DÍA 3

I

Naruse acercó el ojo al lector de seguridad y pronunció en voz alta su nombre completo. La puerta del sótano le dio la bienvenida y se cerró a sus espaldas con un ruido pesado y opaco. Habían construido aquel sótano a prueba de bombas, alejado cien metros de la base, previendo que la crisis con la Coalición derivase en una guerra abierta contra el gobierno de la Tierra. Sus previsiones habían sido acertadas.

Las noticias recibidas por intervisión no podían ser peores. Naves extrañas brotaban de la nada sembrando el caos y la confusión por todo el sistema solar, dejando a su paso un rastro de destrucción en los puestos avanzados de defensa. Los astilleros de la Luna habían sido atacados y el presidente Alessandro acababa de firmar un decreto llamando a filas a los reservistas. El Congreso, en sesión extraordinaria, se reuniría aquel mismo día para aprobar una partida adicional de cien mil millones de creds destinada al presupuesto de defensa, tomando al mismo tiempo medidas compensatorias que recortarían drásticamente los gastos en otros departamentos gubernamentales.

Y en mitad de aquella vorágine, Naruse y su equipo tenían entre manos el mayor descubrimiento arqueológico de la historia.

Se volvió hacia el cono de metal. Tenía dos metros de altura y ochenta centímetros de diámetro de base. No presentaba ninguna irregularidad en su superficie, ni respondía a señales de comunicación. Aunque habían probado con los mejores taladros y láseres, tampoco habían conseguido romper un trozo para analizarlo o ver si era hueco o macizo.

Encontraron el cono hace un mes, enterrado a veinte metros de profundidad. Junto al artefacto hallaron dos cuerpos humanos bastante bien conservados, vestidos con trajes de presión. Al principio creyeron que se trataba de una expedición perdida que se estrelló en Fosas Medusa en los inicios de la colonización. Y en cierto modo lo era, pero el análisis del ordenador de uno de los trajes reveló datos inquietantes.

Los astronautas habían llegado a Marte en 1998.

Naruse sabía que la tecnología espacial no estaba desarrollada en aquella época lo suficiente como para fletar una misión tripulada al planeta rojo. A lo más que se llegó a finales del siglo XX fue al envío de unas cuantas sondas automáticas, y algunas se estrellaron o perdieron en el camino debido a fallos de equipo o a la simple y llana ineptitud.

Existía la posibilidad de que los registros del ordenador se hubieran corrompido. Se comprobó el del segundo traje, cuya información coincidía con el primero. Ambos llevaban una grabación del presidente Douglas Cantwell, de los Estados Unidos de América, presunto artífice del primer viaje a Marte.

Los libros de historia desmentían aquellos registros. Jamás había existido un presidente americano con ese nombre, y la llegada de la humanidad a Marte sólo acontecería décadas después, fruto de un proyecto multinacional. O los astronautas atrapados en Marte tenían un extraño sentido del humor y alteraron sus ordenadores para sumir en la confusión a los investigadores del futuro, o los registros decían la verdad.

Una verdad opuesta a la historia conocida y dada por sentada. Las implicaciones de aquel descubrimiento eran enormes, y si caía en malas manos podría ser utilizada para causar a Alessandro más problemas de los que ya tenía, acusando a la Unión interestelar de enmendar a su conveniencia los libros de historia, borrando ciertos hechos o personajes molestos de las bibliotecas digitales y añadiendo otros políticamente correctos. La tentación de reescribir la historia era un bombón apetecible para cualquier gobierno, una golosina que los políticos habían probado más de una vez. La oposición a Alessandro estaría encantada de divulgar una trama conspiratoria que muchos votantes creerían a pies juntillas, ávidos de este tipo de escándalos.

Naruse y su equipo habían optado por la discreción, y no comunicarían a la Unión sus hallazgos hasta que no estuvieran plenamente seguros de lo que habían descubierto. Para que ningún factor imprevisto interfiriese en su trabajo, una nave en órbita sincrónica financiada por un consorcio nipón, la Honshu, vigilaba permanentemente para que ningún indeseable se acercase a la base, y cumplía su cometido tan bien que incluso la cápsula de Necker estuvo a punto de ser destruida; lo que finalmente se evitó para no atraer represalias del ejército.

