Luria les precedió al bajar por la escalera del sótano. Encontraron tres cavidades empotradas en la pared, con formas vivas en su interior flotando en minúsculos sacos amnióticos. Keil realizó un gesto de asco, aunque realmente desconocía qué era aquello. Paws, más audaz, se acercó a los embriones y los observó detenidamente por el cristal de aumento.
—Estas vitrinas son matrices artificiales —dijo el mecánico.
—Sí —convino la mujer—. Tras realizar una amniocentesis he llegado a la conclusión de que ninguno de los embriones es humano, o de cualquier especie animal conocida —repasó unos apuntes—. He examinado una pequeña parte de su código genético. Posee una base nitrogenada extra, mirad.
La mujer les mostró los diagramas de una sección de ADN, con las bases Adenina, Guanina, Citosina y Timina marcadas con las letras A, G, C, T; y una quinta que se complementaba con cualquiera de las otras cuatro, señalada con la letra N.
—La quinta base —recordó Keil.
—Yo la llamo nelserina —dijo Luria—. Al fin y al cabo, la descubrió Nelser. O mejor debería decir que la redescubrió.
—No te entiendo —confesó Paws.
—Sospecho que la Unión interestelar conocía su existencia antes de que nos enviasen aquí. Nelser partió de algún estudio previo realizado por los que estuvieron en el complejo antes que nosotros. Luego, tú encontraste el cordero en el ala norte y sus investigaciones se aceleraron considerablemente.
—Pero ¿quién pudo traer ese monstruo hasta aquí? ¿Y con qué intenciones?
—Nadie trajo al animal a Nuxlum. Fue creado en estas instalaciones por los científicos de Indronev, probablemente utilizando una matriz artificial. Por razones que desconocemos se olvidaron de llevárselo cuando abandonaron Nuxlum. Dejaría de tener interés para ellos.
—Sin embargo, sabían que nosotros acabaríamos encontrándolo tarde o temprano.
—Para qué molestarse en cazarlo. Tenían prisas por irse de aquí, y además sabían que los próximos colonos que viniesen al planeta no volverían a salir, por lo que no tendrían forma de comunicar lo que habían visto.
Keil cogió los diagramas de Luria, esforzándose por comprenderlos. Las bases nitrogenadas eran el abecedario de la biología; con sólo cuatro letras podían escribirse millones de combinaciones genéticas. Si se alteraba el abecedario, si se incluía una quinta letra en el idioma de la vida, el mapa genético cambiaría. Nuevos aminoácidos, nuevas proteínas; el edificio biológico sería completamente distinto.
—Pero en Nuxlum no hay vida —dijo Keil—. Si descontamos el musgo que Paws encontró en la cueva.
—El ADN del musgo no tiene nada de particular —explicó Luria—. Lo he analizado y carece de nelserina. Si damos por supuesto que este planeta es hostil a la vida, la presencia del musgo en la cueva es un hecho desconcertante. Yo sugiero que fue colocado allí por personal de la Unión antes de que nosotros llegásemos. Estaban diseñando una nueva bacteria capaz de amoldarse a la atmósfera de Nuxlum con vistas a una futura terraformación. El experimento tuvo éxito.
—Yo encontré la cueva —dijo Paws—. Y nadie me dijo dónde estaba. ¿Casualidad? Dime, nena, ¿cómo explicas eso?
Luria les indicó que subieran a la clínica. Allí podrían hablar cómodamente sin la angostura del sótano, ni la visión de esos inquietantes embriones flotando en las matrices.
—Ojalá tuviera respuesta a todas las preguntas —dijo ella—. Tal vez Nelser las tuviese, pero evidentemente yo no soy él. ¿Alguien quiere café? —aunque nadie dijo que sí, sirvió tres tazas—. Amarga un poco y está tibio, pero nos mantendrá despiertos.
—No sé vosotros, pero yo no voy a poder pegar ojo después de lo que acabo de ver —declaró Keil, rehusando el café.
—Bien, a ver si he comprendido —Paws aceptó una taza, pero hizo un gesto de desagrado al probar el mejunje—. Nelser utilizaba el sótano para ensayar una nueva estructura de ADN; sin embargo, en este planeta no hay vida.
—Existen dos posibilidades —dijo Luria—. La primera es que Nelser haya sintetizado una nueva doble hélice, añadiendo una quinta base sacada de los trabajos preliminares de los científicos de Indronev. Legalmente está prohibido, por lo menos lo estaba cuando yo dejé la Tierra hace tres años. En esa época el Congreso aprobó un paquete de medidas que restringieron aún más la investigación genética. En principio, Nuxlum debería ser un lugar idóneo para desarrollar tecnología prohibida sin correr riesgos.
