8 de junio de 2302
—Deja de mirar por el ventanal y concéntrate en la reunión.
Necker simuló no oírle. Contemplar el ciclón tropical que se estaba formando sobre Valles Marineris era mucho más gratificante que atender a lo que se hablaba. Ninguno de los presentes sabía cómo abordar la situación, pero no querían reconocerlo. Estaban en un callejón sin salida.
—¿No me has escuchado?
Necker cabeceó, girándose perezosamente. Una descompensación en la rotación del módulo de la estación le obligó a sujetarse a la barandilla para no perder el equilibrio.
—No sé qué es exactamente lo que quiere de mí, almirante. Tengo trabajo que hacer ahí fuera.
—General, tu trabajo está en este momento aquí y ahora. Vuelve a la mesa y siéntate —el almirante Doal hizo una mueca de dolor. La pasta proteínica servida en la estación orbital Ares 2 no era muy recomendable para estómagos seniles. Él rondaba los setenta y había sobrevalorado su resistencia al tomar el rancho del cocinero en lugar de una dieta blanda acorde con su edad.
Necker abandonó el ventanal y ocupó su asiento a la derecha de Doal, murmurándole:
—Si le sirve de consuelo, mis tripas también están a punto de estallar.
—Es por culpa del maldito giro del módulo. Podrían parar el motor un rato, estaríamos más cómodos flotando en caída libre que con este mecanismo chapucero de falsa gravedad.
—Ares 1 continúa en reparaciones, almirante, y usted deseaba que la reunión se celebrara en la órbita de Marte para que ninguna nave tuviese que bajar a la superficie. Hasta que la Tierra no apruebe una ampliación del presupuesto, las obras en la estación no podrán finalizar.
—Lo sé —Doal suspiró y recorrió con la mirada a los reunidos, dos generales y un vicealmirante. Seguían discutiendo entre sí, perdidos en tácticas peregrinas y planes operativos—. Parece que estás muy tranquilo.
—Los nervios ocupan demasiado espacio en mi mochila. Me los dejé en la Tierra. Es más cómodo viajar sin ellos.
—Hablaba de ese engrudo negro que hemos comido. ¿No temes que te produzca una perforación en el estómago, o que lo regurgites en una sacudida inesperada de la estación? —Doal sonrió. No se había lavado los dientes y estaban hechos un asco.
—La Unión subestimó la capacidad de ataque de la CML y ahora ellos nos tienen contra las cuerdas. Va a ser una digestión muy pesada. Tengo mis dudas de que Alessandro quiera hacer algo al respecto.
Al oír el nombre del presidente de la Unión, el general Ferrara torció su corto y grueso cuello hacia ellos.
—¿Y qué sugiere que hagamos, Necker? ¡Ese político de mierda nos quiere atar de pies y manos! El descontento en la Tierra crece cada día que pasa; no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras la Coalición nos sigue acosando.
El silencio se formó alrededor de Ferrara cuando Doal clavó su mirada en él. Todos abandonaron sus discusiones militares, lo que probaba que estaban más atentos a las conversaciones ajenas de lo que aparentaban, esperando la reacción del almirante.
Reacción que no llegaba. Ferrara interpretó erróneamente el silencio de su jefe e intentó continuar sus críticas, pero Necker intervino a tiempo.
—Señores, creo que a ninguno se nos escapa que nos hallamos ante una evidente desventaja tecnológica con respecto a las fuerzas de la Coalición. Si fuera tan sencillo acabar con ellos, como Ferrara sugiere, estoy seguro de que nuestro presidente habría adoptado ya una decisión.
Necker pulsó el botón que activaba el holograma táctico. Conocía a los tipos como Ferrara, eran incapaces de pensar en tres dimensiones pese a que estuviesen destinados en la Armada.
Un modelo de una nave acelerando a velocidad Lisarz flotó en la mesa de reuniones. Se había formado una onda de energía en la proa de la nave, producida por la energía cinética del cuerpo en movimiento a velocidades cercanas a la luz.
—Nuestras naves se encuentran en inferioridad técnica con respecto a las que posee la Coalición de Mundos Libres —continuó Necker—. Cubrimos distancias estelares en años terrestres, aunque para la tripulación de a bordo, por efecto de la dilatación temporal sólo transcurran unos cuantos meses.
—Creo que todos los presentes sabemos en qué consiste la navegación interestelar —dijo Ferrara—. Puede ahorrarse sus holos, Necker.
Éste, lejos de apagar el proyector, activó un segundo modelo que mostraba un aparato la CML atacando un carguero de la Unión.
—Una de nuestras naves emplea seis meses de tiempo de a bordo en alcanzar la velocidad Lisarz y otros seis en desacelerar. Podríamos acortar este tiempo drásticamente, pero la tripulación quedaría reducida a pulpa por culpa de la aceleración. Sin embargo, las naves de la Coalición consiguen atravesar la corriente Lisarz de un modo instantáneo; aparecen, atacan a nuestros efectivos y desaparecen. Mientras no sepamos cómo lo hacen, seremos incapaces de diseñar una estrategia que tenga éxito.
—Qué sugiere que hagamos, Necker. ¿Nada? ¿Dejarles que sigan matando a nuestra gente? ¿Qué clase de plan es ese?
Un destello de luz acabó con el holograma. Necker resolvió que ni siquiera con modelos de colores podría hacer comprender el problema a Ferrara.
