El hospital

Siempre había odiado los hospitales públicos. Una cosa era verse obligado a visitarlos para que le realizaran alguna prueba y otra muy distinta estar ingresado en uno de ellos. Pese a contar con los mejores médicos y la mejor tecnología, el hecho de tener que compartir habitación con uno o dos enfermos más le parecía muy incómodo. Sin embargo, en aquella ocasión la experiencia no fue como otras veces.

Despertó de la anestesia lentamente. Su boca, seca como el esparto, ansiaba algo de agua.

—Tendrá que esperar un poco a que se le pase por completo el efecto de la anestesia. En breve vendrá el médico —dijo la enfermera.

A su edad, solo y sin familiares que fuesen a verle, Nel se desesperaba cada vez que requería que las enfermeras le atendiesen. El servicio era extremadamente lento, y él muy impaciente.

—No haga caso a esa vieja bruja. ¿Quiere que le acerque un vaso de agua? —preguntó alguien tras la cortina. A juzgar por la voz, debía de ser un chico joven.

—Pues no te voy a decir que no —contestó Nel, agradeciendo el gesto.

El muchacho se levantó de la cama, abrió la cortina y luego le acercó el vaso. Era alto, de cabellos claros y tez rosada.

—Me llamo Frank, Frank Herbert —dijo, estrechándole la mano.

—Nel. Encantado.

Nel lo observó atentamente. Tenía la cara y el cuello llenos de enormes cicatrices. Al darse cuenta de que el chico se había percatado de la forma en que lo miraba, Nel se apresuró a pedirle disculpas.

—Siento mucho si…

—No se preocupe, ya no importa. Hace unos días quizá me hubiese afectado, pero ahora… ahora ya no pasa nada. A veces la distancia ayuda a ver las cosas de una forma distinta.

—Bueno, lo realmente importante es lo que uno lleva dentro —dijo Nel, avergonzado y tratando de suavizar la situación.

Frank desvió la mirada hacia el suelo, no sin cierta tristeza.

—Y, dígame, ¿qué es lo que le ha traído hasta el hospital? —preguntó, intentando cambiar de tema.

—Algo tan tonto y fastidioso como una hernia. Cosas de la edad, que no perdona —respondió Nel, haciendo un esfuerzo por incorporarse—. ¿Y tú? ¿Cuál es el motivo de tu estancia?

El chico lo miró fijamente desde los pies de la cama y, tras unos segundos de silencio, contestó:

—Como puede imaginar por mi aspecto, tuve un grave accidente de tráfico. Me dormí al volante tras una noche de fiesta. El resultado está a la vista.

—¿Y cuándo te dan el alta?

El muchacho desvió la mirada, como si la pregunta le incomodase.

—De inmediato: estoy a punto de salir —dijo, mientras se apartaba el flequillo de los ojos con la mano.

—¿Cómo? —A Nel le extrañó el comentario, pues aquel chico no parecía estar a punto de irse de allí.

—¿Tiene usted familia? —preguntó Frank, quitándole importancia a su comentario anterior.

—Por desgracia, no. Soy hijo único, y como no me casé…

—Eso lo hace todo bastante más sencillo, ¿no cree?

—¿Sencillo? No entiendo.

—Sí, sencillo. Verá, cuando uno tiene familia no puede evitar sentirse responsable. Siempre dando explicaciones…

—No creas, la soledad es muy dura. No todo el mundo está preparado para ella.

—Quizá tenga razón —respondió, mientras se acercaba al costado de la cama de su compañero de habitación.

—Entonces tú sí tienes familia.

—Sí, tengo a mis padres, a los que quiero con locura y a los que no dejo de dar disgustos, y a mi hermano Richard, a quien afortunadamente veré muy pronto.

—¿Vive lejos de aquí? —preguntó el anciano.

—¿Quién? ¿Mi hermano?

—Sí.

—Pues sí, más o menos… Hace demasiado tiempo que no lo veo —apuntó, con una mirada triste.

—Ya veo.

—Ahora que recuerdo… Cuando ingresé, la enfermera me quitó del cuello una cadena que él me había regalado, y al dejarla en esta mesita resbaló y cayó entre la barra de la cama y el colchón. No la he podido sacar.

—Pues menos mal que te has acordado, si no igual se queda aquí.

En aquel momento se oyó que alguien entraba en la habitación. Frank corrió la cortina y volvió a su cama.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó el médico, dirigiéndose a Nel.

—Bastante bien.

