y una industria metalúrgica en expansión. No necesitaban nada de la Tierra y la dependencia política les reportaba más inconvenientes que ventajas, así que no era extraño que Barnard hubiese encabezado años atrás el movimiento que desembocó en la actual Coalición de Mundos Libres.
Dado que el equipo de comunicación estaba averiado, Soren tuvo que recurrir a identificación por láser para que se le permitiese aterrizar. Krim les esperaba a la salida del muelle.
—Me alegro mucho de veros sanos y salvos —les saludó el líder de Tierra Viva—. Creíamos que el único comando que escapó de Gea fue el de Frizel. Intentamos hablar con vosotros, pero no obtuvimos respuesta.
—Ésa es una de las averías menores que sufrimos —le respondió Soren—. Tuvimos que bajar en Deneb V para remendar el casco, pero no podremos despegar sin una revisión completa. Además, el sistema eléctrico funciona mal y una de las toberas se obturó durante el descenso.
—No te preocupes, mis mecánicos están a tu servicio. Pídeles lo que necesites, el Enano saldrá de aquí como nuevo.
Krim dejó a Soren con el jefe de mantenimiento y acompañó a Rania a su despacho. Carecía de vistas al exterior, aunque de todas formas a aquella latitud reinaba la oscuridad la mayor parte del día; y las pocas horas que la estrella de Barnard se dejaba ver, su mortecino color sanguíneo derramaba más tinieblas que claridad.
El hombre puso a Rania al corriente de lo ocurrido en los últimos días. La federación terrestre se encontraba al borde de la guerra civil debido a la intervención autorizada por Alessandro en territorio japonés para reemplazar a Hiraya. La situación era peligrosa y el comité de la organización no deseaba de momento que Alessandro fuese destituido, aceptándolo como un mal menor.
—Alguien pretende sacar provecho de esta crisis para dar un golpe de mano y quitar a Alessandro de enmedio —le expuso Krim—. Creemos que Brancazio, el jefe de la policía, es uno de los principales cabecillas de la conspiración, apoyado por extremistas del ejército y del parlamento. Fue un error suponer que atacando Ares 2 presionaríamos al gobierno. Alessandro había llegado a un principio de acuerdo con la Coalición y si hubiéramos esperado un poco más habríamos evitado poner a Hiraya en apuros. Cuando la gente de Brancazio controle el aparato del gobierno, desaparecerá cualquier expectativa de negociación.
Rania le relató a su vez sus sospechas acerca de las intenciones de los Lum, y la forma sospechosa en que la Unión se había hecho con una de las bombas de punto cero.
—Deberíamos proponer un alto el fuego —dijo ella—. No podemos permitir que se repita lo ocurrido en la Luna y Próxima. Tenemos que parar esto como sea, aunque tengamos que renunciar a algunas de nuestras aspiraciones. Si la guerra continúa al ritmo actual, perderemos todo lo que hemos logrado.
—Tendrías que haber vigilando más de cerca a Herb. Él provocó que la Unión consiguiese la bomba.
—De no haber sido Herb, los militares la habrían obtenido de otro modo. ¿Es que no lo comprendes? Alguien manipuló su ordenador de navegación para que reapareciese en Marte. Querían asegurarse de que la nave llegaría a la Unión por una vía que no infundiese sospechas.
—Eso es circunstancial. Pudo ser Geral quien manipuló el ordenador de Herb, porque no quería participar en la operación. Evitando que llegase a su destino, frustró sus planes.
—¿Y entregar a Herb al ejército de la Unión? Geral no haría eso.
—Si con ello salvaba la Antártida, desde luego que lo haría. Herb estaba fuera de control, pero Geral aún tenía un resquicio de conciencia. Lamentablemente ya no podemos preguntarle. Viajaba en la nave de Koldo, que fue destruida cuando huían de Gea.
—De nuevo culpa mía.
—No; esperábamos otro ataque con misiles Ariete y era muy difícil que pudiésemos saber lo de los portales Ícaro.
—Hemos abortado otros planes de la Unión. Si éste lo pasamos por alto, es nuestra responsabilidad.
Krim se acarició la barbilla y giró su sillón hacia la cristalera para contemplar una aurora boreal, abundantes en aquella época.
—Lamento tener que darte sólo malas noticias, pero nuestros problemas no acaban aquí.
—Después de lo ocurrido últimamente dudo que me asuste.
