DÍA 5

I

Desde el ojo de buey de la lanzadera, Naruse observaba con interés la forma bulbosa situada a estribor de la astronave Honshu. Aparentemente su casco no estaba compuesto de metal, sino de una capa orgánica salpicada de bultos. Su eslora no llegaba a veinte metros, la cuarta parte del tamaño de la nave científica, pero su reducido tamaño era engañoso, y se preguntó si habría podido partir en dos el casco de la Honshu como si fuera mantequilla, de haber querido.

Fuera quien fuese el que la hubiese enviado, era evidente que no tenía intención de causar víctimas. La sonda pudo destruir las instalaciones de Fosas Medusa con la misma facilidad que produjo un cráter en la vertical de la cámara subterránea, y tampoco repelió el ataque de la comandante Niurka. ¿Por qué? ¿Acaso se había dejado capturar? Naruse anotó mentalmente estas preguntas y algunas más que aún carecían de explicación. ¿Cómo sabía la sonda lo que ellos habían encontrado en las Fosas? La Unión no tenía motivos para atacarles y sería absurdo que Necker ordenase un ataque así. La Coalición, por otra parte, no actuaba de ese modo; si sospechaban que la base científica era un centro operativo del ejército habrían destruido el complejo, sin dejar supervivientes. Naruse estaría a esas horas muerto.

La lanzadera se acopló en el puerto de amarre de la Honshu. Mientras esperaba que la esclusa se llenase de aire, siguió observando a la sonda con una mezcla de fascinación e inquietud. Tenía un color pardo, con algunas vetas negras y protuberancias diversas a lo largo de su ¿piel? Mirándola fijamente casi vio que la sonda se dilataba y contraía en un movimiento respiratorio.

La puerta de la esclusa se abrió. Naruse atravesó el pequeño corredor tubular y entró en la Honshu. Niurka le esperaba al otro lado.

—¿Alguna novedad allí abajo? —preguntó la comandante, estrechándole la mano.

—He dejado a Kenji al cargo. El general no se dará cuenta de mi ausencia hasta que lleguen sus blindados a la base, lo cual —consultó su reloj— ya debe haber sucedido.

—No me gusta el cariz que está tomando esto —dijo ella, mientras se dirigían al puente—. Precisamente cuando lo habíamos conseguido ha tenido que estropearse todo.

—Suele ocurrir, Niurka. No es culpa tuya, ni de nadie. ¿Algún avance con la sonda?

—Sí y no. Nuestro hurón ha conseguido entrar y nos ha enviado imágenes del interior, pero poco más. Hasta ahora han sido inútiles los intentos por comunicarnos con ella. Lo tenemos grabado, te lo mostraré.

Llegaron a la sala de control. Taira y el resto de compañeros que había en el puente le saludaron efusivamente. Tras las muestras de afecto de rigor, Naruse se aposentó frente al monitor que le ofrecieron. Ardía en deseos de contemplar las tripas de esa cosa.

El hurón robot había entrado en la estructura hace quince horas. Un análisis exhaustivo del exterior de la sonda no había detectado nada que se pareciese a una esclusa de entrada o llave de apertura, por lo que intentó abrirse paso con un láser de alta potencia. Como un bisturí hendiendo una carne tumefacta, una ampolla de color negro se levantó en la zona de impacto y engulló al hurón, sin que los instrumentos de la Honshu apreciaran descompresión de la cubierta orgánica.

El faro del robot barrió con movimientos circulares el interior de la sonda. La estrecha cavidad en forma de túnel estaba inundada por un fluido turbio y no había rastro de partes metálicas, aristas o artefactos electrónicos. A mitad del recorrido, el túnel desembocó en un embolsamiento de unos cinco metros de diámetro, recubierto por una textura esponjosa. Luces fosforescentes reaccionaron al faro y bañaron la cavidad con un millar de tonalidades. Naruse entreabrió la boca, mudo de asombro. Definitivamente, aquello no era obra humana. Sólo una especie alienígena podría haber construido algo así, y la única de cuya existencia tenían constancia era los Lum, aunque oficialmente eran un rumor que el gobierno no confirmaba ni desmentía. Pero si realmente los Lum habían enviado aquella sonda a Marte, ¿qué motivos tenían para obrar así? ¿Y por qué no respondía la sonda a los mensajes que le radiaba la Honshu?

