CAPÍTULO 5

Los sistemas de purificación de aire estaban averiados. Pequeñas concentraciones de metano y azufre se habían filtrado por el interior de los conductos de ventilación, y aunque este fallo no constituía un riesgo serio para la salud, el olor que había por toda la base era bastante desagradable. Tampoco funcionaban bien los termostatos ni los canales de refrigeración, que tenían varias fugas. Como consecuencia, la temperatura en el interior de la base era del orden de los cincuenta grados. El aumento de temperatura había producido averías en cascada en otros aparatos de soporte vital. El resultado de aquella larga suma de inconvenientes era que la base no se encontraba en condiciones para albergar colonos con unas mínimas condiciones sanitarias. Hubo que reemplazar los filtros de purificación de agua, reparar los generadores de energía, sellar con sopletes algunas grietas que habían aparecido en la estructura y en fin, todo un rosario de parches en un complejo que se suponía estaba diseñado para albergar a quinientos colonos.

Tampoco era de extrañar que las instalaciones fallasen antes siquiera de haber sido estrenadas. Las empresas que ejecutaban contratas para el gobierno empleaban los peores materiales, cobrándolos luego a precio de oro y obteniendo sustanciosos beneficios. El trabajo era chapucero, apresurado y raramente se ajustaba a las especificaciones iniciales. La Administración no ejercía demasiado control sobre las contratas, y las constructoras por su parte pagaban a los ingenieros del gobierno para que diesen el visto bueno a los certificados de obra. Al final todos salían ganando.

En su etapa de ingeniero planetario, Allis Reyan había tenido oportunidad de participar en aquel lucrativo negocio. Concedió el visado a una planta perforadora en Marte que reventó dos años después a causa de defectos en su diseño. No hubo víctimas, pero los daños ascendieron a más de cien millones de unicreds. Para entonces la empresa constructora de la planta había quebrado y no pudo declararse responsabilidad alguna. Se incoó expediente disciplinario a Reyan, pero como ya era costumbre en estos casos fue sobreseído por falta de pruebas.

Con tan útil experiencia, no era raro que el único que no se quejase de las deficiencias de la base fuese Reyan. Un día el agua sabía a rayos, al siguiente la temperatura se disparaba diez grados, al otro quedaban a oscuras, y cuando todo parecía funcionar correctamente, los ordenadores se iban inexplicablemente al garete. Reyan siempre pedía paciencia.

Pero conforme transcurría el tiempo, se vio obligado a cambiar de opinión. No es que la base estuviese acabada chapuceramente, es que era un hecho notorio que no estaba concluida. Varias galerías del sector norte se hallaban sin acabar, tres de las cuatro torres de perforación no se encontraban operativas y faltaba equipamiento básico en las instalaciones. Era difícil de creer que algún ingeniero de la Unión hubiese visado el certificado final de obra, cuando descaradamente ésta todavía no había finalizado. ¿Por qué? Una responsabilidad demasiado evidente para el ingeniero. La mala calidad en los materiales podía disimularse, los defectos de diseño que se mostraban al cabo de los años podían traspasarse al arquitecto director, a empresas subcontratistas ya quebradas, a algún técnico fallecido o a mil y una excusas técnicas. Pero que la obra quedase sin finalizar y la adjudicataria cobrase por el trabajo terminado era excesivo. No es que los corruptibles ingenieros tuviesen reparos en firmar lo que hiciese falta, pero ninguno que quisiese seguir en el negocio cometería una torpeza de ese calibre, a menos que deseara ganarse la reputación de imbécil y algunos años en la cárcel.

Una tarde que el personal estaba achicando una fuga de agua en los sótanos, Reyan —poco dado a los arranques de compañerismo que requiriesen esfuerzo físico— se encerró en su despacho con una botella de whisky sintético. Tenía el firme propósito de encontrar respuestas. Por ser el jefe de la colonia disfrutaba de algunos privilegios para acceder a información clasificada. Sabía que no encontraría datos comprometedores en los archivos que señalaran responsables con nombres y apellidos; esos datos, si existían, habrían sido borrados hace mucho tiempo, pero quizás hallase algo útil.