—Veo que ha bebido agua. Le dije a la enfermera que esperara a que yo…

—No, no ha sido ella. Me la ha acercado Frank, el chico de aquí al lado.

Con gesto de contrariedad, el doctor avanzó hasta la cortina, descorriéndola de golpe. Allí no había nadie; únicamente una cama vacía y perfectamente hecha.

—Está usted solo —contestó el médico, estupefacto ante su comentario.

Nel, aún dolorido, se incorporó presa de un sobresalto; lo que oía no podía ser cierto.

—Le juro que estaba aquí —dijo, alterado.

—¿Y cómo dice que se llamaba el chico?

—Frank Herbert. —Nel no entendía lo que estaba sucediendo.

El doctor salió un segundo de la habitación y regresó mirando a Nel con incredulidad.

—Frank Herbert murió esta mañana en esa misma cama, pero ocurrió una hora antes de que lo trajeran a usted. ¿Cómo…?

—Eso no puede ser —lo interrumpió Nel; no daba crédito a lo que oía—. Hace solo unos minutos yo estaba charlando con el chico; de hecho, me ha dicho que había tenido un grave accidente de coche.

—Y así fue, pero ingresó aquí en coma y no llegó a despertarse.

Nel se quedó paralizado, sin saber qué decir o qué hacer. Aquello era imposible. Una mezcla de sensaciones le invadió el cuerpo; al principio sintió miedo, mucho miedo, al darse cuenta de lo que había ocurrido en realidad. Sin embargo, al cabo de unos minutos Nel se tranquilizó, y entonces le vinieron a la cabeza las palabras del chico.

—¡La cadena! —exclamó, presa de una visión.

—¿Cómo dice? —preguntó el doctor, completamente desconcertado.

—¿Y la familia de Frank?

—Supongo que abajo, en la capilla, esperando a que se lleven el cuerpo al tanatorio.

Sintió que tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros. Sin dudarlo ni un instante, Nel se levantó y se acercó a la cama vacía. Metió la mano por el lateral, entre la barra y el colchón, y como por arte de magia sacó de allí la cadena.

—¿Qué es lo que…? —trató de preguntar el doctor mientras Nel salía de la habitación y se dirigía a la capilla. Sabía que tenía algo pendiente, algo que posiblemente se tratara de uno de los encargos más importantes que le habían hecho en toda su vida. Entró en la capilla, y allí, solos y quebrados por el dolor, estaban los padres de Frank. Dudaba sobre el modo de decirles lo que sabía sin que le tomasen por loco.

—Buenos días —dijo Nel, acercándose a la madre de Frank.

—Buenos días.

—Verá, no los conozco de nada, pero hoy por la mañana he ingresado en este hospital y me han puesto en la habitación de su hijo Frank.

La mujer, atenta a sus palabras, asintió con la cabeza.

—Cuando estaba despertándome de la anestesia, un muchacho con la cara y el cuello llenos de cicatrices me ha acercado un vaso de agua y se ha presentado. Sé que lo que voy a decirle le sonará extraño, pero es la verdad.

Ella lo miraba con cierta reticencia.

—El chico me ha dicho que se llamaba Frank Herbert y que había tenido un accidente de tráfico al dormirse al volante.

La madre de Frank frunció el ceño con desaprobación, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Antes de que avisase a su marido y lo echasen de ahí a patadas, Nel se apresuró a hablar.

—Sé que no me creerá, pero ese chico me ha dicho que los quería con locura y que no dejaba de darles disgustos. Y luego me ha dicho que por fin iba a ver a su hermano Richard, a quien hacía mucho que no veía. Sé que suena increíble, pero…

En ese momento la mujer rompió a llorar desconsoladamente y su marido se acercó a toda prisa. Nel se apartó un poco, temiéndose la reacción. Estaba convencido de que aquella pareja no dudaría en avisar a seguridad.

—Hay algo que me ha pedido que les diera —dijo, sacando la cadena de su bolsillo—. Por lo visto se le cayó a la enfermera entre la barra de la cama y el colchón.

Durante unos segundos la tensión creció en el ambiente hasta llegar a su punto máximo. Pero entonces la mujer se acercó a él y, tomando la cadena en su mano, le dijo, con voz entrecortada por el llanto:

—No sabe lo felices que nos ha hecho con sus palabras. No me queda ninguna duda de que ha hablado usted con él. Frank llevaba tiempo sin ver a su hermano porque murió de cáncer hace un año, y respecto a la cadena… no se imagina lo importante que es para nosotros poder recuperarla. Gracias.