En nuestra experiencia cuando una persona acude a nosotros en busca de terapia, suele llegar con algún tipo de sufrimiento, sintiéndose paralizada, incapacitada para vivenciar alternativas o libertad de acción para su vida. Lo que hemos descubierto no es que el mundo sea demasiado limitado o que no haya alternativas posibles, sino que estas personas bloquean su capacidad de ver esas alternativas y las posibilidades que se Ies abren, debido a que no están presentes en sus modelos de mundo,
Casi todos los miembros de nuestra cultura, en su ciclo vital, deben encarar una serie de períodos de cambio y transición. Las diferentes formas de sicoterapia han desarrollado diversas categorías para estas etapas cruciales de crisis-transición. Lo curioso es que mientras algunas personas son capaces de atravesar estos períodos de cambio con facilidad vivenciándolos como períodos de intensa energía y creatividad, otras, ante los mismos desafíos, vivencian estos períodos como etapas de terror y sufrimiento, que tienen que ser soportados mientras su única preocupación es sobrevivir. Nos parece que la diferencia entre estos dos grupos se debe esencialmente a que las personas que responden de manera creativa y encaran efectivamente esta tensión son personas que tienen una representación o modelo rico de su situación, en el que perciben una amplia gama de alternativas entre las cuales escoger acciones posibles. Las otras personas vivencian momentos semejantes como si tuvieran pocas alternativas y ninguna de las cuales les resultara atractiva, en otras palabras, juegan a perder. La pregunta que nos hacemos es: ¿cómo es posible que diferentes seres humanos enfrentados ante un mismo mundo tengan experiencias tan divergentes? Entendemos que esta diferencia es la consecuencia de divergencias en la riqueza de sus modelos. Por lo tanto, la pregunta que sigue es: ¿cómo es posible que algunos seres humanos mantengan un modelo empobrecido que les origina dolor y sufrimiento ante un mundo lleno de valores, rico y complejo?
En nuestro intento por entender el motivo por el que algunas personas siguen causándose sufrimiento y angustia, ha sido importante caer en la cuenta de que no son ni malos, ni locos, ni enfermos. De hecho, están optando por lo mejor entre las alternativas de que están conscientes, es decir, están eligiendo lo mejor dentro de su modelo particular. Dicho de otro modo, la conducta de los seres humanos —por insólito que pueda parecer, en primera instancia— cobra sentido cuando es contemplada en el contexto de las alternativas generadas por su modelo[9]. El problema no está en que el individuo elija mal o equivocadamente, sino que no tiene suficientes alternativas, no tiene una imagen del mundo rica y compleja. La paradoja más extensiva a la condición humana, que nosotros vemos, es que los procesos que nos habilitan para manipular símbolos —es decir, para crear modelos— y que nos permiten sobrevivir, crecer, cambiar y disfrutar, son los mismos que nos permiten mantener un modelo empobrecido del mundo. De modo que los mismos procesos que nos permiten realizar las más extraordinarias y especialísimas actividades humanas son los mismos que bloquean nuestro crecimiento si cometemos el error de confundir el modelo con la realidad. Al respecto podemos identificar tres mecanismos generales[10]: la generalización, la eliminación y la distorsión.
La generalización es el proceso mediante el cual algunos elementos o piezas del modelo de la persona se desprenden de la experiencia original y llegan a representar la categoría total de la cual la experiencia es sólo un caso particular. Nuestra capacidad generalizadora es esencial para poder encarar el mundo. Por ejemplo, es útil poder generalizar la experiencia de sentir dolor al tocar una estufa caliente y llegar a la generalización que las estufas calientes no deben ser tocadas. Pero llevar esta generalización al punto de considerar que las estufas son peligrosas y, por lo tanto, rehusar a entrar a una sala donde hay una estufa, es imponernos una innecesaria limitación a nuestro movimiento en el mundo.
Supongamos que las primeras veces que un niño está cerca de una mecedora se sube a ella, se echa hacia atrás y se cae. Podrá llegar a formarse su propia norma de que las mecedoras son inestables y no querer subirse otra vez en ellas. Si el modelo del mundo de este niño clasifica las mecedoras con las sillas en general, entonces todas las sillas caen dentro de la regla: «¡No te apoyes en el respaldo!». Otro niño que distingue las sillas mecedoras de otros tipos de sillas tiene más posibilidades alternativas de conducta. De su experiencia desarrolla una nueva regla o generalización para utilizarla únicamente respecto de las mecedoras: «¡No te eches para atrás en las mecedoras!», y tiene, por lo tanto, un modelo más rico y más alternativas.