—¿Habéis intentado la comunicación en el lenguaje simbólico matemático de Rosen?

—Lo hemos usado todo, Naruse: codificación estándar Babel, patrones de sonido, Morse, juegos de luces e incluso combinaciones de colores. O la sonda no nos entiende, o no quiere respondernos.

—O no puede —se volvió al ingeniero jefe—. Necesito tu opinión de experto.

—Es difícil saber si se encuentra en un ciclo automático de reparación —dijo Taira—. Uno de nuestros proyectiles le alcanzó lateralmente, y puede que su sistema de comunicaciones se haya averiado, lo que explicaría su silencio. No ha hecho intentos de transmitirnos nada.

Naruse cabeceó. Su desorientación iba en aumento, y cuanto más trataba de encontrar una lógica a aquello, más puntos oscuros se le escapaban.

—Estoy pensando en los nodos Cerenkov que descubrimos en Kure. Eran de un tamaño insignificante comparados con el cono que desenterramos en Marte, pero si los que se quedaron en Japón están relacionados con el que había en las Fosas, la sonda debería haberlos destruido también.

—Sugieres que advierta al laboratorio que tomen precauciones —dijo Niurka.

—Sí —confirmó Naruse—. Por lo que sabemos, los dos nodos de Kure no han mostrado actividad alguna desde que los descubrimos hace un año, y quizá por eso la sonda no los ha detectado todavía. Pero ignoramos cómo funcionan y qué mecanismo los activa. Podrían comenzar a radiar neutrinos en cualquier momento, y en tal caso yo no me fiaría de que la sonda siguiese quieta ahí fuera.

—Es una buena idea, pero… —Niurka vaciló— no sé. Imaginemos que la sonda nos entiende perfectamente y finge estar sorda y muda. Si enviamos un mensaje a Kure ahora, podría descifrarlo y localizar la posición de la estación receptora. Mandar un mensaje por lazo cuántico requiere que el equipo del destinatario entre en fase con el nuestro para que se pueda intercambiar información y nos mande una señal de paridad. Eso delataría su posición.

—Podríamos avisarles por radio —sugirió Taira—. En la posición actual que mantienen la Tierra y Marte, la señal tardará doce minutos en llegar a Kure.

—No —rechazó Niurka. Demasiado arriesgado. Si la sonda puede captar las ondas de radio, se anticipará a nuestras acciones y destruirá los nodos antes de que nuestro mensaje llegue a la Tierra.

—Suponiendo que pudiese formar una burbuja de efecto túnel para huir —le contestó el ingeniero—. Y no creo que pueda hacerlo o ya se habría largado de aquí.

—No, Taira. Niurka tiene razón —dijo Naruse—. Creo que la sonda trata de engañarnos, se ha dejado coger y está a la espera de acontecimientos. Le he dado vueltas a este problema mientras venía y no entiendo por qué no repelió vuestro ataque, si su tecnología es más avanzada. Os dejó vivir igual que a nosotros ahí abajo. Como no ha encontrado todo lo que buscaba, aguarda acontecimientos. Nos ha permitido que el hurón eche un vistazo a sus tripas porque sabe que no entenderemos nada; sus sistemas informáticos de a bordo, si es que los tiene, son incompatibles con los nuestros.

Niurka asintió. El laboratorio de Kure no sería advertido del peligro, correrían el riesgo. Pero hiciesen lo que hiciesen, y si la sonda era tan inteligente como presumían y no un aparato robot programado para una misión concreta, debía estar escuchando cada una de sus palabras, y en estos momentos sabría que Kure sería su siguiente destino. ¿Esperaría a localizar en qué lugar de la ciudad se escondían los dos nodos Cerenkov? Podría producir un cráter de cincuenta kilómetros que perforase la litosfera para asegurarse de la destrucción de los dos nodos.

