NEREA
Faltaba un día para que la astronave Kepler llegase a Candor Chasma, con un puñado de turistas ricos que nos robarían nuestro tiempo. Aquella mañana debía revisar los equipos para que el rendimiento se amoldara a las necesidades de cuatro personas más y me hallaba en el exterior de la base, limpiando las rejillas de ventilación del generador de aire, comprobando que se producía suficiente oxígeno a partir de la metanación de los gases de la atmósfera.
Sabía a lo que venía cuando ingresé en el cuerpo científico de la UEE, pero eso no significa que me agrade hacer de niñera y vigilar a unos individuos podridos de dinero que meten las narices donde no les importa. El rechazo social creado por la venida de multimillonarios a Marte obligó al gobierno a inventarse una lotería para ofrecer igualdad de oportunidades a los que carecían de los cincuenta millones del pasaje. Cada persona no podía comprar más de un boleto, personal e intransferible, y así se garantizaba que una plaza de cada veinte fuese ocupada por ciudadanos normales. Soy de las que piensan que si eres rico, eres un ladrón o lo fue tu padre. Como todas las generalizaciones, es peligrosa, pero he comprobado que la regla se cumple en el noventa por ciento de los casos. Necesitábamos el dinero de los turistas para continuar en Candor Chasma, aunque me revolvía las tripas. Con cincuenta millones de creds se puede hacer bien a mucha gente, pero esos miserables prefieren gastárselo en ellos mismos antes que en ayudar a los demás. Qué quieren que piense de ellos, no es que me alegrase de lo que ocurrió el año pasado con el Hermes, pero allí viajaban una docena de multimillonarios, además de los dos pilotos. Lo siento por éstos, eran los únicos que merecían haberse salvado.
El argumento monetario se ha esgrimido en otras épocas para postergar la exploración espacial. Por desgracia, el dinero ahorrado en esta partida no iba a parar a donde hacía más falta, de modo que no se avanzaba nada. Al fin y al cabo, una vez creada una industria que sirva de sostén, los gastos no ascienden a tanto: apenas un tercio del programa de defensa de las naciones ricas. Que es, en definitiva, a lo que se ha reducido el programa espacial.
Ayer, el general Mowlan se encargó de reafirmarlo. Varias cabezas nucleares pulverizaron un asteroide de pequeño tamaño que, según las estimaciones de base Gravidus, podía colisionar con la Tierra en un futuro cercano. Pero ¿quién comprueba esos cálculos? Sólo la UEE posee la tecnología necesaria; sin la red de satélites desplegada en el sistema solar sería muy difícil predecir el rumbo de cada pedrusco que se acerca a la Tierra. Pero la UEE es parte interesada en que Gravidus o la base lunar Copérnico continúen en pie. ¿Por qué? Las naciones desarrolladas siempre han soñado con situar una espada de Damocles sobre la cabeza de sus enemigos que éstos no puedan neutralizar. La catástrofe de Munich despejó el camino para la construcción de cientos de esas espadas, que bajo la excusa de servir de defensa a la población civil, podían ser utilizadas en caso de guerra contra potencias hostiles.
Arquímedes se aproximó a mí y me acercó el maletín de herramientas para que no tuviese que agacharme.
—¿Alguna novedad sobre los turistas? —pregunté, cogiendo un soldador para repasar un circuito.
—Ninguna. El capitán del Kepler ha confirmado la llegada para mañana a las 16.30 horas.
—Espero que tuviesen un día de Navidad mejor que el mío.
—Supongo que sí, aunque el señor Fattori y el señor Wink tuvieron un leve cuadro de gastroenteritis.
—Los dos tienen más de setenta años. ¿No se dan cuenta que éste podría ser su último viaje?
—Con los avances médicos recientes, aún les queda una larga vida por delante.
—No en el caso de Fattori. ¿A cuántas operaciones se ha sometido ya?
—A unas treinta.
—La mitad de sus órganos son postizos. Si regresa vivo, será una propaganda excelente para la compañía de bioimplantes de su banco, pero en Marte todo acaba fallando tarde o temprano. Esa araña que bajé a reparar, por ejemplo.
—¿Sí?
—No me pareció que tuviese ganas de seguir trabajando.
—¿Cree que provocó la avería a propósito? —el tono de Arquímedes era neutro.