El mismo proceso de generalización podrá llevar a un ser humano a establecer una norma como, por ejemplo: «No expreses tus sentimientos».
Es posible que una regla así en el contexto de un prisionero de guerra tenga un alto valor de supervivencia y le permita a la persona evitar una situación en la que sería severamente castigado. Sin embargo, si esta persona generaliza la misma norma y la aplica a su matrimonio, estará limitando severamente su potencial de intimidad al excluir expresiones que son útiles en la relación. Esto podrá llevarlo a tener sentimientos de soledad y aislamiento, por los cuales siente que no tiene alternativas, ya que la posibilidad de expresar sentimientos no está contemplada en su modelo.
Lo importante es que una misma pauta, regla o norma es útil o no según el contexto, es decir, no hay generalizaciones correctas en sí mismas. Cada modelo debe evaluarse dentro de su contexto. Más aún, esto nos da una clave para entender el comportamiento humano que nos parece extraño o inadecuado. Lo importante es considerar la conducta de la persona dentro del contexto en que se originó.
Un segundo mecanismo que podemos usar para enfrentar efectivamente el mundo o para derrotamos a nosotros mismos es la eliminación. La eliminación es un proceso mediante el cual prestamos atención selectivamente a ciertas dimensiones de nuestra experiencia, al mismo tiempo que excluimos otras. Un ejemplo de ello es la capacidad que tienen las personas para filtrar o excluir todos los demás sonidos en una sala llena de gente a fin de poder escuchar las palabras de una persona en particular. Utilizando el mismo proceso, los individuos son capaces de impedirse a sí mismos escuchar mensajes de cariño de personas que les son importantes. Por ejemplo, un hombre convencido de que no merecía el cariño de su mujer se nos quejaba de que su mujer jamás le daba muestras de afecto. Cuando le visitamos, en su casa, pudimos percibir que efectivamente su esposa le daba muestras de cariño. Sin embargo, como estas señales estaban en conflicto con la generalización que este había hecho de su propio valer, llegaba, literalmente, al punto de no escuchar a su mujer. Esto lo verificamos al llamarle la atención sobre algunos de estos mensajes, y el hombre declaró no haber escuchado a su mujer cuando decía estas cosas.
La eliminación reduce el mundo a dimensiones en que nos sentimos capaces de manejarlo y puede ser útil en ciertos contextos, y en otros, sin embargo, ser origen de sufrimiento.
El tercer proceso de modelaje es el de la distorsión. La distorsión es el proceso que nos permite hacer cambios en nuestra experiencia de los datos sensoriales que recibimos. Por ejemplo, la fantasía o imaginación nos permite preparamos para experiencias aun antes que estas ocurran. Se distorsiona la realidad cuando se ensaya un discurso que se dirá más adelante. Este es el proceso que ha hecho posible todas las creaciones artísticas. Un cielo representado en un cuadro de Van Gogh es posible únicamente en la medida en que Van Gogh era capaz de distorsionar su percepción del tiempo-espacio en que estaba en el momento mismo de su creación. Del mismo modo, en todas las grandes novelas, en todos los descubrimientos revolucionarios de la ciencia, está implícita la capacidad de distorsionar y representar erróneamente la realidad del momento presente. Utilizando esta misma técnica, los individuos pueden limitar la riqueza de su experiencia. Por ejemplo, cuando a nuestro amigo (quien había declarado que no merecía afecto) se le indicaron las señales de afecto provenientes de su esposa, este inmediatamente las distorsionó; cada vez que escuchaba mensajes de cariño, que antes estaba suprimiendo, se daba vuelta hacia nosotros y sonriendo nos decía: «Ella sólo dice eso porque quiere conseguir algo». De esta forma, este hombre era capaz de evitar que su experiencia fuera a contradecir el modelo del mundo que se había creado y, por lo tanto, se negaba a sí mismo una representación más rica, impidiéndose una relación más íntima y satisfactoria con su mujer.
Una persona que en algún momento de su vida ha sido rechazada por otras, hace la generalización de que no vale lo suficiente y, por lo tanto, no merece ser querida. Como su modelo incluye esta generalización, suprime los mensajes de cariño y los reinterpreta como si fueran inauténticos. Al no percibir las señales de afecto de los demás, puede mantener la generalización de que no merece las muestras de afecto. Esta es una descripción típica del clásico circuito de retroalimentación positiva: la profecía autocumplida, o la retroalimentación avante (forward feed-back). (Pribram, 1967). Las generalizaciones o las expectativas de la persona filtran y distorsionan su experiencia para hacerla consistente con esas expectativas. Como no tiene experiencias que desafíen a sus generalizaciones, sus expectativas se confirman y el ciclo continúa. De esta forma, las personas mantienen sus modelos empobrecidos del mundo.