—Necesitamos tiempo para estudiar al enemigo —dijo—. He mantenido varias reuniones con enlaces de la CML y se han hecho tímidos avances. Propongámosles una tregua. Ponemos en libertad a unos cuantos prisioneros y les hacemos ver que queremos discutir sus propuestas. Podemos mantener las negociaciones empantanadas durante meses o años.
—La Coalición no es estúpida —gruñó Ferrara—. No querrán negociar.
—Ya lo están haciendo.
—Aunque tuvieran realmente voluntad de paz, dudo que sea una iniciativa legal. El Tribunal Supremo cursó hace meses orden de busca y captura contra la cúpula de la CML. No podemos negociar con criminales, y menos aún liberar a presos.
Hubo un murmullo de aprobación entre el resto de sus compañeros. Doal permanecía impasible, sin mostrar signo externo de aprobación.
—Fue el presidente en persona quien me confió la dirección de las conversaciones —replicó Necker.
—En cualquier caso —dijo Ferrara— las negociaciones no son tarea que nos concierna. Supongo que nuestro almirante no nos ha reunido aquí para debatir cuestiones políticas.
—No se trata de una negociación real, sólo de una apariencia. Necesitamos infiltrar algunos hombres en el aparato de la Coalición que nos pasen los datos que deseamos. Hasta ahora, la policía de la Unión se ha mostrado incapaz de darnos datos mínimamente sólidos, y todos nuestros agentes han sido descubiertos.
El almirante Doal, que había aplacado su acidez con una píldora tragada rápida y discretamente, abandonó su mayestático silencio para intervenir:
—Me consta que Brancazio, el jefe de la UPOL, está haciendo lo posible y lo imposible para intervenir las comunicaciones de la Coalición. El alto mando de la flota mantiene un estrecho contacto con su equipo y ya hemos hecho algunos progresos.
—Creía que el ejército tenía su propio sistema de información —replicó Necker.
—En la situación actual, toda ayuda que se nos pueda brindar es poca.
—No sé si estará al corriente de Brancazio y sus procedimientos. Es…
—Obtiene información útil y es lo que ahora más debe preocuparnos, Necker —hizo una pausa por si éste tenía algo que objetar, pero el general empezaba a sospechar por dónde discurrían los procesos mentales de su almirante—. Bien, los primeros contactos con la UPOL ya han dado sus frutos. Su red informática Gnosis ha analizado en los últimos meses el flujo de datos intersistema y las comunicaciones por lazo cuántico, y tiene firmes sospechas de que la Coalición posee en Gea su principal base operativa. Este planeta se encuentra a ciento veinte años luz de nuestro sistema solar y, como ha expuesto acertadamente Necker, no es factible un ataque con naves convencionales a su base.
Necker tomó nota mental de que el almirante había mencionado a Gnosis, admitiendo implícitamente que la policía de la Unión espiaba comunicaciones privadas de los ciudadanos. Sin embargo, revelar que también espiaban las comunicaciones de lazo cuántico, que mantenían a las colonias de la Unión en contacto permanente y que requerían carísimos equipos, era un salto audaz. Significaba que Gnosis podía reventar criptocódigos que ni los más avanzados ordenadores de la Armada descifrarían. Una tecnología muy sofisticada y peligrosa que en manos de un individuo como Brancazio causaría estragos.
Aunque tal como se expresaba el almirante, los procedimientos no parecían quitarle el sueño. Nadie preguntaría a Brancazio cómo había conseguido aquellos datos, era un detalle secundario para el fin que se pretendía. De hecho, cuanto menos supiese el almirantazgo de los métodos del jefe de la policía, mejor.
—No se puede razonar con la Coalición en torno a una mesa de negociaciones —dijo Ferrara, sintiéndose apoyado por las palabras de su superior—. Sólo entienden un lenguaje, así que hablémosles claramente.
—Quizás debería repetir por qué la flota no puede embarcarse en una operación de castigo contra las colonias —Necker aproximó el dedo al botón del holograma.
Ferrara miró al almirante. Necker dedujo de aquel gesto que había algo que Doal todavía no les había dicho, y que probablemente era el motivo de la reunión.
Sus sospechas se confirmaron cuando el almirante volvió a hacer uso de la palabra.
—El alto mando de la flota me ha autorizado a adoptar todos los medios a mi alcance para neutralizar a la Coalición y lanzar un claro mensaje a las colonias. El proyecto Ariete se encuentra entre esos medios. Ferrara ha participado activamente en él y podrá aclararnos los detalles técnicos que… —una violenta vibración sacudió la sala—. ¿Qué ha sido eso?
Las alarmas de la estación chillaban. Antes de que alguien pudiese contestar al almirante, una explosión en el casco produjo la rotura del ventanal blindado, desde el que Necker había contemplado poco antes la superficie marciana. La descompresión succionó al vicealmirante y a uno de los generales que se hallaban más próximos al ventanal y que no se agarraron a tiempo.
El módulo en que se hallaban había dejado de girar. Necker se elevó un par de metros sobre la mesa y alcanzó la barandilla de seguridad que rodeaba la sala, mientras el resto de sus compañeros lanzaba inútiles brazadas al aire, como peces que hubieran olvidado nadar. Una segunda brecha en el casco se abrió bajo la mesa, y todo lo que no había escapado ya hacia la cristalera lo hizo por la nueva grieta.
