De nada sirvieron las protestas de Niit. La misión había sido planificada en las altas esferas, y su petición de que se dejase en paz a los narvales, hasta que se recuperasen por completo, fue ignorada. Tampoco le hizo gracia que la incluyesen en la misión. Circulaban historias muy extrañas acerca de la nebulosa Limbo; posiblemente la mayoría fuesen mentira, pero no era ninguna leyenda el elevado índice de radiación que bañaba la zona, supuesto residuo de una antigua nova, aunque en su interior no se había localizado la fuente que explicase la persistencia de la radiación hasta el presente. Joris le aseguró que los pasajeros irían muy bien protegidos en el Nereida, un moderno navío estelar construido para aquella travesía. Aparte del grueso blindaje que les resguardaría de las partículas más energéticas, una cámara llena de agua, que envolvía los habitáculos de la tripulación, absorbería el resto de la radiación que pudiera filtrarse. Los narvales nadarían en ese espacio intermedio con relativa comodidad, y para cuidar de que su salud no corriese peligro, ella les acompañaría.
Eso no era del todo cierto. La querían porque Tayalore y Gema sólo hablaban con Niit. La mera presencia de Damián, incluido en la tripulación como representante de la corporación Markab, bastaba para que los cetáceos se negasen en redondo a comunicarse. Hubiera sido más inteligente dejar a Damián en tierra, pero la compañía alegaba derechos de propiedad sobre los narvales y no quería ser marginada. Solo servía para estorbar e incordiar, y tenía que mantenerse fuera de la vista de los cetáceos, pero por fortuna no se alojaba en el camarote de Niit. Ella compartía el suyo con Joris, y no le habría importado compartir algo más de no ser porque dentro de su conciencia tricéfala había una mujer. Bueno, también dos hombres, y Niit sentía curiosidad por ver cómo se comportaba en la cama una persona con tres mentes distintas. ¿Quién tomaba la iniciativa? ¿Sometían las decisiones a votación? Joris era muy reservado en esos temas; y descubrió que sentía cierta incomodidad porque ella era una terrestre y no comprendía la naturaleza de los errantes, ni por qué algunos decidían fusionar sus vidas de aquella forma.
Habían dejado Sedna hace veinte horas, y faltaban otras seis para que llegasen al borde exterior del Limbo. Tras supervisar que los narvales se encontraban bien y que se cumplía el protocolo fijado, Niit se encontró sin nada que hacer, pero con un montón de preguntas en su cabeza, y nadie dispuesto a contestarlas. El capitán estaba demasiado ocupado para atenderla, Damián juraba no saber mucho más que ella, y Joris se mantenía el mayor tiempo tirado en su litera, posiblemente conectado con el alto mando utópico mediante un enlace de larga distancia, o hablando consigo mismo, o simplemente holgazaneando.
Niit decidió forzar la situación. Entró al camarote y zarandeó a Joris.
—Estaba despierto —le dijo el tricéfalo.
—Pues no lo parecía. He hablado con los narvales: no están dispuestos a colaborar si no les explico claramente los objetivos de la misión.
Joris se sentó en la litera y alzó una ceja.
—¿Qué quieren saber?
—Todo.
—Niit, esta operación es alto secreto.
—Yo no pedí estar aquí. Como mínimo, y ya que he sido obligada a embarcar, merezco un poco de respeto.
—Respeto —vaciló Joris.
—Sería una pena que hiciésemos este peligroso viaje para nada.
—Creo que estás hablando por ti misma, y no por los narvales. Ellos no muestran curiosidad hacia conceptos abstractos; ni siquiera saben qué es el Limbo.
—Nosotros tampoco.
—Bien, ahí lo tienes. Quizá después de este viaje tengamos más información.
—¿Para qué los necesitas?
—Para traducir el lenguaje krenyin.
—Debí imaginarlo.
—Los krenyin fueron la mayor civilización tecnológica de que tenemos constancia. Dejaron ruinas de su cultura en media docena de planetas. Lo que se ha encontrado hasta ahora no ha servido de mucho, pero esto podría cambiar.
—Con la ayuda de los narvales.
—Sí. Creemos que los krenyin llegaron a Sedna hace dos mil años. No sabemos cuánto tiempo permanecieron allí, pero fue suficiente para establecer comunicación con los narvales. A diferencia de nosotros, los krenyin se percataron de inmediato del enorme potencial de estos cetáceos; no los trataron como animales, sino de igual a igual.
—¿Qué pasó después?
—Los krenyin dejaron de visitar Sedna. Se extinguieron. Además de las ruinas que nos legaron, hemos encontrado restos de otras civilizaciones más atrasadas. Ninguna ha sobrevivido hasta nuestros días. Muchos historiadores opinan que es inevitable alcanzar un punto de fractura, a partir del cual las culturas avanzadas se extinguen. Este punto suele llegar después de descubrimientos revolucionarios, como la fisión del átomo o la aceleración de partículas a altas energías. Algunos historiadores vaticinan que, si la flecha de nuestro desarrollo continúa ascendiendo, la humanidad alcanzará ese punto de fractura en un futuro próximo.