Considérese el clásico experimento de Postman y Bruner sobre los conjuntos sicológicos o las expectativas:
… En un experimento sicológico que merece ser mucho más difundido, Bruner y Postman pidieron a sus sujetos experimentales que identificaran una serie de naipes por medio de exposiciones cortas y controladas. Muchas cartas eran normales, pero algunas eran anormales, por ejemplo, un seis rojo de espadas y un cuatro negro de corazones. En cada serie experimental se expuso una sola carta a un mismo sujeto en una serie de exposiciones cada vez más prolongadas. Luego de cada exposición se le preguntaba al sujeto qué habla visto, y la serie se terminaba luego de dos identificaciones correctas.
Incluso en el caso de las exposiciones más breves, muchos sujetos identificaban la mayoría de las cartas, y luego de un pequeño aumento en el tiempo de exposición, todos los sujetos identificaban todas las cartas. Las cartas normales eran generalmente identificadas correctamente, pero las cartas anormales eran también identificadas casi siempre, sin titubeos ni perplejidad, como normales. El cuatro negro de corazón podía ser identificado, por ejemplo, como el cuatro ya sea de espadas o corazones. Sin percatarse del problema, eran ubicadas de inmediato dentro de una de las categorías preparadas por la experiencia previa. Ni siquiera admitían que hablan visto algo distinto de lo identificado. Ante una exposición mayor de las cartas anormales, los sujetos comenzaban a titubear y a mostrar cierta conciencia de anomalía. Por ejemplo, expuestos ante el seis rojo de espadas, decían algo así: «¡Cómo, ese es el seis de espadas, pero tiene algo raro; el negro tiene un borde rojo!». A mayor tiempo de exposición habla aún más titubeos y confusión, hasta que finalmente, y a veces en forma bastante imprevista, la mayoría de los sujetos hacia la identificación en forma correcta, sin titubeos. Más aún, una vez hecho esto con dos o tres de las cartas anómalas, tenían poca dificultad para identificar las demás cartas anómalas. Sin embargo, unos cuantos sujetos jamás pudieron hacer el ajuste requerido de sus categorías. Incluso sometidos a períodos de exposición cuarenta veces más largos que el promedio normal para el reconocimiento de las cartas normales, más del 10% de las cartas anormales no eran reconocidas como tales. Y los sujetos que fracasaban incluso en estas condiciones muchas veces reaccionaban con bastante angustia. Uno de ellos exclamó: «No puedo hacerlas calzar. Ni siquiera parecía un naipe. Ya no sé de qué color es, ni tampoco si se trata de una espada o un corazón. ¡Dios mío!». En lo que sigue también podremos ver que suele haber científicos que actúan de igual forma.
Ya sea como metáfora o porque refleja la naturaleza de la mente, este experimento sicológico da un esquema maravillosamente sencillo y convincente del proceso de descubrimiento científico. En ciencia, al igual que en el experimento de los naipes, lo novedoso emerge con dificultad, se manifiesta por el contraste con un trasfondo dado por las expectativas. Al principio, únicamente lo anticipado y usual es vivenciado incluso bajo circunstancias donde más adelante se observarán anomalías.
La generalización implícita hecha por las personas que participaron en el experimento fue que los posibles pares color/forma que les serían presentados serían los mismos de siempre: el negro con los tréboles y las espadas, y el rojo con los corazones y los diamantes. Sustentaban su generalización distorsionando las dimensiones de forma o color en las cartas anómalas. Lo importante es que aun en esta sencilla tarea el mecanismo de generalización y su proceso sustentador de la distorsión impidió que las personas identificaran correctamente lo que podían ver. La identificación de cartas de naipe de extraña apariencia, proyectadas en un telón, de poco sirve. Sin embargo, el experimento es útil, pues muestra de modo sencillo los mismos mecanismos que nos dan el potencial para enriquecer o empobrecer todo lo que nos ocurre a los humanos al conducir un coche, intentar conseguir una intimidad en una relación, o literalmente lo que vivenciaremos en cada una de las dimensiones de nuestras vidas.