La esclusa de salida se estaba cerrando, siguiendo el procedimiento habitual para casos de descompresión. Necker atravesó la compuerta con dificultad y volvió la vista hacia atrás. Ferrara intentó seguirle y formar una cuerda humana que les ayudase a alcanzar la esclusa de salida, pero antes de que consiguiese asir la barandilla, una nueva sacudida lo lanzó contra el ventanal, golpeándose fatalmente en la cabeza.
No pudo ver nada más de sus compañeros. La esclusa se había cerrado y sólo podría abrirla desde el puente de la estación.
La falta de gravedad afectaba a todo el complejo orbital, pero Necker estaba habituado a moverse en caída libre y flotó con soltura por el corredor central hacia el siguiente habitáculo. A su espalda sintió una punzada de calor. De una tubería rota había surgido una bola de plasma hirviente que impactó contra un cuadro eléctrico. El pasillo quedó a oscuras, pero los continuos chisporroteos que brotaban de los cables proporcionaron a Necker la suficiente orientación para alcanzar la siguiente esclusa, que conducía al puente.
Tecleó su código en la cerradura. La compuerta no se abrió. Necker intentó hablar por el intercomunicador con los técnicos. La radio aparentemente funcionaba, pero lo que escuchó le hizo presagiar lo peor.
Había tres cápsulas de evacuación adosadas al eje de la estación. Se dirigió a la más cercana, aunque el mecanismo manual de apertura estaba atascado y se negó a girar. Una nueva explosión desgajó parte del corredor. La sala de reuniones se perdía definitivamente en el espacio, con todos los compañeros que no hubiesen sido succionados por la descompresión. Cables y trozos de metal se estrellaban contra las paredes como si fuese granizo. Necker cogió al vuelo una barra de hierro que amenazaba con impactar contra su sien y forzó el mecanismo de apertura de la cápsula. La escotilla cedió renuente.
Se arrojo al interior acolchado y buscó el panel de mandos. Las amarras magnéticas se soltaron al primer intento, y a través del ojo de buey pudo observar los últimos restos de la Ares 2 desintegrándose en el vacío. La consola no pudo establecer contacto con ningún otro bote de salvamento. Catorce muertos, entre tripulantes y mandos. Necker no podía creerlo.
El sistema de orientación de la cápsula sufrió una perturbación que le hizo dar un brusco giro. Necker imaginaba la causa de aquel desastre, pero ahora lo vio con sus propios ojos. Mientras trataba de corregir el rumbo, una burbuja de energía onduló el espacio como una pedrada arrojada a un estanque. Las naves de la Coalición producían una perturbación idéntica cuando huían. Necker nunca había tenido ocasión de verlas directamente en acción, atacaban esporádica e inesperadamente, normalmente a naves o instalaciones indefensas aprovechando el factor sorpresa, y acto seguido huían utilizando un mecanismo desconocido. El almirante Doal y sus consejeros habían subestimado la amenaza con que se enfrentaban. La Coalición era mucho más fuerte de lo que el gobierno reconocía en público, no se trataba de ninguna asociación de colonos levantiscos; atacaban impunemente, y lo hacían con una eficacia que, desde una visión estrictamente militar, Necker admiraba. Era difícil admitir que mundos separados por años luz de la Tierra y mal abastecidos contasen con la tecnología suficiente para humillar al ejército de la Unión, a menos que los mejores cerebros y un sector de la industria estuviesen trabajando para ellos. Las ramificaciones de la Coalición podían ser más profundas de lo que el ejército estaba dispuesto a admitir.
Finalmente estabilizó el rumbo hacia una trayectoria de descenso en la atmósfera de Marte. Los últimos cien años de intento de terraformación sólo habían sido capaces de elevar la presión y la temperatura en un veinte por ciento. La letal radiación ultravioleta era detenida por medios bioquímicos en la estratosfera marciana; eso mantenía relativamente a salvo a los humanos establecidos en los más de cuarenta asentamientos esparcidos por la superficie, evitando que su ADN sufriera fatales mutaciones que heredasen sus descendientes, pero hasta el peor desierto de la Tierra era más confortable que cualquier rincón del planeta rojo no resguardado bajo cúpulas. Definitivamente, Marte no era el seguro de vida de la humanidad; ni siquiera una póliza a medio plazo.
Gea, en cambio, sí. En su contra estaba la distancia, ciento veinte años luz jalonados de nubes de gas ionizado y peligrosas bahías negras, que habían retrasado su descubrimiento por las sondas automáticas que la Unión había desplegado por la galaxia en busca de mundos habitables. Sólo una de esas sondas logró atravesar con éxito, después de varios intentos y miles de creds invertidos, las bolsas de gas y polvo magnetizado, pero fue un dinero bien empleado. La humanidad había encontrado su póliza de vida a una distancia razonable de su hogar; en términos astronómicos, ciento veinte años luz era el patio trasero del sistema solar. La técnica de acelerar una nave, hasta alcanzar la energía cinética suficiente para entrar en la corriente Lisarz, consumía más de tres años para alcanzar Gea, aunque los tripulantes sólo envejeciesen seis meses gracias a la aceleración relativista. Con todo, el viaje había merecido la pena hasta ahora. Gea era el único mundo conocido de todos los sistemas explorados que poseía una atmósfera, temperatura y gravedad donde el ser humano podía caminar por la superficie sin necesidad de traje espacial. Sus bosques estaban intactos, sus océanos limpios como el cristal, su aire no tenía el sospechoso tono anaranjado de la Tierra y, lo que era más importante para el gobierno, sus recursos minerales estaban intactos.