Cuando un razonamiento paranoico se llevaba a sus últimas consecuencias, cualquier indiscreción trivial podía tener efectos devastadores. ¿Era lícito mantener en secreto el emplazamiento de dos minúsculos pedazos de metal y poner en peligro la vida de millones de vidas? Su interés por conservar aquellas piezas era puramente científico. No sabían para qué servían ni cómo utilizarlas, aunque sí intuían su enorme valor.

Cuando los obreros que trabajaban en la ampliación del metro Hiroshima-Kure se toparon con aquella vitrificación de terreno a cien metros de profundidad, nadie imaginó que lo que escondía iba a prender fuego a los planos que esforzadamente había dibujado, rectificado y reescrito la comunidad científica durante generaciones para entender la maquinaria del universo. Miles de años de civilización para descubrir que estaban como al principio. Mucha gente hubiera deseado que la ampliación del metro no se hubiese efectuado jamás para no tener que asumirlo.

No hubo acuerdo en hallar una explicación a lo que contenía la caverna de Kure, pero sí en mantener en secreto el descubrimiento al gobierno federal, sumido en una espiral de descomposición interna que el sector duro del ejército estaba aprovechando en su beneficio. Si lo que se descubrió en la caverna de Kure era bueno o malo, nadie lo aseguraba; pero si existía una posibilidad, aunque fuese infinitesimal, de que tuviese aplicaciones dañinas, los militares la encontrarían.

El estado federado de Japón utilizó sus recursos para escamotear el descubrimiento a la omnipresente red de vigilancia Gnosis; recursos que no sólo se concretaron en sofisticadas técnicas de enmascaramiento digital, sino también en sobornos cuantiosos a unos cuantos funcionarios de la UPOL. La expedición a Marte fue disfrazada bajo la apariencia de un estudio científico de paleobiología que requirió otro generoso puñado de creds para aplacar intentos de entrometimiento de las autoridades.

Pero las fuertes inversiones de su país en el proyecto Fosas Medusa habían terminado quedándose en nada: la sonda las había tirado por la borda. Por la mente de Niurka cruzó una idea muy tentadora. ¿Y si la destruía? Un ataque masivo podría reventarla ahora que estaba ahí parada. Así eliminaría la amenaza sobre la población de Kure y salvaría los dos nodos Cerenkov que todavía conservaban. Pero si sus misiles eran ineficaces y la sonda sobrevivía al ataque, la Honshu sería hecha pedazos. Podía asumir ese riesgo, pero la destrucción de la nave privaría a la central de Japón de datos muy valiosos almacenados en los ordenadores, y la mera presencia de la sonda era por sí un hallazgo que merecía la pena estudiar. Niurka no podía destruir sin más un artefacto alienígena sólo porque no lo entendía.

—Comandante, tengo una llamada en pantalla del general Necker —le informó Taira—. Quiere hablar contigo.

Niurka se mordió el labio inferior. Necker, maldita sea; ¿por qué tenía que haber caído su cápsula precisamente en Fosas Medusa, con lo grande que era Marte? ¿Es que no podía haberle tocado a cualquiera de los doscientos asentamientos que salpicaban la superficie marciana?

—Supongo que es inevitable hablar con él —se dirigió resignada al terminal y aceptó la llamada—. ¡General!, qué sorpresa.

—Ahórrese su sonrisa hipócrita, comandante. Mis tropas han tomado la base y Kenji ha confesado. Sé cuál es el propósito de su misión en Marte.

Niurka reprimió un sentimiento de rabia hacia el doctor Kenji. Podría ser un farol. Necker era un especialista en hacer perder los nervios a la gente.

—No le comprendo, general. ¿Qué se supone que Kenji le ha confesado? ¿Que hace tres mil millones de años hubo en Marte organismos semejantes a trilobites?