—Ya hemos oído la primera posibilidad —dijo Paws—. Cuéntanos la segunda.
—Alguien o algo de este planeta podría haber facilitado a Nelser la forma de construir el nuevo ADN.
Luria les mostró en la consola una imagen del mascón, brillando con una intensidad cegadora. Al mirarlo no pudieron evitar un estremecimiento que les recorrió la espina dorsal.
—No sé si está vivo —comentó ella—, por qué está ahí o qué es capaz de hacer. Quizás forme parte de un vasto mecanismo a escala planetaria.
—Localizaste emisiones procedentes del núcleo —recordó Paws—. ¿Hay alguna novedad?
—Parece que el núcleo ha desempeñado un papel decisivo en los últimos movimientos sísmicos. He detectado un sólido de un tamaño tres veces mayor que el mascón en el corazón de Nuxlum. Su actividad podría estar relacionada con los demás que hay enterrados en la corteza.
—Deberías habérnoslo dicho —le reprochó Paws.
—Necesito más datos, y ahora estoy demasiado ocupada con el nuevo ADN.
Keil, que se mantenía al margen de la conversación, se decidió a intervenir. Nadie había mencionado una palabra de los riesgos que encerraba el material biológico creado por el anciano.
—Nelser me habló la víspera de su muerte de que estaba estudiando un método para vencer el envejecimiento celular —dijo—. Podría haber utilizado oncogenes.
—Es extraño que te hiciese una confidencia de ese calibre —replicó Luria, escéptica—. Jamás hablaba de sus investigaciones. ¿Por qué iba a hacerlo contigo?
—Puede que presintiera su muerte —insinuó perversamente Paws, clavando sus ojos en ella—, y quisiese confiar a Keil su secreto por si algo le pasaba. Como lamentablemente sucedió.
—En mis análisis no he hallado la presencia de oncogenes ni virus mutágenos —declaró Luria con rotundidad—. Nelser mintió a Keil como un bellaco para que le dejase en paz.
—Conservar los embriones no nos reportará ningún beneficio —insistió Keil—. Deberíamos destruirlos y esterilizar la base. Si Nelser me ha contado la verdad, nuestras vidas corren peligro.
—¿Pero qué estás diciendo? —Luria torció el gesto, como si acabase de morder un limón.
—Emplearemos Sulfluorán-3 y luego despresurizaremos las instalaciones. De paso, será una buena ocasión para limpiar los conductos del aire. Nos trasladaremos provisionalmente a la Newton hasta que la esterilización se haya completado. ¿Tú qué opinas, Paws?
—Me parece razonable.
—Os habéis vuelto locos —Luria sacudió la cabeza.
—Son dos votos contra uno —sonrió Keil—. Propongo que empecemos cuanto antes.
—¡No! —gritó la mujer—. Aquí las decisiones no se toman por mayoría, y a estas alturas ya deberíais saberlo.
La mujer manoseó deliberadamente la llave de ADN, que llevaba colgada al cuello.
—Si encuentro el menor indicio, repito, el menor indicio de que Keil tiene razón, seré la primera en ponerme el traje de presión y esparcir el Sulfluorán. Pero hasta ahora no lo he encontrado, y no voy a destruir un material biológico valioso sólo por un comentario que Nelser lanzó para confundirnos.
—Luria, hacer ostentación de galones resulta patético en las actuales circunstancias —lanzó Paws—, además de una soberana tontería. Únicamente quedamos tres con vida, y si no logramos ponernos de acuerdo va a irnos realmente mal aquí dentro.
—Ésa es una responsabilidad que asumiré personalmente con todas sus consecuencias —Luria consultó su reloj y arqueó su espalda, dolorida—. Es demasiado tarde y los tres estamos muy cansados. Os veré mañana.
Keil y Paws se marcharon de la clínica, pero no se dirigieron a sus habitaciones. En lugar de eso, emprendieron el camino a la sala de control. Paws cerró todos los circuitos para que Luria no pudiese espiarles y se arrellanó delante de una consola.
—Bien, ¿qué opinas?