El sopor alcohólico le entorpecía a la hora de concentrarse en los entresijos de la red informática. Las letras bailaban delante de sus ojos, su habla pastosa era erróneamente interpretada por el reconocedor de voz del ordenador, y sus dedos fallaban al aporrear instrucciones en el teclado. Al cabo de dos horas sólo consiguió encontrar un par de referencias aisladas al proceso de construcción de la base, que no le sirvieron de gran cosa. Se trataba de restos de ficheros borrados que había podido rescatar con un programa de recuperación de datos, y que mencionaban un fallo en el asentamiento de la torre de perforación Oeste, pero sin revelar el motivo.

Reyan abandonó la búsqueda por ese terreno e intentó husmear a través de una vía indirecta. Muy despacio, intentando vocalizar correctamente cada sílaba, pidió información acerca de los procedimientos de emergencia.

—Solicite ayuda a la colonia más cercana —le informó el ordenador.

—¿Cuál es la colonia más cercana? —inquirió Reyan.

—Econ III. Distancia: 7 años luz.

—¿Se ha solicitado ayuda a Econ III últimamente?

—Acote el término «últimamente».

—¿Se ha solicitado ayuda a Econ III en los últimos tres años?

—Esa información no se halla disponible.

—¿Cómo podría obtener rápidamente ayuda de Econ III, si se presentase una situación de emergencia?

—Utilizando una sonda robot. Las encontrará en la sección de mantenimiento.

—¿Cuál era nuestra dotación inicial de sondas robot?

—Dos.

—¿Cuánto tardaría una de esas sondas en llegar a Econ III?

—Cinco días.

Reyan salió de su despacho en dirección a los talleres de mantenimiento. Tenía que comprobar si alguna de las sondas habían sido usadas antes de su llegada. Por el camino se encontró con Paws, que llevaba la cara embadurnada de fango y la ropa mojada.

—Ya hemos acabado, jefe. No hace falta que bajes al sótano.

—No tenía intención de bajar —dijo Reyan—. Si hubieseis reparado la bomba la semana pasada, ahora no se habría estropeado.

—Esta cochambrosa base se cae a pedazos —replicó Paws—. No es culpa mía que…

Reyan no se quedó a escuchar sus quejas. Continuó pasillo arriba y subió las escalerillas que conducían al nivel donde se almacenaba la maquinaria pesada. Se dio la vuelta por si alguien le seguía, pero no vio a nadie.

Una variada colección de cajas se apilaban en los estantes, cubiertas por una capa de polvo. El material obsoleto que las empresas privadas rechazaban era vendido al gobierno como nuevo e iba a parar a almacenes como aquél, donde permanecía olvidado sin sacar de los embalajes.

Reyan se preguntó si alguna de aquellas cajas contendría lo que buscaba. Podría tardar días enteros en averiguarlo, y sólo con imaginar el esfuerzo que eso requería le daba vértigo.

—¿Qué haces hurgando en mi departamento?

Reyan se volvió. Paws estaba plantado en el umbral de la puerta, mascando chicle.

—¿Se puede saber qué buscas en mi territorio? —insistió Paws.

—Nada que te importe. Quiero un inventario completo de todo esto. Necesito saber qué contiene cada una de esas cajas.

—Contienen chatarra. La trajeron aquí a toneladas.

—Preferiría una descripción más exhaustiva de su contenido, si no te importa.

—¿Para qué? Si me dijeses qué es lo que buscas, quizás podría ayudarte.

Reyan se quedó mirándolo. Paws hizo un globo de chicle y lo explotó delante de sus narices. Vaya un tipo puerco, pensó.

—Dame una copia del inventario —dijo.

—El inventario. Claro, creo que lo tengo por aquí —Paws entró en la oficina del almacén y revolvió unos cuantos papeles—. Vaya, no lo encuentro. Juraría que estaba dentro de este cajón.