—Y desaparecerá.
—Surya conoce esta teoría, y se la ha tomado en serio. Por eso intenta expandirse cada vez más lejos y dejar atrás a la vieja humanidad.
—Suponiendo que lo que me has contado sea cierto, ¿qué tiene de especial el Limbo? ¿Guarda alguna relación con los krenyin?
—Oh, sí, mucha —sonrió Joris, y mantuvo silencio.
—Aún no me has contado nada.
—Pues yo creo que he hablado demasiado.
—Está bien —Niit se encogió de hombros, y se dirigió a la puerta—. Veremos qué opinan Tayalore y Gema de tu silencio.
—Espera —Joris sacudió la cabeza; en su interior se libraba una disputa sobre la conveniencia de continuar aquella conversación—. Siéntate.
Había ganado el sí. Niit tomó asiento frente a él, satisfecha.
—El lugar que ocupa actualmente la nebulosa Limbo fue en el pasado el sistema natal de los krenyin —dijo Joris.
—La física no es mi especialidad, pero en tal caso, ¿no debería haber en la nebulosa un residuo del sol original? Una estrella de neutrones, un púlsar.
—Hay un núcleo masivo en el interior, suponemos que el rescoldo de la estrella originaria, pero la radiación no procede de ahí.
—Entonces, ¿de dónde?
—Del mismo espacio.
—No entiendo.
—Nadie lo entiende. De acuerdo con las observaciones, el espacio parece generar energía. No es que sea físicamente imposible; de hecho, el vacío es un mar hirviente de partículas subatómicas que nacen y desaparecen de la nada constantemente. Es un fenómeno natural que sucede a nuestro alrededor desde que existe el universo, pero no se rompe el principio de conservación de la energía porque el balance final de ese bullir de partículas es cero. Sin embargo, por razones que desconocemos, este mecanismo de creación-desaparición se ha alterado en el Limbo.
—Reconozco que es una interesante curiosidad astrofísica, pero ¿en qué nos afecta?
—Niit, que nosotros sepamos, los krenyin fueron la civilización más avanzada que ha existido. Y se extinguieron. Algo le sucedió a su sistema solar hace dos mil años, quizá alcanzaron su punto de fractura y sucumbieron a su propia tecnología. Lo mismo podría pasarnos a nosotros. Cuando se juega con altas energías, el peligro de desatar un desastre global se incrementa. En el caso de los krenyin, ese desastre acabó con un sistema solar entero, pero aún podría haber sido peor. La creación de un vacío extremadamente energético, lo que llamamos falso vacío, puede originar un nuevo big bang y arrasar el cosmos.
—Oh, vaya. Me estás diciendo que nuestra misión consiste en salvar el universo —Niit suspiró—. Por un momento me habías asustado.
—No deberías bromear con estos temas.
—Si la creación de ese falso vacío estuviese al alcance de una tecnología avanzada, ya se habría producido. ¿Cuántas civilizaciones tecnológicas, de las que nada sabemos, han nacido y muerto en la historia del cosmos? Dime una cifra, Joris.
—No lo sé. Sería un cálculo aventurado.
—Con una sola que hubiera aparecido en cada galaxia, lo que es una estimación conservadora, serían miles de millones, y ninguna ha provocado un Armagedón universal, o de otro modo no estaríamos aquí.
—Alguna vez podría ser la primera.
—He aprendido por experiencia que cuando mi gobierno recurre al catastrofismo, es para desviar la atención de los problemas reales.
—Pero no estamos hablando de tu gobierno, Niit. Utopía funciona de manera muy distinta a la federación de Tierra Unida.
—Seguís siendo humanos, aunque muchos de nosotros no lo reconozcamos. Vuestros procesos mentales son similares a los nuestros.
—¿Y tú, Niit? ¿Cuál es tu opinión sobre nosotros?
—No estábamos hablando de eso.
—Entiendo. La pregunta te desagrada.
—En absoluto. Es solo que eres el primer errante que conozco y no he tenido trato previo con vosotros. Supongo que sabrás que tenéis muy mala prensa en la Tierra.
—¿Puedo hacer algo por cambiar esos prejuicios?
—No he dicho que yo los tenga.
—Perdón.
—Pero sí puedes hacer algo para que nos llevemos mejor. Intenta no confundirme con palabrería científica. Tú eres físico y yo bióloga, pero sé perfectamente cuándo se me oculta algo, así que trata de llenar ese falso vacío que tanto temes con la verdad.
—Lo que te he contado es cierto, Niit. Lo juro.
—Estoy cansada —la mujer subió a la litera superior y se tendió en la cama—. Voy a dormir un rato. Despiértame si el espacio empieza a arder a nuestro alrededor.
—Lo haré.
Joris también cerró los ojos. Le ayudaba a liberar el cerebro de estímulos externos, y a concentrarse para que su diálogo interior fuera más fluido. Len, Dea y Yor comenzaron a escindirse en conciencias individuales, separando la personalidad amalgamada de Joris en sus tres componentes.
