CAPÍTULO 12

NEREA

Finalmente la cordura se impuso en Muriel, que siguió mi consejo. A la vista de su declaración iban a formularse cargos criminales contra Félix, por infanticidio y destrucción de propiedades del gobierno —los animales que enterró en una fosa cercana a la tumba de su hijo—. Se le había asignado como abogado a un militar que carecía de preparación jurídica, pero Félix había invocado violación de sus derechos y detención ilegal por no habérsele permitido asistencia letrada adecuada. No estábamos ante un procedimiento militar y por tanto no se le podían aplicar las ordenanzas castrenses. Al parecer existía un vacío legal para estos casos que imposibilitaba que Félix fuese encarcelado hasta contar con la presencia física de un abogado, que no se podía suplir por videoconferencia; aunque sospecho que en realidad el general Mowlan no quería encerrar a Félix, porque en el fondo comprendía sus motivaciones. Como solución intermedia sería trasladado a base Darwin, alejado setecientos kilómetros de su actual hogar. Muriel se quedaría en Quimera y su marido debería notificar con antelación cualquier visita que quisiera realizar, siempre que su mujer accediese a recibirle.

Y si problemática era aquella solución, más aún lo sería el traslado de Muriel a la Tierra. En Bruselas veían la idea como un reconocimiento implícito del fracaso del proyecto arano; habían gastado mucho dinero en la pareja para tirarlo por la borda. Tuve que convencerles de que sería un traslado temporal, aunque estaba segura de que Muriel no tenía intención de volver. No podíamos privarla de su sueño de visitar la Tierra después de lo que habíamos hecho con sus vidas; la gente podría verla, hablar con ella, convencerse de que era un ser humano con sus mismas inquietudes y sensibilidades, y no un experimento antinatural y obsceno, como voceaban los detractores del proyecto.

Me prometieron que lo estudiarían, y que cuando tomasen una decisión me la comunicarían. Conociendo los tortuosos procedimientos de la Unión, eso podría significar meses, o años. Tal vez Muriel no viviese lo suficiente para ver cumplido su deseo.

Sonia, que había vuelto a mi módulo tras una discusión con León, tampoco contribuyó a empaparme en una ducha de optimismo. El intento de suicidio de un profesor amigo suyo la había hundido en sentimientos de autocompasión y desánimo, llegando a decir que Muriel se exponía a un final trágico si se quedaba sola en base Quimera.

—Hay algo que no te he contado —me dijo—. Sobre Félix.

Alcé una ceja. ¿Qué podría saber Sonia de él, que yo ignorase?

—Te escucho.

—León me llevó a visitarlos. Félix se comportó de un modo extraño; me advirtió que estas vacaciones no serían lo que yo imaginaba.

—Félix es así. León debió prevenirte.

—Lo hizo.

—¿Y?

—Pocos días después, Wink apareció muerto.

—Insinúas que Félix lo mató.

—Es demasiada coincidencia, ¿no crees?

—Tú y tus coincidencias, Sonia.

—Me gustaría creer que llevas razón, de verdad. Por el bien de Muriel.

—¿De qué estás hablando?

—León nos lo ha contado. Van a llevarse a Félix a una prisión, en la próxima nave que llegue. La misma que nos traerá de vuelta a nosotros. Pero hasta entonces, Félix seguirá en Marte, y podría vengarse de su mujer por lo que le ha hecho.

—León es un irresponsable; no debería haberte dicho eso.

—¿Por qué no? Ya ha matado a su hijo; posiblemente también mató a Wink. Es un psicópata que no tiene conciencia del mal que hace, y cuando fui a verle se permitió el lujo de insinuarme lo que pretendía.

—Estás levantando una montaña de una frase aislada, que probablemente no quería decir nada. Lo más seguro es que Félix quisiera atemorizarte para que no volvieses por allí; es maniático con las personas que no conoce, teme que puedan contagiarle gérmenes.

—Te lo dije, un psicópata.