—Saca una copia por el ordenador.

—Se bloqueó ayer por la tarde, jefe, a ver si el gaznápiro encuentra el momento para venir a arreglarlo. Pero no me hace falta inventario para encontrar lo que quiera. Sólo tengo que saber qué es lo que debo buscar.

Reyan murmuró entre dientes. Paws acabaría descubriendo antes o después qué es lo que él quería.

—Cápsulas para enviar mensajes fuera del sistema planetario —dijo.

—¿Sondas robot? —exclamó Paws—. Sólo se utilizan en caso de emergencia. ¿Acaso van a evacuarnos?

—Nada de eso. Sólo quiero saber dónde están y su estado de conservación. Una comprobación rutinaria.

—¿Cuándo llegará la nave para sacarnos de aquí?

—No vamos a pedir ninguna nave.

—Entonces, ¿para qué quieres saber dónde están las cápsulas?

—Limítate a cumplir lo que te he pedido.

Reyan se dio media vuelta, marchándose de allí. Había sido muy imprudente realizando aquel comentario con Paws. Ese bocazas no tardaría en correr la voz. Regresó a su oficina y tomó otro trago de whisky para aclarar las ideas.

Media hora después, Luria llamaba a la puerta de su despacho. Reyan escondió rápidamente la botella.

—Paws me ha dicho que vamos a morir todos —le espetó la mujer nada más entrar.

—Es ley de la naturaleza —sonrió Reyan—. Nadie es eterno.

—No deberías bromear cuando nuestra vida está en juego.

—La culpa es tuya por hacer caso a ese payaso, Luria. Sólo le pregunté dónde estaban las cápsulas de mensajes.

—¿Y para qué quieres saberlo?

—Quería comprobar si faltaba alguna —Reyan reflexionó. Mejor que contase a Luria lo poco que sabía. Si seguía inventando mentiras conseguiría que acabasen creyendo a Paws en vez de a él—. Sospecho que la compañía que construyó las instalaciones se vio en dificultades para concluir las obras. De ser así, me gustaría saber con qué problemas se enfrentaron. Por si acaso.

—Si tienes alguna información que debiéramos conocer, cuéntanosla. Ya nos has puesto bastante nerviosos.

—¿Por qué? ¿Sólo porque estamos a ochenta años luz de la Tierra y no hay una maldita alma en este planeta? Ése no es motivo para estar nervioso —Reyan exploró el semblante de la mujer, pero Luria no estaba con ganas para bromas—. Únicamente tengo unos cuantos detalles que no me encajan. Por ejemplo, me sorprende que hayan dejado la base sin acabar.

—Has trabajado para el gobierno. ¿Eso te sorprende?

—Precisamente porque soy ingeniero, conozco los procedimientos de las compañías. Este complejo lo construyó la corporación Indronev. Es una empresa bastante solvente.

—¿Insinúas que algo les hizo huir a toda prisa, hasta el punto de dejarse a medio terminar las galerías del sector norte?

—Y dejar inoperativas tres de las cuatro torres de perforación —asintió Reyan—. Indronev no abandona una obra a menos que tenga el cobro asegurado. Creo que la Unión interestelar fue informada de las causas de suspensión de las obras, y dio su visto bueno.

—Pagando el total del contrato —añadió Luria—. A cambio de que tuviesen la boca cerrada.

—Quizás hasta recibieron una indemnización suplementaria. Pero todavía no me explico qué les pudo hacer huir. Se supone que Nuxlum es un planeta estable. He estudiado los datos de su corteza y no existen placas tectónicas ni volcanes. El planeta lleva millones de años geológicamente muerto. La probabilidad de que suceda un terremoto es ínfima. Tampoco hay vida en él, y la actividad de los vientos a nivel de la superficie es inexistente. Las lluvias de ácido sulfúrico no llegan a tocar el suelo, las gotas caen y se evaporan en la estratosfera sin alcanzar la superficie.

—¿Entonces, qué supones que les ocurrió a los de Indronev?

—No tengo la menor idea.