Lamentablemente, y si había que hacer caso a las sospechas del almirante, Gea ya tenía nuevo dueño. La clandestina Coalición de Mundos Libres estaba dispuesta a ir a la guerra para arrebatar a la Tierra su tesoro más preciado. Necker era consciente de que incluso para un presidente moderado como Alessandro, las opciones de arreglo pacífico eran escasas, y se reducirían todavía más cuando llegase al alto mando la noticia de la destrucción de Ares 2. Doal era un liberal comparado con los halcones que pululaban por el cuartel general de la flota. Si Alessandro no los aplacaba y tomaba pronto la iniciativa, había peligro de un conflicto mucho más serio en el seno del gobierno que se saldaría dramáticamente.
Se asomó por el ojo de buey. Valles Marineris, el enorme tajo abierto en la faz marciana en tiempos remotos, llenaba su ángulo de visión. No estaba seguro de que el endeble fuselaje de la cápsula resistiese la entrada en la atmósfera, y por si acaso, se vistió con el traje de presión y revisó la provisión de oxígeno de la mochila.
Como si la cápsula hubiera detectado sus temores, se desvió de la trayectoria trazada y la temperatura en el interior empezó a subir. Necker tragó saliva y lanzó un S.O.S. a base Sagan, la más cercana en el curso de descenso óptimo.
Las luces rojas del tablero le hicieron presagiar lo peor.
Admirar un crepúsculo en Gea bien valía viajar ciento veinte años luz. Rania no podía reprimir su emoción cada vez que contemplaba las tonalidades carmesíes del sol al ocultarse tras las montañas, pese a que llevaba más de cuatro meses en el planeta. Gea era sueño de cualquier biólogo, un vergel donde la flora y la fauna se había desarrollado sin interferencias tecnológicas en completa armonía. El estudio de los estratos, sin embargo, revelaba que no siempre había sido así, y su presencia en el planeta obedecía precisamente al descubrimiento de las ruinas de una antigua civilización extinguida hace millones de años. Su yacimiento era el más importante hallado en la superficie explorada de Gea y en él trabajaban doce personas entre arqueólogos y xenobiólogos, en dos turnos.
El suyo acababa de terminar con la puesta de sol, y Rania esperó a la puerta del perímetro vallado la llegada del todoterreno que les devolvería al campamento. La jornada había sido especialmente fructífera para su equipo y habían llenado dos bolsas de fósiles que analizarían en el campamento.
Por el camino se divisaba la polvareda que levantaba el vehículo. Espantados por el estruendo, una bandada de pájaros verdinegros se dispersaron. Por el ruido que hacía el motor y el rechinar de los neumáticos, Rania adivinó quién iba al volante.
Herb frenó en seco y les indicó con la mano que subieran al todoterreno. Llevaba una botella de cerveza abierta en la guantera y su aliento apestaba a alcohol. Rania cargó las bolsas y ocupó el puesto del conductor, visto el lamentable estado de Herb. No quería amonestarle delante de los demás, aparte de que su mirada vidriosa probaba que no podía seguir una conversación racional.
—¡Esta noche hay fiesta y cerveza especial para todos! —dijo Herb, alzando la botella—. ¡Gentileza del comandante Erengish!
Rania le hizo un gesto disimulado para que se callase. No estaba segura de que el equipo estuviese libre de infiltrados, y si Herb tenía algo importante que decir sobre la incursión en Marte, debería contárselo a ella en privado.
Pese a su borrachera, Herb todavía conservaba un pequeño resquicio de cordura y se limitó a encender el equipo integrado de música, lo que provocó una nueva desbandada de verdinegros. Dos aves del tamaño de cigüeñas que se orientaban por ultrasonidos les siguieron durante un rato, entreabriendo sus picos dentados capaces de astillar un brazo. Aunque hasta ahora ninguna de esas cigüeñas había atacado a nadie, tampoco las habían castigado con la terrible música sintética de Herb. Si las aves decidían descender en picado sobre sus cabezas, tendrían una buena historia que contar al resto de colegas durante la fiesta. Siempre que alguno quedase con vida, claro.
Rania bajó el volumen y cambió aquella tortura por apacible música de Mozart, que consiguió disuadir a las aves del ataque que planeaban. A cincuenta metros, las luces del campamento les dieron la bienvenida.
Mientras el resto de sus compañeros se congregaban alrededor de las mesas donde se servía la cena, Rania condujo a Herb al interior de uno de los módulos prefabricados donde analizaban los fósiles. Sólo cuando estuvo segura de que nadie podía oírles le pidió a Herb que se explicase.
—La operación ha sido un éxito —dijo el joven con voz pastosa—. Me bastó disparar un par de misiles para destruir la estación.
—¿Cuántos han muerto?
—No lo sé. Doce o más.
—Debiste haber atacado únicamente el módulo donde se reunían el almirante y sus consejeros. El resto de la tripulación no era objetivo para nosotros.
—Ares 2 estaba equipada con su propio sistema defensivo. Si no hubiese destruido también el puente de mando, les habría dado tiempo para responder.
—Aún así no es motivo para que te emborraches —Rania le recorrió duramente con la mirada—. Me temo que disfrutas con esto, Herb. No sé qué encuentras de divertido.
—Erengish me autorizó a organizar esta fiesta.
—Erengish trabajaba antes para el ejército de la Unión. ¿O es que lo has olvidado?
—No —murmuró él—. Claro que no.
