CAPÍTULO 18

NEREA

Carossa trataba inútilmente de detener la hemorragia. El herido había perdido ya mucha sangre y tenía seccionada la carótida por un arpón de escalada incrustado en su garganta, que le había roto la tráquea. No pudimos hacer nada para salvarle la vida. El hombre murió poco después, dejando un amplio charco bermellón a su alrededor.

El fallecido era el cabo que conducía uno de los tanques que patrullaban por los alrededores. En el momento en que el militar bajó del blindado para ir a comer recibió el impacto que acabó desangrándole. Los hombres de Folz buscaban en estos momentos al misterioso francotirador, oculto en la tormenta de arena.

Metimos el cadáver en una bolsa y lo introdujimos en una cámara frigorífica del laboratorio. Le pregunté a Folz si el atacante había sido mandado por Mowlan en una operación de comando, pero el coronel eludió contestar.

—Estamos dispuestos a llegar a un trato —le propuse, antes de que Folz me devolviese al calabozo.

—No tengo tiempo para hablar con usted —me respondió secamente—. Regrese a su módulo.

—Luis le ofrece cien millones si nos conduce sanos y salvos a la Tierra —dije previsoramente, intuyendo que no se conformaría con esa cifra y pediría más.

—¿Por quién me toma? Soy coronel de la Unión. Sólo les retenemos para garantizar nuestra seguridad. En cuanto nos hayamos ido de Marte, serán libres.

—Perfecto. Entonces obtendrá cien millones de creds a cambio de nada.

—No necesito su dinero.

—Todo el mundo necesita dinero. ¿Qué tal ciento veinticinco?

—Le repito que tengo cosas que hacer.

—Lo dudo, coronel. A menos que quiera salir fuera a buscar al tipo que ha matado a su cabo, en cuyo caso no me gustaría entretenerle.

—¿Quién se ha creído que es para hablarme en ese tono?

—Coronel, usted es alemán y está colaborando con la gente que destruyó Munich hace veinte años. ¿Puede dormir cada noche sabiendo eso? Está sirviendo a una Unión edificada desde el terror. Europa no habría consentido un gasto en misiles orbitales si aquel asteroide no hubiese caído en Alemania. La gente debería conocer la verdad y luego decidir si quiere realmente que la UEE siga existiendo.

—Yo no tuve nada que ver en aquello.

—Pero ahora lo sabe.

—Sí, ahora lo sé. ¿Cree que la verdad ayudará a alguien? Nos arriesgaríamos a perder lo conseguido en el último cuarto de siglo. Gravidus es necesaria para garantizar la seguridad de nuestros ciudadanos; el riesgo de colisión de un asteroide con la Tierra es real, y a largo plazo estadísticamente inevitable.

—Utilizaron esa excusa para sembrar la órbita terrestre de ojivas nucleares. Tienen a China en el punto de mira, y cualquier otro país que se les resista seguirá su mismo camino. Ninguna sociedad debería construirse bajo el miedo.

Folz llamó a Carossa.

—Acompáñela al módulo con los demás —ordenó.

—¿Qué hay del dinero? —le recordé—. ¿Ciento cincuenta, tal vez?

Carossa me sacó a empujones del laboratorio.

—Comandante, puede salir muy beneficiado de todo esto si nos ayuda —le dije mientras seguía empujándome por el pasillo sin prestarme atención—. Piénselo, ciento cincuenta millones de creds si nos devuelve a la Tierra. Imagine lo que podría hacer con ese dinero.

El hombre abrió la puerta. Un último empujón, al que siguió el chasquido metálico del cierre. Fin de la negociación.

Mis compañeros aguardaban expectantes. Les expliqué lo sucedido y lo sobrados que, en apariencia, estaban de dinero. Luis suspiró con alivio al saber que no tendría que pagar un céntimo. El muchacho no entendía realmente la gravedad de la situación.

—Tal vez no haya sido el mejor momento para proponerles el trato —dije—. Acaban de perder a uno de los suyos y los militares no pueden atender más de un problema a la vez.

—Eh, cuidado con lo que dices —protestó León.

—Esperaremos aquí a que las aguas se calmen. A menos que alguien tenga una idea mejor.

—¿Quién ha matado al cabo? —preguntó Sonia.

—No creo que haya sido uno de los hombres de Mowlan. Habría disparado una bala en lugar de un arpón. Lo que significa que carece de armas de fuego. A mí sólo se me ocurre un nombre.

—¿Félix? —dijo León, arrugando la nariz—. No se acercaría tanto.

