Devoción

Un Hombre no necesita mi devoción, dice, pero la tiene de todos modos. A veces le cedo muchísimo poder, le cedo incluso más del que tengo, y eso me hace más vulnerable de lo que puedo soportar. El mejor antídoto no es morder la bala y sufrir como una mujer con un profundo sentido ético; al menos he madurado y estoy por encima de eso. No, el mejor antídoto es otro hombre. Se llama la «Solución de los Dos Hombres». Toda mujer debería emplearla cuando es necesario. Muchas lo hacen ya sin admitirlo. Me dijo una amiga: «Si tienes problemas con un hombre, llama a otro». Para mí, la combinación ideal es Un Hombre más el Pilonero de vez en cuando. Alguien tiene que darme del mismo modo que yo le doy a él; dar poder, quiero decir.

Si bien mi mayor deseo es rendirme a él, con todos los demás soy dominante. Nunca folio con nadie más, y nadie más mete su polla en mi culo.

En una ocasión, poco después del n.º 169, sentí la necesidad y telefoneé a un viejo amigo pilonero. Para mi sorpresa, anunció que deseaba realmente follarme, cosa que quedaba descartada. Aun así, me dio a entender que por cierto precio me comería el coño: es increíble lo exigentes que se vuelven los piloneros cuando se los deja solos demasiado tiempo. El dinero le permitiría distanciarse: sería una lengua de alquiler. Me encantó la idea de convertir a un hombre en puta, aunque me pareció un poco demasiado políticamente correcto. Pero antes siquiera de negociar el precio, me propuso hacérmelo gratis a condición de que yo fuese totalmente dominante, dictándole cada giro, cada movimiento, satisfaciendo todos mis deseos. Vale, vale, dije, pero sólo esta vez. De vez en cuando puedo ser complaciente con un pilonero; podía ser una Dominadora durante una noche. Sin embargo, habría sido más fácil pagarle. Ahora los dos rivalizábamos por la posición inferior, y yo ya no sabía muy bien quién estaba al mando en realidad.

Cuando llegó a casa, yo estaba lista para él, reclinada en mi cama con lencería negra. Primero le pedí que se sentase en una silla y me admirase. ¿Por qué era la chica más sexy de la fiesta? Me lo explicó. ¿La más sexy de su vida? También me lo explicó. El juego me pareció muy divertido. ¿La más sexy del mundo? Siguió explicándomelo, pero esta vez no me convenció. Siguiente juego. Examinamos mi culo en el espejo desde todos los ángulos, y él señaló cada curva y línea para explicar por qué era el mejor culo, o al menos el mejor de la habitación. Luego miramos cómo los labios de mi coño afeitado asomaban entre mis muslos por debajo de mi culo cuando yo me agachaba. Eso fue muy divertido: allí con todo a la vista, impúdicamente.

Hasta ese momento no le había permitido tocarme. Tendida en la cama, le pedí un masaje en la espalda, luego un masaje en el pecho y el abdomen, luego un masaje en el culo, luego un masaje en las caderas y los muslos. Luego le dije que volviera a la silla, se sentara, se sacara la polla y se la acariciara mientras yo le enseñaba el coño como en una pasarela de striptease, con los labios abiertos, el clítoris rojo e hinchado, las piernas largas y esbeltas, unos zapatos criminales. Se empalmó de mala manera.

A continuación, le pedí que me lamiera el coño un rato, con largos lengüetazos desde el culo hasta el clítoris y a la inversa, a lo largo de todo el húmedo paquete. Fue genial. Realmente genial. Después le pedí que se concentrase en lamerme el ojo del culo con creciente presión hasta que la lengua empezase a penetrar: «Como si lo desearas de verdad», le dije. «¿Como si lo deseara?». Y tanto que lo deseaba. Luego me metió en el culo un consolador en forma de chile picante a una profundidad de diez o doce centímetros. Esa parte no la había pedido yo, digamos, pero estaba demasiado caliente para protestar.

A continuación pasó a lamerme directamente el clítoris, durante todo el tiempo que aguanté sin correrme. En ese rato me abandoné a todas mis fantasías, saltando al azar de un nombre a otro de mi agenda de teléfonos. Un Hombre miraba a este otro mientras me lamía y, divertido ante mi escandaloso abandono, daba su aprobación y le decía: «Sigue con eso hasta que ella tenga bastante y entonces le daré por el culo». Luego fantaseé con que Un Hombre me lamía el clítoris implacablemente, pero eso era demasiado excitante, así que tuve que dejarlo. Después imaginé a todos los hombres con los que he estado y a los que he abandonado, en fila frente a la ventana de mi dormitorio, observando. Yo exhibía mi placer y mis jugos como una puta. Una tras otra, todas las fantasías hasta la última, la definitiva: la realidad.

Este hombre, por razones que en el fondo no entiendo —¿podría ser amor?—, está dispuesto a ser esclavo de mi orgasmo, lamiendo hasta que yo quede saciada (y yo no me sacio así como así). Esta experiencia abrumadora de abundancia me llevó inesperadamente a un estado de gratitud que se manifestó en un orgasmo silencioso, profundo, curvo, por todo el cuerpo, del que tardé veinte minutos en recuperarme. El Pilonero, mi querido Pilonero, se marchó sigilosamente para que yo me deleitara en la enorme dicha de mi vida y la paz del poder devuelto: su sumisión a mí, que equilibraba la mía a Un Hombre. Ahora ya estoy lista para que me den otra vez por el culo. Haré lo que sea necesario a fin de estar lista para Un Hombre. Ésa es la medida de mi devoción y, supongo, también de la devoción del Pilonero.