—Una de nuestras IA infiltradas en la red de Transbank captó aleatoriamente parte de una conversación entre dos ejecutivos. Hablaban del coronel Keip, el antiguo jefe del arsenal que la CML tenía en Pegaso, y que facilitó a Herb la primera bomba de punto cero. El coronel se ha convertido en una carga y van a eliminarlo.
—¿Lo sabe Erengish?
—No. Podrían interceptar el mensaje y sería peor para Keip. Si muere, no sabremos el grado de implicación de Transbank y por qué les estorba, pero ésta es la confirmación de que una olla podrida se cuece en la cocina de la Coalición. O paramos los pies a Transbank o no necesitaremos que acabe la guerra para que todo salte por los aires.
—Iré a ver personalmente al comandante para que pacte una tregua con la Tierra. Además, quiero entrevistarme con el embajador Lum. Hemos hecho algunos hallazgos interesantes en Deneb V y esta vez Jajhreen no me contestará con evasivas.
—El Independencia sólo ha abandonado la órbita de Nuxlum una vez en la última semana. Los alienígenas saben que su mundo es el objetivo primario del gobierno y que en cuanto la CML esté lo bastante débil, la armada federal caerá sobre ellos. Si vas a ver a Erengish es posible que no regreses.
—Iré de todos modos; no acepté el nombramiento del comité para quedarme en un despacho. Perdona, no pretendía ofenderte.
Krim suspiró, resignado. Sería inútil tratar de disuadirla, Rania era testaruda y haría ese viaje con o sin su visto bueno.
—No me has ofendido; alguien tiene que encargarse del papeleo y ya ves, para eso me las pinto solo.
—Lo que quería decir…
—Está bien, pero no os dejaré partir sin nuevo armamento defensivo. El Enano es una nave de exploración y no estaba diseñada para entrar en combate, así que la instalación del nuevo equipo llevará su tiempo. También llevaréis una nave escolta.
—La decisión de ir es mía, no quiero que pongas en riesgo más vidas.
—Ya estamos arriesgándola permaneciendo aquí. Ahora, disfruta de tu estancia en Barnard —Krim le entregó una copia de la grabación para que se la hiciese llegar al comandante Erengish—. Os he reservado alojamiento y no tenéis que preocuparos por los gastos. Cuando hayas descansado, mándame un holodisco con lo que habéis encontrado en Deneb. Soren es meticuloso en sus informes y no siempre dispongo de tiempo para estudiarlos como se merecen, pero en cuanto pueda me pondré a ello.
—Tendrás que hacerlo. Descubrimos una esfera de gel con una criatura en su interior sólo visible con un haz de neutrinos. No sé qué opinarán otros xenobiólogos, pero no se parece a los Lum ni a nada que hayamos visto.
* * *
La cena consistió en filete para Soren, lenguado para Rania, una generosa fuente de ensalada y sucedáneo de vino. A excepción de la ensalada, cultivada en las granjas hidropónicas de Barnard, el resto era la típica comida artificial que se consumía en las colonias. Los animales eran caros de mantener y se recurría a tanques de nucleosíntesis para la fabricación de carne o pescado artificial; luego, un molde adecuado, algunos condimentos y la imaginación de cocinero y cliente hacían el resto.
Comieron en silencio hasta que llegó la bandeja de los postres repleta de pasteles de crema y bombones, de los que Soren dio buena cuenta.
—Krim no pactó en secreto con Transbank —dijo ella—. Te equivocaste con él.
—Quizá —respondió Soren, con la boca llena de chocolate—. O quizá no. Obviamente él no va a reconocerlo.
—Mantiene relaciones con la corporación porque entra dentro de las funciones de su cargo, y si pudiese elegir no las tendría. Krim me ha dado información que involucra a la compañía en una operación para asesinar a un coronel de la CML, el contacto de Herb en Pegaso IV.
—Estos bombones son deliciosos. Me pregunto si el licor de relleno será auténtico.
—No me estás escuchando.
—Claro que sí, pero ¿qué quieres que haga? Soy biólogo, no político; las intrigas palaciegas me interesan relativamente, hasta que interfieren en mi trabajo. Entonces me molestan.
—Podrás volver a Deneb V si lo deseas cuando acabe esto.
Soren alzó una ceja de incredulidad.
—Pero ¿acabará?
