DÍA 9

I

La cuenta atrás para la activación del portal Ícaro había comenzado. En el puente de mando del Némesis, el silencio podía cortarse con un cuchillo y untar tostadas. Nadie había cruzado un portal y, secretamente, entre los presentes tampoco nadie deseaba ser conejillo de indias en aquel experimento que podía significar la derrota de la flota antes de entrar en combate. Sin embargo no había marcha atrás. El Estado Mayor había invertido muchos recursos en el desarrollo de los portales y ésta era la ocasión propicia para descabezar por sorpresa a la Coalición, en el momento que menos lo esperaba.

La tecnología Ícaro era particularmente complicada. El fundamento teórico, los bucles de gusano que conectaban regiones del espaciotiempo muy distantes entre sí, se conocía desde el siglo XX, pero los ingenieros habían sido incapaces durante dos siglos de diseñar un artefacto que funcionase.

Inesperadamente, los científicos de la Unión hallaron hace un año el empujón que necesitaban para interconectar los portales. Se situaron unos cuantos prototipos Ícaro en el sistema solar, enviando sucesivamente naves no tripuladas, chimpancés genepotenciados y seres humanos. De quince intentos, dos habían terminado en fracaso y uno en desaparición, sin que se supiese todavía las causas; en los restantes, las cápsulas testigo afloraron en las coordenadas fijadas y los relojes de a bordo no habían sufrido efectos relativistas.

Un avance de tal magnitud habría acaparado la cabecera de los noticiarios durante semanas. Lamentablemente, la Unión no tenía el menor interés de descubrir su arma secreta ni de usarla para fines pacíficos. Tal vez la guerra fuera un acicate para la legión de mentes pensantes en nómina del ejército —la bomba atómica o la fisión protónica daban fe de ello— pero no garantizaba que la humanidad sobreviviera para disfrutar los frutos de aquellos intelectos privilegiados.

Y a quién le preocupaba aquello, pensó el almirante Boneh. En los estudios previos de la bomba atómica, alguien señaló que la atmósfera de la Tierra podría entrar en combustión si se lanzaba una bomba nuclear. Los americanos corrieron ese riesgo y ganaron la guerra. Un paso en el vacío. ¿Y si el oxígeno de la Tierra hubiera ardido? Bueno, ahora no estaría allí haciéndose aquellas preguntas. Cuando se descubrió más tarde el modo de fisionar los quarks de un protón, se alzaron voces que avisaban que la energía desencadenada destruiría el hemisferio norte del planeta. Los experimentos prosiguieron y los reactores de fisión protónica hicieron posible la navegación interestelar. Otro paso en el vacío. Otro tanteo a ciegas que salió bien.

Los críticos de la tecnología Ícaro presagiaban efectos secundarios mucho peores. Desde la creación de un agujero negro artificial que succionaría Marte, hasta un big bang en miniatura cuyas ondas gravitatorias arrasarían la superficie de todos los mundos del sistema solar. Boneh, que formaba parte del comité de supervisión del proyecto, había mostrado su apoyo incondicional para conseguir del Congreso créditos extraordinarios, y utilizó los resortes a su alcance para que los portales Ícaro estuviesen operativos cuanto antes.

A dos minutos de la cuenta atrás, lamentaba haber ido demasiado deprisa.

Había escuchado media docena de veces la grabación de los nipones. «Las energías que pueden surgir a escala subatómica son el origen de todo lo que vemos» —había dicho Naruse—. «Hace dos eones, una especie alienígena desarrolló la tecnología necesaria para provocar fluctuaciones en el espaciotiempo». ¿Podría desdeñar el riesgo de producir un desastre, después del descubrimiento de los cadáveres de los astronautas en Fosas Medusa? Otro paso en el vacío. Pero ahora tenía que darlo él.

Cristales de tiempo congelados en un lago. La cuenta atrás continuaba. ¿Acaso formaban parte los nipones de la Coalición? ¿Trataban de confundirle para que se echase atrás en el último momento y no abriese el portal? Confinar a la flota en el sistema solar era la única tabla de salvación para los separatistas. La Armada no podía competir con los motores GET a menos que los compensase con una técnica equivalente.

