CAPÍTULO 6

NEREA

Amaneció nublado, aunque no caería una gota de agua en todo el día. Control de misión nos recomendaba que no saliésemos al exterior en las próximas seis horas, a causa de una tormenta solar. No es que fuesen a llovernos lenguas de fuego, pero vivir en Marte es una exposición constante a peligros que en la Tierra pasan inadvertidos —el espectáculo de las auroras nos da una idea de las energías que chocan contra la magnetosfera terrestre—. La base estaba construida para protegernos de la radiación de las erupciones solares y no corríamos peligro mientras permaneciésemos en el interior. Se esperaba que ésta fuese de intensidad moderada, cinco puntos sobre veinte en la escala Helios; en cualquier caso, si por una emergencia había que salir fuera, los protocolos de seguridad recomendaban trajes forrados de plomo.

Luis y Sonia deberían retrasar su regreso a Candor Chasma por este motivo. Intuía que mi compañero había consultado los calendarios de actividad solar antes de partir hacia Darwin, para quedarse aislado a propósito. Eso me dejaba a mí sola para vigilar a los turistas.

No era plato de gusto, y eso que casi me había reconciliado con Luis. El disco que me entregó no contenía datos comprometedores, sino composiciones suyas, ejecutadas por una orquesta sintética de cien miembros que sólo un oído experto distinguiría de los de carne y hueso. Alguien capaz de crear aquella música no podía ser malo, decidí. Vale, era joven y estúpido, pero eso lo acaba curando el tiempo. En la mayoría de los casos.

El otro disco, el de Wink, estaba encriptado y no sabía lo que contenía. Dejé el ordenador de mi habitación conectado en red con el central, para que hallase la forma de penetrar el código de acceso; y cerré con llave en previsión de fisgones.

El análisis de la copia del cerebro de Arquímedes no había encontrado alteraciones o trampas, aunque tampoco estaba segura de lo que debía buscar. Un experto en IA habría podido descubrir algo, pero para ello tendría que recurrir a Luis, y no confiaba lo suficiente en él para contarle mis sospechas. Después de todo, quizá la vara de praseodimio y los paneles de platino eran restos auténticos de tecnología alienígena. Que León hubiera pasado casualmente por allí no invalidaba por sí solo el hallazgo. A lo mejor me estaba dejando llevar por mis prejuicios hacia él y eso me impedía valorar la situación de un modo objetivo.

Enzo Fattori se encontraba solo en la cocina, desayunando café con leche y un correoso donut frente a la pantalla de televisión. Seguía con interés las cotizaciones de bolsa del canal financiero, anotando en una hoja de papel electrónico los valores donde tenía inversiones. Por la cantidad de apuntes, la mitad de Europa debía ser suya, pensé. Me senté frente a él con intención de provocarle un poco.

—¿Cuántos millones lleva ganados esta mañana? —le dije, sirviéndome una taza de café.

Unos cuantos pliegues de pellejo seco surcaron su rostro cuarteado desde el extremo de sus labios a sus mejillas, como afluentes de un mar muerto. Fattori estaba sonriendo. Había visto robots con mayor expresividad que aquel carcamal.

—Oh, los suficientes para comprar esta base. No me tiente, o podría amanecer mañana con un nuevo jefe.

—Es usted un personaje extraño.

—Ese juicio de valor asume que los demás son normales —alzó una ceja—. A mí no me lo parece.

—Se mantiene deliberadamente al margen de los demás.

—Quizá porque los demás no dicen nada interesante que desee oír.

—Wink es de su misma edad. Al menos…

—Prefiero estar lejos de él tanto como me sea posible.

—¿Por qué?

Fattori no contestó y tomó un sorbo de su café.

—Sólo le he visto a usted hablar con León. Una o dos veces.

—Sí. Aprovechó para prevenirme acerca de una tal Nerea.

—Viniendo de él, no me extraña.

—No se llevan muy bien.

—La convivencia día y noche en un lugar cerrado como éste erosiona el aguante de cualquiera —dije, añadiendo una cucharada de azúcar a mi taza.

—Una imagen algo alejada de los documentales que pasan por televisión.

—Si le digo la verdad, no veo la tele.

—Hace mal. Pequeños acontecimientos pueden transformar la vida de la gente.

—Según qué entienda por pequeños.