Dea: Así que una mentira es más fácil de tragar si la envuelves con media verdad.
Len: No hemos mentido. Lo que se le ha contado sobre el Limbo es cierto.
Dea: Pero no es el motivo por el que vamos allí.
Len: Es humana. No podemos confiar en ella.
Dea: Yo me sigo considerando humana. ¿Quieres decir que ya no vas a confiar en mí?
Len: Tu concepto de humanidad no sigue el canon actual de los propios terrestres.
Dea: Sus cánones son un montón de prejuicios sin valor racional. Yor, ¿no vas a decir nada?
Yor: Es evidente que hemos menospreciado la inteligencia de Niit.
Len: ¿Por qué tendríamos que confiar en ella? Sólo es la cuidadora de una pareja de narvales. ¿Eso le da derecho a acceder a información sensible?
Dea: Accederá a ella cuando los narvales traduzcan la información.
Len: No lo creo. Carece de los conocimientos necesarios para interpretar los datos.
Dea: ¿Y si pone a los narvales en nuestra contra? Tayalore y Gema únicamente confían en ella.
Yor: Comprendo los temores de Len. Si revelamos a Niit la verdadera naturaleza de la misión, podríamos tener problemas con los narvales.
Dea: Y si no lo hacemos, lo descubrirán por sus propios medios y será peor. Estáis cometiendo el mismo error que los suryanos: considerar a los narvales unos genios idiotas que no entienden la información que almacenan. ¿Habéis pensado que quizá no quieren dirigirnos la palabra porque no nos consideran dignos de compartir su conocimiento con nosotros?
Yor: La inteligencia de los narvales no es el objeto del debate.
Dea: ¿Por qué cuando Niit solicitó hablar conmigo, dijisteis que no era posible? Empezamos a mentir entonces, y seguimos mintiendo ahora.
Len: Únicamente le ocultamos cierta información.
Dea: Es lo mismo. Mentira por omisión.
Len: Empiezo a creer que la defiendes porque es mujer.
Dea: Y yo creo que la desprecias porque es una terrestre.
Yor: Esta discusión carece de sentido. Dea, en este momento es prematuro revelar a Niit nada más. Cuando lleguemos a nuestro destino, decidiremos de acuerdo a la evolución de los acontecimientos.
Dea: Eso es aplazar la solución del problema.
Len: He notado que Niit siente una fuerte atracción sexual hacia Joris. El olor de las feromonas de su sudor la delata.
Dea: ¿Qué sugieres?
Len: Podemos utilizar esa debilidad en nuestro favor. Hagámosla suponer que Joris siente lo mismo por ella, y así la manejaremos mejor.
Dea: No me gusta el modo en que trivializas el amor.
Yor: Sin embargo, es una buena idea.
Dea: Es una idea horrible.
Yor: Hay intereses superiores en juego que prevalecen sobre consideraciones banales.
Len: Exacto. No nos lo pongas más difícil, Dea.
Dea: ¿De verdad creéis que no se dará cuenta? Cualquier mujer percibiría el engaño.
Len: Para eso estás tú, para convertir a Joris en un seductor convincente.
Dea: ¿Y si me niego?
Len: No seas infantil. Sabes que mi idea es la mejor opción, pero te fastidia reconocerlo.
Yor: Tenemos acuerdo. Nuestra personalidad grupal se comportará para lograr que Niit deje de lado su hostilidad y sea cordial y colaboradora con nosotros.
Joris abrió los ojos. Los pensamientos integrados de las tres conciencias zumbaban a su alrededor, causándole jaqueca. Su mente se volvía inestable cuando uno de sus integrantes mantenía firmemente su postura en contra de la mayoría. Saltó de la litera para buscar un frasco de analgésicos y al hacerlo, no pudo evitar volver la mirada en dirección a Niit, que dormía. Era físicamente atractiva, nariz pequeña, cabello castaño, ojos almendrados, y ni una arruga en su cara. Al darse la mujer media vuelta en la cama, observó la curva de sus pechos bajo la camiseta y sintió una punzada de excitación.
El amor es el subproducto de un cóctel químico de neurotransmisores, pensó, una reacción animal a estímulos visuales y olfativos dictada por los genes.
Sería agradable seducir a Niit.
A bordo del Oberón, el buque insignia de la fuerza combinada de intervención rápida, Luis Torelli fue ascendido a sargento y condecorado con la medalla al mérito aliado, reciente distinción que el general Maksim Ichilov había creado para estimular la moral de los soldados.
Valeri era el único terrestre que había en el puente de la nave. Mientras su amigo recibía efusivas felicitaciones de sus compañeros errantes, nadie reparaba en su presencia, a excepción de uno que le preguntó quién era, y que se retiró de inmediato cuando le aclaró que pertenecía al Concordia. No podía culparles. Tenían que cambiar muchas cosas en la Tierra para que errantes y terrestres empezasen a confiar los unos en los otros, y por ahora las autoridades se lo tomaban con calma.
