Él cuelga un gran espejo dorado en mi habitación y yo se la mamo delante, de perfil, probando el reflejo: merece la pena. Luego se sienta en la cama y dice: «Ahora échate hacia atrás y siéntate en mi polla…». Estamos los dos mirando en la misma dirección. Obediente, me muevo demasiado deprisa, demasiado ansiosa, y me traspasa el culo ese dolor de virgen anal. «Calma, calma», me tranquiliza, «ya lo haré yo…».
Me da la vuelta, me coloca en el cuadrante rosa, y apoya la verga en la entrada de mi culo. Sin moverse, tiende la mano, me rodea la cadera, encuentra mi clítoris y lo estimula hasta que relajo el culo. Después embiste contra mi culo y lo lleva al Reino de los Cielos.