—Yo creo que sí. Y también has olvidado que si alguien debe darte autorización para una fiesta aquí, soy yo. Mientras nuestro comité no decida lo contrario, Tierra Viva posee autonomía plena en el seno de la Coalición. Erengish no es nuestro superior, sólo un socio con el que de momento nos interesa colaborar. Si la Coalición acabase rompiendo los pactos con Tierra Viva, Erengish pasaría a convertirse en objetivo.
—Demonios, Rania, ¿qué mosca te ha picado hoy? El comandante está en el mismo bando que nosotros.
—Yo no estoy tan segura de eso. La Coalición está recibiendo ayuda de Transbank, un consorcio financiero de la Tierra.
—No seas ingenua. La revolución no puede hacerse sin dinero, y la CML necesita todo el que pueda reunir para librarnos de la Unión. Vamos, ven a la fiesta a divertirte.
Nela, una de las colaboradoras de la organización, entró al módulo con un plato de salchichas y salsa de mostaza. Rania la echó con cajas destempladas.
—Eso no ha estado nada bien —protestó Herb, ceñudo.
—Nela tiene una odiosa tendencia a meter sus narices donde no le importa. Esta charla no le concierne.
—Antes no eras así. Se te está agriando la sangre de respirar polvo en la excavación.
La mujer se dejó caer en una silla con un bufido. Herb partió una salchicha y le ofreció un trozo, pero ella rechazó.
—Tu nombramiento como coordinadora de información te viene grande. Ya notifiqué al comité que no eras la más idónea para el puesto, pero Krim no me hizo caso.
—Por algo Krim preside Tierra Viva y tú eres un simple soldado. No lo olvides.
—Conozco perfectamente mi lugar en la organización, no tienes que recordármelo constantemente —Herb le dejó el plato encima de la silla—. Me voy a la fiesta.
—Haz lo que quieras.
Herb sacudió la cabeza y recordó que le habían dado un sobre para ella en la estación orbital de Gea. Se preguntó por qué recurrían a él como correo, en lugar de enviar el mensaje directamente al ordenador de Rania. Se encogió
de hombros, no era una pregunta que le quitase el sueño, y se lo entregó sin decir palabra antes de marcharse.
Rania estaba arrepentida de su comportamiento, pero conocía a Herb y sabía a lo que conducía ser condescendiente con él. Como coordinadora de información había asumido una gran responsabilidad sobre sus hombros, y un fallo podía tener efectos desastrosos. Ni la Coalición de Mundos Libres ni Tierra Viva disponían de la sofisticada red de espionaje Gnosis; dependían casi por entero de sus colaboradores y de algunos funcionarios corruptos de la Unión que les pasaban datos a cambio de dinero. Gnosis y la UPOL no corrían riesgos, podían permitirse el lujo de actuar con torpeza. Pero si alguien del entorno de la Coalición era arrestado, cientos de vidas estaban en peligro. El gobierno federal disponía de neuroescáneres que exprimían literalmente el cerebro sin necesidad de torturar al prisionero. En una situación prebélica como la actual, la información era esencial para que los comandos pudieran trabajar con seguridad y ella no podía tolerar el menor fallo. Prefería mostrarse desagradable con Herb antes que reírle sus gracias. Una indiscreción, un comportamiento equivocado en el momento inoportuno y el infierno se precipitaría sobre ellos.
Rasgó el sobre. Hacía muchos años que nadie enviaba mensajes por el método antiguo.
Era una pomposa carta de presentación del embajador Jajhreen. Tras una farragosa salutación muy del estilo de los Lum, Jajhreen le notificaba su deseo de visitar las excavaciones mañana a mediodía. Rania se preguntó a qué venía tanta prisa.
Nunca había visto a un Lum cara a cara. Eran esquivos y raramente abandonaban Nuxlum, su planeta. Los pocos embajadores que enviaban para tratar con la Coalición habían sido modificados genéticamente para respirar oxígeno y nitrógeno sin necesidad de escafandra. La mezcla de gases que necesitaba su especie era distinta a la de los humanos y requerían también metano y sulfuros. Se sabía muy poco de ellos, principalmente que no eran originarios de Nuxlum, sino de un mundo desconocido que no se molestaron en especificar. Hace seis años, una expedición de la CML llegó al planeta y encontró una base abandonada de la Unión. No se sabe qué hallaron dentro de las instalaciones, pero los alienígenas hicieron notar su presencia a los nuevos inquilinos.
Había muchos puntos oscuros en aquella historia. La Tierra raramente abandonaba alguna de sus instalaciones coloniales, con los millones de creds que costaba levantarlas, a menos que tuviera una poderosa razón. Oficialmente la Coalición desconocía el motivo, o si lo había descubierto lo mantenía en secreto. Sea como fuere, Erengish y su gente consiguió cerrar un pacto de ayuda mutua con los Lum, por el cual la Coalición se comprometía a proteger Nuxlum de las apetencias expansionistas de la Tierra a cambio de cooperación tecnológica. Los Lum estuvieron de acuerdo y hasta ahora el trato había funcionado muy bien. La Coalición se benefició del generador de efecto túnel, conocido también como motor GET, para que sus naves pudieran desplazarse de un punto a otro del espacio sin aceleración, gracias a una misteriosa técnica que aprovechaba las propiedades cuánticas de la energía. Mientras las naves de la Tierra empleaban meses en acelerar antes de poder entrar en la corriente, el motor GET que impulsaba a las naves de la Coalición les permitía moverse con increíble rapidez, causando el desconcierto entre el ejército enemigo.