Aunque fuese una explicación perfectamente lógica, nadie creía en la base que la presencia de seres humanos en Marte a finales del siglo XX hubiese sido censurada por el gobierno. Si aquello se trataba de una falsificación, era un trabajo increíblemente costoso y sin motivo aparente.

Una vez descartado todo lo posible, lo que queda, por imposible que parezca, debe ser la verdad. Naruse había estudiado y rechazado todas las explicaciones lógicas del descubrimiento. Sólo quedaba una, demasiado extraña para ser aceptada siquiera como hipótesis de trabajo a menos que no quedase otro remedio.

Tocó el cono con la palma de la mano. Sintió un poco de calor, no mucho. Algo se activaba en su interior.

Al lado habían dispuesto una consola de sensores que monitorizaba constantemente al artefacto. Las pantallas constataban una subida de dos grados en la superficie y un débil flujo de neutrinos.

Naruse tuvo un presentimiento. Llamó por su intercom a Kenji.

—¿Qué tal se está portando el topo esta mañana? —preguntó.

—Vuelve a funcionar, que no es poco —respondió Kenji—. ¿Dónde estás? Tu señal me llega muy débil.

—Detecto actividad en el cono. Creo que podría estar relacionado con vuestro trabajo.

—Sólo nos quedan quince metros para llegar a nuestro objetivo, pero al paso que vamos nos llevará horas. La tierra de este último tramo parece cristalizada. ¿Qué clase de actividad has detectado?

—Desprendimiento de calor y emisión de neutrinos.

—Sal de ahí ahora mismo, Naruse.

—Es la primera vez desde que lo desenterramos que esta cosa empieza a despertar. No puedo irme ahora.

—También desenterramos dos cadáveres. Lárgate y sella la cámara ahora. Los sensores nos transmitirán a la sala de control la información que necesitemos.

Naruse contempló el artefacto. Su instinto de supervivencia venció a su curiosidad y salió de la cámara, cerrando la doble compuerta de seguridad.

Una sensación de angustia le invadió mientras recorría el pasillo subterráneo de vuelta a la base. El aire parecía tener una consistencia acuosa. Los oídos le zumbaban. Conservó el equilibrio apoyándose contra las paredes de la galería, esforzándose en seguir caminando. Le costaba respirar. Debía llamar a la Honshu e informarles de lo sucedido.

Necker, que deambulaba por la base como de costumbre, lo vio salir por la puerta que conducía a la galería, y como no podía ser de otro modo se acercó a curiosear.

—¿Se encuentra bien?

Naruse avanzó dos pasos. Su sentido del equilibrio no estaba totalmente recobrado y sus piernas no coordinaban sus pasos. Necker le sujetó antes de que cayera.

—Déjeme, puedo… —bufó algo en japonés—. Me encuentro bien.

—Salta a la vista, Naruse. Vamos, venga y deje de gruñir.

Necker lo llevó a la cantina y preguntó dónde estaba el doctor Kenji.

—No se halla en la base. Partió con el equipo de excavación esta mañana y no regresará hasta mediodía.

—Lo llamaré por su comunicador. Sólo tiene que decirme qué clave debo marcar.

—Le repito que no me pasa nada. No voy a hacerle venir por un mareo.

—Quizás haya sido un desmayo. Le vendrá bien comer algo. Espere, quédese aquí sentado, veré que encuentro.

La angustia se desvanecía muy lentamente. Naruse prefirió quedarse quieto y recuperarse del todo, aunque tuviese que soportar una nueva andanada de preguntas.

Necker regresó con café y bollos de la máquina expendedora, dispuesto a aprovechar aquel signo de debilidad para mantener una larga charla.