—Quizás debiéramos salir fuera y echar un vistazo.

—¿En el vehículo explorador? —Reyan arqueó las cejas.

—Si los que construyeron la base se encontraron con problemas, tal vez la respuesta esté más cerca de lo que pensamos.

—Sería una buena idea si supiésemos por dónde empezar, Luria, pero estamos en blanco. Es prematuro realizar exploraciones sin datos, y además correríamos un riesgo innecesario.

Se produjo una llamada por el comunicador interno. Reyan pulsó un botón de su mesa.

—¿Qué ocurre?

—Soy Paws. Hay dos cápsulas robot en el almacén. Ninguna ha sido utilizada.

—Gracias —Reyan cerró el comunicador—. Vaya, qué extraño. Estaba convencido de que las habían usado.

—Tal vez Indronev se trajo sus propias cápsulas —sugirió ella—. No se fiaría de los suministros que ellos mismos trajeron embalados.

—Sí, tal vez fue eso —Reyan repiqueteaba con los dedos encima de la mesa—. O tal vez no despegó ninguna cápsula hacia Econ III. Paso demasiadas horas encerrado en este despacho pensando cosas raras.

—En eso tienes razón. Hasta el doctor Nelser ayuda cuando hace falta.

—Hay que mantener el principio de autoridad. No puedo ponerme a achicar el agua cuando hay mecánicos que deben ocuparse de ese trabajo.

—¿Y cómo lo mantienes? ¿Apoyándote en una botella de whisky? Reyan, eres un inepto.

—Puedes llamarme Allis. Hay confianza.

—El principio de autoridad se mantiene ganándose el respeto de los que están bajo tus órdenes, no el desprecio.

Luria salió de su despacho antes de que él pudiese articular una réplica. Reyan se retrepó en su butaca y miró al techo. Bien había empezado. Sólo llevaba allí una semana y ya se había ganado la antipatía de todos. Volvía a repetirse su experiencia en la plataforma orbital de Io. Bueno, ahora tenía la ventaja de que sus superiores no podrían ordenar su traslado. Con aquel destino había tocado fondo. Era difícil imaginar un lugar peor donde enviarlo. Reyan pasaría el resto de su vida vegetando en aquel planeta mientras el hígado le aguantase.

Recuperó la botella. El líquido descendió a través de su garganta con un leve cosquilleo. Luego releyó los restos de ficheros que había recuperado del ordenador. Si en Nuxlum había algún peligro, ¿por qué no les habían avisado? Quizás ese peligro no existía. Indronev había acabado las instalaciones de cualquier manera y luego se había largado de allí tan campante. Él no tenía experiencia en la construcción de colonias fuera del sistema solar. A decenas de años luz de la Tierra quizás los controles se relajasen. ¿Por qué no? Las inspecciones debían ser prácticamente inexistentes y la posibilidad de estafa al gobierno mucho más sencilla. Un par de funcionarios sobornados y ya está. ¿Quién haría caso a las quejas de unos cuantos puñados de colonos desperdigados por la galaxia?

Reyan tomó otro trago, apagó el ordenador y se olvidó definitivamente del tema. Poco después se quedó dormido.

Acababa de demostrar que el calificativo de inepto era demasiado generoso para describir sus dotes intelectuales.

Ése era precisamente el concepto que Luria se había forjado de su jefe. Allis Reyan era un individuo detestable, sin la menor capacidad para dirigir una colonia, un vago que se pasaba el día encerrado en su despacho bebiendo alcohol y dormitando. Había sospechado que quizás tuviese en su poder información confidencial que no quería compartir con los demás, pero después de conversar con él se había dado cuenta de que era demasiado estúpido para saber algo realmente importante y guardar el secreto.

Por fortuna para el geólogo jefe, sería difícil que los demás pudiesen quejarse de él a la Unión interestelar. Había ochenta años luz por medio, y las cápsulas de mensajes sólo se utilizaban en caso de emergencia. Probablemente por eso lo habían mandado allí. La mejor forma de deshacerse de sujetos como él era el destierro a lugares tan alejados de la Tierra como fuese posible.