—Veo que pretende seguir la farsa —dijo Necker—, y no tengo tiempo para discutir con usted, así que se lo diré de otro modo: el crucero Némesis llegará a su posición dentro de veinte horas, para hacerse cargo de la sonda que han capturado. Mientras tanto, le ordeno que la custodie en perfecto estado hasta que el mando de la Unión decida qué destino darle. También le ordeno que me transfiera inmediatamente toda la información relativa a la sonda y al proyecto Fosas Medusa.

—¿Alguna orden más, general?

—Pasaré por alto su tono irónico, comandante; pero sí, tengo una más. Quiero una lanzadera en las Fosas dentro de tres horas. Recibiré al capitán del Némesis en la órbita.

—No tenemos combustible para la lanzadera, general. La cisterna de aprovisionamiento tardará dos días en llegar.

—Subiré a la Honshu tanto si le apetece como si no. Sus artimañas sólo me retrasarán unas horas.

—Hasta mañana entonces, general. Buenos días.

Niurka cortó la comunicación. La temperatura en el puente había descendido súbitamente diez grados. Si algo podía ir mal, iría mal, era una ley cósmica que tendía a cumplirse en los peores momentos. ¿Podría empeorar su situación aún más?

II

En el camarote de Tanos Brusi, a bordo del Independencia, la situación era muy diferente. Recuperado de la resaca del día anterior, había vuelto a sus ocupaciones habituales. La victoria en la primera confrontación con las fuerzas de la Unión había sido contundente: todos los Ariete de la Unión destruidos y ni una sola baja entre las fuerzas de la Coalición. Brusi estaba eufórico, aquella demostración era la prueba que Transbank necesitaba para continuar adelante en la instauración de un nuevo gobierno, donde la corporación obtendría concesiones a perpetuidad sobre numerosos mundos susceptibles de colonización. El generador de efecto túnel les había abierto de par en par las puertas de la galaxia, no necesitarían nunca más construir costosas cúpulas en planetas de atmósferas venenosas o temperaturas extremas. Las naves dotadas con motor GET encontrarían los planetas que a Transbank le interesaban y se olvidarían del resto. Las posibilidades de negocio desbordaban las previsiones más ambiciosas del consejo de administración; prácticamente no había límites en la expansión de la compañía, y en un centenar de años tendría colonias por doquier que explotaría directamente, sin mordidas de los funcionarios del gobierno.

Echó un vistazo por el ventanal. Nuxlum era la clave. Sin la avenencia de los alienígenas, su plan de expansión comercial se vendría abajo. Los Lum se reservaban el monopolio de la construcción de los motores GET, y sin ellos no había nada que hacer.

El planeta exhibía un color carmesí muy extraño. Brusi sabía que era un efecto óptico transitorio, debido a las labores de transformación planetaria que llevaban a cabo los Lum, pero no dejaba de sentirse inquieto cada vez que miraba al planeta. Tenía un aspecto siniestro, oscuro, como un depredador agazapado. ¿A quién acechaba? ¿Eran ellos su presa? De hecho, nadie deseaba estar cerca de Nuxlum; en lo más profundo del planeta se alojaba una máquina construida por una civilización desaparecida hace eones, de la que los Lum apenas eran sus modestos sucesores. Si la máquina era capaz de transformar a su conveniencia un planeta entero, provocando fisuras en la corteza y la erupción de volcanes, ¿qué más sería capaz de hacer? Nuxlum encerraba un poder terrible.

Y la Coalición había asumido su defensa.

En cualquier caso, si se habían equivocado era tarde para rectificar. Brusi se apartó del ventanal y repasó la disposición del almuerzo privado con el que iba a agasajar al embajador. Las viandas habían recibido las bendiciones del médico de la nave para que fuesen biocompatibles con el organismo de Jajhreen, lo que restringía el festín a vegetales aderezados con una salsa de proteínas asquerosa. El Lum era un herbívoro que no asimilaba bien las grasas ni el alcohol. No eran tan fuertes después de todo, sonrió.

Jajhreen llegó puntual a su cita. Brusi le recibió calurosamente, bloqueó la entrada al camarote y activó un dispositivo de seguridad antiescuchas que garantizase su privacidad. Por mucho que a Erengish le apeteciese espiarles, se iba a quedar con las ganas.