—De un modo u otro. En cuanto instalen en el Enano el nuevo equipo, iremos a Nuxlum.
—Al ojo del huracán.
—El lugar más seguro de una tormenta.
—No quieres perderte el espectáculo, ¿verdad? —Soren se limpió el chocolate de la barbilla—. Un asiento de primera fila para el Armagedón. Supongo que tendré que acompañarte.
—Puedo pilotar el Enano yo sola o ir en otro vehículo. Krim me ha impuesto una nave escolta, quizá suba a ella y así podrás volver a tus exploraciones.
—Lo dices como si fuera un delito. Es mi trabajo, ¿no? —Soren llamó al camarero para pedir la cuenta antes de recordar que estaban invitados, y aprovechó para que le trajese una copa del brandy más caro que tenían—. Por cierto, no me has contado qué le pareció al jefe nuestro descubrimiento.
—Me ha pedido que le entregue un holodisco antes de que nos vayamos. La xenobiología es la menor de sus preocupaciones ahora.
—Ya lo imaginaba. Estoy seguro de que no se ha leído ni uno de los informes que le he ido mandando.
—Tiene otras prioridades.
—Tú también, Rania. Crees que puedes cambiar el mundo, en eso eres igual que Herb.
—Estoy cansada —se levantó—. Me vuelvo al hotel.
—Iré contigo a Nuxlum.
—No tienes por qué hacerlo.
—Desde luego, pero voy a ir. Además, nunca he visto a un Lum en persona. Será una experiencia interesante.
—Los alienígenas que hay en Nuxlum son distintos a él. El embajador Jajhreen fue modificado genéticamente para poder respirar nuestra atmósfera, y nadie baja a la superficie a menos que ellos lo soliciten.
—Me da igual. Aunque hubiese una posibilidad entre un millón de detener la guerra, seguiría mereciendo la pena. Y si lo consigues —sonrió— no quiero que te adjudiques todo el mérito.
Las alarmas orbitales saltaron al abrirse el diafragma de luz cerca de Altair II, y vomitar media docena de destructores que, con cuidada coreografía, se desplegaron hacia su objetivo. La Coalición había previsto el ataque y reforzado el contingente de defensa del puerto comercial. En un primera estimación de fuerzas, el escaso número de atacantes poco podía hacer contra las naves que rodeaban astilleros y estaciones de carga; y cuando la pareja de destructores que iba en vanguardia se acercó lo suficiente, la granizada de proyectiles se desató contra ellos, centrando el movimiento de los navíos de guerra que trataban de cerrar cualquier brecha de seguridad.
La ofensiva de las fuerzas federales se dirigía deliberadamente hacia un punto, forzando a las naves de la Coalición a permanecer agrupadas. Éstas no habrían actuado así de haber sabido que los destructores más destacados iban sin tripulación.
Y no regresarían a sus bases. La bomba de punto cero ya había sido lanzada en medio de varias nubes de cebos antimisil y se dirigía directamente al centro de la formación de defensa. Habría dado lo mismo que hubiese sido interceptada en su curso; una vez situada en la distancia crítica, la onda expansiva destruiría cualquier objeto que se encontrase a menos de mil kilómetros de la explosión.
La nova cegó los puentes de mando de las naves que quedaron fuera del radio de acción. Dos tercios de los buques que defendían los astilleros habían desaparecido con el resplandor, y los que quedaban eran presa fácil. El portal Ícaro franqueó el paso al Némesis y a cuatro cruceros de apoyo que acudían a rematar el trabajo, en tanto que varios escuadrones de cazas descendían al planeta para arrasar fábricas e infraestructuras.
La rapidez de la victoria sorprendió al almirante Boneh, y en cierto modo le aterró. Su armada también era a partir de ahora objetivo de esas mismas bombas, y debería actuar tan desperdigada en el espacio que sería difícil coordinar acciones que resultaran eficaces. La Coalición había sido reticente hasta ahora a usar la energía de punto cero, e incluso cuando la utilizaron en la Luna fue en un lugar despoblado para no causar demasiados daños; pero los acontecimientos la obligarían a cambiar de táctica.