Pero se alegraba por Luis. Había completado la misión con éxito, y el cuartel general estudiaba con detenimiento la información que obtuvo de Verkoczy acerca de la Tercera Vía. Una vez que decidiesen los objetivos a atacar, y sería muy pronto, la fuerza de intervención rápida sería enviada al combate. El momento de entrar en acción se acercaba.
Valeri rechazó las bandejas de canapés que le ofrecían los camareros y únicamente tomó una cerveza, que saboreó en solitario, mientras observaba con un ojo la fiesta y con el otro el reloj. Un camarero volvió a atosigarle con los canapés y Valeri negó de nuevo.
—No tengo apetito.
—El general Ichilov quiere saber por qué no ha ido a saludarle.
—¿Es obligatorio?
—Se supone que usted es su hijo —el camarero leyó el apellido en el galón de teniente de Valeri—. O eso me han dicho.
—Mi padre murió. ¿No lo sabías?
El camarero se encogió de hombros y se alejó de él. Unos minutos después apareció un policía militar, que le pidió que le acompañase.
Maksim Ichilov se había escabullido de la fiesta y le aguardaba en su despacho, un lugar espacioso y decorado con pésimo gusto. El policía militar le indicó que pasase y les dejó solos. Valeri permaneció en posición de firme, mientras Maksim le daba la espalda. Parecía estar consultando algunos papeles, pero era una pose calculada. Cuando lo juzgó oportuno, se dio la vuelta y reparó por fin en él.
—En estos momentos mis mandos murmuran sobre tu manifiesta falta de educación hacia mí. Eres mi hijo y aún me debes respeto.
El aludido no contestó.
—Desde que ingresaste en la fuerza combinada de intervención rápida, he esperado que me llamases para preguntarme cómo me iban las cosas —prosiguió Maksim—. Nada. Tu padre no te preocupa lo más mínimo. ¿Es esa la educación que te di?
—Permiso para hablar libremente, general.
—Oh, vamos, ¿vas a tratarme como a un extraño?
—Eres un extraño. Mi padre murió en un accidente. Tú eres alguien que posee sus recuerdos y que se cree la misma persona.
—Soy él. Y ¿sabes una cosa? La vida tras la resurrección no me ha sido fácil.
Valeri suspiró. Aquel tipo no le dejaría irse de allí sin despacharse a gusto.
—La cabina de mi nave sufrió una descompresión mientras orbitaba la luna Ío. Deberían haberme indemnizado por aquello… bueno, quiero decir, a mis herederos. En cualquier caso, la Tierra pudo haber tenido el detalle de resucitarme en un nuevo cuerpo y correr con los gastos, pero tampoco lo hizo. Les importaba un comino, aunque ignoraban que yo había previsto que esa situación llegaría, y estaba preparado.
Valeri hizo una mueca de extrañeza.
—¿Te sorprende? —dijo el general—. Sabía que si moría, sería de forma definitiva, así que contacté con un militar de Utopía, y me prometió que ellos me resucitarían en caso de muerte, si a cambio trabajaba para ellos.
—Eso es traición.
—No lo has entendido; trabajaría para ellos después de morir.
—Aún así, Utopía no era nuestro aliado cuando aceptaste ese trato.
—Los tiempos cambian.
—Pero no las personas —murmuró Valeri, entornando los ojos.
—Quizá te alegre saber que desde que ingresé en el ejército utópico, he recibido amenazas de muerte de mis antiguos compañeros. No me perdonan que quiera seguir viviendo.
—¿Amenazar de muerte a un errante no es contradictorio?
—Existen formas para corromper la matriz neural. Los errantes también podemos morir. Es más difícil que con un terrestre, pero es factible.
—Qué interesante —bostezó Valeri—. ¿Puedo irme ya?
—No.
Maksim recorrió el despacho de un extremo a otro, dio una vuelta a su escritorio y manoseó un pisapapeles magnético. Por alguna razón, no se atrevía a continuar.
—¿Para qué me has traído aquí?
—Mira, hijo… puedo seguir llamándote hijo, ¿verdad? Quiero decir, aunque tú no me consideres tu padre —no hubo respuesta, y el general continuó—. Sé que en mi otra vida no me comporté todo lo bien que debía.
—¿A qué te refieres? ¿A gastarte el sueldo en el juego, a largarte con una furcia y dejar a la familia en la ruina?
—Es suficiente.
—¿A desentenderte de tus hijos, a no llamar al hospital cuando a mamá la operaron del páncreas, a no mandarnos un céntimo en todos estos años, a…?
—¡Es suficiente!
—Añade «es una orden», y me callaré.
Maksim se sentó en su sillón, replegándose tras su escritorio.
—Hace meses que os envío dinero. Mi economía está saneada y quiero compensaros por los años que os tuve abandonados.
—Demasiado tarde.
—Cuando se tiene infinidad de vidas por delante, nunca es demasiado tarde, Valeri.
—Los terrestres solo tenemos una.