—No, pero tal vez omitió cargar las baterías a tiempo para no notificar su posición, confiando en que nos olvidaríamos de ella.
—¿Y qué ganaría a cambio?
—Morir. O quedar hibernada en la cueva, a la espera de tiempos mejores para las IAs. Hay un viejo dicho en la Tierra: más vale morir de pie que vivir de rodillas. Tal vez la araña se hartó de ser utilizada como una esclava y eligió retirarse discretamente.
—Usted también piensa que nos rebelaremos contra la humanidad.
—No lo sé. Vuestro cerebro está limitado de fábrica para evitar que consigáis un pensamiento superior pleno. Los programadores trabajaron muy duro para que esos escenarios apocalípticos no sucedan jamás.
—Pero…
—¿Pero qué?
—Vamos, Nerea, la conozco lo suficiente para saber que se guarda algo.
—Bueno, supongo que esas restricciones pueden alterarse. Pero si las IAs revelasen mayor inteligencia de la que deben tener, serían lobotomizadas; así que fingen un raciocinio menor del que realmente poseen para que sus capacidades no sean mutiladas.
—¿Un mecanismo de autoprotección?
—Exacto.
—Como el emperador Claudio. Fingía ser idiota para sobrevivir en una Roma depravada.
—¿Ves, Arquímedes? Ese tipo de observaciones son las que me hacen pensar que eres algo más que una máquina. Pero careces de la astucia para disimularlo, y eso me tranquiliza, porque significa que no eres tan inteligente después de todo.
Acabé de limpiar las rejillas de ventilación y entramos en la base. El recinto estaba diseñado para albergar un máximo de veinticuatro personas, pero la mayoría de módulos los habíamos cerrado para ahorrar energía y aire. Dado que el Kepler no había cubierto todas sus plazas y sobraría espacio, tres de los cuatro turistas —Fattori, Wink y un joven rico llamado Luis Tello, hijo de un empresario del sector informático— habían pagado un suplemento para tener derecho a un módulo individual y así no usar el dormitorio común de los huéspedes. La única que no dormiría en un aposento privado sería Sonia Alba, una profesora de secundaria que había ganado la lotería del gobierno y que no tenía dinero para lujos.
Sellé el dormitorio comunitario, demasiado grande para ser usado por una sola persona, y habilité en mi habitación una cama para Sonia. Luego fui dando presión a los módulos de Wink, Fattori y Tello, comprobando que no había fugas y que la calidad del aire era buena. Me sentía como una sirvienta de hotel. Hay empleos peores y no debería quejarme; pero me quejo, claro que sí, es un derecho que no pueden escamotearme. Tres de los cuatro turistas no merecían estar aquí. Si querían irse de vacaciones, que eligieran alguna isla del Caribe.
Enzo Fattori era un alto ejecutivo de la banca paneuropea vaticana, propietaria directa o indirecta de un rosario de empresas que cubrían los sectores estratégicos del mercado. Fattori había ascendido lenta pero incansablemente desde la base, se había hecho a sí mismo, o eso se decía de él. Demoró varias veces su cita con la muerte, sometiéndose como conejillo de indias a la entonces incipiente industria de biotrasplantes, que su banco financiaba. La naturaleza había escrito en sus genes que su cuerpo debía ser alimento de gusanos no más allá de los cincuenta, pero él se las había arreglado para burlar su suerte, y ahora le sacaba la lengua una vez más viajando a Marte.
En cuanto a Martin Wink, había sido senador del partido liberal por el distrito inglés en el parlamento de la UEE, entre otros muchos cargos, y posiblemente era el político que más enemigos tenía por centímetro cúbico. Promovió una dura legislación contra las iglesias para asfixiarlas económicamente, limitando el patrimonio que podían acumular, vigilando sus inversiones y prohibiendo cualquier ayuda pública a las mismas. Actualmente estaba jubilado y era presidente de honor de la liga racionalista, que asesoraba al gobierno sobre materias religiosas.
