Hemos llevado a cabo el número 145 y 146 consecutivamente en el transcurso de una hora y media. No se le ha bajado ni un momento. Le he cogido la polla por la base poco después de que él la sacara y lanzara un chorro vertical por mi espalda arqueada, que ha pasado por encima de mi cara. Su semen ha aterrizado de pleno en la almohada de terciopelo negro con un ruido placentero. Tenía aún en los ojos esa mirada, la mirada enloquecida de cuando folla, y le he preguntado:
—¿Te puedo lamer la polla?
—Sí —ha contestado en voz baja, con generosidad.
Y hemos vuelto a repetirlo todo. Doble dicha, doble corrida, diversión exponencial.