Sintió un sudor frío. ¿Qué estaba pasando? No tenía mérito ganar de aquella manera, era indigno, repugnante. La Coalición trataba de no causar bajas en la población civil y él había ordenado la masacre de Próxima y la destrucción selectiva de Altair II. Cierto, el delegado del presidente había autorizado el uso de aquella arma y él estaría a salvo si el Congreso abría una investigación después de la guerra. Triviño y Alessandro serían los responsables, tenía la autorización del delegado grabada por triplicado y una copia había sido transferida al cuartel general por si los ordenadores del Némesis se bloqueaban a causa de armas de pulso magnético.
Boneh sabía que ningún tribunal civil o militar podía condenarle. Pero traspasarles la culpa no calmaba su conciencia. Durante su dilatada carrera castrense se había comportado siempre según lo que había juzgado correcto, y no habría pasado de teniente si sus decisiones hubiesen sido erróneas.
Lo cierto es que cada uno de los movimientos de la flota lo acercaban un poco más al objetivo final. El cuartel general no podía reprocharle nada y la bomba de punto cero se había revelado muy eficaz para el combate en el espacio.
Pero su descubrimiento a bordo de un comando de criminales daba que pensar.
Boneh dejó el puente y se retiró a su camarote. Se suponía que la tecnología que hacía posible los generadores de efecto túnel era mucho más avanzada que la humana. Los alienígenas los construían y se los entregaban a las fuerzas de la Coalición para montarlos en sus naves. ¿Cómo podían fallar tan estrepitosamente para que un comando que debía aparecer en órbita terrestre lo hiciera en la de Marte? Sus técnicos revisaron la nave de Tierra Viva y no advirtieron averías que explicasen un fallo de astrogación de ese calibre. Los registros de a bordo tampoco reflejaban un fallo de programación, el destino estaba correctamente fijado y el piloto no había cometido fallos. El neuroescáner de Herb confirmaba los datos de navegación.
¿Podrían los alienígenas controlar a distancia los generadores para que el comando de Herb errase su punto de destino?
Llamó a Necker. El general acudió extrañado e intrigado; no se distinguía Boneh por hablar con los subordinados en su camarote, para eso tenía el despacho y el almirante observaba un celo escrupuloso en las formas.
Encontró a su superior sentado en la cama con gesto abatido. Era la primera vez que Necker veía preocupación o cansancio en Boneh, habitualmente de la expresividad de una esfinge. En lugar de celebrar el éxito de la batalla, se encerraba en su camarote. Necker no lo entendía.
—Usted era partidario de una salida negociada a la crisis —dijo Boneh—. Fue incluido en el grupo de contacto que negociaba con la CML una reforma del tratado de la Unión.
—Estábamos en inferioridad de condiciones y necesitábamos ganar tiempo para hacernos con los GET.
—Pero el presidente Alessandro creía que esas conversaciones podían dar frutos.
—Ares 2 le convenció de su error.
—El enlace de la Coalición nos notificó que no habían sido ellos. Debió tratarse de uno de los comandos de Tierra Viva.
—Es lo mismo, almirante. La CML y ese grupo terrorista colaboran estrechamente. No considero que haya diferencias significativas entre uno y otro.
Boneh guardó silencio.
—Sé lo que está pensando —dijo Necker.
—¿Sí?
—Es el informe de Paws. No habría escuchado las palabras de ese drogadicto en otras circunstancias, pero existe una posibilidad, pequeña, es cierto, de que diga la verdad.
—Solicité opinión a dos de los ingenieros que desarrollaron el proyecto Ícaro. No creen que sea posible drenar la energía de un portal.
—Sin embargo, almirante, reconozca que las circunstancias en que la sonda fue apresada son peculiares. Tal vez se dejó coger siguiendo un plan determinado y nos hizo creer que no provenía de Nuxlum, sino de una supuesta especie enemiga de los Lum construida en un pasado remoto. Personalmente creo poco factible que esa cosa haya sobrevivido dos eones dando vueltas por la galaxia. Su manufactura podría datar de fecha mucho más reciente, quizá acaso unos meses.
—¿Sostiene usted que los Lum nos están manejando?
—Reúna todos los indicios y verá que es una posibilidad que cobra fuerza. Desde una óptica militar sería la mejor estrategia. No pueden acabar con nosotros directamente, así que arman a ambos bandos y dejan que nos matemos. Por supuesto, sólo es una hipótesis, pero recuerde que mostraron una actitud hostil hacia las dos expediciones de colonos que se enviaron a Nuxlum.
—Siga.