Sesenta segundos. ¿Sentiría algo si el tiempo se fosilizaba a su alrededor? Se imaginó qué aspecto tendría una burbuja de espacio congelado vista desde Marte. Un cubito de hielo cósmico flotando a la deriva, un anacronismo histórico que carecería de sentido para cualquiera que estuviese al otro lado de la barrera. Se habrían sacrificado por nada; ni siquiera comprenderían lo que ellos habían tratado de hacer.

Treinta segundos. La atmósfera terrestre no ardió, el hemisferio norte seguía en su lugar habitual. ¿Por qué tendrían que equivocarse ahora? Sin la fisión protónica no habrían llegado a las estrellas. ¿Habría sido mejor quedarse en casa y no asumir el riesgo? ¿No debemos cruzar la calle por temor a que un camión nos arrolle? La mente de Boneh se debatía en un torbellino de preguntas.

Un torbellino que, de pronto, se materializó frente a la proa del Némesis. El portal se estaba abriendo.

El diafragma de luz se dilató exactamente como las simulaciones informáticas mostraban, hasta alcanzar un kilómetro de diámetro. El Victoria y el Alessandro, dos destructores de intervención rápida, entraron los primeros. Cada uno llevaba en sus bodegas veinte cazas con misiles inteligentes, que servirían de fuerza de choque para romper en un primer golpe las defensas enemigas y tomar posiciones alrededor del portal, cubriendo la entrada del resto de la formación.

El Prometeo, un buque de apoyo artillero, se dirigió seguidamente hacia el portal. Boneh supo que algo fallaba cuando un aura rojiza ralampagueó en el casco, que se vio surcado por corrientes eléctricas de alta intensidad. Radió inmediatamente la orden de que usasen los retrocohetes, pero ya era tarde. El buque se partió en dos y una granizada de metal y fuego dispersó sus restos por la flota. El capitán del Ulises, siguiente en la formación, consiguió en el último momento variar el rumbo de su nave, evitando ser engullido por la espiral blancoazulada. La flota recibió orden de mantener su posición y esperar instrucciones.

La pesadilla ha comenzado, pensó.

—Almirante, tengo una llamada del centro médico —le informó un alférez—. El doctor Olaya solicita hablar urgentemente con usted.

—Dígale que ahora no tengo tiempo.

—Se trata de la sonda alienígena.

Boneh se acercó a la consola.

—Doctor Olaya, se hará cargo que éste no es el mejor momento para hablar conmigo.

—Paws ha recibido un mensaje de la sonda —dijo el galeno—. Sabe que el portal está fallando y se ofrece a estabilizarlo.

—No entiendo.

—Yo tampoco, almirante, así que ya somos dos. No sé a qué demonios se refiere Paws cuando habla de un portal, pero supuse que tendría que ver con alguna maniobra secreta del ejército y que usted estaría enterado.

—Dejemos eso ahora. Dígale a Paws que aceptamos la ayuda que la sonda pueda brindarnos, e informe al alférez si hay novedades. Ahora debo ocuparme de la tripulación del Prometeo. Gracias por su llamada, doctor.

Media docena de robots de salvamento partieron del Némesis hacia el lugar donde el buque había estallado. Pese al minucioso rastreo que se realizó, no hubo señales de supervivientes. Cincuenta y dos bajas antes de haber iniciado el ataque, y la flota temporalmente varada. Los dos destructores que habían logrado atravesar el portal se verían en apuros si no lograban refuerzos.

—Tenemos contacto por lazo cuántico con el capitán del Alessandro —dijo Necker—. Los cazas se están desplegando alrededor del portal y el Victoria se aproxima a las instalaciones orbitales de Gea.

—Que ataquen su red de comunicaciones —ordenó Boneh—. No podemos permitirles que alerten a nadie. Cuando aseguren este objetivo, iniciarán bombardeos selectivos contra las instalaciones de tierra.

Necker transmitió las órdenes al capitán del Alessandro, que confirmó que el despliegue se desarrollaba según lo previsto, y sin la presencia de fuerzas hostiles. La irrupción en la órbita de Gea había tomado por sorpresa a la Coalición, que había desperdigado sus efectivos por otros sistemas. La táctica planeada por el almirante de difundir datos falsos por la red Gnosis estaba dando sus frutos.