—Tiene que ser él. No hay otra posibilidad.

—Podría ser Arquímedes —apuntó Sonia.

—Arquímedes trabaja para Folz —rechacé.

—¿Y si Mowlan se ha hecho con el control remoto del robot?

—Suponiendo que pudiera, tendría que haberle reprogramado por radio, lo cual no es posible mientras persista la tormenta de arena y los satélites sigan inoperativos.

—Podría haberlo hecho antes de que quedásemos incomunicados.

—Es verdad —reflexioné—. Pero Arquímedes lleva horas fuera, sentado frente a una batería antiaérea. Para conseguir un lanzarpones habría tenido que entrar a la base y cogerlo del taller. Difícilmente le habrían dejado. Folz no le quita el ojo de encima.

—Félix no tiene ninguna oportunidad contra ellos —señaló León—. Son militares profesionales y él no posee experiencia en combate.

—Bueno, ya ha matado a uno; ahora somos cuatro contra cuatro.

—Con Arquímedes son cinco —me recordó León—. Seis en realidad, ya que Fattori está con ellos y puede empuñar un arma. Además, una IA artillera dirige otro tanque. No iríamos lejos aunque lográsemos salir de aquí. Félix tampoco.

Por desgracia, León estaba en lo cierto. Sobre las ocho y media de la noche, cuando el capitán Vilar fue a llevarnos la cena, le preguntamos qué se sabía sobre el francotirador. Lo habían neutralizado hace un par de horas y reposaba en la cámara frigorífica, junto al cuerpo del cabo. Desde que los militares irrumpieran en la base, estaban sembrando mi laboratorio de cadáveres.

Vilar mencionó que era un tipo flacucho y arrugado que caminaba sin mochila de oxígeno. Uno de esos engendros que vivían en Quimera, agregó, como si sintiese repulsión de llamarlo por su nombre propio.

—Antes de morir nos dio un recado para usted —mencionó antes de irse.

—¿Qué recado? —pregunté.

—Dijo «recuerde su promesa». ¿Sabe a qué se refería?

—No.

—Miente. Pero me importa un huevo; cualquiera que sea el trato al que llegó con ese monstruo, no podrá cumplirlo; así que jódase.

Vilar cerró de un portazo.

—Vaya un grosero —observó Sonia—. Lástima que Félix haya durado tan poco. Podría haberse cargado unos cuantos más.

—¿Qué le prometiste? —quiso saber León.

—Que Muriel viajaría a la Tierra.

—Humm, eso será fácil. Supongo que también la trasladarán en la lanzadera a la nave de evacuación, para tener un rehén más. Que llegue viva a la Tierra es otro cantar.

Un eco metálico retumbó en la estructura.

—¿Qué ha sido eso? —gimió Luis—. ¿Un trueno?

León corrió hacia una de las paredes que lindaban con el exterior y pidió que guardásemos silencio. El suelo temblaba débilmente, pero fue suficiente para alarmarnos.

—Uno de los tanques de Folz ha disparado —informó León—. Un turbocóptero está despegando en este instante.

El fuego de una de las baterías antiaéreas nos sacó de dudas sobre la causa de aquellos ruidos. El general Mowlan llamaba a las puertas de Candor Chasma y Folz le estaba dando la bienvenida.

LEÓN

Aconsejé a los turistas que se protegieran el cuerpo con colchones y se resguardaran en las literas. Tras el fuego de la batería antiaérea se sucedieron explosiones de bombas que sacudieron la débil estructura de los módulos. Folz lanzó cohetes teledirigidos para neutralizar a los atacantes, pero la perturbación radioeléctrica causada por el óxido de hierro del polvo marciano jugó a favor de los atacantes. Los cohetes erraban el blanco y la única manera fiable de acertar era guiarse por la intuición. Eso a Folz no le servía, y en los primeros minutos del asedio perdió uno de sus tanques. Dos blindados al norte y otros dos al sur abrieron fuego sincronizado en cuanto estuvieron en rango de tiro, desintegrando a Arquímedes y a su batería antiaérea. En respuesta, uno de los turbocópteros del coronel lanzó varios misiles contra los atacantes y destruyó uno de los blindados. Pero por muchas IAs que Folz tuviese, nada podían hacer contra pilotos de carne y hueso, y en eso Mowlan tenía ventaja. El cóptero fue derribado y cayó a un centenar de metros de nosotros; parte de la chatarra se precipitó como granizo sobre la base e impactó contra el invernadero, perforando su techo. Los sistemas de seguridad funcionaron y la compuerta se selló automáticamente, dejándolo aislado.