—Algunos mostraron comportamientos psicóticos y alteraciones de la percepción. Paws contactó con la mente alienígena que se aloja en el núcleo del planeta; tuvo visiones fugaces de lo que sucedió en su mundo de origen, unas visiones similares a la que ahora pronostica para la Tierra.
—Tal vez el efecto combinado de alcaloides y multirrealidad genere idénticos tipo de alucinación.
—Podría ser, almirante, pero imagine que Paws hubiese visto realmente el futuro. En esta guerra hay mucho más en juego que la victoria sobre la Coalición. Los Lum poseen un dominio de la física subatómica que convierte a nuestros arsenales nucleares en chatarra. Todavía son pocos, pero cuando alcancen la capacidad de colonizar otros sistemas planetarios romperán la alianza con la CML, y entonces no vacilarán en utilizar masivamente la energía de vacío contra los humanos, o nos borrarán de la historia utilizando resonancia de nodos Cerenkov. Tenga presente los hallazgos de Fosas Medusa.
—Bien, escucho sus sugerencias.
—Para llevar a cabo este plan debemos contar con el respaldo del presidente. Le aconsejo que llame al delegado Triviño para perfilar nuestra estrategia cuando la flota llegue mañana a Nuxlum.
Tanos Brusi arrugó con impotencia la hoja de papel electrónico y la tiró al suelo, junto a cinco bolas más que rodeaban la mesa de su camarote; podía haberse limitado a borrar su contenido y volverlas a utilizar, pero no creía que ese pequeño esfuerzo sirviese ya de algo. Había seguido al pie de la letra el guión que el embajador Jajhreen le asignó y los resultados no podían ser peores. La flota comercial de Transbank se había reducido de sesenta a ocho cargueros en unos días. Los astilleros y el puerto de Altair II habían sido completamente destruidos, así como las factorías que el consorcio poseía en el planeta. Miles de millones de creds de pérdidas, a los que se añadían las ocasionadas en la batalla de Pegaso. Transbank se enfrentaba a su desaparición.
El futuro se había convertido en un monstruo de ojos fríos que le miraba con desprecio. Le aterraba darse cuenta de que había elegido el bando equivocado, estaba acostumbrado a ganar y era la primera vez que se enfrentaba a la posibilidad real de caer al pozo. Brusi suponía que la suerte iba a sonreírle siempre, de alguna manera la consideraba una compañera natural en su viaje, el ángel de la guarda que le mimó y aupó a su puesto actual. Había aceptado su buena fortuna sin pensar porque creía tener derecho a ella, no consideraba al azar un fenómeno probabilístico, sino un acto deliberado del cosmos destinado a favorecerle.
Pero ahora el universo le daba la espalda y se mofaba de él.
El trato con el embajador Lum ya no le parecía ventajoso. Después de que se diluyese el efecto del alcohol en sus venas, se había dado cuenta que estaba implicado hasta el cuello en aquella guerra, hasta el punto de que peligraba su propia vida.
El comandante Erengish acabaría descubriendo de dónde había salido el dinero para sobornar a Keip. Luego descubriría todo lo demás.
Brusi sabía que Erengish no le apreciaba. Ocultarle aquello implicaría admitir que había actuado a sabiendas. Él no era responsable del uso que se le iba a dar a ese dinero, sino Jajhreen. Callándose admitía una culpa inexistente. Si alguien debía dar explicaciones de conducta inapropiada era el embajador.
Pero ¿cómo decírselo? Ése no era el mejor momento para confesiones, cuando la CML acababa de ser humillada en Altair. Sin embargo, si seguía esperando podría ser peor. Era cuestión de tiempo que la armada de la Unión apareciese en Nuxlum. Estaba sentenciado a muerte.
En tal caso poco tenía que perder. Salió de su cabina y cogió el ascensor que le llevaría al puente del Independencia. Si seguía pensando terminaría arrepintiéndose, y pensar no se le daba bien. Cuando sus procesos mentales se ponían en marcha, solía ser a destiempo y rechinando.
El comandante ocupaba el sillón de mando, en el centro de un escenario virtual que le envolvía como un capullo de luz trenzada. Brusi se preguntó si alguna vez se retiraba para dormir o se movía de sitio, ya que las escasas ocasiones que subía al puente se lo encontraba en el mismo lugar.
—Me alegro de que se haya recobrado del vértigo que le mantenía indispuesto, señor Brusi —dijo el comandante sin apartar la vista del holograma.
