CAPÍTULO 11

El descubrimiento congregó a todo el grupo en el laboratorio de Nelser, alrededor de la mesa donde unas horas antes había sido practicada la autopsia al cadáver de Reyan. Su puesto lo ocupaba ahora aquel extraño animal, que Nelser se había apresurado a anestesiar para que no causase problemas mientras decidían qué hacer con él. Su aspecto recordaba al de un cordero, pero carecía de orejas, su hocico era más prominente y sus ojos eran desmesuradamente grandes, adaptados a un ambiente oscuro; además, poseía uñas retráctiles sobre las pezuñas y unas manchas pardas circulares por todo el cuerpo que le conferían un aspecto casi cómico. Pero lo más curioso del animal eran sus patas, ocho en total, tan cerca entre sí que resultaba milagroso que el ser pudiese caminar sin hacerse un lío con ellas. Una de ellas se la había fracturado al caer de su escondite.

—¿Y dices que lo encontraste en el sector norte? —inquirió Luria.

—Estaba en el interior de una especie de caldera —asintió Paws—. Puse en marcha accidentalmente un motor, y el bicho cayó justo enfrente de mí.

—Deberíamos habernos dado cuenta antes de su existencia —observó Glae—. ¿Cómo lo hemos podido pasar por alto?

—Las instalaciones son muy grandes, y el sector norte no es utilizado por ninguno de nosotros —dijo Nelser—. Es fácil que un animal pueda corretear a sus anchas por ahí sin que hasta ahora nos hayamos topado con él.

—Habríamos detectado antes a este bicho si las instalaciones contaran con sensores de presencia —dijo Paws—. Pero semejante lujo no nos ha sido concedido.

Luria se acercó al animal para contemplar de cerca las pezuñas. Con unas pinzas alzó una de las uñas retráctiles en forma de garfio.

—No es un cordero —dijo—. De eso estoy segura.

—Nadie ha afirmado hasta ahora que lo sea —declaró Nelser.

—Me pregunto cómo ha llegado hasta aquí.

—Nuxlum carece de vida orgánica, si descontamos los hongos que Paws encontró en la cueva —dijo Nelser—. Si este ser fuera originario del planeta, debería tener una constitución completamente distinta. Respira oxígeno como nosotros, y su cuerpo está cubierto de un pelo parecido a la lana que lo protege de las bajas temperaturas, algo incompatible con el ambiente de Nuxlum, donde reinan temperaturas del orden de los cien grados centígrados. Es obvio que fue traído por algún operario de Indronev.

—Pero Indronev es una empresa que se dedica a la construcción —adujo Luria—. Eso tengo entendido, al menos. Que trajesen a esta bestia con ellos no tiene mucho sentido, porque no creo que ningún obrero tuviese como animal de compañía a este engendro.

—Sí, desde luego es bastante misterioso —reconoció el doctor.

—Debería usted buscar en los archivos de Reyan —sugirió ella—. Tal vez encuentre algo que pueda servirnos.

—Ya les he echado un vistazo, y no se menciona nada relativo al espécimen.

—Pues para mí, este bicho no tiene aspecto de ser de la Tierra —dijo Paws.

—No sé —Nelser se volvió hacia Keil—. ¿Qué opinas, muchacho?

Keil se frotó reflexivamente la barbilla, meditando sobre la situación.

—Tal vez se trate de un híbrido —dijo—. El fruto de un experimento fallido que alguien trajo hasta aquí por motivos desconocidos. Quizás por un simple capricho.

—Tiene razón. Parece el cruce entre un cordero y un ciempiés —bromeó Paws.

—Menudo capricho —comentó Luria—. ¿Por qué alguien iba a traer consigo un animal tan horrible?

—Quizás fue la mascota de los obreros —dijo Keil—. Igual se les podría haber antojado traer a un caimán.

—Lo del caimán no es algo que deberíamos descartar —añadió Paws—. Habría que inspeccionar meticulosamente el sector norte para asegurarnos…

El mecánico se interrumpió al notar que el suelo temblaba bajo sus pies. Todos contuvieron la respiración, mientras la sacudida hacía vibrar el instrumental de las bandejas y los frascos entrechocaban dentro de las vitrinas.

Era el tercer temblor en menos de veinticuatro horas, y aunque la intensidad de éste último había sido mucho menor, no por ello los ánimos estaban más calmados.

Paws rompió el silencio con una propuesta radical:

—Olvidémonos de este bicho y larguémonos de aquí. La estructura de la base es tan endeble que puede venirse abajo en cualquier momento.

—La Newton no está programada para un viaje de regreso —adujo Nelser.