—Tener manías no es estar loco. Sonia, has juzgado y condenado a Félix sin conocerle siquiera, aceptando como verdad lo que León te ha contado de él.

—¿Por qué lo han dejado suelto? Debería estar en un calabozo, vigilado día y noche. Podría venir aquí.

—No tiene ninguna razón para venir aquí. Además, ya te he dicho que la presencia de extraños le asusta.

—Tiene una razón: tú.

—¿Qué?

—Convenciste a su mujer para que lo delatase.

¿Cómo podía Sonia saber aquello? Alguien de Gravidus había debido filtrarle a León las declaraciones de Muriel, y a mi compañero le había faltado tiempo para divulgarlas.

—Conozco bien a Félix —dije—. No haría daño a nadie.

—Me temo que los hechos contradicen tu visión benévola de él.

—Intentó ahorrarle sufrimientos a su bebé.

—Había una posibilidad de salvarlo. Él se la negó.

—Lo sé, y no lo disculpo; por eso aconsejé a Muriel que contase la verdad. Pero desconectarlo de un respirador es una cosa, y cometer un asesinato a sangre fría algo muy distinto.

—Le bastaría con empujar a Wink para que cayese al cañón. No tuvo que mancharse de sangre ni estrangularlo; tan solo un empujón cuando estaba distraído. Claro que pudo hacerlo. Luego correría a limpiarse las manos por si ese leve contacto le había contaminado.

Aquellas especulaciones me desagradaban porque las formulaba alguien que no conocía a Félix ni, por supuesto, sus motivaciones. Aunque es cierto que yo misma había jugado con la idea, y tampoco podía censurarla. ¿Se había desquiciado Félix por completo? ¿Sería suficiente desterrarlo a base Darwin? Puede que la compasión de Mowlan hacia él acabase perjudicándonos a todos.

Luis entró en la habitación; no esperaba encontrar a Sonia, y eso le desconcertó un poco.

—¿Podemos hablar a solas? Tengo que decirte algo.

No estaba diplomado en tacto, y las protestas de Sonia no se hicieron de rogar:

—¿Qué ocurre, os estorbo? ¿O es que ya no os fiáis de mí?

—Posiblemente —en lugar de intentar arreglarlo, Luis exprimía limón en la herida.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que has oído. Nerea, cuando puedas ven a mi cuarto. Es importante.

—¡Quién te has creído que eres para hablarme así! —Sonia se acaloraba por momentos.

—Vale, ya está bien —intervine.

—Estás aquí porque tu papaíto te pagó estas vacaciones. Con ese dinero se podrían haber salvado a miles de niños, ¿sabes?

—Desde luego que lo sé, no he parado de oírlo desde que salí de la Tierra —contestó él, imperturbable—. Incluso Nerea me lo recuerda de vez en cuando.

—Eh, no me metas en esto —dije.

—Así que las opiniones de los demás te importan un pimiento —le espetó Sonia.

—A largo plazo, el dinero que pagué a la Unión será más beneficioso que una ayuda caritativa que en lugar de resolver problemas, los aplaza. Para tu información, Macro ha dotado de equipo informático gratuito a muchas escuelas de países pobres.

—Muestras de propaganda o material obsoleto que acabaría en la basura de todos modos.

—Te estás pasando con él —la advertí.

—Sabes que estoy diciendo la verdad.

—Volveré cuando te hayas calmado —dije.

Nos marchamos al módulo de Luis. El muchacho cerró por dentro y me mostró su ordenador personal, encima de la mesa.

—¿A qué viene tanto misterio? —pregunté—. Podías haber sido más diplomático.

—Lamento si he sido brusco, pero no quería que Sonia se enterase de que he descifrado parte de la información del disco. Los datos me acaban de llegar desde la Tierra. Hay dos niveles de codificación, y llevará más tiempo desencriptar una zona especialmente protegida.

—Bien, qué tenemos de momento.