—Esta mañana llegó un mensaje para usted —dijo Naruse—, pero he estado tan ocupado que lo había olvidado. Una nave se encuentra en ruta hacia Marte y enviarán a alguien a recogerle.

—Recibí el mensaje en mi comunicador personal, pero gracias de todos modos.

—Entonces la red de satélites del ejército vuelve a funcionar.

—Parcialmente —Necker tomó un sorbo y le añadió dos terrones de azúcar—. La situación se ha complicado en los últimos días. Supongo que se mantiene al tanto de las noticias.

—Algo he oído.

—La Armada ha recibido instrucciones de proteger a las colonias de atentados terroristas. Tenemos motivos para pensar que en Marte se oculta gran parte de la infraestructura de la Coalición, y el despliegue de las primeras tropas de infantería y blindados ya está en marcha.

Naruse intuyó el peligro que escondían aquellas palabras.

—Posiblemente se destine un destacamento con fuego antiaéreo para proteger este asentamiento —añadió Necker.

—Sabemos cuidarnos de nosotros mismos.

—En la actual situación no.

—Japón es el estado federado que contribuye más generosamente a las arcas de la Unión. Somos una base científica autosuficiente que desea permanecer al margen de su parafernalia bélica. Creo que nuestra aportación al presupuesto nos confiere cierta autonomía, según recoge el acta de adhesión a la federación de fecha…

—Conozco la legislación mejor que usted. Y también el acta de poderes de guerra que autoriza al presidente Alessandro a militarizar a la población civil.

—No me consta que el presidente haya firmado un decreto en ese sentido.

—Todavía no, pero es la autoridad militar quien decide a qué lugar debe mandar sus tropas. ¿Estoy siendo lo bastante claro?

—Sí.

—En este momento yo soy la máxima autoridad aquí, y sólo a mí me compete decidir si las tropas son necesarias y durante cuánto tiempo.

—Con los debidos respetos, general, no es ése el tono que esperaba de un huésped al que hemos salvado la vida.

—Quizás no me he explicado bien. Sólo de usted depende que esta base quede clasificada de interés militar. Nuestros efectivos son escasos y hay un centenar de asentamientos en Marte que necesitan protección.

—¿Y qué quiere que haga?

—Colaborar. Disponen de galerías subterráneas, le vi bajar esta mañana y también le he visto salir. ¿Qué esconden ahí abajo?

—De qué serviría que se lo dijera; de todos modos no me creería.

—Inténtelo al menos.

Naruse se mordió el labio inferior. Su paciencia oriental se estaba agotando.

—Fósiles. Únicamente nos dedicamos a eso, se lo he repetido una y otra vez desde que llegó. ¿Por qué se empeña en ver fantasmas donde no los hay?

—Y excavan con un taladro industrial. ¿No desintegraría eso sus valiosos fósiles?

—Estamos efectuando una cata del terreno. General, creo que ya le expliqué lo que son los estratos en geología. No sólo nos interesa localizar restos de seres vivos, también conocer las condiciones geodinámicas que imperaron en el pasado de este planeta, y por qué la vida se extinguió. Si no excavamos lo bastante hondo, nunca conoceremos las respuestas. Tengo en el laboratorio docenas de muestras del terreno, que nuestros geólogos están analizando. Ayer nos encontramos con material radiactivo que hemos aislado en la cámara subterránea —Naruse se envalentonó. Necker estaba dudando—. Pero si tanto insiste, puede bajar y ver con sus propios ojos lo que tenemos allí almacenado, bajo su responsabilidad.

Necker le miró desconfiadamente.

—Adelante, baje, ¿quiere hacerlo? No tenemos nada que ocultar.

El militar no aceptó el envite. Recordaba muy bien cómo había salido Naruse de la cámara y no le apetecía arriesgarse.

—Acepto su palabra —dijo—. No interferiré en su trabajo.

Naruse se levantó. Las piernas volvían a responderle de nuevo.

—¿Y los blindados? ¿Van a enviarnos un destacamento para vigilarnos?

Necker se encogió de hombros.

