¡Ayyyy! Mi padre se marchó después de una agradable visita de una semana, y al cabo de tres horas me retorcía literalmente de un dolor de tripa que me duró veinticuatro horas largas. Como si me hubiesen dado un puñetazo en el estómago, como si toda la distensión de 161 polvos por el culo se hubiese convertido de pronto en tensión. Así que la única solución lógica era ir a por el 162. Dios santo, cómo dolió. Nuevos niveles de tolerancia, nuevos niveles de liberación, nuevos niveles de disciplina. Cuando me penetró, pensé: «No es tan doloroso; ya estoy curada por el hecho mismo de estar desnuda con el culo al aire». Me equivoqué. Cuando entró doce centímetros y un poco más, empujaba contra el nudo que se me había formado en las tripas y me masajeaba por dentro. Fue una sensación atroz pero no rechisté. Simplemente mantuve el nivel de dolor justo por encima de lo soportable y disfruté el reto mientras pensaba: «Chica, eres realmente la maso quista de papá».