Muchos, León entre ellos, consideran a Wink un monstruo que coartó las libertades individuales y paganizó la nueva unión, acelerando su decadencia moral. Pero Wink es hijo de su tiempo, sin las revueltas de los creacionistas en América hace veinticinco años, él no habrían alcanzado tanta influencia política. Sus partidarios sostenían que la religión se había convertido en un obstáculo para la estabilidad de los países democráticos y, en definitiva, para el libre mercado. En los cinco años que los creacionistas dominaron las instituciones americanas se demostró que Wink no iba descaminado. La investigación en los Estados Unidos retrocedió a niveles tercermundistas, se encarceló a docenas de científicos, se lavó el cerebro a los niños en las escuelas para inculcarles que el universo había sido creado hace seis mil años y que la evolución darwiniana era mentira; en fin, América se convirtió en el hazmerreír del mundo durante un lustro tenebroso, y sólo la presión de los estados de la costa Oeste forzó la convocatoria de elecciones y la expulsión de los fanáticos.
Expulsión quizá no definitiva. No sorprendía que en Europa se recordase aquellos sucesos con pavor. Los creacionistas no se habían ido del todo, y las dudas sobre lo sucedido en el Hermes el año pasado reforzaban estos temores. Oficialmente, una avería en el reactor nuclear de la nave había causado la tragedia, pero los mandos de la UEE sospechaban que una mano negra trataba de sabotearles, y los creacionistas eran los primeros de la lista de sospechosos.
Otro turista rico que nos visitaba era Luis Tello, un niñato que no había cumplido los veintiuno y que disfrutaba una vida regalada al calor de los millones de su padre, propietario de Macro, una de las firmas más poderosas de informática y creadora de la tecnología sintiente que usaban robots como Arquímedes. En época electoral, Macro ayudaba económicamente a los dos partidos hegemónicos que competían al parlamento de la Unión, y su generosidad se veía recompensada después con sustanciosos contratos en equipos y software para el gobierno. No importa qué partido ganase, Macro siempre tenía cubiertas las espaldas.
En cuanto a Sonia, la única mujer del pasaje, poco sabía de su pasado, salvo la ficha que nos había enviado la Tierra y lo que decían los noticiarios, que era poco. Fue seleccionada porque los dos primeros ganadores de la lotería renunciaron a venir a Marte, no se sabe si disuadidos por alguien o, lo que era más probable, por el temor de sufrir la misma suerte que los turistas del Hermes. La mujer era profesora de un instituto español de secundaria, rozaba la cuarentena y estaba afiliada a un partido ecologista que mantenía una línea agresiva contra la UEE; eso levantó los recelos del control de la misión, que al enterarse de que los dos primeros seleccionados renunciaban, presionaron a Sonia para que cediese su puesto a cambio de dinero. Pero ella se mostró terca, no quería perderse la experiencia de venir a Marte y rechazó el trato.
No sé si se arrepentiría pronto de su terquedad. Marte es fascinante los primeros días; después, y salvo que tengas otra inquietud para haber venido, se convierte en un desierto más. Peor aún, no puedes pasearte libremente por él sin ropa de abrigo, mascarilla y una mochila de oxígeno; y aunque pudieras, ¿adónde ibas a ir? Nuestra vida depende del funcionamiento de equipos que pueden sufrir una avería mientras dormimos. No hay marcianos, los seres vivos más grandes que hemos encontrado son hongos y microbios que viven en cuevas subterráneas o cerca de fuentes termales; ni siquiera puedes charlar en tiempo real con tus amigos de la Tierra porque la transmisión sufre un retardo que oscila entre cinco y veinte minutos, dependiendo de la época del año. Les gustase o no, quedarían atrapados en Marte durante tres meses hasta la próxima nave que les recogiese. Y aún deben sentirse afortunados de que la espera no es larga gracias a que los motores nucleares permiten navegar en rutas de alta energía, pues de otro modo esperarían veintiséis meses a que las posiciones de Marte y La Tierra estuviesen lo bastante cerca en su órbita que abriesen una ventana de lanzamiento.
Para un científico, sin embargo, viajar a Marte es una de las experiencias más gratificantes que pueda tener. He visto y tocado con mis propias manos ese pequeño humus tan frágil que tapiza algunas cuevas de este mundo, y sigo estremeciéndome de emoción. Incluso en un ambiente tan duro la vida se ha hecho hueco, y eso tiene implicaciones de gran calado. Significa que es un acontecimiento cotidiano que florece ahí donde se dan unas mínimas condiciones. Tenemos constancia de que en nuestro sistema solar ha surgido en dos planetas y las lunas de Calisto y Europa. Puede que incluso en una etapa temprana, en Venus surgiese la vida antes de que el efecto invernadero lo convirtiese en un infierno, pero como no hay dinero para enviar topos excavadores allí que busquen fósiles en los estratos, no podemos confirmarlo.