Luria entró en el laboratorio de geoquímica, donde disponía de unas confortables instalaciones para los análisis. Ya que Reyan no estaba interesado en trabajar, ella disfrutaría en exclusiva de las instalaciones con entera libertad, sin que nadie se entrometiese en lo que hacía.

Las labores para la puesta en funcionamiento de la torre de perforación sur no habían concluido. Paws y Glae estaban sobrecargados de trabajo reparando averías que surgían a diario por toda la base, de modo que Luria dispondría de mucho tiempo libre hasta que comenzase a aflorar gas branio. Había iniciado un cultivo de células nerviosas para que sirviese de sustrato al microprocesador que contenía los recuerdos de su hijo Dane. Luria podía haber volcado la información del chip en un ordenador del laboratorio, pero comunicarse con una máquina no era lo que ella quería. Deseaba que Dane contase con un sistema orgánico lo más parecido a un cerebro auténtico. Su cultivo de neuronas se multiplicaba a buen ritmo y dentro de una semana tendría la masa suficiente para sus propósitos. Keil le había brindado su ayuda para construir un vocalizador y unos sensores que se conectasen a la masa neuronal, a fin de facilitar la comunicación con la réplica del cerebro de Dane. Hubiera deseado reproducir su cuerpo al detalle, pero clonar a un ser humano requería gestar un embrión en una matriz artificial. Luria no la poseía, y aunque la hubiese tenido, el crecimiento del feto llevaría nueve meses. Además, no podía volcar luego la información del procesador en el pequeño cerebro del recién nacido sin riesgo de matarlo.

Se preguntó qué sería de su ex marido. Blen la había amenazado con llevarla a los tribunales si no le entregaba una réplica del biochip. Pero cuando lo hizo, Blen no podía tener la menor idea de que sería su última conversación con ella. De haberlo sabido, habría obtenido una orden para evitar que Luria saliera de la Tierra con el chip. Sus argucias legales ya no iban a servirle de nada. Ya podía buscarse los mejores abogados, no le serían muy útiles en Nuxlum. El caso sería archivado hasta que regresase a la Tierra, y ella no tenía propósito de volver.

—Hola, Luria. ¿Puedo pasar?

—Pasa, Keil —dijo la mujer sin volverse del banco de trabajo—. Quería preguntarte cómo va el sensor óptico.

Luria no obtuvo respuesta. Giró su taburete, pero Keil no había entrado. Qué raro, habría jurado que era su voz.

Salió fuera. Miró a uno y otro lado del pasillo en penumbras, pero no había nadie.

—Oye, Keil, no estoy para juegos. Si quieres decirme algo, pasa de una vez, y si no…

Guardó silencio. El único sonido que escuchaba era el murmullo de la maquinaria de la base, sepultada en los sótanos, y una lejana gotera al extremo de la galería.

Luria se encogió de hombros y volvió a su taburete. Keil no era de los que realizaban ese tipo de bromas. En fin, ahora debía concentrarse en la regulación enzimática del cultivo. Necesitaba estabilizar el crecimiento de las células para prevenir el desarrollo de tumores en la futura masa encefálica.

—Hola, Luria. ¿Puedo pasar?

Luria se volvió bruscamente. Keil asomaba por la puerta con timidez.

—¿Se puede saber a qué estás jugando? —gritó ella.

Él se quedó parado, sin saber qué es lo que había hecho mal para merecer ese recibimiento.

—¿Por qué te habías escondido? —inquirió ella.

—¿Escondido? No sé a qué te refieres.

—Hace unos instantes también me has pedido permiso para pasar. Cuando me he dado la vuelta, habías desaparecido.

—Te aseguro que no sé de qué me hablas. Acabo de llegar.

—Era tu voz, estoy segura —un sudor frío recorrió su espina dorsal—. Sí, estoy segura —repitió.

—Podría haber sido Paws, imitando mi voz. Sería muy propio de él.