—Si efectivamente saben cuidar de sí mismos, no necesitan nuestra protección.

—Me alegra oír eso.

—No lo creo. Algún día lo lamentará, y puede que ese día esté más cerca de lo que usted supone.

II

El embajador Jajhreen y Tanos Brusi acudieron al puente de mando del Independencia a requerimiento de su comandante. La flota de la Coalición, congregada en torno al planeta Gea, llevaba semanas esperando pacientemente entrar en acción. Las informaciones llegadas desde la Tierra en las últimas horas indicaban que ese momento había llegado.

—¿Qué tal su entrevista con Rania, embajador? —le saludó el comandante Erengish.

—Tengo la impresión de que desconfía de todos nosotros —manifestó el Lum, inclinándose sobre el visor táctico desplegado frente al sillón del comandante. Su rápida vista contó más de treinta puntos luminosos, distribuidos en formación de punta de flecha, con el crucero insignia ocupando el vértice—. Eso también le incluye a usted, Brusi.

El ejecutivo de Transbank ladeó la cabeza.

—Lo sé —dijo éste—. Y me temo que la asociación de Tierra Viva con la Coalición no va a durar mucho. Son un grupo inestable con disensiones internas que va a acabar explotando.

—No le entiendo —dijo el comandante, aunque en el fondo sabía perfectamente adónde quería ir Brusi a parar.

—Sus posturas se están radicalizando. Si pretendemos liderar el futuro gobierno de los mundos que decidan separarse de la Unión, conceder poder a Tierra Viva en Gea lastrará el desarrollo industrial de la Coalición.

—Las posturas de Tierra Viva antes y ahora no han variado, señor Brusi. Nos exigieron como condición previa que Gea fuese declarada biosfera protegida y patrimonio de la humanidad. Entiendo esa filosofía, no comparto sus métodos, pero como militar reconozco que nos están siendo útiles para presionar a la Unión.

—¿La entiende, o también la comparte? Comandante, la Tierra soporta la mayor superpoblación de la historia. La gente se muere de hambre en las calles o de cáncer por la radiación ultravioleta. Mantener Gea envuelto en celofán no sólo es un desperdicio, también es un crimen contra la propia humanidad que sus aliados abanderan.

El embajador Jajhreen terció en la discusión:

—Me parece un debate muy estimulante, pero el comandante nos ha hecho llamar por un motivo más perentorio.

—Así es —Erengish señaló el visor táctico—. Quería mostrar al embajador nuestros planes inmediatos.

—¿Van a atacar la Tierra? —Jajhreen realizó un extraño gesto imitando el alzamiento de una ceja inexistente.

—No. Nuestras naves son más rápidas gracias a los generadores de efecto túnel, pero todavía no disponemos de capacidad ofensiva suficiente para enfrentarnos con la Armada de la Unión cara a cara.

—Está bien, comandante; dispone de toda mi atención.

Erengish pulsó un botón de su consola. La formación en cuña fue reemplazada por la imagen tridimensional de un aparato que recordaba un proyectil de artillería pesada.

—¿Qué es eso? —inquirió Brusi—. ¿Algún nuevo tipo de misil?

—Básicamente sí. La Unión ha desarrollado esta nueva arma en el más absoluto secreto. Se le conoce como Ariete, acrónimo que significa arma de respuesta inmediata en tácticas espaciales. Un misil Ariete lanzado desde la Tierra puede alcanzar Gea o Nuxlum en una semana. Una inteligencia artificial autónoma comanda cada misil, ya que ningún organismo vivo resistiría la aceleración necesaria para alcanzar la velocidad Lisarz.

—Sugiere entonces que la Tierra ha decidido atacar en los próximos días —dijo Jajhreen.

—No, embajador. Desgraciadamente, el ataque ya está en camino. Una docena de Arietes fue lanzada hace seis días desde una base en la Luna. Uno de nuestros infiltrados en el cuartel general de la Unión nos acaba de alertar de la operación. He reunido a todas las naves disponibles dotadas de generador de efecto túnel para organizar un frente defensivo que intercepte y destruya los misiles.