Keil estudió la situación. Si el mecánico estaba en lo cierto, había que desconfiar de cuanto dijese Luria. Debía tener presente que una persona capaz de matar a un compañero podía reaccionar de forma imprevisible si se la contradecía, por lo que habría que ir con mucho cuidado. Los experimentos que se estaban llevando a cabo en la clínica eran ilegales, ella misma lo había confesado, lo que elevaba potencialmente su peligro. La Unión interestelar era la única que se beneficiaba directamente de las investigaciones, aún a costa de sacrificar la vida de un puñado de colonos contratados bajo falsas promesas. Por lo que a él concernía, aquellos experimentos podían irse al carajo. Su vida era mucho más valiosa, y tarde o temprano encontraría la forma de salir de allí. Si no podían utilizar el conversor de gluones de la Newton, se arriesgarían a un viaje a los mundos de la frontera a velocidad subluz, viajando en estasis durante años o siglos, hasta que alguien les encontrase.
—Creo que Luria quiere conservar a toda costa los embriones —dijo Keil—. De la misma forma que lo pretendió Nelser antes que ella.
—Hay una forma sencilla de matarlos —dijo Paws—. Me fijé en el soporte vital que mantiene las matrices. Podemos provocar una sobrecarga en la alimentación sin necesidad de bajar al sótano —se giró hacia la consola y le mostró los planos de la clínica—. Las matrices disponen de baterías para prevenir fallos de corriente, aunque el sistema no es completamente autónomo, porque recarga las baterías periódicamente de la red general. Se podría haber diseñado de otro modo, pero Indronev ahorró dinero hasta en eso. Mira —señaló un punto del plano—. Aquí provocaremos la sobrecarga.
—No veo el sótano en el plano.
—Se supone que es secreto, gaznápiro. Por eso la derivación de energía acaba aparentemente en ese punto. Tiene que haber una ramificación justo a la izquierda.
—¿Estás seguro de que debemos hacerlo? ¿Has pensado cómo reaccionará Luria?
—Probablemente mal, pero no podrá probar que hemos sido nosotros. Se producen sobrecargas a diario en el circuito eléctrico, y desde que el topo llegó al mascón se han multiplicado las averías. Debe ser cierto lo que decía Nelser, algún tipo de radiación escapa del agujero e interfiere en nuestra maquinaria. En fin —Paws se encogió de hombros—, si los virus de Luria no nos matan antes, supongo que a la larga lo hará la radiación.
—Deberíamos rellenar el pozo de tierra, como sugirió Nelser.
—Tengo todavía el topo en el taller. Fue un milagro que regresara entero a la base, porque se fundieron unas cuantas piezas. Carezco de repuestos para repararlo, así que tendremos que olvidarnos de eso. A no ser que quieras ir hasta el pozo y rellenarlo a paletadas.
—No seré yo quien salga allí fuera —Keil pensó en el esfuerzo que requería cavar con una pala en Nuxlum, y eso le recordó algo—. Por cierto, todavía no hemos enterrado a Nelser.
—A estas horas Luria ya habrá destruido el cadáver para ocultar pruebas. Si le preguntas por qué, alegará razones sanitarias. Se supone que el cuerpo estaba contaminado con esporas.
—En cualquier caso, se lo preguntaré —Keil todavía se resistía a creer en la hipótesis del asesinato—. Bien, si vamos a provocar un fallo de energía en la clínica, deberíamos aprovechar para hacer otro tanto con el invernadero. Nelser lo utilizaba para realizar injertos con el nuevo ADN.
—Provocaremos un cortocircuito y las plantas arderán. Nos aseguraremos de que las alarmas no funcionen. Cuando Luria llegue por la mañana, sólo encontrará un montón de cenizas.
—Y después nos largaremos de aquí —dijo Keil, haciéndose cargo de la consola. El menú de acceso a la computadora de la Newton apareció en pantalla—. Tenemos ya suficiente branio refinado para llenar los tanques de combustible. ¿Adaptaste por fin los quemadores?
—Sí, pero… —Paws le miró ceñudo— No te tomarías realmente en serio el plan de Glae, ¿verdad? Sería un suicidio subir a la luna de Nuxlum y tomar rehenes por las buenas. Esa gente nos estaría esperando, y probablemente armada; suponiendo que haya alguien allí arriba.
—Podemos escapar de aquí a velocidad sublumínica. Nos llevará más tiempo, porque estará inoperativo el conversor de gluones, pero bajo neuroestasis carece de importancia. Llegaremos al sistema estelar más próximo dentro de unos treinta o cuarenta años, si todo va bien.