—Si aceptamos la ayuda de la sonda, tendría que cruzar el portal con nuestras naves —observó Necker—. Eso pondría en riesgo la operación.

—No hable en condicional, la operación ya está en peligro —dijo Boneh—. Ninguna nave cruzará el Ícaro hasta que estemos razonablemente seguros. Si la sonda nos ofrece esas garantías, lo haremos; si no, ordenaré la clausura del punto de transferencia y sugeriré al Estado Mayor un cambio de estrategia.

—¿Dejando abandonados dos de nuestros mejores buques de guerra en Gea?

—Si no hay otra alternativa, desde luego, general. El portal no se convertirá en una ruleta rusa para mis hombres. Un fallo de cada tres es inadmisible. Mermaría nuestra capacidad ofensiva en un tercio antes de enfrentarnos a la Coalición.

El alférez les notificó una segunda llamada de la enfermería. Paws aseguraba que el portal había sido estabilizado y que las naves podrían atravesarlo sin peligro en los próximos diez minutos; después se colapsaría o entraría en cambio de fase.

Era un tiempo escaso, pero suficiente si cruzaban el portal en formaciones cerradas. Boneh abandonó la búsqueda de los tripulantes del Prometeo y transmitió las nuevas órdenes a la flota.

II

—La situación en Japón es crítica —decía Krim—. Con el pretexto de unas maniobras, el gobierno chino ha desplegado sus barcos cerca de las costas niponas. La presidenta Hiraya ha protestado ante el Congreso de la Unión, pero no creo que vaya a servir de mucho.

Rania asintió brevemente. Los últimos informes que le habían llegado de la Tierra confirmaban las palabras del coordinador de Tierra Viva: el sector duro del gobierno federal estaba forzando a Alessandro a intervenir en los territorios que intentaban desmarcarse de la política oficial.

—Huelga decir que la moción de Hiraya no llegará al pleno —prosiguió el hombre—. Será despachada en alguna comisión donde los duros tienen mayoría; y aunque llegase a ser discutida, tiene pocas posibilidades de prosperar.

—Debemos proteger a Hiraya —dijo Rania—. Si ella cae, parte de nuestra infraestructura en la Tierra también caerá.

—Por eso te he llamado. Vamos a tener que reorganizar nuestras fuerzas para prevenir un ataque de Pekín. Sólo la prudencia de Hiraya ha evitado hasta el momento que surja una confrontación en el mar; los chinos están haciendo lo posible para incordiar a los barcos mercantes nipones, los paran en alta mar y les inspeccionan la carga; algunos son devueltos al puerto de origen con las excusas más inverosímiles. Podríamos demostrar que la Unión está detrás de esto, pero nos llevaría semanas, quizá meses. Para entonces sería demasiado tarde. Hiraya nos ha prestado el apoyo que le hemos pedido y es hora de que le devolvamos ese favor.

—Me ocuparé de ello, Krim.

—Bien. ¿Tienes noticias del comando de Herb?

—No, y ya que lo mencionas, de eso quería hablarte. Todavía no le he contado a Erengish lo ocurrido en la luna de Pegaso IV. ¿Crees que deberíamos informarle? Al fin y al cabo se trata de sus hombres, y un fallo de seguridad en un polvorín es responsabilidad suya.

—Es más que un fallo, Rania. Si la declaración que me hiciste llegar de Geral es cierta, la Coalición ha alcanzado un punto de inestabilidad preocupante. Erengish tendría que realizar una depuración urgente de sus mandos sin esperar a que acabe la guerra. Sin embargo es difícil que lleve a cab…

La pantalla se apagó con un chispazo. Las sirenas de alarma retumbaron en la caverna, amplificando por diez su potencia. El desconcierto era total cuando Rania salió de su habitáculo.

Como si un gigante estuviese tocando el tambor sobre la montaña, el suelo vibraba al compás de las cargas de penetración que comenzaban a caer sobre la superficie de Gea. Rania había previsto esta contingencia. Desde el momento que Herb había sido hecho prisionero, era cuestión de tiempo que la Unión localizase el centro de comandos de la organización. No obstante, había esperado contar con un poco más de margen para buscar otra localización. Este ataque tenía lugar apenas dos días después de que Herb fuese apresado. Ninguna nave de la Unión poseía impulsores capaces de recorrer la distancia Tierra-Gea en ese tiempo.