Esperaba que en un último gesto a la desesperada, Folz entrase en nuestro módulo y nos sacase a punta de pistola. Por si acaso, Nerea y yo nos dispusimos a ambos lados de la puerta, con sendas barras de metal desmontadas de las literas, dispuestos a sacudirle en cuanto asomase la nariz.

Sin embargo, el tiempo transcurría y nadie entraba. Los disparos y explosiones se sucedieron durante más de dos horas y de repente cesaron. La base quedó en completo silencio.

Minutos después escuchamos las primeras pisadas en el pasillo. Los soldados tomaban posiciones a la entrada de cada módulo y luego los registraban antes de seguir avanzando. Cuando tuvieron la situación bajo control, nos tocó el turno a nosotros.

No había quedado ninguno de nuestros captores con vida, a excepción de Fattori, que aguardaba en su habitación y se rindió de inmediato. Los demás cayeron en el combate, incluido Folz, que se vio obligado a pilotar el otro turbocóptero que Mowlan no le había derribado, participando en una batalla que sabía perdida. Prefirió acabar así antes que dejarse coger y enfrentarse a un más que probable fusilamiento por rebelde.

Con la base asegurada, Mowlan se trasladó con sus fuerzas a Darwin, donde quedaba un pequeño contingente armado que mantenía retenida a Muriel. Un par de soldados se quedaron en Candor Chasma, explorando los alrededores a la búsqueda de minas o trampas.

Aquella noche dormimos a pierna suelta. Salvo Fattori, por supuesto, al que le esperaba un futuro ingrato.

A la mañana siguiente la tormenta de arena persistía sobre Candor Chasma, si bien con una fuerza sensiblemente menor, pero suficiente para mantenernos aislados. Por tal motivo no supimos del regreso del general hasta que éste tomó tierra con sus hombres, trayendo a una Muriel de semblante serio a la que aún no se le había comunicado que Félix había muerto. Nerea fue la encargada de decírselo, y pese a que no quisimos enseñarle el cadáver, Muriel insistió en verlo.

El cuerpo de Félix había sido acribillado a balazos: presentaba orificios de entrada, y algunos también de salida, en pecho, vientre y piernas. Se habían ensañado con él disparándole desde dos o tres puntos, pues también recibió impactos en costado y espalda. Pobre diablo, no tenía ninguna oportunidad contra fuerzas profesionales armadas. Era como si hubiese ido allí con los brazos en alto, gritando que le matasen.

Al final, aquel infeliz había conseguido caerme bien. Demostró tener agallas, se enfrentó a Folz consciente de sus escasas posibilidades, y a pesar de ello corrió el riesgo. Por qué lo hizo, lo ignoro. Muriel no estaba en Candor Chasma; puede que él no lo supiera y se sacrificó por ella. O puede que nosotros le importásemos más de lo que hasta ese momento había demostrado; desde luego mucho más de lo que él nos importaba a nosotros.

Tal vez lo que le aterraba era saber que se quedaría en Marte y moriría solo. Sacrificarse para intentar salvarnos sería para él una forma de dar sentido a su vida. Desde que Félix tenía uso de razón, se había sentido un bicho raro, apartado de todos, enclaustrado en una estación espacial rotatoria para simular la gravedad marciana, como un ratón dando vueltas dentro de un tambor; cuando creció fue trasladado a una prisión mayor: Marte. Félix jamás lo había considerado su hogar.

Días después, cuando la tormenta se desvaneció y la actividad solar volvió a la normalidad, Mowlan le rindió un último homenaje y organizó su funeral con honores militares. Nerea pronunció un discurso conmovedor que me hizo un nudo en la garganta y consiguió que todos nos sintiésemos culpables del triste final de aquel muchacho, al que juzgamos tan injustamente, y que demostró ser más humano que muchos de nosotros.

Los satélites volvían a funcionar y el general movía sus fichas en la Tierra, en combinación con su homólogo de base Copérnico y otros generales contrarios a la política belicista del gobierno. Una copia del disco de Wink obraba ya en poder del principal partido de la oposición y comenzaban a filtrarse a la prensa las primeras noticias de lo sucedido. El Tribunal Penal Internacional se vio forzado a abrir una investigación contra varios miembros del ejecutivo y cargos militares. La lista se incrementaría en los próximos días, y se elaboraba otra con testigos que rondaba el medio centenar.