—Información jugosa, Nerea. Una parte del ejército ha tramado invadir China para apoderarse de sus recursos y expandir el área de influencia de la Unión. En el disco se recogen los planes para asesinar al Papa con el fin de incriminar a Pekín y justificar ante la opinión pública la guerra. Al oír esta mañana que Juan XXVI ha sobrevivido a un atentado, me convencí de que la información que Wink grabó en este microdisco es cierta.

—Eso es muy grave. ¿Estaba Wink implicado en eso?

—Creo que quería evitar el atentado. Los duros del ejército se han aliado con los creacionistas para esta tarea. Las ideas revolucionarias del Papa no gustan a nadie, y en particular al sector católico más extremista. Parece que han llegado a un acuerdo para después de la guerra. El nombre de Fattori aparece citado varias veces.

Recordé los datos que León había reunido acerca del italiano. Mi compañero también sospechaba de él y estaba investigando por su cuenta. Los contactos de Fattori con los creacionistas no eran maledicencias de sus enemigos; es probable que debiera su meteórico ascenso en la banca vaticana a aquellos oscuros socios, que así se aseguraban un aliado en la cúpula de la entidad para el día en que debiera devolverles el favor.

Ahora entendía la repugnancia que Wink sentía hacia Fattori. No se atrevió a decirme lo que sabía de él, quizá para protegerme.

La lista recogía medio centenar de nombres, entre políticos, militares, empresarios y profesionales influyentes. En el apartado castrense figuraba un personaje bien conocido por nosotros.

El coronel Folz.

De acuerdo con los planes, base Gravidus jugaría un papel fundamental en la guerra, tomando el control de las baterías de misiles colocadas en órbita terrestre, e incluso dirigiendo alguno contra la base lunar Copérnico, para el caso de que no acatasen las órdenes del alto mando. No se citaba al general Mowlan entre los conspiradores; tal vez estaba indeciso, o se preveía su sustitución por Folz.

No sabía qué hacer con aquella información. Alertar a Mowlan sería lo correcto, pero el hecho de que no figurase en la lista no significaba que se opusiese a los planes de guerra. Él era un militar, y como tal debería cumplir lo que le indicase el cuartel general. Supongo que no le habrían nombrado para aquel puesto sin asegurarse de su lealtad.

Además, había una parte del disco aún sin descifrar. Puede que hablase de Mowlan, o contuviese datos críticos que por razones que Wink se había llevado a la tumba, precisaban una protección adicional.

Y eso es lo que me asustaba. Era terrible la información a que habíamos tenido acceso para imaginar la que faltaba por leer. Wink se la trajo a Marte posiblemente para divulgarla desde aquí y mantenerse a salvo de represalias de los afectados. Si esta hipótesis era correcta, de nada le había valido. Alguien se había anticipado a sus actos y lo había matado para impedir que hablase. Cualquiera podría ser, Folz, León, Fattori… incluso Sonia. Tal vez la Unión la escogió deliberadamente, consciente de que era activista de un partido radical que se la tenía jurada a Wink. Aunque fuera descubierta, nadie podría acusar al gobierno como instigador, porque ni ella misma sabría a quién había beneficiado realmente el asesinato.

Agradecí a Luis su cooperación. Había hecho lo correcto al desconfiar de Sonia. La rapidez con que ésta intimó con León daba que pensar; tal vez había simulado romper con él para poder estar más cerca de mí y vigilarme. Ella o León tenían que ser los que asaltaron mi cuarto porque querían saber si Wink me había entregado material comprometedor. En tal caso, podían haberse hecho con un duplicado del disco e intentarían descifrarlo. Recordé que León se marchó a Gravidus anteayer, con el planeador recién reparado. ¿A qué habría ido? Nadie entraba allí sin una poderosa razón.

Estaba atrapada. No podía fiarme de nadie; tampoco hablar, pero guardar silencio sería peor a la larga. Cogí el todoterreno y salí a despejarme y poner en orden las ideas; de paso, probaría el funcionamiento del vehículo tras los últimos remiendos que le había hecho.