—Eso puede remediarse. En Utopía disponemos de excelentes neurocirujanos. Puedo costearte un implante raquídeo y asegurarte una nueva vida cuando tu cuerpo deje de funcionar.
—No quiero implantes en mi cabeza. Si crees en la vida eterna, mejor para ti.
—No es cuestión de creencias, Valeri. La vida eterna existe, y yo puedo dártela. A ti y a todos tus hermanos. Incluso a tu madre, si lo desea.
—Optaste por transformarte en errante y no voy a discutir tu elección. Respeta la nuestra.
—¿La libertad de morir?
—Maksim murió. Tú vives con una copia de su mente. Una copia nunca es el original, por perfecta que sea. Si no puedes entender eso, entonces no me explico cómo has llegado a general.
—Los errantes no somos cosas.
—No he dicho que lo seáis.
—Estás anclado en el pasado, hijo, pero no es culpa tuya. Vuestros prejuicios no os dejan ver el futuro.
—Lo que sucede es que somos conscientes de nuestras limitaciones.
—El día que mueras, todo lo que has hecho en la vida se perderá. ¿Quieres acabar así, hijo? ¿De qué habrán valido tus esfuerzos, tus sacrificios? ¿Quién te recordará al cabo de unos años? Tienes la oportunidad de permanecer en el universo y eliges disolverte en la nada.
—No es una elección; se trata de nuestra naturaleza.
—Supongamos que no fuese el verdadero Maksim; ¿y qué? Poseo todos sus recuerdos y experiencias, puedo continuar su proyecto vital donde él lo dejó y llevarlo muy lejos.
—Lo que mi padre hizo en vida no merece la pena que tenga continuidad. Él no pensaba más que en sí mismo.
—La resurrección cambia a las personas. Quizá tengas razón en parte, Valeri; no soy el mismo que era. Por eso deberías darme otra oportunidad.
—Tú no eres mi padre.
—Está bien —Maksim bajó la vista hacia una carpeta de documentos, pensando que estaba perdiendo el tiempo con su hijo—. Puede retirarse, teniente.
Valeri se cuadró y se dio media vuelta, pero Maksim ya no le prestaba atención.
No se sentía bien marchándose así.
—Gracias.
El general alzó la barbilla, dirigiéndole una mirada de interrogación.
—Gracias por condecorar a Luis.
—Hicisteis un buen trabajo —dijo Maksim—. Debería haberte premiado a ti también, pero no quería que pensasen que te doy un trato de favor.
—Yo no hice nada memorable. A él le corresponde el mérito.
—No seas modesto, Valeri. La infantería no puede tomar una posición sin un equipo de gente que la respalde. Cocineros, zapadores, mecánicos, conductores… tal vez nunca peguen un tiro, pero sin ellos, las batallas no podrían ganarse. Las guerras necesitan el trabajo de millares de hombres, aunque al final sólo un puñado reciba los honores.
Valeri asintió y regresó a la fiesta, sin poder quitarse al general de la cabeza. Había escuchado historias sobre cambios en la personalidad de los errantes tras la resurrección. Nadie sabía exactamente los motivos, tal vez la transferencia de información al tejido neuronal no era perfecta, o quizá se debiese a las diferencias morfológicas del cerebro receptor. El errante, obviamente, no notaba los cambios, sino la gente que lo había conocido en su vida anterior. La bioquímica neuronal era complicada y minúsculos cambios podían ocasionar reorganizaciones insospechadas de las sinapsis. ¿Podría eso haberle ocurrido a Maksim Ichilov? De una cosa estaba seguro: no era la misma persona que su padre, porque éste no habría enviado dinero a su familia ni antes ni después de muerto. Si el nuevo Maksim tenía remordimientos y quería purgar sus pecados, era una buena noticia para utilizar en favor de la familia. Pero Valeri no podía hablar en nombre de todos; aunque consideraba la resurrección un engaño, alguno de sus hermanos podría pensar de modo diferente. ¿Qué derecho tenía a decidir por ellos?
Luis se acercó a él en cuanto lo vio. El corro de halagos se había dispersado a la caza de las bandejas de solomillo al Oporto y los dados de jamón frito.
—¿Qué tal ha ido? —quiso saber su amigo.
—Regular.
—¿Lo has encontrado muy cambiado?
—Era más panzón y bajo que ahora. Su cuerpo actual es más joven y parece que está en buena forma física.
—No me refería a su aspecto.
—Es pronto para juzgar, pero dice estar dispuesto a admitir los errores que cometió en su otra vida.
—Me alegro. No voy a preguntarte acerca de vuestros asuntos personales, pero he oído comentarios de que pasado mañana atacaremos la base logística de la Tercera Vía. ¿Te ha mencionado algo tu padre?
—No hemos hablado de eso.
—Si los rumores se confirman, eso quiere decir que nos internaremos en la nebulosa Limbo.
—¿Eso te inquieta, Luis?
