El juego previo

Toc, toc, toc. Cuando le abro la puerta, siempre entra despacio. No tiene prisa; Un Hombre sabe adonde va.

Y también a lo que va. Entra, cierro la puerta con llave y nos quedamos encerrados dentro. Ya siento subir la temperatura. Entonces nos abrazamos, nos estrechamos. Nos estrechamos cuerpo con cuerpo y eso es el principio del orgasmo, el suyo y el mío. Fuerte, envolvente, posesivo. Empiezo a gemir y siento la presión de su polla en mí. Me agarra por las caderas y me aprieta contra él, contra su polla. Es difícil romper ese abrazo, pero debemos ir al dormitorio, es un imperativo. Si no vamos, siempre acabamos chocando y destrozando algún adorno. El dormitorio es nuestra celda acolchada, donde se puede dar rienda suelta a la locura sin excesivos daños materiales.

A veces se limita a darme la vuelta, a ponerme de cara al frente y a apretar la polla contra mi culo y, manteniendo el contacto, me guía hasta el dormitorio, andando ambos con el paso sincronizado para no perder la postura. Pero antes de ponerme en movimiento, consigo hablar y le pregunto si quiere comer, si tiene hambre. Siempre rehúsa el ofrecimiento, pero yo siempre pregunto. Somos muy corteses el uno con el otro.

Ya en el dormitorio, suele repetirse el abrazo. Esos primeros abrazos establecen el Territorio del Amor, pero ha llegado el momento de abandonar ese lugar invisible y viajar al territorio de la lujuria, donde las cosas son visibles y tangibles… y tan irreales. Ahora la tiene totalmente empinada, ni siquiera le cabe en los pantalones. Se aparta de mí y se desnuda lenta y deliberadamente, sin dejar de mirarme. Yo me limito a observar y esperar. Ya me hará saber lo que quiere, como siempre.

A veces me habla en voz baja y dice: «Súbete a la cama, de rodillas, y levántate el camisón». Entonces me come, por detrás. Otras veces, me coge y me coloca donde quiere tenerme, a horcajadas sobre un cojín ante él mientras me la mete por la boca, o tendido de espaldas en la cama mientras me pellizca los pezones a través del camisón o… Pero, pase lo que pase, todo ocurre a cámara lenta. Después de mucho mamársela, y cuando digo mucho, es mucho, me obliga a darme la vuelta y coge un condón, y entonces sé que vamos a pasar a la siguiente fase.

El sexo por el coño es juego previo. A veces se salta el coño sin más y va directo al culo, totalmente obsceno, sólo culo: la fase final. Pero normalmente empieza por el coño. Cuando me penetra, siento que empuja contra el cuello del útero, empuja hasta entrar en el cuello mismo del útero, y siempre me sobresalta. Entro en la zona de la relajación. A veces llega muy arriba y entonces empieza a palpitar con embestidas cortas y diestras, empujando mis paredes hacia fuera, hacia arriba, hacia dentro. A cada palpitación quiere más y recibe más. Éste es el principio del más, un estado de creciente ansia corporal. Las olas del placer avanzan lentamente, luego más deprisa, pero nunca se detienen. Cúspide tras cúspide, y para la mayoría de la gente eso sería ya insuperable, incluso trascendente, pero él y yo somos ávidos y sabemos adonde ir a por más. Sigue ese asombroso momento en que el amor satura la habitación y sin embargo la pérdida no está presente. Sólo estamos empezando, calentando.

Cuando ya ha tenido coño suficiente (siempre a elección suya), sale y me sitúa: a veces en el cuadrante rosa, a veces a cuatro patas, a veces de lado, con la curva de la cadera en alto como una escultura de Henry Moore. Comoquiera que lo vea, lo coge. Ya bien follada, ahora estoy muy obediente. La voluntad me ha abandonado en un cuarenta por ciento, pero me aferro aún a mi conciencia, y a mis pantuflas de tacón. Tengo mucho más que dar, mucho más. Tengo el poder de dar, tengo que dar poder. Otros amantes ni siquiera obtuvieron el 10 por ciento de lo que yo tenía que dar, no tenían el poder para pedirlo. Él sí…, y luego pide todavía más.