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Esto de aquí arriba es el recuento de las penetraciones anales por semana en el tercer año. Todos los ceros representan los viajes fuera de la ciudad de uno u otro. Salvo los últimos cinco.
El número 298 fue el último. Los muros que yo tan cuidadosamente había levantado en torno a nuestro amor se habían desmoronado. El mundo había entrado, y nuestra relación había acabado. Despedí a Un Hombre. Había llegado el momento.
Sí, fue así de repentino. Así de imprevisto. Sin obedecer a ningún plan. Había llegado el momento de dar por concluido el dolor, el momento de dar por concluida la belleza: éstos se habían convertido en algo inseparable, un adagio sadomasoquista.
Así que la búsqueda del final de mi final finalizó tan bruscamente como había empezado tres años antes. Una especie de simetría. Un único corte, rápido y limpio. Sin negociaciones, sin súplicas, sin manipulaciones, sin culpa. Después del n.º 298 —era también un viernes por la tarde— se acabó todo con Un Hombre cuando seguía aún en plena erupción como un volcán y hermoso como el arte. A eso se llama valor. Aunque para mí, no fue cuestión de valor en absoluto; fue por necesidad. Nunca habría tenido el valor de despedirlo.
Es curioso que otra mujer fuese siempre el catalizador entre él y yo: la prerrafaelita nos había unido y, ahora, la morenita nos separaba. Debo de tener muchos asuntos pendientes con las mujeres, con mi madre. Pero ésta es la historia de papá, no de mamá, o eso creía yo.
Empecé a contar los ceros semana tras semana tras semana, como si la suma fuera a dar algo más que cero. Ceros que marcaban el espacio vacío en mí donde el dolor casi insoportable de la pérdida crecía y crecía. Supuré.
Y morí.
Murió el núcleo de mí que él había tocado.
Sentí que lo lloraría toda la vida. Y así es. Lo lloré desde la primera vez que entró en mi culo. No había ninguna razón para dejar de llorarlo ahora sólo porque ya no estaba.
Si el cielo es un indicio de la eternidad en un momento de tiempo real, el infierno es una eternidad de pérdida en un momento de tiempo real.
Completamente desolada. Ni siquiera habíamos llegado al trescientos.