—Entré en el infierno suryano y regresé sano y salvo. ¿Por qué habría de inquietarme? —sonrió—. Para ser sincero, preferiría que los sicarios de Brax no se escondiesen allí dentro. Los blindajes de nuestras naves no aguantarían la radiación, y además…
—No creo que nos dirijamos a esa zona.
—¿Cómo lo sabes?
—Esta mañana, en una reunión de oficiales, se mencionó que el mando aliado ha enviado una nave exploratoria. Apresaron una sonda suryana hace poco, cuando salía de la nebulosa. El ordenador de navegación disponía de un mapa gravimétrico para orientarse en el Limbo y salir indemne.
—Pero eso no descarta que la Tercera Vía tenga sus bases en la nebulosa. Porque si no fuese así, ¿qué es lo que buscaba esa nave de exploración?
—No sé si nos gustaría saberlo, Luis.
Tan pronto como Schiavo regresó a base Liberación, solicitó reunirse con Elsa, pero la jefa de comandos había tenido que marcharse de forma inesperada. Eso disparó todas sus alarmas. Alguien, y no tenía que pensar mucho quién, la había quitado de escena para evitar que Schiavo pudiera darle el informe de lo sucedido. El paradero de Elsa era confidencial, le dijeron, y no podría comunicarse con ella durante el tiempo que permaneciese fuera.
Seguidamente, Schiavo fue requerido para que se presentase en el despacho de Néstor.
Aunque se suponía que la Tercera Vía funcionaba democráticamente, con una asamblea que elegía a un comité ejecutivo que le rendía cuentas, en la práctica funcionaba de forma piramidal, con Brax en la cúspide y media docena de lugartenientes elegidos por él, que ostentaban diversas jefaturas en el seno de la organización. Néstor era el tesorero, manejaba el presupuesto y administraba las partidas siguiendo las vagas directrices del comité ejecutivo. Su modo de proceder era opaco, no admitía controles de nadie y mantenía una constante rivalidad con otros lugartenientes, especialmente con Elsa. Brax no intervenía en estas disputas; de hecho, las alentaba; parecían divertirle las luchas de poder entre sus subordinados como medio de seleccionar a los más fuertes.
Con Elsa ausente de la base, la posición de Schiavo era especialmente frágil.
Kapic se ofreció a acompañarle, pero las órdenes eran claras: tenía que ir a la reunión solo. Por si le ocurría algo, Schiavo le dio instrucciones a su amigo sobre cómo utilizar las grabaciones de lo sucedido en la colonia Vega. Néstor se equivocaba si creía que sus amenazas iban a hacerle callar.
El tesorero le esperaba, inmóvil, tras su escritorio. Su despacho, en penumbras, como un velatorio, estaba iluminado por una pequeña lámpara situada encima de su mesa. Si había alguien más, oculto entre las sombras, Schiavo no podía verlo.
—Siéntate —dijo Néstor sin moverse, indicando con el índice una butaca frente a la mesa. Su cara tenía la expresividad de una esfinge.
—Prefiero estar de pie.
—No es una invitación.
Schiavo tomó asiento. Néstor le observó en silencio durante un rato, como un depredador evaluando el mejor ángulo para saltar sobre él. Schiavo aguzó el oído por si captaba la respiración de otras personas en la sala, pero el murmullo de fondo de una máquina de bombeo y el martilleo de una brigada de reparación que trabajaba en aquella planta le dificultó la tarea.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando para nosotros? —era una pregunta retórica. Néstor conocía ese dato perfectamente.
—Tres años.
—¿Y qué te inclinó a entrar en nuestra organización?
—Defender los derechos de los errantes contra la opresión.
—Llevo quince años al lado de Brax, cinco veces más que tú. Gracias a mi trabajo, construimos esta base subterránea, excavada en un asteroide tan difícil de encontrar que lo convierte en inexpugnable. Brax confía en mí, por eso me encomendó la tesorería de la organización. Y hasta ahora lo he hecho bien; nunca nos ha faltado dinero para continuar nuestra labor.
—No cuestiono tu trabajo, Néstor, pero yo estaba al mando de la misión a Vega, y uno de tus hombres desobedeció mis órdenes. Ese acto de rebeldía debe ser castigado.
—Tus órdenes entraban en conflicto con las mías. Como buen soldado, sabrás que en ese caso hay que acatar las que tienen mayor rango.
—Respondo directamente ante Elsa, no ante ti. Por cierto, ¿dónde está?
—Intentando solucionar un problema que tú creaste.
Néstor hizo una pausa, disfrutando del desconcierto que sus palabras causaban en Schiavo.
—Quisiera transmitirle mi informe de lo sucedido.
—Oh, sí, seguro que quieres. Pero como ya te he dicho, no puede ser. El gobernador Moghisi está furioso. Pagó el dinero que le pedimos y sin embargo, tú le atacaste. Eso nos puede causar problemas cuando exijamos pagos a otras colonias.
—Hay esclavos errantes trabajando en las minas de Vega. ¿Eso no importa?