—No fue vértigo, comandante, se trataba simplemente de una borrachera, que no voy a ocultar.
—¿Y su irritación ocular?
—Mucho mejor, gracias.
Erengish sonrió.
—El camarero me mantiene informado de sus frecuentes pedidos al bar —comentó.
Brusi no respondió ni dijo nada durante un rato. El comandante oscureció parte de la retícula táctica y se volvió hacia el ejecutivo.
—¿Quería decirme algo?
—Ha sido un mal día; no quisiera interrumpir su trabajo.
—Ya lo ha hecho.
—Bueno, en realidad… —Brusi no sabía cómo empezar— he reflexionado sobre nuestra alianza con los Lum.
—Ya.
—Quizá no ha resultado lo satisfactoria que debiera.
—¿Insinúa que rompamos el pacto? ¿Cómo cree que se tomarían los alienígenas que dejásemos a Nuxlum sin cobertura?
—Que se lo tomen como quieran —Brusi no se decidía a abordar la cuestión.
—Mantendremos los pactos hasta el final. A menos que me dé una buena razón que me haga cambiar de opinión.
La mirada de Erengish le quemaba en su retina.
—¿La tiene? —insistió Erengish.
—No… no lo sé.
—¿Cómo dice?
—Es todo tan confuso y… la compañía está nerviosa, las pérdidas ascienden a…
—Informe a su consejo de administración que lo sucedido en Altair II no volverá a repetirse. He aprendido mucho del desarrollo de esa batalla y responderemos adecuadamente.
Brusi seguía sin decidirse. La cercanía del comandante le intimidaba, temía cómo reaccionaría si le contaba la verdad. Erengish no tenía contemplaciones con sus hombres cuando faltaban a sus obligaciones, así que muchas menos consideraciones le dedicaría a él.
—Les transmitiré sus palabras de calma —dijo—. No sé si el consejo las aceptará, pero de momento no hay nada que pueda hacer.
Erengish arrugó la nariz ante lo extraño de su comportamiento, si bien no le dedicó un segundo más y activó las retículas oscurecidas del holograma.
Avergonzado de sí mismo, Brusi se retiró a su camarote. Dudó en hacer una parada en el bar, pero mejor no añadir grasa a la lengua de aquel camarero chismoso.
Al menos durante lo que quedaba de día.
La flota de la Unión aguardaba en la órbita de Gea, convenientemente dispersada para prevenir ataques con bombas de punto cero, las órdenes de su almirante. Boneh no tenía ninguna prisa y se estaba tomando su tiempo, que sabía jugaba a su favor, dedicando a sus hombres a reparaciones y revisión del equipo para que no hubiera fallos cuando atravesaran el portal rumbo a Nuxlum.
Pero no todos los pasajeros del Némesis tenían la misma confianza que el almirante, y para algunos el resultado de la guerra incluso carecía de importancia.
La planta dedicada a hospital rebosaba de ellos. Olaya pertenecía a los que ya habían perdido la confianza. Paws, evidentemente, a los que les daba lo mismo el resultado.
Agonizante, había suplicado al médico que pusiese fin al suplicio y le dejase morir. Olaya estaba visiblemente deprimido, sabía que no había esperanza para aquel hombre y que su muerte era cuestión de horas, días a lo sumo. La misteriosa enfermedad que había invadido su sistema nervioso le había convertido en un despojo. Era como si su cerebro hubiera ordenado a las células que acelerasen su reloj biológico hasta provocar su envejecimiento, pero los análisis no mostraban trazas de virus o bacterias patógenas. El estudio de su ADN tampoco mostraba taras genéticas que explicasen la enfermedad.
Como profesional de la medicina, Olaya sentía especial interés por aquel caso, que sería largamente comentado por sus colegas en publicaciones especializadas. Como humano, se compadecía de su desdicha y no consideraba ético mantenerle artificialmente con vida y prolongar su sufrimiento, sabiendo que no podía salvarle.
El personal sanitario se había ido a cenar y era la hora del cambio de turno. Olaya estaba solo en el servicio de cuidados intensivos. Aunque podía hacer aquello legalmente, se resistía a plegarse a los dictados de Necker y no quería que constara que había prescrito la eutanasia. Haría aquello a su manera.
Se aproximó al gotero que colgaba junto a la cama del paciente. Un barbitúrico líquido agregado en la bolsa de suero y Paws tendría un final digno y rápido.