Rania dio orden de evacuar la base. Su gente sabía perfectamente qué hacer si llegaba ese momento; las naves que les sacarían de allí estaban preparadas con los tanques llenos de combustible. Tal vez la Unión hubiese golpeado con astucia, pero ella no era estúpida. La concentración de la flota federal cerca de Marte había delatado en cierto modo sus planes.

La caravana inició la marcha a través del laberinto de túneles, entre los bramidos que restallaban sobre sus cabezas, dividiéndose en dos apenas recorridas unas decenas de metros. Las primeras grietas empezaron a surcar las paredes y una lluvia de estalactitas cayó sobre el vehículo de Rania, clavándose una espada de piedra en el centro de la luna delantera. El compartimiento de carga recibió el impacto de una roca que aplastó parte del equipo de supervivencia. El peso del pedrusco aumentó considerablemente el esfuerzo del motor, reduciendo la velocidad del resto de la caravana que la seguía. Los ecos de más estampidos la hicieron consultar nerviosamente el cuentakilómetros, impaciente por alcanzar la salida donde debían aguardar las naves de evacuación. Aquel volcán era como un queso gruyère, había multitud de salidas y ni siquiera ella las conocía todas. Aunque la Unión estuviese rodeando con tropas de tierra toda la montaña, les llevaría mucho tiempo taponarlas.

Llevaban un par de kilómetros de ascenso por el interior del volcán cuando la primera corriente de aire se filtró en la cabina. Rania no quería arriesgarse a llamar por radio a los pilotos en mitad del bombardeo. Si la Unión les localizaba, un misil táctico bastaría para destrozarles la salida.

Rania suspiró aliviada al ver el destello del sol en los cascos de las tres naves que les aguardaban. Otras tantas, escondidas en diferentes salidas, sacarían de allí al resto de su gente.

Soren corrió hacia el todoterreno y la ayudó a trasladar los equipos más esenciales al Enano de la suerte. Por razones de seguridad, ella viajaría sola con él y el grupo se repartiría entre las naves de transporte. Si el Enano era derribado, asumiría automáticamente el mando Thel Frizel, encargado de transmisiones; si éste tampoco conseguía escapar, serían sucesivamente Koldo Merrit, Hidari, Barhaim y Hars, que pilotaban las demás naves.

—¿Puedo ayudarte en algo? —Rania se sentó en el sillón del copiloto, ajustándose el arnés de seguridad.

—Introduje algunos cambios en el Enano para que no necesitara copiloto —dijo Soren—. En cualquier caso, gracias.

Una vez que todos estuvieron a bordo de sus respectivos transportes, las naves asomaron por la vertical de roca. Aparentemente no había armas apuntándoles, pero no perdieron el tiempo rastreándolas. Soren pulsó el botón de ignición y una llamarada de fuego les catapultó hacia el cielo.

—Echa un vistazo a los escáneres —dijo el hombre.

—Acaban de abrir fuego desde una batería de tierra —informó Rania.

—Los dejaremos atrás. No voy a gastar de momento las contramedidas; las necesitaremos para esquivar los cruceros apostados en órbita.

—No recibí ningún aviso de que la armada de la Unión había llegado a Gea. ¿Cómo han actuado tan rápido?

—Inutilizando nuestros satélites en un primer golpe. Su siguiente paso habrá sido el despliegue de dispositivos de guerra electrónica para incomunicar a nuestras unidades, y así poder actuar impunemente. Pero si te refieres a cómo ha llegado la Armada a Gea, cuando supuestamente no disponían de impulsión GET, no tengo la menor idea.

—¿Sabes algo de Erengish?

—Sigue en Nuxlum. Dejó una guarnición en Gea, pero me temo que ha sido insuficiente para detener a la flota del gobierno. Quizás no se haya enterado aún de que nos están atacando. Hasta que no nos alejemos del planeta no podremos comunicarnos con él.