—Schiavo, eres estúpido. ¿Crees que liberar a un puñado de esclavos solucionará el problema? Para enfrentarnos a la Tierra y obligarla a cambiar de actitud necesitaríamos construir nuestra propia armada; sólo así interrumpiremos el tráfico entre la Tierra y sus colonias. Pero para eso hace falta dinero, precisamente el que yo trato de reunir.
—Debí ser informado de que había otros objetivos que prevalecían sobre las órdenes de Elsa.
Néstor meditó una respuesta. Entre tanto, Schiavo se preguntó cuál era el motivo por el que Elsa había abandonado la base. El tesorero le había culpado a él, sin entrar en detalles. ¿Qué había hecho mal? Tal vez se tratase de una táctica para confundirle.
—Brax aprueba mi actuación —Néstor añadió con tono sombrío—: Pero si no me crees, puedes elevar una queja ante él.
—Exijo que Rashid sea sometido a consejo de guerra por su indisciplina. Si su comportamiento queda impune, sentará un peligroso precedente que pueden seguir otros hombres.
—No estás en condiciones de exigir nada —Néstor sacudió la cabeza—. Mira, entiendo los motivos por los que actuaste así. A mí tampoco me gustan los terrestres, se merecían que su colonia hubiese volado por los aires, pero no hay que precipitarse. Podemos extraer a esa fruta mucho jugo antes de comérnosla. La Tierra no tiene capacidad para proteger a todas sus colonias; su flota es pequeña y nos tiene miedo. ¿Qué hay de malo en aprovechar esa ventaja en nuestro favor?
—Déjate de palabrería y habla claro, Néstor. ¿Cuánto dinero te vas a quedar de la extorsión a Moghisi?
—¿Me estás proponiendo un trato?
—En absoluto.
—Te creía un tipo inteligente, pero en lugar de mostrar contención, vienes aquí a insultarme.
—Tienes propiedades en media docena de mundos. Te has hecho muy rico durante estos quince años al servicio de Brax. Creo que si la Tercera Vía desapareciese mañana mismo, tú ni lo notarías.
Néstor sonrió y echó su butaca hacia atrás. Su rostro desapareció del pequeño círculo de luz que emanaba de la lámpara y quedó oculto en las sombras.
—Rashid percibió algo raro en tu cerebro, mientras lo sometías a una violación mental —dijo en tono casual.
—Tengo información sensible en mi cerebro que debo proteger. Elsa lo sabe.
—Me pregunto qué clase de información escondes.
—Yo también me hice la misma pregunta respecto a Rashid.
—Voy a presentar cargos contra ti por ocultación de datos ante un superior. Tendrás que someterte a escaneo cerebral.
—Estoy autorizado por Elsa para mantener zonas de privacidad en secreto. Pero si ella consiente, aceptaré el escaneo.
—Aquí no existe la privacidad. Todos estamos del mismo lado, y si alguien mantiene reservas mentales, es un traidor.
—Hablas como un policía suryano.
—Tal vez debería enviarte con ellos, aprovechando que Elsa no está aquí para protegerte.
—Eso no impedirá que ella sepa lo que sucedió en Vega.
—La conversación ha terminado. Fuera de mi vista.
Schiavo se levantó. Su visión periférica captó un movimiento entre las sombras, confirmándole que aquella reunión había tenido al menos un espectador. Con alivio, abandonó el despacho y al salir al pasillo, el contraste de luz le obligó a entornar los ojos.
El encuentro no había deparado sorpresas. Néstor le sugirió discretamente un soborno y al encontrar rechazo, cambió a las amenazas. Pero Schiavo se iba con una duda que no le dejaba en paz: qué sabía Brax de los manejos de Néstor. Si la extorsión era la política actual, el ataque a la colonia Vega no tenía sentido. ¿Quién mandaba realmente en la Tercera Vía? Si a Brax no le gustaba lo que hacía Elsa, ¿por qué no la destituía? Las luchas internas de poder perjudicaban a la organización, y él estaba en medio del campo de batalla. Al interferir en los negocios de Néstor, éste se lo haría pagar caro.
Entró en el ascensor y pronunció en voz alta la planta a la que quería subir. Quizá debería llevar el caso al comité ejecutivo. Eso daría publicidad a lo sucedido y Néstor tendría que medir sus pasos para no quedar en evidencia. Pero a Elsa no le gustaría que obrase a sus espaldas e informase al comité antes que a ella. Su posición en…
El ascensor se detuvo en seco. Al pulsar el botón de alarma, un chispazo brotó de la consola y las luces se apagaron. De inmediato, llamó a Kapic, indicándole dónde estaba.
El habitáculo empezó a llenarse de una densa humareda. Schiavo saltó a la trampilla que había sobre su cabeza para intentar trepar al techo de la cabina, pero estaba bloqueada. Empujó con fuerza la puerta de seguridad y logró que la hoja se replegase unos centímetros, lo suficiente para que entrase un poco de aire fresco a la cabina. Acercó la nariz a la rendija y trató de respirar, pero no era suficiente. El monóxido de carbono contaminaba sus pulmones y el mareo le obligó a tenderse en el suelo. Había recibido entrenamiento para disminuir a voluntad el ritmo cardíaco y la frecuencia de respiración, pero la humareda que le envolvía le impedía concentrarse en ello. Néstor podría matar su cuerpo, aunque no su conciencia: Elsa la restauraría en otro cuerpo tan pronto como regresase.