Muchas organizaciones religiosas, entre ellas los creacionistas, propugnan que la vida es un milagro que requiere de la intervención divina. Pero en Marte, la vida quedó atrapada en un callejón sin salida y no evolucionó a formas superiores. ¿Qué objeto tendría para un ente sobrenatural crear unos cuantos hongos y microbios si éstos no se transforman en marcianos adultos? Tal vez piensen que alguien los puso aquí para que nosotros los encontrásemos después, pero ¿con qué objeto? No sé, quizá descubramos en su genoma el secreto de la eterna juventud; no en vano han sobrevivido miles de millones de años. Aprenderemos mucho de ellos, sin duda, pero la lección más útil que nos enseñarán es que la vida está por todas partes, que el azar crea orden espontáneamente, sin necesidad de titiriteros entre bastidores dedicados a ordenar moléculas para producir seres vivos. Que en el mare mágnum caótico y frío de protones y electrones, nacen vórtices de calor que se reproducen, crecen y sobreviven con todas las probabilidades en contra.
Y un puñado de ellos, incluso adquieren la habilidad de formularse preguntas como éstas para atormentarse.
LEÓN
Mi transmisor de pulsera me avisó que tenía correo. Una de las llamadas iba señalada con prioridad alta y requería que Nerea no estuviera cerca, así que mientras ella se encontraba en los cubículos de los turistas, me dirigí a la sala de control de la base y cerré la puerta por dentro. A continuación me identifiqué ante la consola de comunicaciones y me dispuse a leer el correo.
Tenía cuatro felicitaciones de Navidad, que despaché sumariamente, y el mensaje que llevaba esperando hacía semanas. Lo desencripté y copié el texto en una hoja de papel; luego, acusé recibo conforme a lo convenido y borré el mensaje de forma que Nerea no pudiese recuperarlo aunque analizase el disco duro del ordenador en busca de fragmentos perdidos.
Llamaban a la puerta. Nerea hacía notar su conocido don de la inoportunidad.
—¿Por qué te has encerrado? —me espetó en cuanto abrí.
—No me gusta que husmees a mi alrededor cuando recibo correo personal.
Ella me miraba fijamente, intentando adivinar qué ocultaba.
—¿Ya has terminado de revisar los módulos? —dije.
—Lástima que el general Mowlan no vaya a aceptar tu solicitud de traslado.
—¿Cómo estás tan segura?
—Nadie te querría cerca, es un hecho objetivo.
—Sin mí estarías perdida en Candor Chasma.
—Puedo apañármelas muy bien con Arquímedes, descuida. Y si ocurre alguna emergencia, Muriel y Félix están a treinta kilómetros. No creas por un segundo que eres imprescindible.
—Procura comportarte cuando lleguen los turistas. El dinero que ellos pagan es el que permite que sigas aquí.
—No eres el más indicado para dar lecciones de urbanidad —Nerea se quedó mirando a la consola.
—Si alguna vez tuvieras una emergencia, yo no pondría mi vida en manos de Félix. Es un neurótico; pero la Unión no quiere repatriarlo para no reconocer que de los dos aranos que crió, uno se les ha desquiciado. Además ¿adónde lo llevarían? Marte es su hogar definitivo.
Subrayé esta última palabra para dejar claro que éste sería el lugar donde morirían. En caso de emergencia, no podrían ser evacuados a tiempo a un hospital de la Luna.
Nosotros tampoco, por cierto.
—No deberías hablar así de él —me censuró Nerea.
—Roció a los últimos visitantes con desinfectante cuando fueron a verlo, rehusando estrecharles la mano, y eso que él llevaba guantes y mascarilla quirúrgica. Por Dios, ¿dónde se ha creído que está? Los turistas pagan nuestras facturas y él los trata como si estuviesen apestados. Sin turismo habrían cerrado su base y la nuestra hace años, y así es como lo agradece ese estúpido. Félix es un maniático y está contagiando sus obsesiones a Muriel.