El embajador tomó asiento, inclinándose sobre las fuentes de ensalada en un gesto que Brusi interpretó como olfateo, aunque tratándose de los Lum era difícil saber si hacían eso siempre que se sentaban a comer. Puesto que carecían de rituales, aquel ademán debía tener una utilidad concreta.

—Supongo, embajador, que ya estará más tranquilo tras el éxito de ayer —dijo Brusi, sirviéndole ensalada.

—Nosotros no nos ponemos nerviosos —respondió el Lum, indicando con la mano que tenía suficiente—. El cerebro humano es deudor de los estallidos incontrolados de los neurotransmisores. Aprender a controlar las emociones es necesario para que la corteza cerebral se imponga sobre los impulsos, señor Brusi.

El ejecutivo engulló una hoja de lechuga, incómodo.

—Aún así, se habrán alegrado de la victoria; perdón, la alegría también es otra emoción inútil para ustedes, ¿verdad?

—Digamos que estoy razonablemente satisfecho. Somos capaces de sentir, pero no dejamos que nuestras emociones interfieran en los procesos superiores del pensamiento.

Brusi temía que la conversación se le escapaba de las manos, y trató de reconducirla a su terreno.

—Embajador, usted es consciente del interés de mi corporación en los generadores de efecto túnel. La Coalición dispone de escasas unidades. Transbank está desarrollando su propia división de exploración planetaria, Transtelar, pero para que sea viable necesitamos inicialmente una veintena de GET.

—La construcción del núcleo de los generadores es tarea laboriosa —dijo Jajhreen—. En Nuxlum no disponemos todavía de fábricas de montaje en serie. El proceso lleva su tiempo.

—Si la competencia nos coge ventaja sería desastroso.

—Paciencia, Brusi. Disfrute de la comida.

El ejecutivo miró con aprensión su plato. Aquella verdura con el condimento lechoso le producía urticaria.

—Podemos facilitarles manos de obra, maquinaria, lo que necesiten —insistió—. Para Transbank será un placer ayudarles.

Jajhreen se mantuvo silencioso unos segundos. Tomó un poco de zanahoria rallada, la masticó metódicamente y dejó el tenedor encima de la mesa.

—Pídanos lo que desee —repitió Brusi—. Se lo daremos.

—Necesito algo de usted, sí.

Un nuevo silencio. Jajhreen no se decidía a hablar.

—¿Es seguro el camarote? —preguntó.

—Lo he blindado contra escuchas. Nadie podrá oírnos aquí dentro.

—Bien, en ese caso confío en su discreción. Lo que voy a pedirle es confidencial y sólo usted debe saberlo.

—Guardaré el secreto, se lo prometo.

El Lum le entregó una tarjeta.

—Deberá transferir medio millón de creds a esta cuenta, de modo que se pierda el rastro del ordenante.

—Medio millón es una cantidad importante, embajador. ¿Para qué…?

—Ninguna pregunta más, será mejor para usted.

El hombre se guardó la tarjeta en la cartera. Medio millón era calderilla, comparado con lo que conseguirían si cerraba un acuerdo comercial con los Lum para adquirir generadores de efecto túnel.

—De acuerdo. ¿Cuándo quiere que haga la transferencia?

—Hoy.

—Un poco precipitado.

—¿Puede hacerlo o no?

—Claro que sí, embajador, estamos a su disposición. Pero tendré que rendir cuentas al consejo de administración y…

—Es usted una persona de recursos, Brusi. Prepare la historia que más le convenga.

—Lo haré —Brusi se aclaró la garganta con un sorbo de agua—. Aun así, debería considerar mi oferta inicial, embajador. Disponemos en Econ III de una factoría muy completa, que pondríamos a su servicio. Sólo tiene que enviarnos unos cuantos técnicos que nos expliquen el proceso de construcción del núcleo de los GET.

—Entiendo que su compañía está ansiosa por disponer de un número ilimitado de generadores, pero usted no comprende las implicaciones físicas de esa tecnología.