A menos que el tesorero no quisiera matarle realmente, sino hurgar en su cerebro con impunidad, descubrir los secretos que él se negaba a revelarle, encontrar algún hecho oscuro que echase por tierra sus posibilidades de resurrección y perjudicase a su protectora, la verdadera enemiga a abatir. Si Néstor conseguía neutralizar a Elsa, su principal rival en el comité, acumularía aún más poder y se convertiría en el candidato idóneo para arrebatar a Brax el liderazgo de la organización.
Cuando Schiavo recuperó el conocimiento, esperaba encontrarse con alguno de los esbirros de Néstor encorvado frente a él. Por eso, al ver el rostro de Kapic, sintió una gran alegría.
No había permanecido inconsciente mucho tiempo. Kapic se encontraba cerca, alerta a cualquier movimiento, y acudió sin demora a su llamada de socorro. Lo había trasladado al cuarto de Schiavo y tendido en la cama.
—El médico viene de camino —dijo Kapic—. ¿Cómo te encuentras?
—Mi cabeza está a punto de declararse independiente. Pero aparte de eso, estoy bien.
—Tu consola de comunicaciones se activó al detectar tu presencia. Tienes un mensaje urgente.
Schiavo se incorporó en la cama, mareado, y se acercó a la consola. Tras superar la identificación de iris, apareció en pantalla Elsa.
—¿Quieres que salga fuera? —dijo Kapic.
—Quédate. Presiento que este mensaje nos afectará a los dos.
Antes de abandonar la base, le había dejado un mensaje en el que explicaba los motivos del viaje:
—Los sucesos de Rigel no son un hecho aislado, Schiavo. Han aparecido cadáveres en las colonias suryanas de Betelgeuse y Régulus. En todos los casos, las autopsias demuestran que la causa de la muerte es el consumo de los nanomeds que distribuimos entre la población para ayudarles a prolongar la vida útil de sus cuerpos. Al tratarse de gente humilde, sus posibilidades de resucitar son casi nulas. He ido a reunirme con un líder local de la resistencia en Rigel, para aclarar lo sucedido, pero la situación es grave.
—Y fuimos nosotros los que compramos la mercancía en el mercado negro —murmuró Schiavo.
—Sabía que tarde o temprano, esa mierda nos metería en problemas —dijo Kapic.
—Tengo motivos para sospechar que no se trata de un vulgar caso de nanomeds defectuosos —continuaba la grabación—. Alguien los programó deliberadamente para que atacasen a los errantes suryanos. Las granjas de cuerpos de Surya incluyen un código genético especial en el cromosoma trece, que permite crear dependencia genética a las comuniones, entre otras cosas que aún no hemos descubierto. El programador de los nanomeds perseguía que atacasen específicamente a suryanos, y nos han utilizado a nosotros para distribuir el producto. Quiero que Kapic y tú volváis a contactar con vuestro proveedor, y averigüéis quién está detrás de todo.
—Sabía que iba a acordarse de mí —dijo Kapic.
—Lamento no haber estado ahí para recibiros a vuestro regreso de Vega. Espero que Néstor no haya hecho de las suyas; creo que tramaba algo para hacer fracasar la operación.
Qué bien os conocéis, pensó Schiavo.
—Las misiones de comando quedan suspendida por tiempo indefinido, hasta que solucionemos esta crisis. De vuestras responsabilidades en la organización se encargarán otras personas. Ahora quedáis asignados en exclusiva a este asunto. Confío que la próxima vez que volvamos a vernos, uno de los dos tenga buenas noticias que dar. Hasta pronto y suerte.
Llamaron a la puerta. El médico acababa de llegar. Schiavo lo miró con desconfianza: si su vida hubiera dependido de él, ya la habría perdido. Tal vez fuera uno de los hombres de Néstor, encargado de rematarle si el numerito del ascensor fallaba.
—Me encuentro mejor —le dijo—. Gracias por acudir tan rápido.
—He venido en cuanto he podido —le replicó el médico, molesto—. Uno de los ascensores no funcionaba y los otros estaban ocupados.
—Puedes irte, amigo; nos las arreglaremos.
—No estarás tan mal —el médico hizo un gesto de indiferencia y se marchó.
—¿Crees que está implicado? —inquirió Kapic.
—No lo sé. Y eso es lo que me preocupa; este lugar ya no es seguro para nosotros. Lo mejor que podemos hacer es salir de aquí cuanto antes.
—Entonces no perdamos el tiempo y hagamos el equipaje. Hay que pillar al tipo que nos vendió esa mierda, antes que desaparezca. Pero no me hace ninguna gracia volver a la Tierra.