Rania asintió con preocupación y consultó la consola. El ordenador había calculado la velocidad de los misiles lanzados desde la superficie y estaban fuera de peligro. Soren había hecho esos mismos cálculos sin necesidad de pulsar una sola tecla.

Pero cuando llegaron al límite superior de la atmósfera y la pantalla se llenó de puntos luminosos, Soren se sintió incapaz de pronosticar cómo evitar a las naves de la Unión. Había docenas por todas partes y un puñado se dirigían hacia ellos para bloquearles la huida, alertadas por las tropas de tierra que acababan de burlar.

Los GET no podían ser activados dentro de un pozo de gravedad. La distancia mínima de seguridad era un misterio; los Lum no habían facilitado información al respecto y Tierra Viva ya perdió a un comando que abrió un túnel cuántico demasiado cerca de Júpiter. La masa de Gea, aunque era apreciablemente menor, no podía desdeñarse.

—Cinco objetos se acercan hacia nosotros a gran velocidad —dijo Rania—. El ordenador estima que al menos uno nos alcanzará antes de dos minutos.

—Soltaré contramedidas.

De la escotilla de popa del Enano de la suerte surgió una nube de señuelos robot. Entorpecerían durante un rato los sistemas de guía de las naves que se les acercasen y quizás engañase a algún misil, pero el Enano era una nave de exploración y carecía de armamento para repeler un ataque, salvo un pequeño cañón ventral de pulsos de plasma. Soren nunca lo había utilizado y en realidad no sabía si serviría de algo.

—Todas nuestras naves han conseguido despegar de Gea —dijo Rania—. Hidari me notifica que una formación de cazas ha abierto fuego contra ellos y se dispone a usar el GET.

—Ordénale que no lo haga. Si abre el túnel ahora, morirá.

—No puedo hacer eso. Están en inferioridad numérica y tienen la… —Rania calló de repente.

A estribor advirtieron una pequeña nova que iluminó durante unos segundos el lado nocturno de Gea, coincidiendo con la desaparición en el radar de la nave de Hidari.

—No ha sido culpa tuya —dijo Soren—. Hidari sabía el riesgo que estaba corriendo. Fue su responsabilidad.

—Iban cuatro personas más con ella —Rania no quitaba la vista de la pantalla de rastreo—. ¿Cuándo podremos activar el generador?

—No lo sé. Doscientos mil kilómetros se considera una distancia segura para la masa de este planeta, pero… ¡otra vez no!

La nave pilotada por Koldo Merrit, un veterano activista, desapareció en una explosión titánica; otro centelleante amanecer que bañó la cabina con una luz de muerte.

Los señuelos habían engañado a uno de los misiles lanzados contra ellos, que estalló a dos kilómetros de popa. Soren miraba nervioso el indicador de la distancia mínima de salto. Dos cazas de la Unión se acercaron hacia ellos por los flancos hasta situarse en rango de tiro. El cañón de plasma del Enano identificó los blancos y lanzó varias ráfagas.

—El generador de Hars ha sido dañado y no podrá saltar, pero nos cubrirá hasta que huyamos. Barhaim no tiene escapatoria. Por su rumbo actual, deduzco que pretende activar a la desesperada el GET cerca de uno de esos cruceros. Si no consigue saltar, por lo menos destruirá alguno.

—Necesito un par de minutos. Dos minutos, sólo eso.

Uno de los cazas que les perseguían comenzó a rezagarse. Los pulsos de plasma le habían destrozado un reactor, pero aunque podía continuar no estaba en condiciones de alcanzarlos y regresó a la base. Su compañero, en cambio, seguía ileso y recibieron un impacto en la popa.

—Frizel acaba de activar el túnel cuántico —dijo Rania—. Deseémosle suerte.

Perdieron la comunicación con la nave, pero en esta ocasión no fue acompañado de un resplandor, como las anteriores. No volverían a saber si había escapado con vida hasta que ellos consiguiesen saltar también.