Recorrí varios kilómetros el borde del cañón, buscando inconscientemente una pista que identificase al asesino de Wink. Al llegar a la zona en la que León se descolgó para recuperar el cadáver, me paré a examinar las pisadas en la arena. Había montones de huellas de bota y todas me parecían iguales; dado que utilizábamos la misma marca, era difícil identificar a quién pertenecía cada cual. El viento había difuminado algunas, y las huellas de neumático del vehículo aún lo hacían más confuso. Por si acaso, hice fotos de la zona en un radio de cincuenta metros. Las huellas del verdugo de Wink tenían que estar en alguna parte; si usaba un número de bota anormal, o con imperfecciones en la suela, lo cazaría.

Probablemente mis esfuerzos no servirían para nada. Era tarde para encontrar ese tipo de pistas; debería haberlas buscado antes y no confiar en las pesquisas de Folz, que por lo que intuía, carecía de interés en esclarecer las circunstancias de la muerte. La nota de suicidio me confundió el tiempo suficiente para que el responsable tuviese tiempo de sobra de regresar y eliminar rastros. Aun así, no me iba a dar por vencida.

Mi transmisor personal zumbó. En la pantalla aparecía un mensaje de texto, remitido por Muriel: «FÉLIX QUIERE MATARME. SOCORRO.»

Pisé el acelerador. Iba a resultar que Sonia tenía razón. ¿Por qué los peores pensamientos tienden a cumplirse cuando los pronuncias en voz alta?

A quince kilómetros de Quimera escuché un chasquido en el motor. El vehículo se detuvo. Levanté el capó: uno de los condensadores se había quemado y las baterías rezumaban líquido viscoso. Podría llegar andando a Quimera, pero no lo bastante rápido para servir de ayuda.

Busqué en la trasera la bombona de oxígeno, para recargar mi mochila. Cuando comprobé que no tenía apenas presión entendí lo que sucedía.

Había caído en una trampa.

La radio del vehículo no funcionaba, pero me quedaba mi transmisor personal. Llamé a Luis y crucé los dedos para que no le hubiesen quitado su comunicador, o se lo hubiese dejado olvidado.

—Me queda aire para media hora y el todoterreno se ha estropeado —dije—. Por favor, ven deprisa.

Luis me prometió que acudiría a rescatarme de inmediato, pero unos minutos después recibí una descorazonadora llamada suya:

—El planeador principal no está; León se lo llevó hace un rato. Me he subido al de reserva, pero se niega a despegar.

Estaba claro quién había tramado aquello. Emití un SOS a Gravidus; me notificaron que enviarían una patrulla, pero como no tenían a nadie en la zona tardarían como mínimo cuarenta minutos. Para entonces estaría muerta.

Llamé a Muriel. Le expliqué brevemente la situación, y como sospechaba, me confirmó que ella no me había enviado el mensaje de socorro.

—Quédate donde estás —dijo—. Voy a por ti.

LEÓN

Cuando posé el planeador en el suelo, de regreso a Candor Chasma, no imaginaba lo que se me venía encima. Nerea había convencido a los demás de que yo quería asesinarla, y trató por la fuerza de impedirme entrar a la base.

Folz me ordenó, en efecto, que la quitase de enmedio, pero yo no había decidido qué hacer. De acuerdo, Nerea me caía mal, pero de ahí a matarla va un largo camino.

Sin embargo, alguien quería ayudarme. ¿Debía agradecérselo? Con Nerea bajo tierra me ahorraba un montón de problemas. El coronel ya no podría chantajearme y mi expediente profesional seguiría limpio, de cara a un posible ascenso.

No sé por qué, pero temía que aquella ayuda me trajese más dificultades que ventajas. Ese aliado misterioso quería culparme a mí del asesinato frustrado contra Nerea; mientras él continuaba refugiado en el anonimato, mi vida en Candor Chasma se complicaría mucho después de aquel suceso. A ella la creía todo el mundo; a mí, ni siquiera Fattori.