Nuestro testimonio era esencial para aclarar lo sucedido y no tardamos en recibir la citación para volver a la Tierra. Gracias a las gestiones de Nerea, Muriel también fue requerida para declarar. Además de haber sido víctima del secuestro, se investigaría si hubo negligencia por parte de los médicos de la UEE en la manipulación del preembrión que más tarde se le implantó en Marte, y que conduciría al nacimiento prematuro de un bebé con taras cerebrales que, de haber culminado el período normal de gestación, habría matado a su madre.

Mowlan envió en lanzadera a un grupo de técnicos para que preparasen la nave de evacuación y cargasen suministros. Mientras aguardábamos su regreso, seguíamos con interés las noticias que nos llegaban de la Tierra sobre la crisis. El vicepresidente y el ministro de Economía, implicados en la catástrofe de Munich y sobre los cuales planeaba la sospecha de ordenar el asesinato de Wink, fueron destituidos por el presidente de la Unión en un gesto de asepsia que perseguía acallar las críticas a su pasividad. El kit presidencial de limpieza incluía el pase fulminante a la reserva de varios miembros de la cúpula militar. Tanto el general de base Copérnico como el de Gravidus, cuya popularidad creciente los estaba convirtiendo en héroes, fueron confirmados en sus puestos. En el jaleo de acusaciones que se desgranaba en los noticiarios se supo que la destrucción del Hermes, ocurrida hace un año, no se debió a un sabotaje del gobierno chino, sino a un fallo en la refrigeración del motor nuclear. Para encubrir su responsabilidad, la Unión había acusado al gigante asiático del accidente, buscando tensar las relaciones y allanar así el camino de la guerra.

Era pronto para saber si la Unión proseguiría como tal. Los ciudadanos deberían tomarse un período de reflexión antes de decidir qué hacer con los misiles instalados en el espacio y con las bases militares desplegadas. Los defensores del programa tenían a su favor un hecho contundente: la colisión de un asteroide de gran tamaño con la Tierra es inevitable, aunque incierta en el tiempo. Desmontar aquella red trabajosamente instalada sería desperdiciar miles de millones de creds, que a la larga habían impulsado el crecimiento industrial y el desarrollo tecnológico en docenas de campos relacionados con la exploración espacial. Por monstruosa que hubiese sido la acción de ingleses y americanos, al no evitar que el fragmento de un cometa cayese en Alemania, teníamos los medios para lograr que este suceso no volviese a ocurrir. Ojalá el futuro de la UEE no pasase por su disolución, sino por la participación de los países menos ricos en el control de la red de vigilancia. Era mi deseo personal, claro; Nerea no opinaba lo mismo y la comunidad científica estaba dividida. Pero si algún día las cosas se pusiesen realmente mal en la Tierra, ¿qué otro lugar nos quedaría? Marte sería nuestra única vía de escape. En el futuro, los humanos tendremos que amoldarnos a vivir en entornos hostiles. Adaptación o extinción. El hombre debe su existencia a la desaparición de los grandes reptiles: un asteroide los eliminó de la historia y abrió el futuro a otras especies aparentemente insignificantes. Si nos cruzamos de brazos, nos convertiremos en nuevos dinosaurios y cederemos el puesto a seres más resistentes, como las ratas o las cucarachas. No me gustaría que el futuro fuese patrimonio de ellas. Aunque sólo seamos un accidente en la historia, un pie de página en la enciclopedia universal, deberíamos esforzarnos en que la cita no se redujese a dos líneas.

La lanzadera se posó suavemente cerca de la base. Me demoré unos segundos en subir por la rampa y Sonia me preguntó qué ocurría.

—Pensaba en cucarachas —dije—. Puedes acabar individualmente con ellas, pero como especie son inmortales. ¿Las has tenido alguna vez en casa? Se adaptan a cualquier veneno y aunque creas que has acabado con ellas, siempre encuentran la forma de volver.

Sonia sonrió y ambos subimos por la rampa. La escotilla se cerró a nuestras espaldas. El capitán comprobó la presurización del casco y se aseguró de que cada pasajero se había abrochado correctamente el cinturón. Desde el ojo de buey contemplamos un cielo amarillento donde aún flotaban restos de la tormenta. No creo que lo añorase.

La lanzadera alzó el vuelo y Candor Chasma quedó reducido a un fragmento de la enorme cicatriz que era Valles Marineris, cuyo tamaño encogía conforme nos acercábamos al punto orbital donde haríamos el transbordo. Aún así, la visión de aquel tajo desde el espacio seguía siendo formidable.

—Se adaptan y sobreviven —murmuré—. Ése es el secreto. Tenemos mucho que aprender de ellas.