La táctica de Barhaim tuvo escaso éxito. Antes de que pudiese acercarse a uno de los buques de la Unión, fue reducido a cenizas por las baterías de dos fragatas escolta. Los comandos de Rania no podían competir con una fuerza tan poderosa. Ni siquiera agrupando la totalidad de las naves de Tierra Viva, esparcidas por los veinte planetas de la Coalición, lograrían hacer frente a aquella fuerza arrolladora. Su única ventaja, la capacidad de aparecer y desaparecer por sorpresa, ya no era tal. Erengish y su flota iba a verse en inferioridad numérica si tenía que competir en esas condiciones contra la armada de la Unión. Si ninguno conseguía salir del sistema y le avisaba, cuando supiese a qué debía enfrentarse sería tarde.

La nave de Hars abrió fuego contra el caza que atacaba al Enano. El vehículo enemigo resultó dañado y comenzó a girar sin control, pero no evitó que fuesen nuevamente alcanzados, esta vez a babor. Las luces de daños salpicaban la consola: el GET no había sido tocado, pero tendrían que efectuar un aterrizaje de emergencia para hacer reparaciones o los motores se sobrecalentarían y se quedarían varados en mitad de ninguna parte.

—Nos faltan diez mil kilómetros para la distancia mínima de seguridad —dijo Soren—. Ya casi estamos.

—Están rodeando a Hars —observó ella—. Salen cazas por todas partes, y el escáner capta cuatro puntos más al frente. No vamos a conseguirlo.

—No hables así.

—Acaban de lanzarnos cinco misiles de ojivas múltiples. Detecto hasta treinta blancos móviles en rumbo de interceptación. El ordenador calcula que impactarán contra nosotros en menos de…

El espacio onduló frente a ellos. El túnel cuántico les engulló antes de que Rania pudiese completar la frase.

III

Aburrido, Paws cambiaba mecánicamente de uno a otro canal. En realidad ninguno de aquellos programas era en directo; estaban a años luz de la Tierra y la transmisión por ondas radioeléctricas en tiempo real no era factible. La comunicación por lazo cuántico estaba restringida a pocos equipos, y desde luego ninguno de ellos estaba dedicado a la recepción de programas de holovisión.

Las noticias que llegaban de la Tierra se difundían en un canal de texto, presumiblemente después de pasar la censura militar. Paws no tenía modo de conocer qué ocurría, Olaya era su único nexo de unión con el resto del universo y el matasanos tampoco es que supiese gran cosa, la verdad, pero al menos conservaba su libertad para deambular por los pasillos del Némesis y enterarse de fragmentos de información aquí y allá. La cafetería era un buen lugar para escuchar conversaciones con un modesto micrófono direccional. La mayoría de la gente no adoptaba la menor precaución en sus conversaciones; claro, se suponía que en aquella nave todos estaban en el mismo bando. Olaya había grabado horas de charlas entre oficiales y luego las había filtrado con el ordenador del laboratorio médico, para separar la cháchara de lo interesante. Era su pequeña venganza por haber sido movilizado contra su voluntad.

Paws apagó el televisor y se frotó los ojos. Estaba cansado y aquella condenada jaqueca no se marchaba de su cabeza. Algo difuso se deslizaba por los entresijos de su mente y le vigilaba. Aquella sonda del demonio le mantenía bajo control, lo utilizaba como una marioneta para sus fines, fuesen cuales fueran éstos, y después lo tiraría al cubo de la basura. No había forma de librarse de aquella presencia pegajosa, era como una mucosidad, una adherencia que impregnaba sus pensamientos, una alimaña que se movía en la visión periférica y esquivaba la mirada cuando él giraba la cabeza. No podía probar que existía, pero estaba allí, lo sabía. Aunque no se mostrase abiertamente, era real como el aire que respiraba.

El doctor Olaya entró en la celda. Traía un par de revistas de papel electrónico que dejó sobre la mesa.

—Tengo los resultados de la tomografía —dijo.

—Déjame adivinarlo. Mis sesos están perfectamente.

—No, pero tus neuronas siguen en el estado que sería de esperar bajo una adicción prolongada a los alcaloides. ¿Cuántos años tienes?

—Treinta y siete. El mes que viene cumpliré los treinta y ocho.

—Tu calidad de vida disminuirá sensiblemente a partir de los cincuenta. Es una pena, Paws. La esperanza de vida actual ronda los ciento cincuenta años. Has desperdiciado un siglo de vida por nada.