—Es cierto, no las comprendo —reconoció el banquero—. Pero ¿acaso lo necesito? Tampoco entiendo el funcionamiento del televisor de cerámica o la transmisión de lazo cuántico, y sin embargo los utilizo todos los días.

—Piense en el espaciotiempo como un continuo con propiedades holísticas —incluso tratando de ser didáctico, las palabras de Jajhreen eran oscuras—. Una pequeña parte puede encerrar la información del todo, cada punto mantiene una íntima urdimbre con el resto: no puede mover un electrón sin que el universo lo note.

—Se me escapa su curso de razonamiento, embajador.

—Lo que quiero que entienda es que construir el núcleo de un GET es una labor que requiere saber qué se está haciendo. Navegar por el cosmos es más complicado de lo que usted cree.

—¿Teme que podríamos destruir el espacio si lo usamos de modo inadecuado?

—Se lo expondré de otra forma. ¿Cómo cree que empezó todo?

—¿Todo? ¿Se refiere a… a todo lo que existe?

Jajhreen asintió pesadamente.

—Bueno, a partir de una gran explosión, el big bang, ¿no? —vaciló Brusi—. El universo surgió de una explosión en el inicio de los tiempos, o eso me enseñaron en la escuela.

—Suponiendo que fuese así, ¿de dónde surgió el big bang?

—No lo sé. De la nada, supongo.

—Medite sobre ello, quizás lo comprenda algún día —Jajhreen se levantó—. Ha sido un almuerzo excelente. Espero que me mantenga informado acerca de nuestro pequeño trato.

Brusi lo acompañó a la puerta. Mientras veía alejarse al Lum por el corredor, sintió un hormigueo en las piernas, una sensación rara y molesta. Estaba empapado de sudor.

Cerró el camarote e introdujo la tarjeta en la terminal. Tenía que averiguar quién se iba a beneficiar del medio millón de creds que el Lum le había pedido transferir.

* * *

El último vehículo de la caravana, a excepción del que transportaba el equipo de comunicaciones, entró en el túnel excavado en roca. Mientras permaneciesen en el interior, Rania y los suyos estarían a salvo de hipotéticos bombardeos sorpresa de la Unión. El túnel desembocaba cincuenta metros más abajo en una enorme gruta, desde la que se coordinarían las acciones de Tierra Viva.

Al pie de la montaña, Herb, Nela y dos técnicos de transmisiones se habían quedado montando las antenas y disponiendo las redes de camuflaje alrededor del camión. Herb no se había ofrecido voluntario gratuitamente. Necesitaba contactar con su enlace y Rania no debía enterarse. La ejecución del plan había sido asumida directamente por su comando, a espaldas de los órganos directivos. No había tiempo para consultar; entre convocatorias y debates dejarían escapar la ocasión, se perderían en discusiones inútiles y al final no decidirían nada. Herb ya conocía los procedimientos de la organización, se asemejaban cada vez más a una burocracia, y las burocracias perdían las guerras. Por eso se había tomado la libertad de decidir por ellos. Algún día se lo agradecerían. Pensamiento creativo. La creatividad ganaba batallas. Las votaciones sólo servían para perder el tiempo.

Esta guerra iban a ganarla en un tiempo récord. Herb tenía la llave e iba a usarla. No permitiría que Rania, Krim o cualquier otro pusilánime del comité lo echase todo a perder.

La Unión capitularía antes de una semana si la operación culminaba con éxito. Entró al compartimiento de carga y conectó el equipo de larga distancia. No debió esperar mucho para recibir la señal de que su interlocutor estaba en línea.

—Te recibo, Geral —dijo Herb—. Dame buenas noticias.

—El cachorro está listo para ser recogido. Pero yo no me precipitaría.

—No te entiendo. ¿A qué viene eso ahora? ¿Vas a echarte atrás?

Hubo un prolongado silencio al otro lado de la línea.

—Mira, Herb, ya sé que te prometí apoyarte hasta el final, pero ¿no crees que estás yendo demasiado lejos?

—Recogeré el cachorro sin ti. No te necesito para nada.