La carta y el sobre del embajador se disolvieron en el aire transcurridos unos minutos. Polímero fotocombustible. Jajhreen había sido muy considerado al no utilizar papel de celulosa, pese a que los bosques de Gea cubrían dos tercios de la masa continental y el papel vegetal no era un problema. Rania apreció el gesto pero no se dejó engañar. Jajhreen ya debía haber sido informado del puesto que ella ocupaba en el organigrama de Tierra Viva, y su visita obedecía a un movimiento de tanteo más que al turismo arqueológico.
No le gustó. Si el Lum conocía lo que estaban haciendo allí, mucha más gente también lo sabría. Su base de operaciones había dejado de contar con la ventaja del anonimato y debería notificarlo a Krim para que decidiese un cambio de emplazamiento.
Salió fuera. La cena era bastante pobre, y salvo unas cuantas raciones de cerveza extra y salchichas, no se veía ningún manjar apetecible. Herb y Nela conversaban animadamente en un rincón mientras el resto del equipo daba sumaria cuenta de la comida. El sol se había puesto hace rato y un puñado de estrellas poblaban el firmamento. Escaseaban a causa de las nubes de polvo que rodeaban el sistema, un velo tras el cual Gea había conseguido burlar las sondas de la Unión durante años.
Se acercó a Hidari, la encargada de cocina que hacía las veces de médico, y le comentó la visita del embajador Lum para mañana. Rania desconocía si Jajhreen toleraba la comida humana y en caso negativo, qué alimentos podía comer. Hidari no la sacó de dudas, ella tampoco había visto nunca a un Lum, y ni siquiera sabía si esos seres tenían estómago. Un vistazo en el ordenador a la escasa información disponible tampoco las ayudó a planificar el menú.
Bueno, qué más daba. Por lo que a Rania concernía, el Lum podía quedarse sin comer, no era una cuestión prioritaria para ella. Le preocupaba mucho más Herb y su peligroso comportamiento.
El hombre estaba murmurando algo al oído a Nela y la pareja se puso a reír. Herb miró de soslayo a Rania, y cuando notó que ella le miraba giró la cabeza y le dio la espalda.
Paws entró al bar de Tillon y sus ojos dibujaron un arco desconfiado por los reservados. Corrían rumores de que alguien iba buscándole y no tenía el menor interés de ponérselo fácil. Cirugía plástica, una operación vascular de retina, el injerto de nuevas huellas dactilares, un tratamiento de alteración de ADN por virus recombinante y el implante de un chip en la laringe para modificar su registro vocal habían bastado para ocultarle de los ojos de la Unión durante siete años, pero su buena suerte no le iba a durar eternamente. Paws había reunido todo su dinero para comprar un pasaje que lo sacase de Marte y lo condujese a una de las colonias de Júpiter; de ahí, la Coalición lo embarcaría en un vuelo rápido a los mundos exteriores.
Pero no tenía suficiente: la CML no le quería sufragar ni un cred para el pasaje y el dinero ahorrado apenas cubría la mitad del precio del pasaje. Tillon, el dueño del bar, era el único prestamista de cúpula Pavonis al que podía recurrir sin riesgo de que se fuese de la lengua. Cobraba un cuarenta por ciento de interés, pero no le tenía simpatía a la UPOL. Dadas las circunstancias, Tillon era lo más parecido a un amigo que podría encontrar en dos mil kilómetros a la redonda.
Pidió una copa en la barra y preguntó por el dueño. Mientras esperaba, giró su taburete para realizar un segundo examen de los clientes. Contó ocho personas, enfrascadas en sus propios asuntos, y nadie había entrado después de él.
—El jefe te recibirá dentro de un momento —dijo el camarero, devolviéndole el cambio. Bajando la voz, se acercó a Paws y añadió—. Acabo de recibir una nueva remesa de discos para inductores de multirrealidad. A cien creds la unidad.
—¿Sólo cien? —el alcohol adulterado quemó su gaznate y le produjo un temporal falsete en la voz, que el chip de laringe distorsionó y amplificó.
—Los estimulantes se venden aparte, por supuesto —el camarero le pasó un folleto electrónico de propaganda, que Paws guardó rápidamente en su gabardina.
—Mi compañero de piso estuvo tres días en coma por culpa de vuestros apestosos estimulantes —dijo Paws con voz de vicetiple, y el camarero se carcajeó en su cara—. Eh, procura no salpicarme con tu saliva.
El camarero iba a contestarle cuando recibió la llamada de su jefe por el auricular oculto en su oído.
Paws se levantó, renqueante. La Coalición le había pagado un cambio completo de identidad, pero había sido incapaz de que la prótesis de su pierna derecha funcionase bien. Los calambres que recorrían su rodilla hasta la ingle eran una sensación de lo más desagradable.
Pasó a la trastienda, donde se apilaban entre la suciedad mercancías de dudosa procedencia, botellas vacías de licores y unas cuantas plantas transgénicas que el personal de Tillon utilizaba para los venenos que vendían. Paws llamó educadamente con los nudillos a la puerta del fondo.
—Está abierto. Vamos, pasa.
El despacho de Tillon no tenía el aspecto repugnante de la antesala; al contrario, era amplio, dotado de los últimos adelantos tecnológicos y enmoquetado con una curiosa imitación de césped que desprendía una fragancia muy agradable, además de surtir un cosquilleante masaje a los pies. Paws no iba descalzo para apreciarlo, pero Tillon sí. Estaba sirviéndose un té frío en el minibar.