—¿Y ese informador conoce el blanco elegido?

Erengish apagó la pantalla y miró al alienígena gravemente.

—Se dirigen directamente hacia Nuxlum.

—Es lo que me temía —reconoció el embajador, la cabeza ligeramente oscilante—. Esperaba que nuestra alianza permaneciese oculta para la Tierra unos meses más.

—Pese a su bancarrota técnica, la Unión aún controla a Gnosis, una poderosa red informática de espionaje que analiza las veinticuatro horas del día todas las comunicaciones de sus ciudadanos. En los años que serví para el ejército de la Unión tuve ocasión de comprobar lo tremendamente útil que es. Gnosis acabaría descubriendo nuestra alianza tarde o temprano, embajador, y me temo que ha sido temprano.

Erengish recibió una llamada por el implante auricular. Los capitanes del resto de naves de la flota esperaban órdenes para activar los generadores de efecto túnel, el gran regalo de los Lum que conseguiría catapultarles instantáneamente a su destino. Nadie, excepto los propios Lum, conocía su funcionamiento. Los humanos apenas sabían unas cuantas vaguedades de la física teórica que posibilitaba el viaje interestelar en tiempo cero. Tampoco necesitaban conocer más a juicio de los Lum, quienes se encargaban directamente de construir el núcleo de los generadores para luego entregarlos a los ingenieros de la Coalición, que ensamblaban la estructura secundaria.

—La operación entraña peligro —advirtió Erengish—. Nunca hemos visto en combate a uno de esos Arietes, y considerando que han enviado a Nuxlum una docena, nuestra flota podría verse en apuros para interceptarlos. Pueden marcharse ahora en una lanzadera y esperar en Gea nuestro regreso, o quedarse a bordo del Independencia. Ustedes deciden.

—Será un honor poder seguir las operaciones a su lado, comandante —dijo ceremoniosamente el embajador—. Si mi mundo va a ser atacado, mi lugar está allí, no en Gea.

Brusi se frotó la nariz, nervioso. Su mirada recorrió alternativamente a Jajhreen y al comandante. Si subía a la lanzadera, pensarían que era un cobarde y eso afectaría a las negociaciones que Transbank le había encargado entablar con los Lum a espaldas de la Coalición.

—Comandante, puede proceder —dijo—. Acabe cuanto antes con esos misiles y así podremos volver a nuestro trabajo.

Erengish giró su sillón hacia el visor táctico y abrió el canal de comunicaciones.

—Todo el personal a sus puestos. Activación del túnel cuántico a las 15.44.00.

* * *

Los movimientos de la flota en la órbita de Gea no pasaron desapercibidos para Rania, que así confirmaba sus informes acerca de una ofensiva relámpago de la Unión.

Se preguntó si esa ofensiva estaba relacionada con la preocupación que el embajador Lum le transmitió el día anterior en su visita a la base. Rania había analizado las grabaciones y, aunque Jajhreen era un alienígena que no mostraba signos externos de emoción o duda, el ordenador de Rania detectó algunos cambios durante la visita al yacimiento: una variación apenas perceptible en su voz y la disminución de una décima de grado en su temperatura corporal.

No había que ser una experta en exobiología para deducir que el Lum, pese a sus esfuerzos por aparentar lo contrario, no poseía un control tan férreo sobre su organismo para enmascarar por completo sus emociones. El yacimiento había acaparado su atención y Rania sospechaba que ése había sido el motivo real de su visita.

La excavación había descubierto restos de una civilización extinguida hace millones de años. Nada se sabía de ella, ni siquiera si era originaria del planeta. Jajhreen tampoco había aclarado gran cosa.