—No puedes ir solo. Necesitas un copiloto.

—Buscaré a alguien.

—Deberíamos informar al comité. Todavía estamos a tiempo y…

—Cállate.

—Como quieras. Yo ya he cumplido mi parte del trabajo. Ahora te toca a ti.

—Mantén la boca cerrada, Geral, sólo te pido eso.

—La mantendré —otra pausa—. ¿Quién va a acompañarte? Tendrás que embaucar a una persona más, y no te lo aconsejo.

—Hablaré con Nela. Tiene alguna experiencia en acciones de comando.

—Es una novata, no vayas con ella. Si esperas unos días quizás convenza a alguien.

—Debe hacerse ahora o no hacerse.

—Te estás precipitando, tú solo no puedes hacer la revolución. ¿Cuándo comprenderás eso?

—Nunca subestimes la capacidad del individuo de cambiar el mundo.

—¿Quién te crees que eres, Gandhi? ¿Por qué no me escuchas de una vez? Esto es de locos; mira, te diré lo que haremos…

—Gracias por tu ayuda. Adiós.

Herb cortó la comunicación. Estaba rodeado de ineptos y cobardes. A la hora de la verdad, hasta Geral daba marcha atrás y trataba de escurrirse. Tal vez merecieran que no hiciese nada, no tenía por qué arriesgarse por ellos. Podría cruzarse de brazos y dejar que la Unión los fuese capturando uno a uno. ¿Es eso lo que querían? Estúpidos.

Saltó del camión y llamó a Nela. La mujer no puso ninguna objeción a acompañarle, pero por si acaso, Herb le ocultó el verdadero propósito de la misión.

No cometería más fallos.

III

Nuevas órdenes llegaron al centro donde Paws estaba detenido. El alto mando de la Unión preparaba una operación militar a gran escala contra las colonias separatistas de la Coalición, y todos los funcionarios del gobierno estaban en situación de disponibles por si se les precisaba para tareas de apoyo. El cuartel general había enviado la flota hacia Marte, pero la Coalición, adelantándose a este movimiento, había procedido a minar puntos estratégicos del espacio con bombas robot que detectaban el calor de las toberas. Varias naves de la Unión fueron dañadas por este procedimiento y había un número considerable de heridos. El mando de la flota cursó instrucciones para que un contingente de personal sanitario se trasladase inmediatamente en lanzaderas a la órbita, para su transbordo a las naves afectadas.

Olaya recibió aquella mañana su orden de movilización, y ya se estaba preparando para subir al transporte que le conduciría al espaciopuerto. Si Olaya se iba, Paws estaba perdido; en cuanto enviasen a otro médico y tratasen de aplicarle el neuroescáner, detectarían que no se le había implantado ningún chip en el lóbulo frontal.

Por suerte o por desgracia —tardaría poco en salir de dudas—, Paws no se quedaría en Marte. Sería conducido al crucero Némesis y allí quedaría bajo custodia. El alto mando tenía planes para él.

Descartó que se tratase de un traslado rutinario de presos cuando comprobó que era el único detenido que subía al transporte blindado. El resto de prisioneros se quedaron encerrados en el centro policial. Paws recelaba de que ese trato especial fuera a favorecerle a la larga, pero de momento seguía vivo.

Llegaron al espaciopuerto hora y media después en mitad de una tormenta de arena. Su casco se cubrió de una capa rojiza, y como sus manos estaban esposadas no podía limpiarse el polvo. Caminó casi a ciegas, guiado por los zarandeos de los dos policías que le custodiaban, hasta que se detuvo frente a una escalerilla. Otro empujón, y subió hasta la lanzadera. Olaya ya se encontraba en el interior, y ordenó a los policías que le quitasen las esposas y el casco. A bordo subieron seis personas más, todas personal sanitario. Paws observó por la ventanilla cómo descargaban del blindado suministros y material médico, que era rápidamente trasladado a la bodega de la lanzadera.