—El hallazgo de una vara de praseodimio. Lo acaban de dar en el canal financiero.

—Bromea.

Fattori se encogió de hombros y mordió su donut. Estaba relleno de crema y una hebra gelatinosa se deslizó hacia su café como si fuera pegamento.

—Se suponía que era secreto —dijo el anciano—. ¿Quién se ha ido de la lengua?

Me volví a la pantalla. Las acciones de las industrias aeroespaciales habían subido espectacularmente en las últimas horas. Le pedí al terminal que buscase referencias de la noticia en los canales informativos e Internet. Pronto tuve un listado de doscientas entradas.

Aquello era muy raro. Sabíamos que el control de misión espiaba nuestras comunicaciones; en teoría era ilegal, pero ¿qué podíamos hacer? Aunque quisiésemos, no podíamos revelar un secreto sin que ellos se enterasen antes. Quien diese el chivatazo tuvo que ser condenadamente listo para burlar a los técnicos de transmisiones.

—Entonces es cierto. Podría comprar esta base ahora mismo con lo que acaba de ganar.

—Ya era rico antes de venir aquí.

—Pero ahora lo es aún más. Sospecho que es usted quien se ha ido de la lengua.

—No. En realidad, la divulgación prematura del descubrimiento me ha perjudicado.

—Explíquese.

Fattori dejó el donut con una mueca de asco.

—¿No tienen nada mejor para desayunar?

Le alcancé un paquete de galletas. Sabían a coco rancio, pero él ganaba con el cambio.

—De haber contado con más tiempo, habría avisado a mi agente para que aumentase mis inversiones en todas las empresas contratistas de la UEE —aclaró—. Quería hacerlo discretamente, para que mis órdenes de compra no levantasen recelos en la Tierra, pero la filtración de la noticia ha echado al traste mis expectativas de negocio.

—Qué tragedia —dijo una voz cascada.

Wink acababa de entrar a la cocina, con cara de pocos amigos.

—¿Cuánto tiempo lleva escuchando? —le espetó Fattori con sequedad.

—Yo también prefiero estar lejos de usted el mayor tiempo posible —respondió Wink. Eso quería decir que llevaba oyéndonos largo rato—. Pero solo hay una cocina, y no me apetece esperar a que acabe su desayuno.

—Maldita sea, ¿qué mosca les ha picado? —intervine—. Se comportan como críos.

—Wink intentó hundir nuestro banco y de paso meterme en la cárcel —dijo Fattori—. ¿No lo sabía?

—Eso sucedió hace más de diez años —alegó el aludido.

—Es cierto. Cuando usted todavía pintaba algo en política. Ahora es un cocodrilo sin fuerzas para dar coletazos.

—Aún me quedan un par de cartas que jugar, Fattori. Yo que usted no me regodearía.

Fattori le enseñó su dentadura postiza, o injertada. En cualquier caso, de un brillo antinatural.

—Vea cómo castañeteo de miedo —un crujido de dados agitándose en un cubilete surgió de su boca—. Ya intentó apuñalarme por la espalda y no pudo. ¿Cree que voy a hacer caso ahora de sus bravatas? Si tuviera algo contra mí lo habría utilizado, y no se entretendría en avisarme.

—Para disfrutar de la disputa me gustaría conocer los antecedentes, si no es molestia —solicité.

—¿Qué se cree que es esto, un circo? —protestó Fattori.

—La fiscalía acusó a varios directivos de la banca paneuropea vaticana de apoyar células creacionistas para desestabilizar los gobiernos europeos —explicó Wink.

—El caso se sobreseyó.

—Después de que el principal testigo de cargo muriese cuando faltaban dos días para declarar en la vista preliminar.

—Gran Bretaña movió los hilos para tratar de hundir la banca vaticana; éramos unos competidores molestos y se inventaron una conspiración para conseguir más cotas de poder en la UEE. Aprovecharon el temor de que en Europa se produjese otra crisis creacionista para aniquilar a sus enemigos. Wink fue uno de los perros de presa de esa operación. ¿Satisfecha, o quiere oír más?

—Más, por supuesto.

—Ustedes dos se han puesto de acuerdo para amargarme el día —gruñó Fattori.