Tillon no sacó un segundo vaso. Se sentó tras su escritorio y paladeó su bebida.
—Necesito dinero —Paws fue directo al grano. Con Tillon era inútil irse por las ramas—. Cinco mil creds.
—No.
—Te pagaré el cuarenta por ciento habitual. Sabes que te lo devolveré.
—Eres una patata caliente, Genus. Aunque supongo que ése no es tu verdadero nombre.
—No sé de qué me hablas.
—Muéstrame la palma de tu mano derecha. Vamos.
—¿Para qué? Siempre que he venido aquí…
—¡Muéstramela!
Paws lo hizo. Tillon colocó el pulgar de su visitante debajo de una lente. Sonrió.
—Un implante dactilar, ¿eh? ¿Creías que podías engañarme a mí? ¿A Tillon?
—Tuve un asuntillo con la policía hace tiempo. Es agua pasada.
—Trabajas para la Coalición.
Paws tragó saliva.
—¿Vas a delatarme?
—Eres estúpido. Si quisiera delatarte no te pondría sobre aviso.
—Entonces préstame el dinero.
—No. Quieres largarte de aquí, y si te vas lo bastante lejos, cosa que sospecho tienes intenciones de hacer, no recuperaré el préstamo.
—Puedo conseguir un aval de la Coalición.
Tillon tamborileó sobre la masa, cansado.
—Quizás no estás enterado de que la estación Ares 2 ha sido destruida esta mañana por un comando de la CML. Puedes imaginar lo que se nos viene encima. La UPOL va a arrestar a todos los sospechosos, peinará Marte y las colonias que aún permanecen bajo su control. La policía monitoriza todas las transmisiones que se emiten o reciben en el sistema solar; tienen IA capaces de hacerlo, programas informáticos que recorren la red en busca de datos útiles para la policía. Una sola de esas IA es capaz de escuchar un millón de conversaciones por segundo y discriminar las interesantes de la paja. Si sospechan que hago tratos con la Coalición se me echarán encima.
—Pero tú haces tratos con todo el mundo si la ganancia es interesante.
—Ya no. Mis contactos en la policía me han aconsejado que me mantenga alejado de negocios con la CML durante una temporada. Tus amigos han ido demasiado lejos esta vez.
—Te estás equivocando de bando, Tillon. La Unión no tardará en caer. No puedo obligarte a que me ayudes, pero piensa lo que ocurriría si la CML se hace con el control de Marte. Cada vez son más las colonias que desean independizarse de la Tierra, y el gobierno no tiene dinero para embarcarse en una operación militar de envergadura. Si eliges ayudarme, el nuevo gobierno provisional de Marte te recompensará con creces.
Tillon sonrió. Por un momento Paws creyó que le había convencido, pero sólo fue una ilusión pasajera. El traficante recobró su semblante agrio y le observó condescendiente.
—Te he estado investigando —dijo—. No eres más que un insignificante subalterno de la CML; y si realmente les importases un pimiento, ellos te habrían sacado ya de Cúpula Pavonis. Me pregunto por qué te busca realmente la policía.
Paws se levantó. Tillon le miraba de una forma muy extraña.
El mercader le dejó marchar. Paws salió a toda prisa del bar y echó vistazos inquietos a su alrededor. Caminó tan rápido como pudo hasta doblar la esquina. A unos veinte metros estaba la entrada a las galerías subterráneas de la cúpula, lugar donde se hacinaban en malolientes cubículos aquellos que no tenían dinero para costearse un alojamiento en la superficie con vistas al desierto marciano. Había alquilado una de esas cuevas junto con un amigo aficionado a los alcaloides que se pasaba el día enganchado a los inductores de multirrealidad.
Repasó mentalmente su lista. Tillon era el último al que podía acudir a pedir dinero sin levantar sospechas. La UPOL había incrementado su presión sobre la población civil y en las próximas horas llegaría a Pavonis un destacamento, supuestamente en prevención de disturbios. Tillon tenía razón en que a la CML le traía sin cuidado lo que le pudiera pasar. Nada conocía del organigrama interno y el único miembro de importancia con el que hablaba se había marchado ayer sin avisarle. Realmente no les debía ninguna lealtad a esa gente, le usaron durante un tiempo y ahora que ya no les era útil le abandonaban a su suerte. Paws lamentó no saber nada de la CML que pudiera proporcionar a la policía. Así tendría algo con lo que negociar.
Pero tampoco podía olvidar lo que la Coalición hizo por él hace siete años. Ellos le salvaron cuando encontraron a la Hevelius de vuelta a la Tierra. Paws no podía hacer nada por rectificar el rumbo, la ruta programada de la Hevelius le llevaría de regreso a casa tanto si le gustaba como si no, y dado que para hacerse con la nave mató a los dos oficiales que la Unión envió a Nuxlum, tenía motivos para desear cualquier otro destino distinto a la Tierra.
Una nave de la Coalición interceptó a la Hevelius cuando salía del sistema Cetus Moss. Paws contó lo ocurrido en Nuxlum y se brindó a colaborar. La CML, a cambio, le proporcionó un cambio de identidad y lo trasladó a una base de Proción IV, simulando un accidente en el motor de fisión protónica de la Hevelius. Las autoridades de la Tierra mordieron el anzuelo, le dieron oficialmente por muerto y la Coalición optó por trasladarle a Marte, donde había desempeñado trabajos de información de escasa importancia pagándole un salario igualmente ínfimo.