Llamé a Folz a través de un canal seguro, pero no quiso ponerse; quizá temía que fuese a estirarle de la lengua, y no sería tan estúpido para hablar sobre Nerea conmigo.

¿Quién podría ser ese aliado? ¿Alguien de fuera de la base, uno de los hombres de Folz? Eso explicaría por qué no contestaba mis llamadas; su gente le tendía una encerrona a Nerea y escurría el bulto, endilgándome el muerto. El coronel era muy maquiavélico cuando se lo proponía.

O podría ser Félix. ¿Dónde estaba ahora exactamente? Se supone que trasladando sus cosas a Darwin, pero tal vez antes de marcharse le apeteciese dar una lección a quien provocó su traslado. El texto que Nerea había recibido en su trans antes de quedarse tirada en el desierto sería su toque irónico, una despedida cruel ciertamente brillante.

—¿Por qué a mí nadie me cree y a ella sí? —me quejé durante la cena—. ¿Acaso me habéis visto manipular el motor del todoterreno, o vaciar la bombona de oxígeno? Si tenéis la más mínima prueba contra mí, estoy dispuesto a tragarme mi palabras y largarme para siempre.

—Estoy harta de tus mentiras —dijo Nerea.

—Sí, estamos hartas —agregó Sonia—. Ya sabes dónde está la puerta.

—¿Nadie ha oído hablar de la presunción de inocencia? La persona que atentó contra Nerea es posible que esté en esta mesa, disfrutando del espectáculo.

—Desde luego que está en esta mesa —dijo Nerea—. Y me consta que está gozando.

—Alguien quiere echarme la culpa, joder, ¿por qué no os dais cuenta? Os juro que no he tenido nada que ver.

—No creemos en las coincidencias —dijo Sonia—. Te largaste en el único planeador que funcionaba para impedir que Luis pudiese rescatarla después.

—Salí a recoger unas muestras.

—Qué coartada tan cochambrosa, León. Debería darte vergüenza. La próxima vez que intentes matar a alguien, sé más imaginativo.

—Pero es que no fui yo.

—Primero Wink, luego Nerea, ¿quién será el próximo, León?

—Nadie mató a Wink; se suicidó, dejó una nota, quedó claro que…

Nerea se levantó.

—No sé qué haréis los demás, pero yo no estoy dispuesta a escucharlo un segundo más.

—Espera, ¡espera!

—Eh, déjala en paz —Luis trató de cogerme del brazo, pero me deshice de él.

Alcancé a Nerea en la puerta de su módulo. Estaba marcando el código para entrar, pero a causa de sus nervios se equivocó.

—Vete, no quiero hablar contigo.

—Lo sé, pero yo sí. Estoy dispuesto a contarte la verdad.

—¿Cuál de ellas? —la puerta se abrió. Antes de que me chafase la nariz, jugué la carta que me quedaba:

—Yo elaboré la nota de suicidio.

Mi nariz se salvó por unos milímetros. Nerea me miró con desconcierto.

—¿Qué?

Entré en la habitación.

—Lo que voy a decirte no lo sabe nadie. Si se lo cuentas al resto, lo negaré.

—¿A qué juegas, León?

—A ser honrado. Por una vez y sin que sirva de precedente —sonreí.

—Ya sabía que lo de la nota fue idea tuya.

—No, no es cierto.

—Estaba casi segura.

—Pero no lo maté. Hasta hoy estaba convencido de que se tiró al vacío por propia voluntad. Apoyé la hipótesis con la nota porque temía que me procesaran por negligencia si se descubría que no era un suicidio.

—Eres un gusano, León.

—Ahora que me he enterado de que intentaron acabar contigo, reconozco que me equivoqué. Wink fue asesinado, y el autor te quiere a ti muerta.

—¿Por qué esperas que te crea?

—Te he contado la verdad. Cuando en la Tierra sepan lo que te ha ocurrido, abrirán otra investigación. Esta vez no podré evadir mi responsabilidad, Nerea.