—Keil puede programarla. Puedes hacerlo, ¿verdad?

Keil jamás había tenido que vérselas con una computadora de navegación estelar, y la idea le causaba pánico.

—Sería incapaz de identificar a la estrella polar en una noche sin luna —dijo con un hilo de voz.

—Ni falta que te va a hacer aquí la maldita estrella polar —contestó Paws—. Glae y yo tenemos experiencia en astrogación. Nosotros te daremos los datos y tú los cocinarás en la computadora.

—Olvidan que los tanques de la nave están prácticamente vacíos —alegó el anciano—. No hay combustible suficiente para el ascenso.

—Pero la Newton funciona con un reactor de fisión protónica —dijo Luria—. La energía que produce la separación de los quarks…

—Es una fuente prácticamente inagotable, ya lo sé —convino Nelser—. Pero para que la nave alcance la velocidad de escape gravitacional y ascienda por encima de las nubes es necesario usar propulsión convencional. El conversor de gluones sólo entra en acción cuando la nave ha abandonado el pozo de gravedad.

Luria recorrió con la mirada a Paws y Glae, con la esperanza de que alguno de ellos rebatiese los argumentos del doctor, pero sus expresiones corroboraban las afirmaciones de Nelser.

—No se pongan nerviosos —dijo el médico—. Conocemos muy poco de Nuxlum, y estos temblores deben ser algo cotidiano a lo que tendremos que acostumbrarnos. Estoy seguro de que los ingenieros lo tuvieron en cuenta a la hora de levantar el complejo.

Las palabras tranquilizadoras del doctor no surtieron en absoluto el efecto apetecido. En realidad, ni el propio Nelser creía en lo que estaba diciendo.

—Yo podría arreglar lo del combustible —intervino Paws—. Las naves de la Unión están preparadas para utilizar cualquier tipo de combustible en caso de emergencia. Sólo tendré que realizar algunas adaptaciones en los quemadores para que los motores puedan usar el gas branio.

—Demasiado peligroso —apuntó Luria—. El branio sale todavía con muchas impurezas. Habría que trabajar día y noche en las torres de perforación para obtener una calidad mínimamente aceptable.

—Un momento, un momento —dijo Nelser—. La única persona cualificada para apreciar una situación de emergencia soy yo; y no estimo que se den circunstancias para ordenar una evacuación. Como mucho, comunicaré lo sucedido a la base estelar más próxima y aguardaré instrucciones.

—¿A Econ III? —gruñó Paws—. Se encuentra a siete años luz de distancia.

—Las cápsulas robot están dotadas de aceleración Lisarz —aclaró Nelser—. No emplearán más de cinco días en llegar a su destino.

—Y otros cinco en volver —murmuró el mecánico—. Demasiado tiempo. Para cuando Econ III le comunique qué hacer, ya estaremos muertos.

—No comparto su opinión —zanjó Nelser—. De modo que continuaremos haciendo nuestro trabajo, que para eso nos pagan, por si acaso lo han olvidado. Y por cierto, Paws, haga el favor de que esas torres empiecen a bombear de una vez. Dentro de seis meses vendrá la primera nave cisterna, y me gustaría que se llevasen de este planeta algo más que protestas.

—Sólo podrá funcionar la torre sur, y eso con mucha suerte. Las restantes necesitan piezas de repuesto que no hay en el almacén. Habrá que pedirlas.

—Déjese de excusas y póngase a trabajar. En el almacén poseen todo lo necesario para repararlas.

Nelser dio por concluida la reunión y cubrió a la criatura con una sábana. Paws le miró de soslayo y masculló una imprecación, abandonando la sala seguido de Keil y Glae; pero Luria se quedó en el laboratorio, provocando en el anciano un gesto de fastidio.

—Paws cumple con su trabajo tan bien como podamos hacerlo los demás —le dijo ella—. No debería hablarle así.

Nelser se volvió hacia la vitrina de los fármacos para recolocarlos en su lugar, dando intencionadamente la espalda a la mujer.

—Cada vez se parece más a Reyan —le espetó ella.

—¿No tiene nada mejor que hacer, doctora?

Se escuchó un bufido procedente de la mesa de operaciones. El cordero se removía entre las sábanas. Una de sus ocho patas asomaba por debajo de la sábana, exhibiendo una pezuña negra como el betún, con esas uñas engarfiadas a su alrededor.

—La anestesia le ha surtido muy poco efecto —observó Luria.

—Le inyecté suficiente para dormir a un caballo.

—¿Qué hará con él?

—Lo mantendré un día en observación. Luego lo sacrificaré para realizar un estudio histológico completo.