—Keil, si todo va bien es una presunción demasiado optimista, después de lo que hemos vivido.
—Es nuestra única oportunidad. Quedándonos aquí moriremos. Arriesgándonos tenemos una posibilidad de salvarnos.
Paws se rascó la barbilla. Llevaba tres días sin afeitarse y le picaba. Deslió uno de sus chicles, evitando la mirada que le dirigió Keil. Le ayudaban a pensar.
—¿Y Luria? —objetó el mecánico.
—Nos la llevaremos, quiera o no. Si es preciso, yo mismo la obligaré a que suba a la nave. Una vez en estasis dejará de ser un peligro para nosotros.
—Muy caballeroso de tu parte —sonrió Paws. Los alcaloides empezaban a surtirle efecto—. Pero no me gustaría tenerla de compañera en un viaje que durará décadas.
—Las cosas cambiarán cuando nos hallemos lejos de este lugar, ya lo verás. Luria volverá a ser como antes.
—Yo no sé cómo era antes de venir aquí, y tampoco me importa saberlo.
—Te aseguro que era una mujer completamente normal hasta que llegó a Nuxlum. Éramos vecinos y buenos amigos, la conocía bien. Por eso sé que algo la ha cambiado.
—Lo dices porque te niegas a aceptar la realidad. Pues vete haciendo a la idea, gaznápiro. Merece como castigo que la abandonemos.
—Luria vendrá con nosotros, y no estoy dispuesto a discutir eso. ¿Me oyes? —Keil alzó un dedo, amenazante—. De lo contrario, nadie saldrá de Nuxlum.
El mecánico sonrió torcidamente. Hizo un globo de chicle que le explotó en la cara, salpicando a Keil de saliva.
—Muy bien —dijo Paws—. ¿Has cargado los nuevos programas en la computadora de navegación?
—Los transferiré esta misma noche.
—Zarparemos mañana a las doce. Si Luria o tú no estáis a bordo a la hora prevista, os quedaréis en tierra. No os necesito a ninguno de los dos para largarme de este asqueroso planeta.
—Gracias por tu franqueza, Paws. No esperaba menos de ti.
El mecánico giró sobre sus talones y desapareció por la puerta, murmurando. Keil accedió a la base de datos donde guardaba los programas que la Newton necesitaría para despegar, pero cuando la computadora le solicitó confirmación se lo pensó mejor y pospuso la transferencia a otro momento. Paws era muy capaz de cargar subrepticiamente el combustible en mitad de la noche y partir sin avisarle.
Ya no podía confiar en nadie, pensó amargamente. Tal vez ni en sí mismo.
Aunque se levantó bien temprano, Paws le había cogido la delantera e iba ya por el segundo viaje trasladando vituallas con el explorador. Keil se preguntó por qué se preocupaba tanto su compañero por la comida. La pasta que servía la autococina de la Newton era mala, pero la mayor parte del viaje la realizarían en animación suspendida, así que los alimentos serían un peso muerto que únicamente serviría para gastar más combustible en el despegue. Quizás el muy canalla tenía pensado no entrar en estasis para conservar el mando de la nave, y hubiese previsto toda aquella comida extra para cubrir sus necesidades. Keil prefirió no considerar alternativas más siniestras, como que hubiese decidido acabar con Luria y él durante el vuelo a fin de no tener que compartir el secreto del musgo. Seguramente se le había pasado por la cabeza algo parecido. Era sospechoso que también hubiese cargado en la Newton la segunda cápsula robot que les quedaba. Puede que hubiese planeado deshacerse de ellos al entrar en estasis y enviase luego la cápsula a través de la corriente Lisarz para comunicar su hallazgo a una corporación privada. En pocos meses vendrían a recogerle y sería rico el resto de su vida. Nadie le haría preguntas acerca de Nuxlum, oficialmente el planeta no existía y a la Unión interestelar tampoco le interesaba airear el asunto, de modo que lo dejaría en paz. Una jugada maestra.
Dios, ¿pero qué estaba pensando? Veía a Paws cargar unos cuantos paquetes de comida e inmediatamente deducía que había planeado asesinarle.
Eran las once y veinte de la mañana cuando completó la transferencia de los programas a la computadora de a bordo. Tomó la precaución de encriptar el fichero de inicio para que sólo él pudiese autorizar el despegue. El combustible ya había sido bombeado a los tanques y las pruebas de ignición habían dado resultados excelentes; de hecho, el branio funcionaba con una potencia superior al combustible usado habitualmente por el gobierno.