La policía, sin embargo, tenía una visión muy distinta de sus actividades. La proliferación de las incursiones de la CML iban a convertir a Marte en un polvorín, y Paws no había sido lo bastante hábil para prever el peligro y huir a tiempo.
Regresó a la madriguera subterránea que compartía con Jimmu, un minero que trabajaba a media jornada en las perforaciones de hierro de Pavonis. Jimmu dedicaba el resto del tiempo a hacer encargos para Tillon, y así le iba. Parecía un cadáver más que una persona; el médico le había prescrito una baja laboral de quince días, que empleaba estúpidamente enganchado a un inductor de multirrealidad. Paws había conocido tipos así en el pasado, y todos acabaron con el cerebro convertido en mermelada de frambuesa. También sabía lo inútil que era razonar con ellos.
Recordó el folleto electrónico que llevaba en el bolsillo. No quería que Jimmu lo viese. Pulsó el control de borrado del dorso y tiró el papel al reciclador.
—Te agradecería que pasases por la ducha al menos una vez por semana —Paws arrugó la nariz—. Esto huele cada vez peor.
—¿Y quién va a pagar el agua extra? —Jimmu llevaba la camiseta empapada de sudor. Acababa de quitarse de la cabeza la campana del inductor y se había tirado sobre el único sofá que tenían—. Tengo sed, pásame la botella.
—Levántate tú a cogerla.
—Tillon te ha fallado, lo leo en tu rostro. No debiste pedirle dinero a bocajarro. Quizás si te hubieses ofrecido como distribuidor suyo…
—Cállate. Tillon va a recortar sus ventas. No necesita más colaboradores.
—¿Él te ha dicho eso?
—Más o menos. La policía le obligará a restringir sus contactos.
—Tiene comprada a toda la policía de Marte —sonrió Jimmu.
—Pero no a la de la Tierra. Y ésta es la que se aproxima en estos momentos a Pavonis. Ha habido un atentado en la estación orbital Ares 2 y se cree que la Coalición es la responsable. Va a hacer mucho calor aquí dentro de unas horas.
—Y Tillon no quiere pringarse.
—Eso es.
Jimmu le miró con ojos vidriosos:
—Estás jodido.
—Ya me he dado cuenta.
—Roba un monoplaza y unas bombonas de oxígeno y sal al exterior. La próxima cúpula está en Biblis, a ciento cincuenta kilómetros de aquí. Conozco a un amigo que podría ayudarte.
—¿Me prestará el dinero para salir del planeta?
—No, pero te puede ocultar una temporada hasta que la UPOL se largue —Jimmu se lamió sus labios apergaminados—. El agua, por favor.
Paws le acercó la botella. Después de un viaje de multirrealidad el cerebro no era lo único que se secaba, y Jimmu bebió con ansia hasta hartarse.
—Desde luego, el robo del vehículo es cosa tuya —dijo, eructando, sin molestarse en limpiar el agua que empapaba su barbilla—. Pero tendrás que entregarlo a mi amigo cuando llegues a Biblis. Él se encargará de reemplazar el chip de seguridad y hacer desaparecer el transporte.
—Más bien se lo quedará.
—No es asunto que te concierna.
—Bien, de acuerdo, lo acepto. Gracias, te debo una.
—¿Gracias? Yo no hago favores a nadie. Tendrás que pagarme quinientos creds en efectivo, y trescientos a mi amigo cuando llegues a tu destino.
Paws deseó estrangularle. Jimmu trataba de aprovecharse de su situación, y puede que no tuviese ningún amigo en Biblis. Lo único que quería era timarle quinientos pavos y dejarlo tirado en el desierto.
Pero aquel gusano llevaba razón en algo. Paws no podía quedarse quieto, esperando a que la UPOL viniese a detenerlo. Había cúpulas en Marte donde sería más fácil esconderse que en Pavonis.
Consultó en la terminal las plazas disponibles en el tren de pasajeros que salía por la mañana. No había ningún asiento libre; y para subirse a alguno de los dirigibles que hacían escala en la cúpula debería esperar tres días. Una eternidad. No tenía muchas alternativas donde elegir.
—Te propongo un trato —dijo—. Te daré ahora cien, y cuatrocientos más cuando llegue a Biblis y tu amigo me dé alojamiento.
Aunque estaba casi seguro de que Jimmu pretendía estafarle, así sólo limitaba sus pérdidas a cien creds. De todos modos, si la policía de la Unión le detenía mañana, de poco iba a servirle el dinero.
Jimmu se frotó la nariz, cavilando una respuesta. Con sumo esfuerzo levantó sus posaderas del sofá y se puso a buscar algo en el armario donde guardaba sus cosas.
—Toma —lanzó a Paws un trozo de metal del tamaño de una caja de cerillas—. Ese chisme emite una señal al procesador de un monoplaza que puentea el arranque electrónico y abre la puerta. Tienes que asegurarte que sea de la casa Niobio y esté fabricado antes del año 2298. Con otras marcas quizás funcione, pero yo no me arriesgaría.
—Entendido.
—Ahora date una vuelta por las galerías. Tengo que hablar con mi amigo para concretar la operación y no quiero que estés huroneando por aquí.
Paws obedeció. Si todo era una farsa, Jimmu demostraba mucho esfuerzo de escenificación por sólo cien pavos. O bien sabía sacarle el jugo a las cuatro neuronas que aún le quedaban intactas, o estaba diciendo la verdad.