—¿Sólo un día?

—No voy a desperdiciar mi valioso tiempo con este animal. Luria, le agradecería que si ha terminado ya con sus juicios críticos, regrese a sus asuntos. Hoy estoy realmente ocupado.

—Descuide, me iré inmediatamente. No crea ni por un segundo que hablar con usted me produce el menor placer.

—El sentimiento es mutuo.

Pero Luria no se marchó todavía. Aún le faltaba una última pregunta.

—¿Qué hará con el cuerpo de Reyan?

—No disponemos de unidad crematoria, así que lo enterraremos fuera del perímetro de la base, al modo tradicional. Será esta tarde a las veinte horas. Si quiere, puede encargarse de las exequias y preparar un sermón a la vieja usanza. Yo voy a estar ocupado y probablemente no podré asistir —hizo una pausa—. Sé que Reyan me disculpará —sonrió.

Luria abandonó la sala antes de caer en la tentación de responder. Detalle que agradeció Nelser, a quien la sola presencia de la doctora en su sagrada clínica bastaba para irritarle. El ordenador de medición telemétrica no había detectado hasta el momento anomalías en su electroencefalograma, aunque bien era cierto que el sensor llevaba apenas unas horas pegado al cuero cabelludo de la mujer.

Una vez que dispusiese de los registros suficientes para probar su desequilibrio mental, Nelser ordenaría su relevo coincidiendo con la arribada de la próxima nave cisterna. Desgraciadamente tendría que aguardar seis meses a que esto sucediese, y la espera podría ser insufrible para él.

Otro bufido procedente de la mesa de quirófano atrajo su atención. Aquel horroroso bicho soportaba dosis increíbles de anestesia. En eso se parecía mucho a Paws, meditó. Con cuidado alzó la punta de la sábana para verlo mejor. Debería atarle las pezuñas para que no tuviese la tentación de huir o darle un zarpazo. Nelser cogió la hipodérmica y le inyectó una segunda inyección que mantendría sedado al animal por lo menos durante un día entero. Después sería historia.

Alzó uno de los párpados de la bestia y se cercioró concienzudamente de que estaba dormido. Luego cerró por dentro la puerta principal de su laboratorio para impedir el acceso a visitas indeseadas, e introdujo una segunda jeringa en el cuello del animal, esta vez para sacarle sangre. A la altura del vientre realizó una incisión para extraer una muestra de tejido subcutáneo, que depositó en la bandeja. Luego desplazó la camilla hacia el tomógrafo toroidal y realizó un escáner completo de su anatomía interna. Los datos aparecieron a borbotones en el ordenador, donde fueron automáticamente procesados. Nelser no había visto nada igual en su vida, y desde luego, estaba seguro de que aquel ser tenía tanto de cordero como él de diácono.

El microscopio electrónico estaba listo para ser utilizado. Colocó una gota de sangre en el analizador y desentumeció los dedos. Sus dudas acerca de la presencia de aquel animal pronto iban a quedar despejadas.

Las compuertas del garaje se abrieron a las veinte horas en punto. Paws y Glae viajaban en la cabina del explorador, convertido ocasionalmente en vehículo de pompas fúnebres, mientras Luria y Keil ocupaban el compartimiento de carga, custodiando el féretro construido con unas planchas de acero rescatadas del material abandonado en el sector norte. Nelser había preferido quedarse en la base. Nadie le había visto desde la reunión en la clínica, donde se había encerrado a cal y canto para evitar curiosos. La sospecha de que algo importante les estaba ocultando cobraba cuerpo.

—Luria, tengo que decirte algo —murmuró Keil por la radio de su casco—. Sé que no he elegido el mejor momento, pero debo contártelo ahora.

La mujer contemplaba pensativamente su reflejo en la superficie del ataúd, y no pareció haberle oído.

—Hace unos días entré en el laboratorio de Nelser a observar los tanques de nucleosíntesis —continuó él—. Nelser no estaba, y aproveché para curiosear en sus papeles.

Luria siguió mirando su imagen en el féretro, abismada en pensamientos de muerte. Aquel día le traía dolorosos recuerdos de su hijo que procuraba evitar, pero que inevitablemente volvían a su mente una y otra vez.

—Encontré un trabajo titulado «estudios sobre la quinta base nitrogenada». Quizás no sea nada importante, pero…

La mujer alzó bruscamente la cabeza.

—¿Qué?

El explorador tomó mal un bache y sus cascos entrechocaron.

—Estamos saliendo del perímetro —informó Paws por radio—. ¿Dónde queréis que paremos?

—No pensé que fuera importante —dijo Keil—. Aunque la verdad, confieso que tampoco sé mucho de bioquímica.

