Me hizo ponerme a cuatro patas. De pie detrás de mí, me dio unos golpecitos suaves pero insistentes en el pubis indicándome que lo elevara. Levanté el culo para unirme a él. Me dio unos golpecitos en la cara interna de los muslos. Separé las piernas. Apoyé la cabeza en la cama, con el culo en alto, la cabeza arqueada. Me abrió el coño, me encontró el clítoris y empezó a mirar y a chupar y acariciarlo con la punta de la lengua. Imaginé a la otra chica, la culona, sentada en una silla, desnuda, con las piernas abiertas, mientras él se arrodillaba ante su coño. No era un coño feo, sí era un coño más grande que el mío, un coño distinto, de morenita, y mientras está así, despatarrada, como un pendón, él le chupa el clítoris, ese clítoris grande y rojo, hinchado, bien visible. Ella parece ajena, impúdica. Yo observo a escondidas desde detrás de una puerta. Él sabe que lo observo y le abre el coño aún más para que yo le vea el clítoris. Ella no sabe que observo. Cuando el clítoris sobresale, como una pequeña polla erecta, orgulloso, espectacular y voraz, me corro. La conquista de la otra mujer es mi orgasmo, mi placer. La otra mujer es mi puta: la puta que llevo dentro. Después me folla por el coño y luego por el culo. Mi clítoris no da abasto.