—Recuerde lo que le conté, Nerea —dijo Wink—. El mejor bombero es aquel que evita un incendio sin derramar una gota de agua. Fattori era uno de los pirómanos que se conjuraron para rociar con gasolina nuestras instituciones. Qué gran placer para ellos si las hubieran visto arder.

—La paranoia es un recurso muy cómodo para purgar a tus adversarios —Fattori perdió definitivamente el interés por sus galletas de coco; no se lo podía reprochar—. Inventan conspiraciones que les sirvan de excusa para encarcelar a los disidentes. En cada situación de crisis siempre hay fascistas como usted que buscan pisotear al oponente, acabando físicamente con él si es necesario.

Esperaba una réplica en el mismo o superior tono, pero Wink le ignoró y se preparó su desayuno. Fattori le acercó disimuladamente el paquete de donuts y ocultó las galletas. No era la primera discusión que tenían desde que partieron de la Tierra y acusaban el cansancio.

O no. Tal vez Wink callaba porque reconocía que Fattori llevaba razón. Las luchas por el poder en el seno de la UEE eran constantes desde su nacimiento. Países con intereses enfrentados, multinacionales que aspiran al mejor trozo de pastel, miles de millones en contratos de defensa, equipos aeroespaciales, ordenadores inteligentes, legiones de funcionarios y técnicos dedicados en exclusiva al complejo militar-industrial… Quien dominase aquel circuito retroalimentado lo controlaría todo, incluida la tentadora red planetaria de satélites Oráculo, surgida de la fusión de los sistemas orbitales de espionaje Enfopol —europeo— y Echelon —americano—, que monitorizan las comunicaciones para garantizar supuestamente la seguridad de los ciudadanos. Pero quién se resiste a echar un vistazo a los planes de la competencia, o a las mezquindades privadas de tus enemigos. La información no es una escalera para alcanzar el poder. Es el poder mismo y puede usarse de un modo devastador.

Estaba segura de que aquellos personajes conocían esa verdad muy bien. Y la usaban en su propio beneficio cada vez que tenían ocasión.

LEÓN

Amanecer con una mujer en la cama es algo que llevaba un año sin disfrutar. Contemplé el cabello desperdigado de Sonia en la almohada, sus hombros desnudos, la curva de sus nalgas recortadas bajo la sábana, y decidí que hacer de nuevo el amor era el mejor modo de empezar el día. Ella, medio adormilada, adoptó una actitud pasiva y en ocasiones murmuró el nombre de un tal Daniel con los ojos todavía cerrados. Puede que aún estuviese soñando, o lo fingía para reírse de mí. Cuando me incorporé en la cama, Sonia me parecía menos atractiva. Al haber conseguido mi objetivo, aquella relación dejaba de ser un territorio a conquistar para convertirse en rutina.

Aunque esa mañana sería cualquier cosa menos rutinaria. Instintivamente, consulté al terminal si había alguna noticia acerca de los hallazgos de Nirgal Vallis. Y las había, vaya que sí. Las cotizaciones de las empresas que trabajaban para la UEE subían como la espuma tras la filtración del descubrimiento de restos alienígenas en Marte. Ah, qué maravilla. Las limitaciones de presupuesto pasarían a la historia, se iniciaría de una vez por todas la colonización de Marte y del resto del sistema solar. ¿Qué importaba que aquellos restos fueran falsos? Era por una buena causa, maldita sea. La amenaza de los asteroides ya no bastaba para aumentar las partidas de exploración espacial, se había producido un peligroso punto muerto y cientos de miles de trabajadores dependían de que la crisis fuese superada. Faltaban dos años para la renovación del parlamento de la UEE y la oposición prometía una drástica bajada de impuestos a cambio de recortes en el presupuesto espacial. Si no hacíamos nada, ellos ganarían y dejarían sin recursos a Marte, a la Luna, clausurarían las estaciones automáticas jovianas y las sondas que cartografiaban el cinturón de Kuiper y la nube de Oort. Volveríamos al pozo de gravedad terrestre y jamás saldríamos de allí.

No había llegado a Marte para que un puñado de políticos populistas lo destruyesen todo. Necesitábamos alcanzar las estrellas, era nuestro destino. Sin una estrategia a largo plazo, esa meta era inalcanzable.