Luria calló. El vehículo se alejó un poco del perímetro exterior de la base hasta que el conductor encontró un buen sitio, llano y aparentemente blando.

—Éste es el lugar perfecto —dijo Paws—. Acabemos de una vez.

Descargaron entre todos el féretro y con picos y palas procedieron a cavar una fosa. Habían esculpido en una plancha de metal el nombre de Reyan y su fecha de defunción. Nadie sabía si profesaba algún credo —como no fuese el culto a Baco—, así que prefirieron no dibujar símbolos en la lápida.

El calor en el interior de sus trajes se incrementó considerablemente por el esfuerzo físico y la dureza del firme. Bajo una capa de tierra blanda encontraron una roca de respetable tamaño, que los picos apenas consiguieron arañar.

—Vaya lugar perfecto para cavar un hoyo —protestó Keil—. ¿Es que no sabes manejar los sensores del explorador?

—Esta piedra es muy dura —añadió Luria—. Me estoy cociendo en mi propio traje.

—Estaba seguro de que el terreno era blando por aquí —se excusó Paws—. Quizás hemos tenido mala suerte al dar con la única roca que hay por la zona.

—Prueba por otro lado —le aconsejó Keil—. Para desmenuzar esta piedra necesitaremos algo más contundente que unos picos.

Paws se alejó del grupo en busca de un emplazamiento mejor, mientras, el resto de sus compañeros se concedían una pausa.

—Ciento veinte grados —anunció Glae al leer el indicador de temperatura exterior de su traje—. Nos achicharraremos si seguimos aquí mucho rato.

Keil, más pendiente de Luria que de las incidencias del entierro, preguntó a aquélla si había obrado bien hurgando en los papeles del doctor.

—No sé a qué se refiere Nelser con lo de una quinta base nitrogenada —reconoció Luria—, como no sea al uracilo. Es una base que se encuentra presente en el ARN, pero no en el ADN.

—¿De qué estáis hablando? —intervino Glae.

—Keil sospecha que nuestro nuevo jefe lleva a cabo investigaciones misteriosas en su laboratorio —explicó Luria.

—Quizás sea suyo el cordero que descubrió Paws —sugirió Glae—. ¿No se os había ocurrido?

—Esos animales no pueden surgir de un tanque de nucleosíntesis —rechazó Luria—. La síntesis proteica puede elaborar tejidos orgánicos aislados, pero no un ser vivo.

—Yo no estaría tan segura —dijo Glae—. Nos quejábamos de Reyan, pero me da la impresión de que el viejo es todavía peor. Si ni siquiera ha querido asistir al entierro. Reyan tendría muchos defectos, pero estoy segura de que no habría hecho una cosa así. Dime la verdad, Luria, ¿notaste alguna emoción en él mientras realizabais la autopsia? —Glae no se detuvo a esperar una respuesta—. Para Nelser es tan fácil como abrir una res. Creo que es así como él nos ve.

Keil dudó en hacer públicas sus averiguaciones acerca del pasado del médico, pero presintió que si lo hacía se metería en problemas. Y no sacaría ningún beneficio.

—En cualquier caso, eso no te da derecho a meter tus narices en los papeles de los demás —le recriminó Luria, y Keil se alegró de haber mantenido la boca cerrada—. Tu falta de discreción con los asuntos ajenos es irritante.

—Pensé que…

—Y no me estoy refiriendo ya a nuestro nuevo jefe. Recuerda el incidente de la niebla en el corredor. Te lo revelé confidencialmente y te faltó tiempo para contárselo a Nelser. Eso habla muy poco en tu favor. Ya no estoy segura de lo que debo hablar delante de ti.

—Lo siento, de veras que lo siento. Discúlpame.

Un grito estalló en el interior de sus cascos. Los tres se miraron mutuamente, pero ninguno de ellos había sido.

Tras el grito se escuchó la voz angustiada de Paws y su respiración jadeante. Casi podían oír también el ritmo acelerado de su corazón.

—¡No, no puede ser! ¡Esto no puede estar sucediendo!

—Vamos para allá —comunicó Glae por radio—. Tranquilízate.

Encontraron al mecánico arrodillado en el suelo, señalando unas protuberancias colocadas sobre cuatro montículos de tierra, que se hallaban ordenados en una fila. Glae limpió con el guante el polvo que cubría una de las protuberancias, que resultó ser una placa de metal, y leyó la inscripción.

—Leire Prian. 42 años. Fallecido el 8-8-2192.

—Hace tres años —murmuró Paws—. Cuando empezaron a construir esta condenada base.