Sus esfuerzos por profundizar en el conocimiento de los Lum se habían encontrado con un muro de cemento. Buceando en los diarios de sesiones del Congreso de la Unión, Rania había encontrado una proposición, fechada el 3 de enero de 2299, de varios diputados de la oposición solicitando una comisión para investigar el soborno a políticos y funcionarios en la adjudicación de obras en colonias fuera del sistema solar. Un defecto de presurización en una cúpula de Sirio III, que produjo la muerte de veinte personas, fue el primero de ocho casos de presunta negligencia con muertos por medio que la comisión solicitó investigar. Uno de esos expedientes afectaba a la colonia minera de Nuxlum, en la que la oposición sospechaba que habían muerto todos sus habitantes. El gobierno se negó a informar al Congreso acerca de Nuxlum, alegando que era de interés militar, algo difícilmente asumible si se suponía que la principal actividad de la colonia era la extracción de gas branio.

La investigación acabó ahí. Aunque la oposición ganaría las elecciones un año después, y el presidente Alessandro basó su campaña en la transparencia y la lucha contra la corrupción, la comisión no volvió a reanudar su trabajo. Nuxlum quedó cubierto por el polvo del olvido.

Intencionadamente.

Muertos escondidos bajo la alfombra y asunto concluido. El escándalo de las comisiones a constructoras privadas había sido utilizado hábilmente por la oposición para conseguir votos; aunque una vez en el gobierno procedieron de la misma forma bochornosa que sus antecesores. Y se rasgaban las vestiduras porque la mayoría de las colonias deseaban separarse de la Unión.

Su atención regresó al informe sobre la flota de Erengish en órbita de Gea. Era extraño que el comandante no le hubiese notificado previamente los preparativos. Rania decidió consultar a Krim y se dirigió a la tienda donde se hallaba el equipo de comunicaciones.

En el interior no encontró al técnico de turno, sino a Herb, al que sorprendió hablando por el módulo de lazo cuántico usado para transmisiones de larga distancia. Al percatarse de su presencia, Herb cortó abruptamente la conversación y se volvió, nervioso.

—Creí que te habías ido al yacimiento —dijo el joven, guardándose unas notas precipitadamente en la cartera.

—¿Con quién estabas hablando?

—Nada importante.

—Te recuerdo que ese equipo sólo puede utilizarlo personal autorizado. ¿Dónde está el técnico de guardia?

—Rania, no empieces otra vez.

—Contesta a mi pregunta.

—Vendrá enseguida. Tuve que hacer un par de llamadas a miembros de mi comando y no quería que estuviese presente, eso es todo.

—Los técnicos de transmisiones gozan de mi confianza —Rania dejó planear esas palabras lo suficiente para que incluso Herb las comprendiese.

—Es lamentable que el ascenso te haya agriado el carácter de esa manera —replicó él.

—Deberías aceptar los cambios de una vez. Sé que tu machismo te impide aceptar la evidencia: no estás capacitado para este cargo, Krim y todo el comité lo sabe. Por eso no te lo dieron, Herb.

—Llevo en la organización más tiempo que tú. A igualdad de méritos…

—Disfrutas matando.

El hombre no parecía ofendido. La observó brevemente y sonrió con cinismo.

—Así que soy un monstruo —frunció los labios—. Qué desagradable.

—Si todavía no lo eres, te falta muy poco.

—Te excita lo que soy —Herb se levantó, acercándose a ella—. Te excita cómo soy.

—Lárgate de aquí.

—Lo dices con la boca pequeña, Rania. En realidad quieres que me quede.

—Estás loco.

—No vas a librarte de mí tan fácilmente —Herb la cogió del hombro—. Vamos, sé que lo deseas tanto como yo.

—Quítame la mano de encima.

El hombre la aferró con ambos brazos como una tenaza, inmovilizándola. El aliento de Herb no desprendía olor a alcohol, sino un tibio aroma a dentífrico. Incluso estando sobrio era peligroso. Rania había cometido el error de su vida cuando creyó que de su relación con esa mole de músculos y hormonas podía surgir algo en claro.

El técnico de transmisiones asomó por la entrada y preguntó si ocurría algo. Herb la liberó.

—Me voy al yacimiento —murmuró el hombre—. Tengo trabajo.