Llenó una jeringuilla de líquido. Desconfiado, miró a su alrededor. No había nadie, pero por si acaso cerró las cortinas alrededor de la cama. Paws dormía plácidamente. Presentaba un ritmo cardíaco anómalo, pero el resto de sus constantes vitales se mantenían estables.
Cuando iba a introducir la aguja en la válvula del gotero, se detuvo. Nunca antes había hecho eso con un paciente. Quizás debiera esperar un poco y ver cómo evolucionaba. Así se ahorraría tener que hacer eso.
Dejó la jeringuilla encima de la mesita que había junto a la cama. No podía. Tenía que haber otro modo que no lo hiciera tal difícil.
—Olaya, ¿eres tú? —Paws había abierto un ojo.
—Creí que dormías.
—No quiero volver a dormir. Necesito un trago, por favor.
—Tienes el suero puesto.
—Me da igual. Vamos, saca ese botellín que llevas escondido en la bata y compártelo conmigo.
Olaya se lo entregó.
—Gracias —Paws tomó un poco, pero desperdició la mayor parte del alcohol, que le manchó el pijama azul—. Ahora estoy mejor.
—¿Y tu dolor de cabeza?
—Ya no noto ningún dolor.
—Me alegro.
—Cuéntame algo de tu vida, matasanos. ¿Por qué acabaste en Marte? Ni siquiera sé si estás casado.
—Es una historia bastante tópica, como la mayoría de las rupturas. Seguro que no te interesa.
—Aun así, quiero oírla.
—Me casé con una perfeccionista maniática de la limpieza. Discutía constantemente conmigo porque me olvidaba cerrar el tubo de pasta de dientes o bajar la tapa del váter; incluso llegó a obligarme a que me descalzara antes de entrar a casa y me pusiese unas babuchas antipolvo. Acabé aficionándome al Barro.
—Unos emplastos marrones que se absorben por la piel.
—Sí, tiene la ventaja de que se elimina fácilmente. Mi mujer me hacía la vida insoportable y mis amigos se habían colocado en puestos mejores y ganaban diez veces más que yo. Pensé que si me apuntaba como médico en el programa colonial podría escapar y vivir otras experiencias. Después de varios traslados me mandaron a Marte, y ahora que sé lo que es eso, prefiero cualquier desierto de la Tierra a las colonias.
Paws rió.
—¿Quieres que te siga contando más, o ya tienes bastante? —dijo Olaya.
—No me reía de tu historia.
—No tiene nada de divertida.
—¿Nunca has tenido la impresión de que alguien juega con tu vida? ¿De que hay un titiritero ahí fuera que te está utilizando? De vez en cuando captas algo en tu visión periférica; se mueve cuando tú no miras, vuelves la cabeza y desaparece.
—Ése es un pensamiento paranoide, Paws.
—Sí. He desarrollado varias ideas como ésa. Como mi teoría de los atractores.
Olaya suspiró, resignado.
—Tú y yo somos demostraciones de la teoría —continuó el enfermo—. Creamos depresiones de mala suerte a nuestro alrededor, todo lo que hacemos nos sale mal. ¿Por qué crees que tus amigos prosperaron y tú no?
—Supongo que se esforzaron más que yo.
—Tu razón te hace decir eso, pero mira en tu interior y déjate llevar por tu lado irracional. ¿Crees sinceramente eso? Imagina por un momento que yo estuviese en lo cierto.
—Esos pensamientos no conducen a ningún lado.
—Sí, conducen a un callejón sin salida del que jamás podremos escapar. Los Lum tampoco lo lograron cuando descubrieron por accidente la estructura que se oculta bajo los hechos cotidianos. No me extraña que guarden en secreto qué fue lo que los destruyó; si nosotros lo supiésemos no lo soportaríamos, convertiría en triviales nuestros esfuerzos, privaría de sentido a cuanto damos por sentado.
Un murmullo de voces se escuchó por el pasillo. Olaya atisbó por las cortinas: era el nuevo turno de auxiliares que se incorporaba a sus puestos.
Al volver la cabeza, observó una expresión beatífica en Paws que le resultó rara. El paciente sostenía la inyección de barbitúrico que Olaya había dejado encima de la mesita.
Vacía.
—Sabía que no reunirías el valor necesario —dijo Paws, cerrando los ojos por última vez.