La manipulación es el arte de la política, se prometen fantasías que en el fondo todos saben que no cumplirás, pero ¿qué importa? La gente necesita ilusión para vivir. Si les hablas claro, si les dices la verdad, que las ideologías pasaron a la historia tras el derrumbe del comunismo, que sólo hay una forma de gobernar el mundo y que no existen fórmulas magistrales para salir de la crisis, elegirán a otro. Íbamos a introducir fantasía en sus vidas, algo que mantuviese su interés en las estrellas; gracias al cine, la mayoría de la gente ha asumido hace tiempo que los extraterrestres existen. Les daríamos la prueba que necesitaban para que su fe se transformase en certeza y siguiesen pagando dócilmente sus impuestos.

Lo que me amargaba no era colaborar en el fraude, sino haber cobrado por ello. Tendría que haberlo hecho gratis; los gobiernos cometen engaños mucho peores con sus votantes para propósitos horribles. Esto era diferente, los logros tardarían en llegar, pero la humanidad entera se beneficiaría. Y yo había aceptado dinero, escondí aquellos trozos de chatarra en Nirgal Vallis a cambio de una pequeña fortuna que me aseguraba una vida cómoda cuando regresase a casa. Bueno, el trato no era exactamente ese; también debía procurar que los restos saliesen a la luz en el momento oportuno, y que el plan se desarrollase sin incidencias. Tenía carta blanca para apreciar esas incidencias y actuar en consonancia. Pedir instrucciones a la Tierra es peligroso, ningún mensaje encriptado es impenetrable. Mis órdenes me fueron comunicadas antes de venir a Marte y desde entonces sólo había recibido dos mensajes en relación con el asunto. No habría más. Parte de mi dinero ya había sido ingresado en una cuenta en las islas Caimán bajo identidad falsa, y el resto sería transferido dentro de una semana.

Estaba haciendo lo correcto y por dentro me sentía un criminal. Tal vez si renunciase al pago pendiente… Pero no serviría de nada, ni disminuiría mi responsabilidad. Aquello ya había estallado y no podía dar la vuelta.

Sonia llevaba un rato en el aseo, dándose un baño con toallas húmedas. El agua en Darwin seguiría racionada hasta que se perforase un pozo, pero el equipo tardaría en llegar y a estas alturas ya supondrán por qué. La varita mágica de praseodimio lo cambiaría todo; alrededor de Darwin crecerían otros asentamientos, dejando a Candor Chasma como hotel para turistas. El reclamo de ruinas alienígenas impulsaría una ampliación de las instalaciones, pero para entonces yo habría vuelto a la Tierra y no tendría que soportar más domingueros.

La mujer se sentó a la mesa, miró a la pantalla, luego a mí y por último a su reloj de pulsera.

—¿Qué hacemos todavía aquí? —dijo—. Son más de las once.

—Tormenta solar, querida. No podremos regresar hasta la tarde.

—Así que no dejaste nada al azar. Crees que lo preparaste muy bien.

—¿Leche sola o con café?

—No soy una colegiala a la que puedas engatusar. Me habría ido a la cama contigo aunque no hubiera bebido una gota de vino, pero te agradezco la puesta en escena. Leche sola.

—Una pregunta indiscreta: ¿te acostaste con Luis a bordo del Kepler?

—Vete al cuerno.

—Eso para mí es un sí.

—No. Luis me recuerda a los críos a quienes doy clase en el instituto. Ya te he dicho que estoy harta de desperdiciar mi vida en que aprendan algo útil.

Le resumí las últimas noticias y vi la señal de culpa parpadeando en su frente, tan clara como si hubiese trazada con pintura luminosa. De ella había partido la filtración.

—Vaya, esto es… qué contrariedad —tartamudeó.

—Tarde o temprano tenía que saberse.

—No estoy segura. Suceden muchas cosas en Marte que se ignoran en la Tierra.

—Como qué —dije, mirándola fijamente.

—El temblor. Recuerda lo que nos ocurrió en Nirgal Vallis. Estuvimos a punto de morir por culpa del alud de piedras.

—No me parece que un desprendimiento de rocas sea noticiable.

—Pero sí la causa. ¿Qué lo produjo? León, este planeta carece de tectónica de placas, no hay continentes que choquen entre sí y levanten cordilleras. No debería haber terremotos.