Keil se dirigió a la clínica. Luria todavía ignoraba sus planes, y era intención de Paws no ponerla sobre aviso hasta poco antes de la hora prevista. El mecánico temía que fuese a frustrar el despegue en el último momento, usando esa peligrosa llave que ya había tenido dos dueños y que nadie sabía muy bien qué era capaz de hacer. En teoría, Luria podría accionar por control remoto el mecanismo de autodestrucción de la Newton, o provocar otro incendio como el que acabó con parte del puente, cuyas circunstancias no habían quedado aclaradas, y para ello no tendría siquiera que salir de la clínica. Le bastaría con sentarse frente a un terminal de datos e introducir aquel funesto trozo de metal.
Keil abrió la puerta del invernadero. Tuvo que cubrirse el rostro con un pañuelo para evitar respirar la densa nube de humo que había allí dentro. Se aproximó a los estantes más cercanos y batió la humareda con los brazos, cerciorándose de que las plantas habían quedado reducidas a cenizas. Salió rápidamente y cerró la puerta. Paws había hecho un buen trabajo. Lo más probable era que Luria aún no se hubiese dado cuenta de lo sucedido. Estaría tan absorta en sus investigaciones que lo habría pasado por alto, a menos que hubiese tenido que entrar por alguna razón en el invernadero aquella mañana.
Encontró a la mujer sentada frente a su mesa de trabajo. Keil llamó con los nudillos un par de veces, pero al no obtener respuesta franqueó el umbral y vio a Luria inclinada sobre la mesa, la cabeza oculta entre los brazos. Su pecho subía y bajaba a espasmos. En una de las manos estrujaba un papel.
—Luria —Keil rozó suavemente su hombro—, Luria, ¿qué te ocurre?
La mujer alzó lentamente la cabeza. Miró a Keil como si no lo reconociera y se enjugó una lágrima que resbalaba por su mejilla.
—He descubierto de qué murió Dane —dijo ella—. Nelser no tuvo la culpa.
—Seguramente el cibern… tu hijo tuvo un mal funcionamiento, pero eso puede repararse. No es el fin del mundo.
—No lo entiendes. Yo encerré a Nelser en el invernadero y luego vertí gas por el circuito del aire. Os mentí. Estaba convencida de que él era el responsable de la muerte de mi hijo, hasta que esta mañana descubrí esto —Luria le tendió una carpeta—. Lo he sacado del ordenador de Nelser.
—Resúmelo en pocas palabras —Keil hojeó los papeles, sin entender demasiado—. Tenemos poco tiempo.
—Una sobrecarga neuronal. Reyan y Glae murieron por la misma causa, y Nelser no nos lo dijo. ¡Ese miserable lo sabía desde el principio!
—¿Sobrecarga neuronal? Explícate.
—Explícame tú antes qué has querido decir conque tenemos poco tiempo.
Él no sabía cómo empezar. Luria iba a tomárselo mal dijera lo que dijese. Tras unos segundos de indecisión prefirió utilizar el método más directo posible.
—La Newton despegará dentro de media hora.
—Vaya —Luria bajó la mirada, entristecida—. No me habíais dicho nada.
—Paws desconfía de ti, adivinó lo que hiciste con Nelser. No es tan imbécil como yo pensaba.
—Creí haberte oído decir que los principales programas de navegación habían sido destruidos.
—Lo fueron. No podremos utilizar el conversor de gluones, pero sí dirigir la nave hacia el sistema estelar más próximo a velocidad subluz, realizando el viaje bajo estasis.
Luria se quedó mirándolo.
—Bien, a qué esperas —dijo—. Tienes permiso para irte cuando quieras.
—Vendrás con nosotros. No podemos dejarte aquí sola.
—Qué detalle. Supongo que eso me sitúa en una consideración ligeramente superior a la que tuvo Nelser.
—Nunca se me ocurriría compararte con él. Y no lo estoy haciendo.
Luria se puso en pie. Buscó en los cajones y reunió media docena de discos de datos.
—Si hubieras venido dos horas antes, yo me habría quedado aquí y os habría dejado marchar.
—¿Qué insinúas? —Keil miraba receloso la llave que Luria llevaba al cuello.
—Pero después de lo que acabo de descubrir, tendré que ir con vosotros. Cada día que continuemos en Nuxlum se incrementa el riesgo de que sigamos la suerte de Reyan o Glae. Debemos irnos, Keil, y ha de ser ahora.