Rania no sabía qué hacer. A pesar de su brutalidad, Herb servía eficazmente a la organización y se ofrecía voluntario en las operaciones más arriesgadas. No actuaba movido por ideales, sino por un oscuro odio hacia la Unión y la Tierra. Krim no vería de buen grado que Herb fuese trasladado a otro lugar, estando tan reciente el éxito del ataque a la estación Ares 2.

Debería solucionar sus fricciones sin ayuda externa. No podía denotar una sensación de conflictos internos o Herb acabaría venciendo en ese terreno.

—Abre un canal seguro con la central —indicó al técnico—. Asunto: despliegue de la flota de la CML en la órbita de Gea. Solicito información disponible.

III

—Lo confieso, trabajo para la Coalición y mis huellas dactilares son implantadas. Les contaré todo lo que sé y por qué me proporcionaron una nueva identidad.

El funcionario lo miró extrañado.

—Sólo he pasado por si quería hacer una llamada.

Paws se encogió en el gélido banco de metal.

—¿Renuncia a ese derecho?

—No tengo a nadie a quien llamar.

El funcionario sacudió la cabeza y salió de la celda. Minutos después entraron un par de policías, que procedieron a interrogarle. Paws lo contó todo.

El interrogatorio se prolongó durante dos horas. Los policías se mostraron amables y educados. Ni amenazas ni violencias. Paws estaba aterrado. Evidentemente verificarían su historia con el neuroescáner.

La tercera visita que recibió fue de un médico. A Paws se le hizo un nudo al ver la bata blanca, convencido de que venía a calibrarlo para pasarle después el escáner cerebral.

—Soy el doctor Olaya —se presentó el galeno, un cincuentón entrado en carnes de rostro rosáceo—. Acércate, por favor.

Olaya sacó un artefacto en forma de lente de su maletín, y lo colocó sobre la mesa.

—Mira a la luz y quédate quieto un momento. Procura no pestañear. Así, muy bien —Olaya comprobó la lectura del aparato en el ordenador portátil—. En efecto, tu retina está revascularizada.

—¿Qué va a hacerme?

—Ahora coloca el pulgar aquí. Así, ya está. Humm, el cirujano fue algo más burdo en el implante dactilar. Dejó visibles cicatrices de sutura.

—Si usa el neuroescáner podría matarme. Deberían considerar que les soy más útil vivo.

—Vamos a ver, Paws, porque ése es tu verdadero nombre, ¿no? Dime qué te hace pensar que planeamos algo contra ti. ¿Se te ha tratado mal? Tengo entendido que te rescataron de una muerte segura en mitad del desierto.

—Sí.

—Hemos cotejado tu historia con Gnosis. Las piezas encajan, pero…

—¿Qué?

—Eres un maldito cobarde, te has derrumbado a las primeras de cambio antes de que te pusieran un dedo encima. ¿Y tú trabajas para la Coalición? ¿Qué clase de gentuza contratan como informadores?

Paws lo miró sorprendido, temiendo que el médico fuese un infiltrado de la CML que pretendía matarle.

—Creí que lo más sensato era colaborar. La policía iba a averiguar la verdad.

—¿En serio? ¿Qué te hace suponer que hay un neuroescáner en cada centro de detención de Marte? Hasta ahora sólo se te culpaba de robar un monoplaza. Gracias a tu inestimable sagacidad, te acabas de inculpar del asesinato de dos militares en Nuxlum. Los policías que te interrogaron pensaban que estabas chalado, pero comprobaron la historia y Gnosis verificó los detalles. Es imposible que supieras lo que ocurrió en Nuxlum a menos que hubieras estado allí.

—Pero la policía me estaba siguiendo el rastro. Creí que me buscaban por eso.

—Es posible —Olaya se rascó su sonrosada barbilla—. O quizás pensaban que pintabas algo en el organigrama de colaboradores de la CML. Tal vez alguno de tus compañeros te delató para desviar la atención mientras huían. Ahora nunca lo sabrás.