—Eso no es cierto. Los movimientos convectivos del manto mantiene el magma en circulación, y ocasionalmente éste surge a la superficie. Los volcanes de Tarsis son la prueba.

—Nirgal Vallis está lejos de la zona de Tarsis. No me tomes por una estúpida.

—Tus pequeños conocimientos de geología se limitan a tu experiencia en la Tierra. Olvídate de ellos, querida, estás en otro mundo. Aquí rigen otras reglas.

—Los militares han convertido este planeta en un gigantesco polígono de tiro. Aquí pueden ensayar armas de última generación sin que nadie se entere.

—Eso es pura especulación.

—¿Quieres explicarme entonces a qué se dedica la gente de base Gravidus? Es el destacamento más numeroso que existe fuera de la Tierra. ¿Sabes la fortuna que cuesta mantener veinte personas aquí, León? Ésa es la causa del temblor.

—El sistema de vigilancia de asteroides requiere una dotación mínima. Poco antes de que llegarais, Mowlan ordenó la destrucción de un pedrusco de medio kilómetro de diámetro que se dirigía hacia la Tierra. Mantener el arsenal operativo necesita de personal cualificado y veinte personas no me parecen una exageración, incluso son demasiado poco. No podemos instalar plataformas automáticas y largarnos; alguien podría hacerse con el control de las armas y emplearlas para otros fines. Después de lo que le sucedió hace un año al Hermes, esa posibilidad no es una fantasía.

—Dijeron que fue un accidente.

—Aún no sabemos lo que ocurrió, y eso inquieta al gobierno. La UEE tiene enemigos en todas partes, cualquier país que no forme parte de la Unión es un adversario. Se sienten amenazados por nuestros misiles y les encantaría que el programa espacial se desintegrase.

—¿Y no tienen motivos para estar asustados, León?

—Claro que no. Ellos también se benefician de los interceptores espaciales, aunque no aporten un maldito cred para mantenerlos. No ha habido más Munich gracias a eso, pero nadie nos lo agradece.

—Hemos pagado un precio muy alto —las críticas de Sonia a nuestro gobierno comenzaban a irritarme, y ataba cabos con demasiada facilidad acerca de base Gravidus para ser una turista ignorante que daba clases en un instituto de secundaria—. Los militares acabarán aniquilando la vida microbiana de Marte, y no tienen ningún derecho a hacerlo. Me pregunto si ellos despertaron los volcanes de Tarsis hace un cuarto de siglo, estallando bombas de hidrógeno en el subsuelo.

—Para tu información, cayó un cometa en esa zona, y…

—Ya lo sé. Conozco la versión oficial.

—No hay otra que merezca crédito.

—Hay docenas de versiones extraoficiales, León. Llévame a Gravidus. Quiero visitar esa base.

—Me encantaría, pero el acceso está prohibido.

—Porque tienen mucho que esconder.

—Es un recinto militar, querida. No les agradan los turistas revoloteando por las rampas de misiles.

—Deja de llamarme querida. No estoy enamorada de ti; lo que ha pasado esta noche sólo ha sido sexo. Quizá lo repitamos si me vuelve a apetecer, nada más.

Conté hasta diez e inspiré hondo. No dio resultado.

—Me estás tocando mucho las narices.

—Me alegra no ser la clase de mujer que esperabas.

—Si te llevase a Gravidus, ¿qué harías? ¿Grabarlo todo con cámara oculta y luego divulgarlo en Internet?

—Yo no… yo no di la noticia de los restos alienígenas.

—¿O pondrías una bomba?

—Por favor, León, he tenido que pasar cien registros antes de embarcar en el Kepler; me metieron sondas en cada agujero de mi cuerpo; hasta me miraron dentro de las fosas nasales por si escondía gelatina explosiva. Todavía moqueo cuando recuerdo a esos gorilas, así que no me hables de tocar las narices, ¿vale?

—No iniciaré una investigación para averiguar si te fuiste de la lengua.

Ella guardó silencio, inquieta.

—Aunque sería fácil obtener las pruebas —añadí—. Pero no quiero perjudicarte. Además, tendríamos que habilitar uno de los módulos como calabozo hasta que viniesen a recogerte, y eso nos daría mala prensa en la Tierra.

—Gracias.

—No me las des: estás en deuda conmigo, Sonia. Ya decidiré cómo y cuándo me cobraré.