Una vez amé tanto a un hombre que dejé de existir: él lo era todo; yo, nada. Ahora me amo a mí misma lo justo para que no exista ningún hombre: yo lo soy todo; ellos, nada. Antes todos los hombres eran Dios, y yo era un producto de mi imaginación; ahora el producto de mi imaginación son ellos. El mismo juego, distintas posturas. No sé jugar de otra manera. Alguien tiene que estar encima, alguien debajo. Uno al lado del otro es un aburrimiento. Lo intenté una vez durante unos minutos de extrema desorientación. La igualdad niega el progreso, impide la acción. Pero estando uno encima y el otro debajo, se puede ir a la luna y volver antes de que dos iguales pacten quién paga, quién se folla a quién y quién es el culpable.

Sin embargo, en mi transformación no pasé de abajo arriba, sino de abajo abajo: de mi deplorable sumisión emocional a mi bendita sumisión sexual. Ésta es la historia de mi cambio, y del precio que pagué. Un precio muy alto. Impagable.