—Cuando salí al pasillo no había nadie. Bueno, qué importa —Luria dejó el cultivo para otro momento—. ¿Querías algo?

Keil se la quedó mirando. Luria se estaba comportando de un modo muy extraño. Su obsesión por recrear el cerebro de su hijo en un amasijo de células nerviosas estaba afectando a su comportamiento.

—Creo que no es una buena idea lo que haces.

—¿Por qué? —replicó ella con brusquedad.

Keil señaló con un dedo el cultivo que había sobre el banco de trabajo.

—Tu hijo está muerto —dijo—. Deberías aceptar ese hecho.

—Hablas como mi antiguo marido —respondió Luria—. Continuaré con esto tanto si me ayudas como si no. No puedes hacerte una idea de lo que Dane significaba para mí. Era todo en mi vida. Comparado con él, lo demás carece de importancia.

Hizo una pausa, pero Keil no contestó.

—Bien, si tienes algo que decirme, habla ya —apremió ella—. Debo estabilizar el crecimiento celular del tejido, y eso requiere concentración.

—Tal vez no sea importante, pero he detectado una débil emisión electromagnética a veinte kilómetros de la base.

—¿Cuándo? —Luria alzó las cejas.

—Esta mañana, antes de que se produjese la fuga de agua en los sótanos. Yo estaba en la sala de control tomando café y un bocadillo. Nelser los hace estupendos con el sintetizador nucleico que tiene en su laboratorio. Puede fabricar levadura, hidratos de carbono, lo que quieras, a partir de una secuencia de bases nitrogenadas que…

—Sé cómo funciona un sintetizador nucleico, Keil.

—Perdona. Mientras desayunaba se me ocurrió comprobar si los sistemas de transmisión funcionaban correctamente. No sé por qué pensé en eso, en realidad es inútil que transmitamos a ningún lado, estamos demasiado lejos de la civilización para que puedan oírnos en un plazo razonable, pero realicé un barrido del espectro electromagnético en busca de interferencias y encontré una fuente de baja intensidad de origen presumiblemente artificial a veinte kilómetros de aquí.

—Podría tratarse de alguno de nuestros equipos —sugirió Luria.

—La fuente se encuentra lo bastante alejada del perímetro de la base para tratarse de un equipo.

—Tal vez sea algún aparato de radio abandonado por la constructora Indronev.

—Ya había pensado en eso —reconoció Keil—. Por eso no te lo había comentado. Pero he oído lo que va diciendo Paws por ahí, y he vuelto a comprobar esta tarde si la fuente de emisión seguía en el mismo lugar. Y así ha sido. Creo que deberíamos ver de qué se trata.

—Hace un rato le propuse a Reyan echar un vistazo por los alrededores —recordó ella—. Me insinuó que podría ser peligroso.

—No tenemos por qué decírselo a Reyan. De todas formas, él no se enterará. Se pasa el día encerrado en su despacho.

Luria vaciló unos segundos.

—De acuerdo, pero iremos mañana. Ahora tengo que ocuparme del cultivo.

—Como tú quieras —Keil se dirigió a la salida.

—Ah, no comentes esto con los demás —le advirtió ella—. Podría ser una falsa alarma, y es mejor no preocuparles más de lo que ya ha hecho Paws.

—Mis labios están sellados —asintió Keil, y se marchó del laboratorio.

Luria se quedó observando la puerta que acababa de cruzar Keil. ¿Qué estaba ocurriendo? Desde que llegó a la base había comenzado a sentir algo extraño. Luria fue la primera en quitarse el casco cuando entró a las instalaciones. Quizás eso no tuviese nada que ver, pero aquel olor a podrido todavía permanecía en sus fosas nasales. Sabía que se trataba de fugas de azufre o metano; sin embargo, aún captaba de vez en cuando emanaciones fétidas por la galería, y eso que el problema de purificación de aire ya estaba solucionado.

Cerró la puerta del laboratorio y echó el cerrojo por dentro. Si Paws trataba de asustarla, no volvería a pillarla por sorpresa.