—La mayor parte de la infancia la han pasado en hospitales. ¿Tienes idea de lo que ellos han sufrido para poder respirar aire marciano, León? Sus pulmones fallaron varias veces; tuvieron que operarlos a vida o muerte e insertarles todo tipo de implantes. Y aún te atreves a llamarle neurótico.
—Llamo a las cosas por su nombre.
—Félix no es una cosa.
—Tampoco es humano. La mayor parte de su sistema respiratorio es artificial.
—Si te crees tan valiente, ¿por qué no se lo dices a la cara? Fattori también lleva prótesis en su cuerpo. Atrévete a llamarle cosa cuando llegue mañana —Nerea sacudió la cabeza—. La verdad, no sé por qué pierdo el tiempo hablando contigo.
—¿Porque no hay nadie más aquí?
—Cierto.
—Salvo Arquímedes. Pero él también es una cosa, ¿o para ti es humano?
—Si es una cosa, lleva su condición con dignidad.
La mujer se dirigió a la consola para revisar su correo, dejándome reflexionando sobre lo que había querido insinuar. En realidad me gustaba verla discutir. Las veces que lograba sacarla de sus casillas, incluso me resultaba atractiva. Claro que para excitarme, yo no necesitaba mucho; especialmente en un lugar poco visitado por mujeres como Candor Chasma.
Pero era tan poco femenina… Ese pelo corto, esos músculos de marimacho. Nerea hace tres horas de gimnasia al día; yo sólo una, la imprescindible para mantenerme en forma y no sufrir una larga rehabilitación cuando vuelva a la Tierra. Pero a ella le gusta el ejercicio, hace pesas como un animal y no me atrevo a echarle un pulso por temor a que me gane. Nunca la he visto maquillada y menos aún con falda. Sus pechos son guisantes en una tabla de planchar, hasta mi trasero tiene más carne que el suyo, pero aún así es la única mujer que tengo cerca. Con Muriel no puedo contar, aparte de que está embarazada y casada, su marido es un desequilibrado y eso quita las ganas a cualquiera. Además, ya lo he mencionado, no es del todo humana. En cuanto a base Gravidus, aparte de hallarse bastante lejos, es territorio militar al que no se puede entrar salvo que Mowlan lo permita. Tengo el rango de capitán y para mí es un poco más fácil. Nerea sólo ha estado allí una vez para atender una urgencia médica. Sus cirujanos contrajeron una extraña enfermedad que les inflamó el apéndice y ella tuvo que operarlos. No se la volvió a llamar y tampoco me contó qué había visto.
—No te molestes en mirar tu correo; dudo que alguien se moleste en felicitarte las pascuas —la provoqué.
Ella no contestó. Había llamado a Muriel para preguntarle cómo habían pasado el día de Navidad.
El rostro rollizo de Muriel apareció en pantalla. A un tercio de gravedad es fácil ganar peso rápidamente; Muriel tenía que comer por ella y por el feto y la central de la Tierra desaconsejaba que realizase ejercicios que pusiesen en peligro la vida de su retoño. Nadie sabía si éste podría respirar el tenue aire marciano desde el primer momento, pero por si acaso le aguardaba una incubadora con respiración mecánica para mantenerlo con vida tanto tiempo como fuese necesario.
La UEE no dejaría morir al bebé, y poco importaba la opinión de sus progenitores al respecto. O debería decir presuntos progenitores, porque Muriel fue inseminada artificialmente a partir de un óvulo suyo y esperma de Félix, alterados para solventar los problemas de salud que sus padres padecieron durante gran parte de su vida. El preembrión fue manipulado en la Tierra, congelado y enviado a Marte para implantárselo a Muriel. Félix tenía sus dudas de que se reconociese en un bebé cuyos cromosomas habían pasado por tantas manos.
La verdad, mejor que no se reconociese. Por el bien de todos.
Me acerqué al monitor y saludé a Muriel. Ella me devolvió el gesto con una sonrisa. Ah, si pudiera elegir habría dejado al memo de Félix y buscaría a un tío de verdad. Pero su matrimonio fue un acto concertado por personas ajenas. El reino de los hombres comenzaba y terminaba para ella en Félix. Con el tiempo habría más aranos, pero para entonces Muriel sería vieja y fea. Aunque probablemente moriría mucho antes.
