Me rendí a él locamente, enseguida y por completo, para siempre, la primera vez que me folló por el culo. Ahora vamos por el n.º 220, y mi amor es aún más profundo, 220 veces más profundo. Lo adoro, para bien y para mejor (nunca para peor), y adorar de una manera tan incondicional toda la piel del cuerpo de otro ser humano es una especie de abandono arrebatado. Antes me gustaban los hombres por partes: los labios o los ojos, las manos o el pecho, sólo a veces la propia polla. Con él, venero todo eso y cada rincón, cada resquicio y espacio entremedias, y sobre todo la polla, los huevos y el agujero del culo.
En la veneración reside la libertad. La libertad de no inhibir nada, que la impulsa a una al mundo elíptico del amor.