La formación de una bailarina de ballet clásico, como la que recibí yo, es la preparación física más intensa para un cuerpo joven: día tras día, hora tras hora, te entregas a un meticuloso esfuerzo para esculpir, modelar y para obligar al cuerpo, el vientre y los miembros a adoptar formas, ángulos y líneas que van más allá, mucho más allá, del estado físico natural. Para alcanzar siempre más de todo, más longitud, más vueltas, más rendimiento, más fortaleza, más, más, más. Lleva al cuerpo y a la mente a un lugar que está más allá de la experiencia normal. Desde los cuatro años aprendí a experimentar mi vida a través de mi cuerpo, dentro de mi cuerpo, siempre al límite del aguante perpetuo.
Todo esto, creo, me preparó para que me dieran por el culo. Responde a las exigencias de mi masoquismo físico. Recrea el extremismo físico de la danza, la disciplina, el esfuerzo del perfeccionamiento. Es mi esencia llevada al extremo. Ahora que me he retirado de la danza, todo en la vida tiene un lado insípido; salvo esto. Un Hombre lo llama «El Lado Duro de la Verdad».
La danza consiste en ponerse al servicio del coreógrafo, de los pasos, de la música. Permitir que este hombre penetre en mi culo reproduce esta dinámica de servicio, de sumisión a algo mayor que yo misma. Aprender a ir más allá —mucho más allá— del bienestar físico y adorar ese momento de superación es intrínseco a la formación de una bailarina. Sólo al superar ese límite se encuentra ese Lado donde el Riesgo es real y reside el Éxtasis.
Si tienes el culo prieto de una bailarina, como es mi caso, el dolor y el placer de la presión interna de la sodomía son inseparables. La escuela de ballet perfecciona el deseo de ser perfecta y puedes acabar convertida en una esclava deliciosa y disciplinada. A mi modo de ver, recibir una polla en el culo va de la mano de la psicología del perfeccionismo que padecen las personas con un alto rendimiento como yo. Para empezar, lo necesitamos: el resultado de ser perfecta es un culo muy prieto. En segundo lugar, el desafío de seguir siendo perfecta al tiempo que se es penetrada analmente es uno de los mayores que uno puede concebir. Conseguirlo demuestra sin duda la perfección interna y externa del propio ser, la forma, la salud y la actitud resistente. La sodomía en el papel de receptor es el sueño del perfeccionista, el nirvana del masoquista.
Pero —como ocurre con todo lo anal— lo opuesto es también cierto. Ser sodomizada cuando una lleva puesto el tutú metafórico es tal vez el debut más propicio —y escandaloso— de una bailarina. Pero también es su crucifixión, su máximo sacrificio para trascender lo humano y encontrar lo divino. Sin embargo, en el escenario jamás sentí lo que siento cuando obedezco totalmente a Un Hombre y él me tapa la cara con su mano grande y fuerte y me mete la polla en el culo. Una inmensa sensación de alivio: he abandonado por completo no sólo el control, sino también toda responsabilidad y la he puesto en sus manos. A su lado, la sensación de seguridad es tan grande que el tiempo que paso con él es el único en que no siento angustia, en que no tengo miedo.