—Oh, vaya, doctor. ¿Quién dijo que su única creencia era el segundo principio de la termodinámica? ¿Tú? Si tarde o temprano, todo se convierte en mierda, ¿qué hay de malo en adelantar un poco los procesos de la naturaleza? Al mundo le va a dar igual lo que sea de mí. Nos enviaron a Nuxlum porque nadie nos echaría de menos si no volvíamos. Desgraciadamente para ellos, regresé. Soy un incómodo grano para el gobierno, no pueden matarme ni tampoco someterme a juicio. Quizás me mantengan aquí encerrado para siempre.

—¿Quién ha dicho que no pueden matarte?

—Soy útil para ellos.

—Mientras no encuentren otro modo de comunicarse con la sonda, sí; pero eso puede cambiar. Necker siente repugnancia por tener que tratar contigo y está hostigando a los informáticos del Némesis para que diseñen un código de comunicación básico con esa cosa alienígena. Mataste a dos de sus hombres y ellos lo tienen muy presente, aunque aquello sucediera hace siete años y bajo condiciones especiales. En tiempo de guerra deberías saber que no se rinden cuentas al poder político por la desaparición de civiles.

—Gracias por la inyección de esperanza. Soy idiota al pensar que podía salir con vida de… —Paws puso los ojos en blanco—. ¡Este dolor va a matarme! Otro calmante, por favor.

—Te hemos dado tres en lo que va de mañana.

—Entonces necesito algo más fuerte. ¿Seguro que no has notado nada raro en la tomografía?

—Sí, una extraña corriente intersináptica.

Paws alzó las cejas.

—El aire circula libremente dentro de tu cabeza —sonrió Olaya—. Te daré mi opinión profesional: el consumo de drogas te ha vuelto psicótico. Esa sensación que experimentas de que hay alguien en tu cerebro es indicio de un cuadro esquizofrénico. No hay cura contra eso, salvo que extirpáramos parte de las neuronas dañadas e injertásemos tejido nervioso cultivado en laboratorio a partir de células tuyas que evitasen rechazo por el sistema inmunitario.

—He estado leyendo el canal de noticias. Disturbios en Tokio, bloqueo naval por parte de China… ¿qué se está preparando en la Tierra?

—No lo sé. Me preocupa mucho más qué está pasando aquí y ahora, y qué sucederá en los próximos días. La flota se prepara para saltar a otro sistema y continuar la operación de castigo contra las colonias, y dejarán en Gea un contingente para custodiar el portal. Las tropas de infantería ya han desembarcado en la superficie y tomado el control de los asentamientos que se hallaban en poder de la Coalición.

—Qué bien. ¿Alguna buena noticia más?

—Ayer recibí en la clínica una llamada de Necker. Solicitaba con urgencia un quirófano para implantar el chip Eyex a dos prisioneros.

—Si mi memoria no falla, ayer todavía seguíamos en órbita de Marte.

—Debieron apresarlos antes de que cruzásemos el portal.

—¿Los operaste tú?

—Teníamos los quirófanos ocupados. Necker trasladó a los prisioneros a otra nave y no sé qué ha sido de ellos, pero esta gente no se anda con escrúpulos y me temo lo peor. La Coalición se derrumba, Gea era su base más fuerte y la han perdido en un ataque sorpresa. No se recuperarán del golpe.

—¿Cómo funcionan los portales?

—Es lo primero que he tratado de averiguar, pero nadie parece saberlo, salvo quizás el almirante. Y él no frecuenta la cantina.

—Es curioso que tuviesen a punto esa tecnología en el momento que más lo necesitaban.

—La necesidad aguza el ingenio. Boneh mantiene el… —Olaya se detuvo—. No te muevas.

—¿Qué… qué pasa? ¿Por qué me miras de esa forma? —un fluido salado se filtró por la comisura de sus labios—. Mi nariz, estoy… estoy sangrando. Olaya, ¿qué me ocurre?

—Tranquilízate, no pasa nada; relájate, échate hacia atrás y mantén la posición horizontal, con la nunca un poco más baja que el tronco. Así.

El médico sacó el intercom y llamó a un equipo de urgencia.