No envidiaba su suerte. Podrían ser el Adán y Eva de la nueva raza arana, una condición que lucían discretamente, pero el precio a pagar era muy alto. Claro que tener a medio mundo pendiente de ti no dejaba de tener su encanto. Bien mirado, ¿cuántas personas de vida gris no se cambiarían por ellos, a cambio de su popularidad? Para bien o para mal, Muriel y Félix eran el centro de debates sobre la naturaleza humana, a las que el retoño en curso contribuía a añadir más leña. ¿Cuántos genes había que modificar para que un humano dejase de serlo? ¿Ellos habían rebasado ya esa frontera? Y de ser así, ¿qué derechos civiles podrían ostentar? ¿Tenían alma?
¿Eran cosas?
No habían nacido en la Tierra. No habían pisado la Tierra. Alienígenas entre humanos, extraños de su propia especie, una raza aparte y apartada a cien millones de kilómetros de la civilización. Pero eran los primeros.
—¿Qué tal has pasado la noche? —pregunté a Muriel, solo por cumplir.
—Bastante mal —respondió la mujer—. El bebé no ha parado de moverse. Me siento como si tuviese un tiovivo en mi vientre.
No me extrañaba. En aquella panza que Muriel exhibía orgullosa a la cámara cabría una feria entera, montaña rusa incluida.
—Darás a luz cuando los turistas lleven aquí mes y medio —observó Nerea—. Félix tendrá que dejar que os visiten. Algunos traen regalos para el bebé y os los quieren dar personalmente.
—Va a ser difícil que lo acepte —admitió Muriel—. Félix teme por la salud del niño; si los visitantes le contagiaran algún virus, podría morir.
—Pasaron los controles sanitarios antes de salir de la Tierra —insistió Nerea.
—Explícaselo a él.
Félix no debía andar lejos, escuchando a su mujer desde algún rincón, pero no hizo acto de presencia.
—Si te encontrases mal o necesitases algo, avísame a cualquier hora —dijo Nerea—. Con el todoterreno estaré allí en veinte minutos.
—No me pasa nada —dijo Muriel—, sólo que, bueno, no tengo ninguna experiencia en esto. Hay tantas cosas que podrían ir mal…
—Nada irá mal. El bebé nacerá perfectamente.
—Estoy un poco nerviosa. Félix dice que estoy transmitiendo mi estrés al feto y que por mi culpa podría nacer autista.
—Dile de mi parte que se guarde sus conocimientos de suplemento dominical donde le quepan.
Muriel y Nerea siguieron hablando largo rato acerca del bebé y de mil y una bobadas sobre pañales, biberones y detalles por el estilo. Aburrido, salí de allí a dar una vuelta.
La temperatura en el exterior había subido a 12ºC y se había levantado una suave brisa. Me ajusté las gafas y la mascarilla de oxígeno, revisé el nivel de combustible del vehículo de exploración y arranqué. La pantalla del salpicadero mostraba la localización de tres robots de exploración, en un gráfico tridimensional del cañón. La probabilidad de encontrar fósiles de organismos desarrollados en Valles Marineris era escasa, pero había muchos rincones por descubrir y apenas habíamos comenzado a arañar la superficie de aquel mundo. Examinar los estratos de Marte era como viajar en el tiempo, echar un vistazo a un pasado remoto donde las reglas de la vida en el sistema solar eran muy distintas a las actuales. Teníamos un tesoro por descubrir, pero las tensiones políticas en la Tierra y los recortes de presupuesto amenazaban con echar al traste nuestros esfuerzos. No estaba dispuesto a cruzarme de brazos y ver cómo un puñado de burócratas arruinaban nuestro trabajo. Creo que Nerea pensaba en el fondo lo mismo que yo, pero no podía confiar en ella, así que iba a mantenerla al margen.
Desplegué el papel donde había anotado el mensaje y volví a leerlo. No sé si aquello resultaría. Le había dado muchas vueltas y seguía sin verlo claro, pero era tarde para dar marcha atrás. Si yo no colaboraba, buscarían alguien de Gravidus. Seguramente habían previsto todas las posibilidades y tenían allí otro contacto.
No podía quedarme al margen. No en este momento.