—Tendrás que contarme muchas más cosas para que me convenza.

—No sé a qué te refieres.

—Fuiste tú quien entró en mi cuarto, ¿verdad?

—Ehh… bueno, sí.

—¿Qué estabas buscando?

—Creía que ocultabas algo. Borraste unos minutos de la memoria de Arquímedes; supuse que estabas destruyendo pistas que condujesen a ti.

—¿Qué te llevaste de aquí?

—Nada.

—Mientes.

—Está bien, hice una copia de un disco de música, creyendo que podía ser otra cosa.

—¿Qué cosa?

Me encogí de hombros.

—Cualquiera sabe —dije.

—¿A qué fuiste a Gravidus anteayer?

—A hablar con Folz.

—Sobre qué.

—Secreto militar, no puedo divulgarlo.

—Sé lo que te llevaste de aquí, León.

Alcé las cejas.

—¿El qué?

—Si pretendes que te crea, tendrás que decírmelo tú.

—Estuve revolviendo tu habitación, pero no encontré nada sospechoso, salvo el disco de música —y un frasco con droga, no te hagas la decente, pensé—. Me llamó la atención la marca del fabricante; no es la que usamos aquí.

—Hiciste una copia de otro disco. Admítelo o márchate ahora mismo.

Seguro que era un farol, ella no podía saberlo y estaba dando palos de ciega, pero ¿y si Arquímedes le había contado lo que hice en su cuarto? Ahora el sospechoso era yo, y el sintiente cumpliría con su obligación al revelarle a Nerea los detalles del registro.

—Es cierto, la hice.

—Y se la llevaste a Folz.

—No. Le eché un vistazo, pero la información está encriptada. Traté de descifrar el código con la CPU de la base, pero fue inútil. Te devolveré la copia que hice, si quieres. No tiene interés para mí.

—Embustero.

Llamaron a la puerta. Era Luis.

—¿Qué ocurre? —dijo el muchacho—. No deberías quedarte sola con él.

—Te agradezco tu preocupación, pero puedo defenderme por mí misma.

—No estoy tan seguro —Luis pasó a la habitación—. Después de lo que te hizo, cualquier precaución es poca.

—Te advertí que esta conversación era privada —protesté—. Dile que se vaya.

—Se irá cuando él quiera.

—Liarte con un turista es contrario a las normas de la profesión.

—¿Y lo tuyo con Sonia qué es?

—Mi caso no tiene remedio, ya lo sabes.

—Además, no estamos liados.

—Eh, no caigas en su juego —intervino el muchacho, molesto por la última frase de su novia—. Disfruta provocándote.

—Nerea, lo que quiero que comprendas es que debemos colaborar para descubrir al culpable, nos guste o no. Francamente, nuestras relaciones son malas y los últimos sucesos no han contribuido a bajar la tensión, pero no podemos seguir arrojándonos reproches y dividirnos aún más. Compartiré contigo la información que tenga, y solo te pido que hagas lo mismo.

—Su tono es el de una persona desesperada —continuó importunando Luis—. No le escuches.

—Tienes razón, niñato: estoy desesperado por descubrir al que mató a Wink e intentó matar a Nerea. Si fracaso, yo podría ser el siguiente, o tú. ¿Quieres que eso suceda? Cuando encontréis mi cadáver entre las dunas ¿te convencerás de que soy inocente?

—Entonces me convencería, sin duda —convino Luis.

—Eres muy hábil —me dijo Nerea—. Un artesano de la manipulación. Pero la posibilidad de que seas inocente me inquieta mucho más que la contraria.

—Me alegra que pienses así.

—No debería alegrarte. Eres estúpido y careces de talento para asesinar a sangre fría, a menos que sea calcinando aldeas desde un avión. Si es verdad lo que dices, nos enfrentamos a alguien que sí posee ese talento. Nos ha centrado en su punto de mira y aguarda el momento más conveniente para él.