Paws enterró su rostro entre las manos.

—Menuda forma de pifiarla, chaval —Olaya se sacó un botellín de coñac de un bolsillo interior de la bata—. Vamos, toma un trago.

—Creí que eras médico.

—Y lo soy, lo juro. Vamos, bebe. Ayuda.

Paws bebió. Siguió bebiendo.

—Está bueno —dijo.

—El mejor. Cosecha de 2275, envejecido en barrica de roble.

—Gracias. Eres la primera alma caritativa que me encuentro en este planeta —Paws le tendió el botellín.

—Quédatelo, tengo de sobra. ¿Puedo hacer algo más por ti?

—Bueno, sí. Mi pierna ortopédica se llenó de arena en el desierto.

—Pero si llevabas un traje presurizado.

—Aun así, tiene arena por todas las juntas. Me duele cuando camino.

Olaya le echó un vistazo.

—¿Cómo la perdiste?

—Me quedé atrapado en una mina. Cuando iba a rescatar a un compañero —añadió. En realidad se había quedado atascado en una galería por quedarse dormido y no percatarse de que cedía un puntal, pero una mentira piadosa le vendría bien.

—Entonces no eres tan mal tipo como creía. Cuéntame por qué te mandaron a Nuxlum.

—Estaba sin trabajo y me apunté a la oficina de colonos de la Unión. Me dijeron que trabajaría en una explotación de gas.

—Y no había gas.

—Sí; en Nuxlum hay mucho branio, pero cuesta demasiado extraerlo. La Unión no nos mandó allí por ese motivo. Yo fui el único que sobrevivió. Tuve que matar a dos oficiales para robarles su nave.

—¿Cómo murieron tus compañeros?

—Uno fue asesinado, otro las palmó en un accidente. El resto no lo sé.

—Te agradecería que fueses más concreto.

—Tuvo que ser algún tipo de sobrecarga cerebral, pero no soy médico y tampoco puedo asegurarlo. Nelser podría explicártelo, era el matasanos de la base, pero murió. Yo era adicto a los alcaloides y sobreviví; quizás esa sustancia me protegió, o la cosa que nos mató quería que quedase alguien vivo y me eligió a mí.

—Te refieres a los Lum.

—No había Lum cuando nosotros llegamos. El médico de la colonia intentó incubar a tres en matrices artificiales, pero se lo impedimos. La Coalición llegó de todos modos a Nuxlum y creo que construyó más matrices. A mí ya no me informaron de nada, me tuvieron un tiempo oculto en Proción IV y luego me enviaron a Marte.

—Entonces, ¿cómo se comunicaban con vosotros?

—Descubrí gracias a un inductor de multirrealidad que hay algo oculto en el núcleo de Nuxlum que contiene millones de entes codificados. Su civilización se extinguió en el pasado y escondieron esa cosa en un lugar donde nadie pudiera encontrarla. No sé si pretendían comunicarse con nosotros y nos mataron en el intento, o sólo estaban sometiéndonos a algún experimento y les traía sin cuidado si moríamos o no.

Olaya se frotó la nariz, pensativo.

—Es extraño —dijo.

—Todo lo relacionado con Nuxlum lo es —asintió Paws, tomando otro trago—. La Unión sabía que íbamos a morir, y sin embargo nos envió a ese planeta. Encontramos tumbas en la cercanía de la base. El gobierno era consciente de que había peligro.

—Pero los emisarios que envió la Coalición sobrevivieron.

—Sí —Paws apuró el botellín—. Tal vez ya sepan lo que querían de nosotros y han comprendido que los humanos somos más útiles vivos.

Olaya recogió su maletín y se dirigió a la salida de la celda.

—No permitas que usen el neuroescáner conmigo —suplicó Paws.

—Mientras estés aquí, puedes estar tranquilo, muchacho. Pero Gnosis ya nos ha pedido un informe completo sobre tu detención para remitirlo al alto mando. Si caes en manos de los curanderos del ejército no podré hacer nada por ti.