La escotilla se cerró pesadamente y los motores iniciaron la fase de calentamiento con un ronroneo poco acogedor. Ninguno de los rostros de los pasajeros era alegre. Las naves de la Unión no eran seguras, podían ser atacadas por un comando de la Coalición en cualquier momento, y aunque llegasen a su objetivo eso no mejoraría las cosas. El crucero Némesis era la nave insignia de la flota. Sería como llevar una diana dibujada en la frente.

A dos minutos para el despegue, un fallo en los tanques de refrigerante obligó a retrasar la partida. Un grupo de técnicos provistos con equipos de soldadura acudió a toda prisa y realizó in situ las reparaciones para desaliento de los pasajeros, que se habían hecho ilusiones de que la avería obligaría a cancelar el vuelo.

El gobierno llevaba meses en bancarrota técnica, y los suministros llegaban a las colonias mal y tarde, si es que no se perdían por el camino e iban a parar a sanguijuelas como Tillon, que los revendían por cinco veces su valor. La Unión se había embarcado en una aventura de expansión que sus arcas no podían sostener, y Paws no se sorprendería de que los problemas en el Némesis se debieran a fallos técnicos y no a un ataque de la Coalición. En las condiciones que salían al espacio era milagroso que las naves de la Unión llegasen a su destino.

Los soldadores parchearon en diez minutos el tanque, un tiempo insuficiente para ofrecer una mínima garantía de seguridad. El piloto protestó, pero únicamente se le concedió una breve prueba de estanqueidad, sin permitirle revisar manualmente el resto de los sistemas de a bordo, ya que se suponía que el ordenador lo había hecho por él. Como no se produjeron nuevas fugas de refrigerante, la torre de control le ordenó despegar.

Paws cruzó los dedos. La lanzadera se elevó en condiciones de visibilidad nulas, con un pasaje aterrorizado que habría renunciado gustosamente a un año de paga por no estar allí. El único que no parecía nervioso y que incluso disfrutaba del vuelo era Olaya. El médico contemplaba la vista del desierto marciano desde la ventanilla, ajeno a los crujidos del fuselaje que amenazaban con partir la lanzadera en dos, y por el rabillo del ojo observó cómo sacaba disimuladamente un botellín de su chaqueta y le echaba un trago cuando creía que nadie le miraba.

Paws calculó sus posibilidades. Entre los pasajeros no había ningún policía, sólo personal sanitario, y él había sido liberado de sus esposas. Podría intentar secuestrar la lanzadera, pero ¿adónde ir? En cuanto se quedasen sin combustible tendrían que descender a la superficie y le detendrían. Si estuvieran en la Tierra habría sido distinto, pero en Marte había pocos sitios donde esconderse, y la mayoría de las ciudades ya habían sido tomadas por el ejército y la policía. Paws no tendría ninguna oportunidad. Debería pensar en otra cosa.

Reflexionó sobre el motivo de su viaje al crucero Némesis. ¿Qué había descubierto Gnosis para ordenar su traslado al buque insignia de la Unión? Tal vez habían desistido de su propósito de utilizar el neuroescáner, y el chip Eyex que le debería haber insertado Olaya sólo fuese una medida de seguridad por si se le ocurría escapar. Antes de que Alessandro llegase al poder, la práctica de insertar chips en el cerebro era usual para controlar a la población ex reclusa en libertad condicional. Cuando hace dos años tomó posesión el nuevo presidente, una de sus primeras medidas fue prohibir esta técnica por atentar contra la dignidad humana; pero aún así, en algunas cárceles privadas se seguía utilizando. Cefaleas, migrañas, parálisis selectivas de miembros, pérdida del habla, embolia e incluso la muerte; quien llevase en los sesos un chip se convertía en esclavo a perpetuidad. Una simple orden radiada por microondas a miles de kilómetros de distancia, y la víctima caería fulminada. Tan fácil y rápido como una llamada telefónica.

Paws no entendía cómo se había llegado a la situación actual. ¿Estaba el presidente informado de lo que ocurría en Marte? Y si lo estaba ¿podía hacer algo al respecto?

Tenía serias dudas de quién controlaba realmente la situación, si los militares o Alessandro.